Hugendubel.info - Die B2B Online-Buchhandlung 

Merkliste
Die Merkliste ist leer.
Bitte warten - die Druckansicht der Seite wird vorbereitet.
Der Druckdialog öffnet sich, sobald die Seite vollständig geladen wurde.
Sollte die Druckvorschau unvollständig sein, bitte schliessen und "Erneut drucken" wählen.

Un encantamiento de cuervos

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
370 Seiten
Spanisch
NOCTURNAerschienen am04.02.2019
Todo el mundo sabe que los elfos son tan arrogantes como inmortales y por eso les gusta que se los retrate.Además, ansían el arte de los humanos porque ellos son incapaces de crear algo que transmita vida. Isobel los conoce bien, pues se gana la vida pintando sus rostros. Pero un día el príncipe del otoño entra en su taller y, al retratarlo, comete un terrible error: plasma en sus ojos el dolor humano que percibe en su mirada, un rasgo que cualquiera de sus súbditos consideraría una debilidad. Tras recibir el cuadro, el príncipe regresa convertido en cuervo y la acusa de traicionarlo ante su corte. La única manera de solucionarlo es que Isobel se adentre con él en las tierras del otoño para restaurar su reputación. No obstante, deberá tener cuidado: como afirman los elfos, siempre deseamos lo que tiene el poder de destruirnos.

Margaret Rogerson se licenció en Antropología Cultural por la Universidad de Miami y vive en Cincinnati, Ohio, donde se dedica a escribir, dibujar, jugar a videojuegos y ver más documentales de lo que se considera socialmente aceptable (según algunos). Un encantamiento de cuervos (2017; Nocturna, 2018) es su primer libro, una novela fantástica que nada más publicarse entró en la lista de best sellers del New York Times.
mehr
Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR26,00
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR8,49

Produkt

KlappentextTodo el mundo sabe que los elfos son tan arrogantes como inmortales y por eso les gusta que se los retrate.Además, ansían el arte de los humanos porque ellos son incapaces de crear algo que transmita vida. Isobel los conoce bien, pues se gana la vida pintando sus rostros. Pero un día el príncipe del otoño entra en su taller y, al retratarlo, comete un terrible error: plasma en sus ojos el dolor humano que percibe en su mirada, un rasgo que cualquiera de sus súbditos consideraría una debilidad. Tras recibir el cuadro, el príncipe regresa convertido en cuervo y la acusa de traicionarlo ante su corte. La única manera de solucionarlo es que Isobel se adentre con él en las tierras del otoño para restaurar su reputación. No obstante, deberá tener cuidado: como afirman los elfos, siempre deseamos lo que tiene el poder de destruirnos.

Margaret Rogerson se licenció en Antropología Cultural por la Universidad de Miami y vive en Cincinnati, Ohio, donde se dedica a escribir, dibujar, jugar a videojuegos y ver más documentales de lo que se considera socialmente aceptable (según algunos). Un encantamiento de cuervos (2017; Nocturna, 2018) es su primer libro, una novela fantástica que nada más publicarse entró en la lista de best sellers del New York Times.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788417834012
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2019
Erscheinungsdatum04.02.2019
Seiten370 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1604 Kbytes
Artikel-Nr.11912616
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


Dos

¡Mañana! Tábano ha dicho que mañana. Ya sabes cómo son respecto al tiempo de los mortales. ¿Y si se presenta a las doce y media de la noche y me pide que trabaje en camisón? Mi mejor vestido tiene un desgarrón y no van a poder arreglármelo para entonces, así que tendré que usar el azul. -Mientras hablaba, me masajeé las manos con aceite de linaza, las restregué con una toalla y me limpié la pintura de los dedos. Normalmente no me molestaba en hacerlo, pero no era habitual que trabajase para un elfo de la realeza y no tenía ni idea de qué tipo de nimiedades podían ofenderlo. Y, para colmo, ando escasa de amarillo de plomo y estaño, y tendré que ir al pueblo esta tarde... Mierda. ¡Mierda! Lo siento, Emma.

Me remangué la falda para que no se mojara con el agua que se esparcía por el suelo y me apresuré a coger el asa del cubo que acababa de tirar.

-¡Santo cielo, Isobel! Todo saldrá bien. Marzo.->Mi tía se bajó los anteojos y aguzó la vista-. No, Mayo..., ¿por qué no le secas eso a tu hermana, anda? No tiene un buen día que se diga.

-¿Qué significa mierda? -preguntó esta con picardía mientras se agachaba a mis pies y secaba el suelo con un trapo de varias pasadas.

