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Balvanera

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
672 Seiten
Spanisch
EDHASAerschienen am25.05.2022
LA PUTA BEATA, EL FRAILE DESCREÍDO, EL INDIO COJO Y EL HIDEPUTA HONRADO. Su madre era puta. Su padre, inglés. No tenía apellido cuando el apellido era lo único que espantaba el hambre. Aún así, iluso, Camacho se empeñó en ganarse el pan con el único mérico de ser honrado, y todo se fue al carajo. A la fuerza ahorcan. Una puta beata, un indio mudo, un fraile descreído y ese hideputa honrado intentarán robar el mayor cargamento de la historia de la flora de indias. Al otro lado de la mar océana, en aquella Nueva España de un imperio donde no se pone el sol, en un Yucatán donde la lluvia tropical borraba las misericordias, las bodegas de la Balvanera se estaban llenando con la mercancía más valiosa de su tiempo: el palo de tinte. Y, mientras, la Parca buscaba cobrarse sus deudas... La nueva novela de Narla, el ganador del I Premio Edhasa Narrativas Históricas: ¡¡sorprendente!!

Francisco Narla, nacido en Lugo en 1978 y afincado en un pequeño pueblo del corazón de Galicia, Friol, es aviador y escritor. Pero son sus aficiones las que lo definen; arquero, pescador con mosca, aficionado a los bonsáis, apicultor y casi cualquier cosa sobre la que pueda leer en un libro. Ha publicado poesía, relatos, ensayos técnicos y novelas. Ha colaborado con radio y televisión y también es conferenciante habitual en foros universitarios. En 2009 publica su primera novela, Los lobos del centeno. En noviembre de 2010 ve la luz su segunda obra de ficción, Caja negra, reeditada en 2015 y traducida a varios idiomas. En 2012 nos sorprendió con Assur, con la que recibe el aplauso del público y conquista las listas de los más vendidos. Y al año siguiente nos presenta Ronin, que le consagró como uno de los más versátiles y talentosos escritores de novela histórica de nuestro país, género que ha continuado en su trabajo más personal y última novela hasta la fecha: Donde aúllan las colinas. En 2018 gana el I Premio Edhasa de Narrativas Históricas con la obra Laín. El bastardo. Tras el éxito, tanto en ventas como en críticas, de Laín, Francisco Narla acaba de presentar su nueva novela que ya está en librerías, Fierro, seguro que recordarás este nombre....En 2019, publicó en Edhasa una nueva edición revisada por el mismo de la obra Los lobos del centeno en versión ilustrada; en 2020 una nueva edición de la epopeya vikinga titulada Assur que incluye un prólogo nuevo escrito por el propio autor, una guía del viaje y un mapa del viaje; y en 2021 la nueva edición de su aclamada obra Ronin, sobre la venganza de un samurai. En 2022 publica Balvanera.
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR32,50
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR11,99

Produkt

KlappentextLA PUTA BEATA, EL FRAILE DESCREÍDO, EL INDIO COJO Y EL HIDEPUTA HONRADO. Su madre era puta. Su padre, inglés. No tenía apellido cuando el apellido era lo único que espantaba el hambre. Aún así, iluso, Camacho se empeñó en ganarse el pan con el único mérico de ser honrado, y todo se fue al carajo. A la fuerza ahorcan. Una puta beata, un indio mudo, un fraile descreído y ese hideputa honrado intentarán robar el mayor cargamento de la historia de la flora de indias. Al otro lado de la mar océana, en aquella Nueva España de un imperio donde no se pone el sol, en un Yucatán donde la lluvia tropical borraba las misericordias, las bodegas de la Balvanera se estaban llenando con la mercancía más valiosa de su tiempo: el palo de tinte. Y, mientras, la Parca buscaba cobrarse sus deudas... La nueva novela de Narla, el ganador del I Premio Edhasa Narrativas Históricas: ¡¡sorprendente!!

