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El infinito en un junco

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
452 Seiten
Spanisch
Siruelaerschienen am18.09.20191. Auflage
PREMIO NACIONAL DE ENSAYO 2020 De humo, de piedra, de arcilla, de seda, de piel, de árboles, de plástico y de luz...Un recorrido por la vida del libro y de quienes lo han salvaguardado durante casi treinta siglos. Este es un libro sobre la historia de los libros. Un recorrido por la vida de ese fascinante artefacto que inventamos para que las palabras pudieran viajar en el espacio y en el tiempo. La historia de su fabricación, de todos los tipos que hemos ensayado a lo largo de casi treinta siglos: libros de humo, de piedra, de arcilla, de juncos, de seda, de piel, de árboles y, los últimos llegados, de plástico y luz. Es, además, un libro de viajes. Una ruta con escalas en los campos de batalla de Alejandro y en la Villa de los Papiros bajo la erupción del Vesubio, en los palacios de Cleopatra y en el escenario del crimen de Hipatia, en las primeras librerías conocidas y en los talleres de copia manuscrita, en las hogueras donde ardieron códices prohibidos, en el gulag, en la biblioteca de Sarajevo y en el laberinto subterráneo de Oxford en el año 2000. Un hilo que une a los clásicos con el vertiginoso mundo contemporáneo, conectándolos con debates actuales: Aristófanes y los procesos judiciales contra humoristas, Safo y la voz literaria de las mujeres, Tito Livio y el fenómeno fan, Séneca y la posverdad...  Pero, sobre todo, esta es una fabulosa aventura colectiva protagonizada por miles de personas que, a lo largo del tiempo, han hecho posibles y han protegido los libros: narradoras orales, escribas, iluminadores, traductores, vendedores ambulantes, maestras, sabios, espías, rebeldes, monjas, esclavos, aventureras... Lectores en paisajes de montaña y junto al mar que ruge, en las capitales donde la energía se concentra y en los enclaves más apartados donde el saber se refugia en tiempos de caos. Gente común cuyos nombres en muchos casos no registra la historia, esos salvadores de libros que son los auténticos protagonistas de este ensayo. «Muy bien escrito, con páginas realmente admirables; el amor a los libros y a la lectura son la atmósfera en la que transcurren las páginas de esta obra maestra. Tengo la seguridad absoluta de que se seguirá leyendo cuando sus lectores de ahora estén ya en la otra vida».  MARIO VARGAS LLOSA

IRENE VALLEJO (Zaragoza, 1979) estudió Filología Clásica y obtuvo el Doctorado Europeo por las universidades de Zaragoza y Florencia. En la actualidad lleva a cabo una intensa labor de divulgación del mundo clásico impartiendo conferencias y cursos. Colabora con el diario Heraldo de Aragón y con El País Semanal. De su obra literaria destacan las novelas La luz sepultada (2011) y El silbido del arquero (2015). Ha publicado ensayos y libros infantiles. Las antologías Alguien habló de nosotros (2017) y El futuro recordado (2020) recogen sus artículos periodísticos.
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Produkt

