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Ladrones en la noche

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
346 Seiten
Spanisch
Fondo de Cultura Económicaerschienen am06.01.20231
Ladrones en la noche, como los bautiza Koestler, fueron aquellos judíos que escaparon de la Europa antisemita antes de que fuera demasiado tarde y encontraron un refugio en la Palestina bajo mandato británico para luego darse la vuelta y despojar de sus tierras a los árabes y levantar sus torres por la mañana. Es admirable la exploración que hace Koestler a partir de su mentalidad, política, filosofía y religión para describir la interacción de los protagonistas, sus aspiraciones, desgracias y limitadas alegrías. A pesar de ser una novela, escrita desde una perspectiva histórica, es una obra llena de ideas transformadoras sobre la psicología, el sionismo, el socialismo, la sexualidad, la guerra, la paz, la vida y la muerte.

Arthur Koestler (1905-1983) fue un escritor y periodista británico de origen húngaro nacido en Budapest. A lo largo de su vida siguió muchas causas políticas y escribió novelas, memorias y biografías. Entre sus obras más destacadas se encuentran: The Gladiators: about the revolt of Spartacus (1939), Darkness at Noon (1940), Arrival and Departure (1940), Thieves in the Night (1946). Además de escribir numerosas novelas, también entre sus escritos existen varios ensayos como: Spanish Testament (1937), Scum of the Earth (1941) y Dialogue with Death (1942). Así mismo es autor de artículos sobre distintos temas como la genética, la eutanasia, el misticismo oriental, la neurología, el ajedrez, la evolución, la psicología y lo paranormal.
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Produkt

KlappentextLadrones en la noche, como los bautiza Koestler, fueron aquellos judíos que escaparon de la Europa antisemita antes de que fuera demasiado tarde y encontraron un refugio en la Palestina bajo mandato británico para luego darse la vuelta y despojar de sus tierras a los árabes y levantar sus torres por la mañana. Es admirable la exploración que hace Koestler a partir de su mentalidad, política, filosofía y religión para describir la interacción de los protagonistas, sus aspiraciones, desgracias y limitadas alegrías. A pesar de ser una novela, escrita desde una perspectiva histórica, es una obra llena de ideas transformadoras sobre la psicología, el sionismo, el socialismo, la sexualidad, la guerra, la paz, la vida y la muerte.

Arthur Koestler (1905-1983) fue un escritor y periodista británico de origen húngaro nacido en Budapest. A lo largo de su vida siguió muchas causas políticas y escribió novelas, memorias y biografías. Entre sus obras más destacadas se encuentran: The Gladiators: about the revolt of Spartacus (1939), Darkness at Noon (1940), Arrival and Departure (1940), Thieves in the Night (1946). Además de escribir numerosas novelas, también entre sus escritos existen varios ensayos como: Spanish Testament (1937), Scum of the Earth (1941) y Dialogue with Death (1942). Así mismo es autor de artículos sobre distintos temas como la genética, la eutanasia, el misticismo oriental, la neurología, el ajedrez, la evolución, la psicología y lo paranormal.
Details
Weitere ISBN/GTIN9786071677037
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Erscheinungsjahr2023
Erscheinungsdatum06.01.2023
Auflage1
Reihen-Nr.875
Seiten346 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1241 Kbytes
Artikel-Nr.10893880
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


1
SI MUERO hoy, no será porque me caí de un camión , pensó Joseph, clavando los dedos en la cubierta de lona alquitranada del vehículo, que no dejaba de sacudirse. Yacía de espaldas, bajo las estrellas, con los brazos extendidos como una figura crucificada horizontalmente sobre una carroza fúnebre. La carga del camión era tan grande que formaba una pila de cinco metros de altura, en cuya cima viajaban Joseph y sus amigos, tambaleándose sobre el lecho de rocas y baches de la cañada. La sensación general era la de un enorme mamut negro a punto de tropezar y desplomarse.

Al mirar hacia abajo desde el borde de la lona, Joseph recordó el vértigo que había experimentado, siendo niño, cuando lo subieron por primera vez al lomo de un caballo. El motor rugía y el vehículo sobrecargado avanzaba a tumbos sobre el lecho del río seco: se atoraba, para luego reiniciar la penosa marcha con un gemido lastimero. Seguía a un largo convoy de camiones, muy separados entre sí, que avanzaba a duras penas por el sinuoso curso de la cañada, como una caravana de gigantes torpes, oscuros y tambaleantes. Aún faltaba una hora para que saliera la luna y el cielo era ya una exhibición de estrellas brillantes: la Osa Mayor curiosamente echada sobre su lomo y la Vía Láctea apiñada en una amplia cicatriz luminosa que rasgaba la negrura del cielo. Todos los camiones del convoy tenían las luces atenuadas. Las pálidas rocas dormían en su sueño arcaico. La retaguardia de la caravana, que se dispersaba a lo largo de casi dos kilómetros, seguía a los demás como una guirnalda móvil de chispas en medio de la noche hostil.