Francisco Narla, nacido en Lugo en 1978 y afincado en un pequeño pueblo del corazón de Galicia, Friol, es aviador y escritor. Pero son sus aficiones las que lo definen; arquero, pescador con mosca, aficionado a los bonsáis, apicultor y casi cualquier cosa sobre la que pueda leer en un libro. Ha publicado poesía, relatos, ensayos técnicos y novelas. Ha colaborado con radio y televisión y también es conferenciante habitual en foros universitarios. En 2009 publica su primera novela, Los lobos del centeno. En noviembre de 2010 ve la luz su segunda obra de ficción, Caja negra, reeditada en 2015 y traducida a varios idiomas. En 2012 nos sorprendió con Assur, con la que recibe el aplauso del público y conquista las listas de los más vendidos. Y al año siguiente nos presenta Ronin, que le consagró como uno de los más versátiles y talentosos escritores de novela histórica de nuestro país, género que ha continuado en su trabajo más personal y última novela hasta la fecha: Donde aúllan las colinas. En 2018 gana el I Premio Edhasa de Narrativas Históricas con la obra Laín. El bastardo. Tras el éxito, tanto en ventas como en críticas, de Laín, Francisco Narla acaba de presentar su nueva novela que ya está en librerías, Fierro, seguro que recordarás este nombre....En 2019, publicó en Edhasa una nueva edición revisada por el mismo de la obra Los lobos del centeno en versión ilustrada; en 2020 una nueva edición de la epopeya vikinga titulada Assur que incluye un prólogo nuevo escrito por el propio autor, una guía del viaje y un mapa del viaje; y en 2021 la nueva edición de su aclamada obra Ronin, sobre la venganza de un samurai. En 2022 publica Balvanera.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788435046275
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2022
Erscheinungsdatum25.05.2022
Seiten672 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse3678 Kbytes
Artikel-Nr.9519403
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


Decía que había sufrido en San Quintín de tambor. Presumía de haber descabellado a más flamencos que el Tercio de Saboya. Contaba que había formado de piquero, primero, y de arcabucero después. Y también se jactaba de que, cuando pidió licencia, mandaba de alférez.

Eso decía él. Y otros lo desmentían, aunque nadie tenía el cuajo de echárselo en cara.

No decía, sin embargo, sus razones para cruzar la mar océana. Y menos aún cómo un respetable oficial, con su banda, su paga y su patente firmada, había acabado de cazador de esclavos.

Así se ganaba el pan hasta que Melchor de Mora e Hijuelo lo contrató para escoltar sus envíos. Y todos sabían que no lo había elegido por las buenas referencias, sino por las malas.

Pese a los calores, sabedor del polvo que levantaba, vestía coleto recio, de los que alivian cuchilladas traperas. Lo cruzaba con una canana donde colgaba una ristra de petaquillas, cebada cada una de ellas con la pólvora para un disparo. Y en la muñeca llevaba siempre enrollados dos palmos de mecha.

A Damián de Roa bastaba echarle un vistazo cansado para no dudarle las intenciones. Y nunca parecían buenas.

Allí, comido por la espesa jungla, con sus ropas de soldado gastado, tenía algo de aparición salida de cuento de viejas. Bajo el mostacho asomaba un colmillo retorcido y en los labios, una sonrisa revenida. En la mano, un sable de batalla. Al cinto, la quitapenas, lista para descerrajar plomo. En el pecho, la guerra y, a los pies, un indio que se agarraba la riñonada con manos ensangrentadas.

El herido suplicaba por su vida. Farfullaba, misturando su lengua con algo en cristiano. Y Roa no le prestaba atención; miraba ceñudo en derredor.

La bronca no había terminado. La jungla se agitaba con escándalo. Desquiciados, los micos brincaban de rama en rama. Los tucanes y las lorillas graznaban. Cargadas a más no poder, las más de cincuenta mulas, con los ojos espantados, resoplaban, pugnaban por alejarse de la muerte que olían por doquier.

Pero la mano firme de los hombres de Roa no daba tregua a las bridas. La partida de ocho traía el último cargamento de la temporada. Y la ruta, costeando desde los bosques de Río Lagartos hasta la villa de Campeche, era una tentación para quienes aún tenían fuerzas para rebelarse contra Castilla. Testarudos, los indios no se convencían de que sus mazas y cuchillos de negra piedra poco podían contra el acero toledano.

Camacho llegó a tiempo de ver cómo Roa rajaba el gaznate del indio a sus pies. Y todo el alivio de encontrarse con la partida se desvaneció.

-Echa una mano, pisaverdes. ¡Haz algo útil! Ayuda a asentar a las mulas -espetó el soldado al verlo allí plantado-. Y vosotros dos -gritó volviéndose hacia un par de hermanos gaditanos que siempre se acababan el uno al otro las frases-, salid tras el que marchó corriendo; aún está a tiro de mosquete.

