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Muros de Troya, playas de Ítaca

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
164 Seiten
Spanisch
Siruelaerschienen am01.06.20221. Auflage
«Una intelectual rigurosa y brillante, una escritora comprometida con la tradición clásica actual; es decir, una humanista auténtica, en el mejor sentido del término, algo ya muy poco frecuente».  Carlos García Gual, El País Resulta indiscutible que la literatura occidental hunde sus raíces en la Ilíada y la Odisea, atribuidas tradicionalmente a un misterioso autor originario de Asia Menor. Pero ¿quién compuso realmente los dos poemas homéricos? ¿Cuál era el mundo en el que convivían sus dioses y sus héroes? ¿Qué visión nos ofrecen de las primeras etapas de la civilización? Desde el primer momento, estas dos epopeyas suscitaron una admiración unánime y sirvieron como alimento y modelo a los poetas líricos, a los trágicos, a los historiadores... Sentaron además las bases para la cultura y la educación en toda Grecia, y sus personajes -Aquiles y Patroclo, Héctor y Andrómaca, Ulises y Penélope- han llegado intactos hasta nuestros días, convirtiéndose también para nosotros en seres familiares. En Muros de Troya, playas de Ítaca, Jacqueline de Romilly, la gran dama de los estudios clásicos franceses, examina el lugar esencial que ocupa el corpus de Homero en nuestra historia, analizando los interrogantes de su génesis -objeto inagotable de audaces conjeturas y meticulosas investigaciones filológicas-, así como los motivos del placer constantemente renovado que ofrecen unas obras que siguen cautivando a cuantos lectores se acercan a ellas.

Jacqueline de Romilly (Chartres, 1913-Boulogne-Billancour, 2010) fue profesora de Griego Clásico en las universidades de Lille y París y fue la primera mujer en enseñar en el Collège de France. Perteneció a la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres e ingresó también en la Académie Française. Traductora de Tucídides, publicó además importantes estudios sobre Esquilo, Eurípides y Homero. Además de numerosos premios y reconocimientos, obtuvo la nacionalidad griega y fue nombrada embajadora del helenismo.
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Produkt

Klappentext«Una intelectual rigurosa y brillante, una escritora comprometida con la tradición clásica actual; es decir, una humanista auténtica, en el mejor sentido del término, algo ya muy poco frecuente».  Carlos García Gual, El País Resulta indiscutible que la literatura occidental hunde sus raíces en la Ilíada y la Odisea, atribuidas tradicionalmente a un misterioso autor originario de Asia Menor. Pero ¿quién compuso realmente los dos poemas homéricos? ¿Cuál era el mundo en el que convivían sus dioses y sus héroes? ¿Qué visión nos ofrecen de las primeras etapas de la civilización? Desde el primer momento, estas dos epopeyas suscitaron una admiración unánime y sirvieron como alimento y modelo a los poetas líricos, a los trágicos, a los historiadores... Sentaron además las bases para la cultura y la educación en toda Grecia, y sus personajes -Aquiles y Patroclo, Héctor y Andrómaca, Ulises y Penélope- han llegado intactos hasta nuestros días, convirtiéndose también para nosotros en seres familiares. En Muros de Troya, playas de Ítaca, Jacqueline de Romilly, la gran dama de los estudios clásicos franceses, examina el lugar esencial que ocupa el corpus de Homero en nuestra historia, analizando los interrogantes de su génesis -objeto inagotable de audaces conjeturas y meticulosas investigaciones filológicas-, así como los motivos del placer constantemente renovado que ofrecen unas obras que siguen cautivando a cuantos lectores se acercan a ellas.

Jacqueline de Romilly (Chartres, 1913-Boulogne-Billancour, 2010) fue profesora de Griego Clásico en las universidades de Lille y París y fue la primera mujer en enseñar en el Collège de France. Perteneció a la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres e ingresó también en la Académie Française. Traductora de Tucídides, publicó además importantes estudios sobre Esquilo, Eurípides y Homero. Además de numerosos premios y reconocimientos, obtuvo la nacionalidad griega y fue nombrada embajadora del helenismo.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788419207814
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2022
Erscheinungsdatum01.06.2022
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.129
Seiten164 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1446 Kbytes
Artikel-Nr.9521019
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


I
Nacimiento de las dos epopeyas

Homero, para los autores de la Antigüedad, era un poeta del siglo VIII a. C., autor de la Ilíada, de la Odisea y, por añadidura, de otros poemas cuya paternidad los autores modernos le han negado resueltamente. Este poeta, para los autores de la Antigüedad, vivía en Asia Menor o cerca de Asia Menor. Tal vez naciera en Esmirna; probablemente viviera en Quíos; según la tradición era ciego. Eso es todo lo que sabemos de él. Pero la cuestión de las fechas da que pensar.