KlappentextPREMIO NACIONAL DE ENSAYO 2020 De humo, de piedra, de arcilla, de seda, de piel, de árboles, de plástico y de luz...Un recorrido por la vida del libro y de quienes lo han salvaguardado durante casi treinta siglos. Este es un libro sobre la historia de los libros. Un recorrido por la vida de ese fascinante artefacto que inventamos para que las palabras pudieran viajar en el espacio y en el tiempo. La historia de su fabricación, de todos los tipos que hemos ensayado a lo largo de casi treinta siglos: libros de humo, de piedra, de arcilla, de juncos, de seda, de piel, de árboles y, los últimos llegados, de plástico y luz. Es, además, un libro de viajes. Una ruta con escalas en los campos de batalla de Alejandro y en la Villa de los Papiros bajo la erupción del Vesubio, en los palacios de Cleopatra y en el escenario del crimen de Hipatia, en las primeras librerías conocidas y en los talleres de copia manuscrita, en las hogueras donde ardieron códices prohibidos, en el gulag, en la biblioteca de Sarajevo y en el laberinto subterráneo de Oxford en el año 2000. Un hilo que une a los clásicos con el vertiginoso mundo contemporáneo, conectándolos con debates actuales: Aristófanes y los procesos judiciales contra humoristas, Safo y la voz literaria de las mujeres, Tito Livio y el fenómeno fan, Séneca y la posverdad...  Pero, sobre todo, esta es una fabulosa aventura colectiva protagonizada por miles de personas que, a lo largo del tiempo, han hecho posibles y han protegido los libros: narradoras orales, escribas, iluminadores, traductores, vendedores ambulantes, maestras, sabios, espías, rebeldes, monjas, esclavos, aventureras... Lectores en paisajes de montaña y junto al mar que ruge, en las capitales donde la energía se concentra y en los enclaves más apartados donde el saber se refugia en tiempos de caos. Gente común cuyos nombres en muchos casos no registra la historia, esos salvadores de libros que son los auténticos protagonistas de este ensayo. «Muy bien escrito, con páginas realmente admirables; el amor a los libros y a la lectura son la atmósfera en la que transcurren las páginas de esta obra maestra. Tengo la seguridad absoluta de que se seguirá leyendo cuando sus lectores de ahora estén ya en la otra vida».  MARIO VARGAS LLOSA

IRENE VALLEJO (Zaragoza, 1979) estudió Filología Clásica y obtuvo el Doctorado Europeo por las universidades de Zaragoza y Florencia. En la actualidad lleva a cabo una intensa labor de divulgación del mundo clásico impartiendo conferencias y cursos. Colabora con el diario Heraldo de Aragón y con El País Semanal. De su obra literaria destacan las novelas La luz sepultada (2011) y El silbido del arquero (2015). Ha publicado ensayos y libros infantiles. Las antologías Alguien habló de nosotros (2017) y El futuro recordado (2020) recogen sus artículos periodísticos.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788417860868
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2019
Erscheinungsdatum18.09.2019
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.105
Seiten452 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse2392 Kbytes
Artikel-Nr.4911900
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe

Prólogo
Misteriosos grupos de hombres a caballo recorren los caminos de Grecia. Los campesinos los observan con desconfianza desde sus tierras o desde las puertas de sus cabañas. La experiencia les ha enseñado que solo viaja la gente peligrosa: soldados, mercenarios y traficantes de esclavos. Arrugan la frente y gruñen hasta que los ven hundirse otra vez en el horizonte. No les gustan los forasteros armados.

Los jinetes cabalgan sin fijarse en los aldeanos. Durante meses han escalado montañas, han franqueado desfiladeros, han cruzado valles, han vadeado ríos, han navegado de isla en isla. Sus músculos y su resistencia se han endurecido desde que les encargaron esta extraña misión. Para cumplir su tarea deben aventurarse por los violentos territorios de un mundo en guerra casi constante. Son cazadores en busca de presas de un tipo muy especial. Presas silenciosas, astutas, que no dejan rastro ni huella.

Si estos inquietantes emisarios se sentasen en la taberna de algún puerto, a beber vino, comer pulpo asado, hablar y emborracharse con desconocidos (nunca lo hacen por prudencia), podrían contar grandes historias de viajes. Se han adentrado en tierras azotadas por la peste. Han atravesado comarcas asoladas por incendios, han contemplado la ceniza caliente de la destrucción y la brutalidad de rebeldes y mercenarios en pie de guerra. Como todavía no existen mapas de regiones extensas, se han perdido y han caminado sin rumbo durante días enteros bajo la furia del sol o las tormentas. Han tenido que beber aguas repugnantes que les han causado diarreas monstruosas. Siempre que llueve, los carros y las mulas se atascan en los charcos; entre gritos y juramentos han tirado de ellos hasta caer de rodillas y besar el barro. Cuando la noche les sorprende lejos de cobijo alguno, solo su capa les protege de los escorpiones. Han conocido el tormento enloquecedor de los piojos y el miedo constante a los bandoleros que infestan los caminos. Muchas veces, cabalgando por inmensas soledades, se les hiela la sangre al imaginar un grupo de bandidos esperándolos, conteniendo el aliento, escondidos en algún recodo del camino para caer sobre ellos, asesinarlos a sangre fría, robarles la bolsa y abandonar sus cadáveres calientes entre los arbustos.