El camión se inclinó casi treinta grados y, al otro lado de la lona, Dina lanzó un gritito de gozo. Joseph podía verla solamente si torcía el cuello hasta casi quebrarse las vértebras. Prefirió arquear el cuerpo apoyándose sobre la cabeza y los pies, con lo que vio el mundo de cabeza. Pero ver la silueta de Dina perfilada contra las estrellas bien valía el esfuerzo. Ella rio, aferrándose a la lona con ambas manos.

-Con esa pirueta te ves todavía más cómico de lo habitual.

Hablaba en un hebreo con la correcta inflexión gutural que Joseph tanto envidiaba y no podía imitar. Desde la parte delantera sonó la voz seca y autoritaria de Simón.

-¡Cállense ustedes dos!

-¡¿Por qué?! -exclamó Dina-. ¿Qué es esto? ¿Un funeral?

-Grita todo lo que quieras -repuso Simón con impaciencia. Estaba sentado en el borde delantero de la lona, muy erguido, con las rodillas recogidas.

-Eso haré -replicó Dina-. Que se enteren que llegamos, aunque seguramente ya lo saben. Que se enteren. ¡Va-amo-os hacia la Galile-e-a-a!

Subió la voz y canturreó el ya conocido estribillo de la canción de los pioneros galileos:

 

El ivné ħagalil,

Anu nivné ħagalilâ¦

 

Dios reconstruirá Galilea

Nosotros reconstruiremos Galilea

Vamos hacia Galilea

Reconstruiremos la Galileaâ¦

Joseph se le unió, cantando con la cabeza aún al revés, pero una súbita sacudida del camión lo hizo rodar obligándolo a aferrarse a la lona. La voz de Dina también se había detenido en seco.

-¿Estás bien? -le preguntó a la joven.

-Sí -repuso, ligeramente aturdida por el golpe. Pero unos instantes después gritó, emocionada-: ¡Mira! ¡Hacia allá! ¿Son de los nuestros?

Muy a lo lejos, hacia la izquierda, una luz comenzó a parpadear a intervalos regulares. Aunque era apenas un poco más brillante que las estrellas más grandes, su color rojo y sus destellos tenían un inconfundible ritmo y significado. Parecía suspendida en el aire, pero forzando un poco la vista se podía distinguir la silueta pálida y casi transparente de la colina.

-Será mejor confirmar la dirección -dijo Joseph-. ¿Dónde está la Estrella Polar?

-Tienes que trazar una línea recta que pase por las dos últimas estrellas de la Osa -le indicó Dina.

-¡Silencio! -sonó la voz de Simón-. Estoy leyendo el mensaje.

Contuvieron el aliento y miraron hacia la lejana chispa roja: destello y oscuridad; destello, destello y oscuridad; destello largo y oscuridad aún más larga, una pausa interminable y decepcionante, luego un nuevo destello; destello y destello; punto y raya. El camión se sacudió y se detuvo por completo: seguramente el chofer, varios metros por debajo de los pasajeros, también estaba leyendo el mensaje. De pronto profirió un aullido a la noche y simultáneamente el camión reanudó la marcha, con tal ímpetu que por poco lanzó a Dina, Joseph y Simón al aire.

-¿Y bien? ¡Di algo, por Dios! -exclamó Dina.

La silueta de Simón pareció tornarse aún más erguida y rígida. Con un movimiento de índices y pulgares alzó los pantalones una pulgada sobre los tobillos; incluso en la noche cerrada, Dina y Joseph reconocieron este gesto tan familiar. Simón habló con su voz agresiva de siempre, pero ahora agregó un tono áspero y ronco:

-Los tipos del Escuadrón de Defensa ya ocuparon el lugar. Hasta ahora no hay ninguna interferencia. Apostaron centinelas y ya están excavando en los alrededores.

-¡A-le-lu-ya! -gritó Dina. Poniéndose de pie, logró mantener el equilibrio durante un precario instante para luego caer cuan larga era sobre el pecho de Joseph. Rodaron hasta el centro de la lona. Joseph advirtió que el rostro de la joven se había humedecido con lágrimas y por un momento sintió la descabellada esperanza de que por fin se había sobrepuesto a Lo Que Debe Olvidarse. Pero Dina se sentó y se alejó temblando-. Discúlpame, Joseph.

-No es necesario disculparse -repuso él con suavidad.