De la guerra de Troya

a Homero

En efecto, esta fecha del siglo VIII y la de la guerra de Troya, sobre la que escribe Homero, están muy alejadas. La guerra de Troya tiene lugar sobre el año 1200 a. C. Entre el tema y el relato han pasado cuatro siglos, siglos particularmente ricos en acontecimientos históricos: los conocemos mejor gracias a los descubrimientos arqueológicos que abundaron desde el último cuarto del siglo XIX y hasta estos últimos años.

Existió en primer lugar la brillante civilización cretense, o minoica, cuya elegancia y riqueza conocemos por los restos de Cnosos. A esto pueden añadirse los descubrimientos más recientes de la isla de Tera (Santorini). Esta civilización, que floreció a mediados del segundo milenio, influyó probablemente en la que habría de sucederla en el continente y que, en muchos aspectos, se le parece: la civilización micénica. Esta duró aproximadamente del año 1600 a 1200. Desarrollada plenamente en los palacios del Peloponeso, en Micenas, Tinto, Pilos, se impuso en otros lugares y los micénicos sometieron incluso a Creta. Es una civilización más ruda que la minoica, pero rica y poderosa. Las excavaciones de Micenas (y más recientemente las de Pilos) nos permitieron conocerla por sus murallas y su oro, por sus armas y sus joyas, sus estatuillas y sus vasijas. Los micénicos utilizaban cierta escritura, de la que conservamos rastros en tablillas. Es una escritura silábica que se denomina Lineal B y que desde 1953 hemos logrado leer, constatando de este modo que se trataba ya de griego.

Hacia el final de esta época micénica se sitúa la expedición contra Troya, dirigida por Agamenón, rey de Micenas, y sobre su reinado nos informan las tabletas, que se siguen descifrando cada día.

¿Qué fue, entonces, esta guerra de Troya? En Troya también se ha excavado, se han hallado rastros de ciudades destruidas, se ha identificado una ciudad VII que sería la de la Ilíada. También se ha encontrado, en textos hititas y egipcios, la mención de los aqueos como una potencia activa en Asia Menor. Es probable que estos aqueos quisieran tomar y saquear Troya y lo hicieran. Pero eso no quiere decir que la auténtica guerra de Troya, aun admitiendo que haya tenido lugar, tuviera en sus causas o en su desarrollo algo, cualquier cosa, que pueda corresponder al relato de Homero: la leyenda de la que surgió la epopeya debió de desarrollarse a partir de un recuerdo bastante impreciso, recordando la gloria muy real que marcó los últimos tiempos de la potencia micénica.

Porque efectivamente son sus últimos tiempos. Hacia finales del segundo milenio, unos invasores del norte, los dorios -que hablaban otro dialecto griego-, se extendieron por todas partes y quemaron todos los palacios del continente, mientras otros movimientos de población agitaban Asia Menor. Entramos entonces en una especie de Edad Media griega que durará hasta el siglo VIII. Se pierde el uso de la escritura. Se practica el trabajo del hierro, un arte geométrico, una vida ruda.

Sin embargo, muy pronto, a raíz de estos dramas y de la superpoblación creada por los dorios, los griegos comienzan a emigrar desde el continente hacia Asia Menor. Allí se expanden por grupos étnicos (entre otros, eolios y jonios, los primeros al norte, los segundos al sur). Hacia el año 800, toda la costa de Anatolia estaba habitada por griegos y el comercio se había restablecido; la era de la colonización organizada se anunciaba, se adoptaba una nueva escritura adaptando un alfabeto prestado por los fenicios.

En este entorno de los griegos de Asia Menor, y en esta época de recuperación, se sitúa según la tradición la composición de la Ilíada y la Odisea, culminación de cuatro o cinco siglos de recuerdos transmitidos de forma oral.

A esto hay que añadir que tal vez las obras compuestas entonces no lo estuvieran ne varietur. Tuvo que haber adiciones posteriores, modificaciones, interpolaciones. Las hay en todos los textos griegos, pero con mayor razón en una epopeya que podía cantarse por fragmentos y retocarse a placer. Habría que esperar a Atenas, bajo Pisístrato, es decir, al siglo VI a. C., para que el texto de Homero quedase oficialmente fijado y las epopeyas tuvieran que ser recitadas como un todo homogéneo que no volvería a alterarse.

La Ilíada y la Odisea son por tanto la culminación de varios siglos de historia y pueden reflejar, según el caso, recuerdos antiguos o experiencias recientes. Pero, sobre todo, se vislumbra que tuvo que existir necesariamente una larga transmisión de la tradición durante todos esos siglos, que debe dar cuenta de los poemas que son su desenlace, y que nunca la conoceremos, puesto que de ella nada se ha escrito y se trataba de poesía oral.