Es lógico que tengan miedo. El rey de Egipto les ha confiado grandes sumas de dinero antes de enviarlos a cumplir sus órdenes a la otra orilla del mar. En aquel tiempo, solo unas décadas después de la muerte de Alejandro, viajar llevando una gran fortuna era muy arriesgado, casi suicida. Y, aunque los puñales de los ladrones, las enfermedades contagiosas y los naufragios amenazan con hacer fracasar una misión tan cara, el faraón insiste en enviar a sus agentes desde el país del Nilo, cruzando fronteras y grandes distancias, en todas las direcciones. Desea apasionadamente, con impaciencia y dolorosa sed de posesión, esas presas que sus cazadores secretos rastrean para él, haciendo frente a peligros ignotos.

Los campesinos que se sientan a fisgonear a la puerta de sus cabañas, los mercenarios y los bandidos habrían abierto unos ojos asombrados y una boca incrédula si hubieran sabido qué perseguían los jinetes extranjeros.

Libros, buscaban libros.

Era el secreto mejor guardado de la corte egipcia. El Señor de las Dos Tierras, uno de los hombres más poderosos del momento, daría la vida (la de otros, claro; siempre es así con los reyes) por conseguir todos los libros del mundo para su Gran Biblioteca de Alejandría. Perseguía el sueño de una biblioteca absoluta y perfecta, la colección donde reuniría todas las obras de todos los autores desde el principio de los tiempos.

 

 

 

Siempre me asusta escribir las primeras líneas, cruzar el umbral de un nuevo libro. Cuando he recorrido todas las bibliotecas, cuando los cuadernos revientan de notas enfebrecidas, cuando ya no se me ocurren pretextos razonables, ni siquiera insensatos, para seguir esperando, lo retraso aún varios días durante los cuales entiendo en qué consiste ser cobarde. Sencillamente, no me siento capaz. Todo debería estar ahí -el tono, el sentido del humor, la poesía, el ritmo, las promesas-. Los capítulos todavía sin escribir deberían adivinarse ya, pugnando por nacer, en el semillero de las palabras elegidas para empezar. Pero ¿cómo se hace eso? Mi bagaje ahora mismo son las dudas. Con cada libro vuelvo al punto de partida y al corazón agitado de todas las primeras veces. Escribir es intentar descubrir lo que escribiríamos si escribiésemos, así lo expresa Marguerite Duras, pasando del infinitivo al condicional y luego al subjuntivo, como si sintiese el suelo resquebrajarse bajo sus pies.

En el fondo, no es tan diferente de todas esas cosas que empezamos a hacer antes de saber hacerlas: hablar otro idioma, conducir, ser madre. Vivir.

Después de todas las agonías de la duda, después de agotar los aplazamientos y las coartadas, una tarde calurosa de julio me enfrento a la soledad de la página en blanco. He decidido abrir mi texto con la imagen de unos enigmáticos cazadores al acecho de la presa. Me identifico con ellos, me gusta su paciencia, su estoicismo, sus tiempos perdidos, la lentitud y la adrenalina de la búsqueda. Durante años he trabajado como investigadora, consultando fuentes, documentándome y tratando de conocer el material histórico. Pero, a la hora de la verdad, la historia real y documentada que voy descubriendo me parece tan asombrosa que invade mis sueños y cobra, sin yo quererlo, la forma de un relato. Siento la tentación de entrar en la piel de los buscadores de libros en los caminos de una Europa antigua, violenta y convulsa. ¿Y si empiezo narrando su viaje? Podría funcionar, pero ¿cómo mantener diferenciado el esqueleto de los datos bajo el músculo y la sangre de la imaginación?