-¡Cállense de una buena vez! -intervino Simón.

Quedaron en silencio por un rato. El motor rugía; el camión saltaba súbitamente hacia delante, frenaba con un gruñido, se atascaba y las ruedas trituraban arena con desesperación, para luego avanzar nuevamente a los tumbos. Joseph yació en su anterior posición con los brazos extendidos, cara a cara con la Vía Láctea. Sus pensamientos revolotearon en torno a Dina; luego, resignados, la abandonaron para centrarse en los hombros delgados y rígidos de Simón y en su voz hosca y ahogada. Las palabras con las que anunció que el lugar ya estaba ocupado habían salido de él como vapor fugado de una cámara de alta presión, y a Joseph le era imposible saber cómo lograba vivir bajo una tensión emocional tan implacable. En momentos de gran carga emotiva, Joseph mismo se sentía como un mal actor, aun si no tenía un público. Incluso ahora mismo.

El camión que los seguía se estaba acercando y tenía los faros completamente encendidos. El haz de intensa luz iluminó el rostro de Simón y proyectó las sombras de los tres pasajeros sobre el escabroso muro de la cañada. Sólo se perfilaban las cabezas y los hombros que ondeaban sobre las rocas como grotescas figuras de un teatro de marionetas. De pronto el camión apagó los faros y volvió la paz.

¿Para qué analizar las cosas precisamente esta noche? , pensó Joseph. Si alguna vez he tenido derecho a tomarme a mí mismo en serio, verme como los demás me ven a mí y no como yo mismo me conozco, es justo ahora. Es el momento de los hechos y no de sus maliciosos ecos interiores. El mundo conocerá sólo los hechos, porque el eco se desvaneceráâ¦

Unos chacales invisibles, que escoltaban el convoy tras la rocas, aullaron sin convicción y sin propósito aparente. El camión giró por un recodo de la cañada; más allá, en la planicie, reaparecieron los puntos luminosos de faros atenuados que avanzaban en silencio, furtivos, con determinación lenta e indómita.

Sí, reconstruiremos Galilea, y no importa si Dios se ocupa personalmente del asunto o no , reflexionó Joseph. El problema es que no puedo participar en un drama si no soy consciente de mi propia participación. Los árabes se están rebelando, los británicos se lavan las manos, pero el lugar nos está esperando: seiscientas hectáreas de piedras de todos tamaños sobre una colina rodeada por aldeas árabes, el asentamiento hebreo más cercano está a kilómetros de distancia y, por si fuera poco, muy cerca tenemos un pantano infestado de malaria. Pero cuando un judío vuelve a esta tierra, ve una piedra y dice Esta piedra es mía , entonces se rompe en él una cuerda que estuvo tensada durante dos mil años.

Advirtió que se le había dormido el brazo derecho. Lo alzó al aire, agitándolo vigorosamente.

Ah, diablos. Tal vez esta idea del Retorno no es más que una pirueta romántica , se dijo. Si muero, ni siquiera sabré si morí en una tragedia o una farsa, pero⦠sea como sea, lo que siento hacia el lugar es real. A decir verdad, es lo más real que he sentido en mi vida. Qué curioso. Tendremos que pensar en todo esto, si es que aún nos queda tiempo.

Torció la cabeza para ver a Dina, que también yacía de espaldas, algo alejada de él, formando un ángulo recto. Con los brazos cruzados bajo el cuello, su perfil se había suavizado a la luz de las estrellas, con los labios ligeramente separados en una sonrisa inconsciente. Ella también pensaba en el lugar que sólo había visto una vez hacía más de un año, antes de que el Fondo Nacional lo comprara a los aldeanos árabes. Ni siquiera recordaba cuál era la colina, puesto que todas las colinas de Galilea eran casi iguales, ligeramente curvadas como caderas o senos, pero con costillas de roca muy salientes porque la carne, esa tierra roja y gruesa, había sido...

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Autor

Arthur Koestler (1905-1983) fue un escritor y periodista británico de origen húngaro nacido en Budapest. A lo largo de su vida siguió muchas causas políticas y escribió novelas, memorias y biografías. Entre sus obras más destacadas se encuentran: The Gladiators: about the revolt of Spartacus (1939), Darkness at Noon (1940), Arrival and Departure (1940), Thieves in the Night (1946). Además de escribir numerosas novelas, también entre sus escritos existen varios ensayos como: Spanish Testament (1937), Scum of the Earth (1941) y Dialogue with Death (1942). Así mismo es autor de artículos sobre distintos temas como la genética, la eutanasia, el misticismo oriental, la neurología, el ajedrez, la evolución, la psicología y lo paranormal.