Poesía oral

El propio Homero da fe de la existencia de esta poesía oral.

En efecto, en la Odisea presenta a dos aedos ejerciendo su actividad: Femio en Ítaca y Demódoco entre los feacios. Cantan al final de los banquetes para el placer de los grandes. Ellos mismos son tratados con mucha deferencia. Pero ¿qué cantan?

Los temas son los de toda la poesía épica: la gesta de los héroes. En la Odisea se trata precisamente de los héroes de la guerra de Troya, pero de dos episodios que Homero no relata. Demódoco comienza cantando una escena de la que Homero precisa que su fama llegó al cielo: la riña entre Ulises y Aquiles (Od., VIII, 73 y ss.). Después, Ulises le pide que cante la historia del caballo de Troya y Demódoco obedece de inmediato (491 y ss.). Por consiguiente, los episodios ya venían dados, ya eran conocidos, célebres. Pero eso no impidió que el artista dejase en ellos su marca personal: Homero no vacila en decir que la Musa inspira a Demódoco (73) y Ulises dice incluso: «ya te haya enseñado la Musa nacida de Zeus o ya Apolo» (488-489). No se trata por tanto de una simple ejecución. Sobre el tema dado por la tradición, el aedo borda y combina según su talento.

Es fácil comprender el principio de esa recitacióncreación si nos remitimos a las culturas en las que se ha conservado la poesía oral. Por eso los eruditos se apresuraron a estudiar esas culturas antes de que desapareciesen: en particular, Milman Parry y su discípulo Albert Lord en Yugoslavia. Desde 1933, recogieron más de doce mil textos de recitaciones épicas, con episodios que se reproducen, repeticiones, variantes, innovaciones.

Todo adquirió entonces más vida. Comprendimos mejor el extraordinario poder de la memoria, cuando se ejercita prescindiendo de la escritura. Comprendimos mejor también lo que podía aliviar a esa memoria, entre otras cosas, el empleo del verso y, sobre todo, las fórmulas.

De hecho, este es uno de los primeros rasgos que llaman la atención en la obra de Homero: en ella se encuentran constantemente versos o semiversos, o grupos de versos, que se repiten. Un héroe responde a otro o emprende el combate, o se enfada, o reviste las armas: para decirlo sirven versos ya hechos, basta con cambiar el nombre propio. O bien vemos que nace la aurora, se inicia un banquete, se desencadena una trifulca: en la obra se reproducen grupos de versos cada vez que se reproduce la ocasión; se repiten exactamente como la propia ocasión y, en la misma medida, descargan a la invención o a la memoria. Del mismo modo, las personas, los objetos reciben epítetos que se llaman «de naturaleza», es decir, epítetos que son siempre los mismos, que forman un semiverso, que cantan en el recuerdo y corresponden al carácter básico de la persona, al rasgo esencial del objeto. Aquiles casi siempre es llamado «Aquiles, el de los pies ligeros», y Héctor, «Héctor, de tremolante penacho»; del mismo modo, los caballos son «de ligeros cascos» y las lanzas son «agudas».

Que esta costumbre naciera de las limitaciones de la composición oral es algo indiscutible, y el hecho es que a veces estas mismas fórmulas han conservado términos antiguos, poco claros, que dan fe de su antigüedad: aún se debate hoy en día sobre el auténtico sentido de los nombres de Hera «de ojos de buey»* (bôopis) o de Hermes «gran celador Argifonte»; es muy posible que ni el propio Homero lo supiera.

Pero la comparación con los bardos yugoslavos también reveló la flexibilidad con la que estas fórmulas pueden variarse y combinarse libremente. Se conserva un mismo esquema métrico y se cambia una palabra, dos palabras, un semiverso; se conserva el primer verso y se modifica el resto. En definitiva, se utilizan libremente datos que solo están ahí para prestar su ayuda y que nunca contienen lo esencial.

Estos procedimientos de composición se utilizaban sin duda en Grecia desde hacía siglos. Por lo demás, está claro que debieron de servir en casi todas las epopeyas en las diversas civilizaciones: todas tuvieron comienzos orales y, en general, solo quedaron fijadas por escrito después de haber sido...

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Autor

Jacqueline de Romilly (Chartres, 1913-Boulogne-Billancour, 2010) fue profesora de Griego Clásico en las universidades de Lille y París y fue la primera mujer en enseñar en el Collège de France. Perteneció a la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres e ingresó también en la Académie Française. Traductora de Tucídides, publicó además importantes estudios sobre Esquilo, Eurípides y Homero. Además de numerosos premios y reconocimientos, obtuvo la nacionalidad griega y fue nombrada embajadora del helenismo.