Creo que el punto de partida es tan fantástico como el viaje en busca de las Minas del Rey Salomón o del Arca Perdida, pero los documentos atestiguan que existió de verdad en la mente megalómana de los reyes de Egipto. Tal vez allá, en el siglo III a. C., fue la única y última vez que se pudo hacer realidad el sueño de juntar todos los libros del mundo sin excepción en una biblioteca universal. Hoy nos parece la trama de un fascinante cuento abstracto de Borges -o, quizá, su gran fantasía erótica-.

En la época del gran proyecto alejandrino, no existía nada parecido al comercio internacional de libros. Estos se podían comprar en ciudades con una larga vida cultural, pero no en la joven Alejandría. Los textos cuentan que los reyes usaron las enormes ventajas del poder absoluto para enriquecer su colección. Lo que no podían comprar, lo confiscaban. Si era preciso rebanar cuellos o arrasar cosechas para hacerse con un libro codiciado, darían la orden de hacerlo diciéndose que el esplendor de su país era más importante que los pequeños escrúpulos.

La estafa, por supuesto, formaba parte del repertorio de cosas que estaban dispuestos a hacer para conseguir sus objetivos. Ptolomeo III ansiaba las versiones oficiales de las obras de Esquilo, Sófocles y Eurípides conservadas en el archivo de Atenas desde su estreno en los festivales teatrales. Los embajadores del faraón pidieron prestados los valiosos rollos para encargar copias a sus minuciosos amanuenses. Las autoridades atenienses exigieron la exorbitante fianza de quince talentos de plata, que equivale a millones de dólares de hoy. Los egipcios pagaron, dieron las gracias con pomposas reverencias, hicieron solemnes juramentos de devolver el préstamo antes de que transcurrieran -digamos- doce lunas, se amenazaron a sí mismos con truculentas maldiciones si los libros no volvían en perfecto estado y a continuación, por supuesto, se los apropiaron, renunciando al depósito. Los dirigentes de Atenas tuvieron que soportar el atropello. La orgullosa capital de tiempos de Pericles se había convertido en una ciudad provinciana de un reino incapaz de rivalizar con el poderío de Egipto, que dominaba el comercio del cereal, el petróleo de la época.

Alejandría era el principal puerto del país y su nuevo centro vital. Desde siempre, una potencia económica de esa magnitud puede extralimitarse alegremente. A todos los barcos de cualquier procedencia que hacían escala en la capital de la Biblioteca se les sometía a un registro inmediato. Los oficiales de aduanas requisaban cualquier escrito que encontraban a bordo, lo hacían copiar en papiros nuevos, devolvían las copias y retenían los originales. Estos libros tomados al abordaje iban a parar a las estanterías de la Biblioteca con una breve anotación aclarando su procedencia («fondo de las naves»).

Cuando estás en la cima del mundo, no hay favores excesivos. Se decía que Ptolomeo II envió mensajeros a los soberanos y gobernantes de cada país de la tierra. En una carta sellada les pedía que se tomasen la molestia de enviarle para su colección sencillamente todo: las obras de poetas y escritores en prosa de su reino, de oradores y filósofos, de médicos y adivinos, de historiadores y todos los demás.

Además -y esta ha sido mi puerta de entrada a esta historia-, los reyes enviaron por los peligrosos caminos y mares del mundo conocido a agentes con la bolsa llena y órdenes de comprar la máxima cantidad posible de libros y de encontrar, allí donde estuvieran, las copias más antiguas. Ese apetito de libros y los precios que se llegaban a pagar por ellos atrajeron a pícaros y falsificadores. Ofrecían rollos de falsos textos valiosos, envejecían el papiro, fundían varias obras en una para aumentar su extensión e inventaban toda clase de hábiles manipulaciones....

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Autor

IRENE VALLEJO (Zaragoza, 1979) estudió Filología Clásica y obtuvo el Doctorado Europeo por las universidades de Zaragoza y Florencia. En la actualidad lleva a cabo una intensa labor de divulgación del mundo clásico impartiendo conferencias y cursos. Colabora con el diario Heraldo de Aragón y con El País Semanal. De su obra literaria destacan las novelas La luz sepultada (2011) y El silbido del arquero (2015). Ha publicado ensayos y libros infantiles. Las antologías Alguien habló de nosotros (2017) y El futuro recordado (2020) recogen sus artículos periodísticos.