Y se echaron a la selva. El resto de la partida se afanó: había que degollar una mula con la pata quebrada, repartir la carga entre las demás, rematar al resto de los indios y, lo más importante, ponerse en marcha cuanto antes. En la jungla merodeaban más que indios. También negros cimarrones, gente de la competencia y, si picaba la avaricia, incluso piratas dispuestos a jugársela en tierra.

Tras mirar compungido los cadáveres, haciendo de tripas corazón, Camacho cerró bajo llave el espanto de la carnicería.

Tenían prisa.

-A de Mora se le antojaba que tardabais y me mandó venir...

Un chistar lleno de desdén lo interrumpió:

-A de Mora se le antoja lo que no tiene ni repajolera idea -tascó Roa-. Ya advertí yo que estos condenados -enfatizó sus palabras sacudiendo un puntapié al cadáver- andan levantiscos. Saben que se zarpará pronto y, para colmo, los herejes comeboñigas de los ingleses están a la que salta. Andan ofreciendo baratijas y cascabeles.

A falta de plumas, el único ornamento del sombrero era un cerco de sudor; bajo el ala chafada por el bochorno, los ojos de Roa relampaguearon.

-Esos protestantes de mierda compran lo robado y tienen el cuajo de contrabandear bajo nuestras propias narices... ¡Ingleses! En la picota los ponía yo a todos, ¡empalados como pollos...!

Camacho sintió el rubor correteando por sus mejillas y decidió prestar atención a su propia mula, que piafó nerviosa.

Callaron entonces los monos, y las cabezas de los vivos se volvieron hacia la jungla. Las manos apretaron las empuñaduras. Se espesó el silencio.

Iba a preguntar al soldado, cuando un silbido le dio la respuesta. Haciéndole bailar el flequillo, una flecha pasó a una pulgada de afeitarle las cejas, a dos de negarle las ideas.

-Parece que sigue la juerga -aulló Roa, macabro.

Y el hijo de la Camacha tuvo la certeza de que no era bravuconería. El veterano estaba encantado de dar trabajo al hierro que empuñaba.

Arrepintiéndose de inmediato de no haber ingeniado una excusa para no verse en aquéllas, Camacho empezó a retroceder. Había oído las historias. Los rumores corrían, y todos en Campeche, Mérida o Tabasco temían a las partidas de rebeldes. Todavía se recordaba lo que contaran los hombres de Montejo al salir de la selva tras la conquista de aquellas tierras. El horror de los sacrificios seguía murmurándose sobre las copas de vino en las tabernas de Nueva España. Más de un trujillano había muerto viendo cómo, recién arrancado del pecho abierto, su propio corazón dejaba de latir frente a sus ojos en la mano ensangrentada de un pagano con el rostro deforme.

Encarnando esa pesadilla, aquellos demonios salieron de la espesura como una jauría.

Por delante de los más de veinte salvajes venían a toda prisa, trastabillando y maldiciendo, los dos gaditanos. Buscaban el socorro de sus camaradas; pedían cobertura.

Las mulas se espantaron.

Los hombres blasfemaron.

Un portugués, corto de estatura y ancho como un cepo, cayó de pronto al suelo sujetándose el muslo. Entre sus dedos tintos sobresalía el astil de una flecha.

-¡Voto a Cristo! -se oyó.

-¡Capadlos a todos! -gritó Roa por respuesta.

Uno de los indios aulló algo incompresible. Pero los cristianos entendieron sin fraile que tradujese.

-O a cenar con Cristo o a Constantinopla -gritó un guipuzcoano que presumía de haber luchado en el Milanesado y que se manejaba con la ballesta.

Sin tiempo para un tedeum, la batalla se tragó a Camacho. A punto estuvo de cagarse en los calzones; lo suyo eran la escribanía, la tinta y las cuentas del negocio, no jugarse el pellejo para guardar la mercancía.

Uno de los gaditanos, Camacho nunca sabía quién era Antón y cuál era Juan, forcejeaba con uno de los indios. Otro par, un cacereño paticorto y un toledano grande como un buey, se jugaba la vida entre gruñidos. Intentaban proteger al portugués caído, que maldecía con acento de su tierra y se cagaba en todos los descubrimientos y venturas de las nuevas tierras allende el océano. Allí no había Gran Capitán ni ondeaba la Cruz de San Andrés. La única disciplina la ponía el ansia de mantener el pellejo entero, y cada cual se las apañaba como le cuadraba.

Camacho, horrorizado, seguía reculando.

Un acierto del guipuzcoano le vació el ojo a un indio corto de talla y largo de talle. Cayó como un fardo.

Aquello no eran rumores de taberna. Camacho intentaba apartarse del camino. Refugiarse junto a un árbol, esconderse en la espesura como un conejo.

Pero uno de los mayas lo vio y se echó hacia él. Desnudo a no ser por un taparrabos, tenía el cuerpo cubierto de oscuros tatuajes. En la mano llevaba una tranca como un bate de jugar al mayo, aunque en los bordes, como salvajes puntadas, se incrustaban pedruscos de obsidiana. Pero lo más inquietante eran sus ojos, casi negros; bizcos.

Por fortuna. El último de los hombres de Roa, un jerezano rubicundo que se gastaba cuanto ganaba en vino de su tierra, justo despachó a otro de los indios y se interpuso. Tuvo ocasión el hijo de la Camacha de pensar en cuál sería el precio de las botijas de jerez, deseoso de pagar el favor con una ronda generosa.

Casi respiraba con alivio cuando el asunto se torció. El jerezano se despistó, y el indio se aprovechó. Lo cogió de través tras esquivar un envite.

Se escuchó la blasfemia del cristiano al saberse condenado.

El golpe sonó tal que el tronzarse de una rama. Le dio dentera, y no le llegó la camisa al cuerpo.

El indio no perdió el tiempo. Apoyó el pie sobre el hombro del muerto y tiró hasta sacar aquel extraño mandoble incrustado en la nuca del borrachín. El chasquido al liberarlo resonó con repeluzno. Y se echó a andar hacia Camacho.

La macana bailaba al compás de los pasos. De una de las piedras, tras vacilar un instante, cayó un cacho del jerezano. Tenía pegado un mechón moreno y ensortijado. Quedó allí, reluciente de sangre fresca, en la tierra oscura y pisoteada, a merced de las hormigas.

Tragando con dificultad, miró a todos lados buscando ayuda, pero no había quien echase una mano. Todos estaban ocupados. El tronco de una ceiba le dio en la espalda y, con un vistazo sobre el hombro, comprendió que o se echaba a correr o plantaba cara.

Sólo verlo tan cerca le enfrió el espinazo.

De niño le habían apretado la sesera entre tablas. Su calavera deforme se afinaba en la coronilla, donde colgaba una coleta extraña; llevaba parte de la cabeza rapada y...
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Autor

Francisco Narla, nacido en Lugo en 1978 y afincado en un pequeño pueblo del corazón de Galicia, Friol, es aviador y escritor. Pero son sus aficiones las que lo definen; arquero, pescador con mosca, aficionado a los bonsáis, apicultor y casi cualquier cosa sobre la que pueda leer en un libro.

Ha publicado poesía, relatos, ensayos técnicos y novelas. Ha colaborado con radio y televisión y también es conferenciante habitual en foros universitarios.

En 2009 publica su primera novela, Los lobos del centeno. En noviembre de 2010 ve la luz su segunda obra de ficción, Caja negra, reeditada en 2015 y traducida a varios idiomas. En 2012 nos sorprendió con Assur, con la que recibe el aplauso del público y conquista las listas de los más vendidos. Y al año siguiente nos presenta Ronin, que le consagró como uno de los más versátiles y talentosos escritores de novela histórica de nuestro país, género que ha continuado en su trabajo más personal y última novela hasta la fecha: Donde aúllan las colinas. En 2018 gana el I Premio Edhasa de Narrativas Históricas con la obra Laín. El bastardo. Tras el éxito, tanto en ventas como en críticas, de Laín, Francisco Narla acaba de presentar su nueva novela que ya está en librerías, Fierro, seguro que recordarás este nombre....En 2019, publicó en Edhasa una nueva edición revisada por el mismo de la obra Los lobos del centeno en versión ilustrada; en 2020 una nueva edición de la epopeya vikinga titulada Assur que incluye un prólogo nuevo escrito por el propio autor, una guía del viaje y un mapa del viaje; y en 2021 la nueva edición de su aclamada obra Ronin, sobre la venganza de un samurai. En 2022 publica Balvanera.

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