-Es lo que se dice cuando derramas sin querer un cubo de agua -respondí, consciente de que encontraría la verdad peligrosamente inspiradora-. ¿Dónde está Marzo?

Mayo me obsequió con una sonrisa mellada.

-En lo alto de los armarios.

-¡Marzo, bájate de ahí ahora mismo!

-Se lo está pasando de miedo ahí arriba, Isobel -dijo Mayo, mojándome los zapatos.

-Cuando se haya matado, no se lo pasará tan bien -espeté.

Marzo soltó un balido de placer y bajó de un brinco, tiró una silla de una patada y cruzó la habitación saltando como una loca. Como vi que se dirigía hacia nosotras, alcé las manos para detenerla, pero no iba a por mí, sino a por Mayo, que se levantó justo a tiempo de chocar la cabeza con la suya. Eso me concedió un momento de respiro mientras las dos se tambaleaban aturdidas. Suspiré. Emma y yo estábamos intentando quitarles aquella costumbre.

Mis hermanas gemelas no eran precisamente humanas. Habían venido al mundo como un par de cabritillas antes de que un elfo borracho las encantara por diversión. Era un proceso lento, pero me dije a mí misma que al menos la cosa marchaba. El año anterior por la misma época aún no estaban domesticadas. Si había que sacar algo positivo de su encantamiento, era el hecho de que este las había vuelto casi indestructibles: yo misma había sido testigo de cómo Marzo sobrevivía tras comerse una maceta rota, roble venenoso, belladona y varias pobres salamandras sin que le pasara absolutamente nada. En mi opinión, que saltara por los armarios de la cocina entrañaba más peligro para los propios muebles que para ella.

-Isobel, ven aquí un momento. -La voz de mi tía interrumpió mis pensamientos. Me miró por encima de sus anteojos hasta que obedecí y luego me cogió la mano para limpiarme una mancha que había pasado por alto-. Mañana lo vas a hacer muy bien -me aseguró-. Estoy convencida de que el príncipe del otoño es como cualquier otro elfo y, si no lo es, recuerda que estás a salvo entre estas cuatro paredes. -Me envolvió las manos con las suyas y me dio un apretón-. Acuérdate de lo que ganaste para nosotras.

Le devolví el apretón. Tal vez en ese momento mereciera que me hablasen como a una niña pequeña. Intenté que mi voz no sonara lastimera cuando le respondí:

-Es que no me gusta la idea de no saber lo que voy a encontrarme.

-Ya lo sé, pero, si hay alguien en Extravagancia capaz de enfrentarse a esto, eres tú. Y los elfos lo saben tan bien como nosotras. Ayer mismo oí que alguien decía en el mercado que a este paso vas derechita al Pozo Verde...

Retiré la mano, perpleja.

-Ya sé que no es así, que tú nunca tomarías esa decisión. Lo que intento decirte es que, si los elfos consideran a alguien indispensable, es a ti, y eso es importantísimo. Así que mañana todo irá bien.

Dejé escapar un largo suspiro y me alisé la falda.

-Supongo que tienes razón -dije, sin creérmelo del todo-. En fin, debería irme si quiero regresar antes del anochecer. Marzo, Mayo, no volváis loca a Emma mientras estoy fuera. Confío en que la cocina esté perfecta a mi vuelta.

Miré intencionadamente la silla volcada antes de salir de la habitación.

-¡Al menos nosotras no hemos llenado el suelo de mierda! -gritó Mayo a mi espalda.

Cuando era pequeña, una excursión al pueblo me parecía toda una aventura. Ahora, en cambio, no veía el momento de marcharme. El estómago se me hacía un nudo cada vez que algún transeúnte pasaba por la ventana.

-¿Sólo amarillo de plomo y estaño? -me preguntó el joven dependiente mientras envolvía con diligencia la barrita de tiza en un cartucho de papel de carnicero. Phineas sólo llevaba unas semanas trabajando allí, pero ya conocía bien mis hábitos.

-Pensándolo mejor, creo que me llevaré también una barrita de verde tierra y otras dos de bermellón. ¡Ah! Y todos los carboncillos que tengas, por favor.

Mientras veía cómo preparaba mi pedido, me entró cierta desesperación por todo el trabajo que me aguardaba aquella noche. Tenía que moler y mezclar los pigmentos, seleccionar la paleta y desplegar el nuevo lienzo. Con toda probabilidad, la sesión del día siguiente sólo consistiría en terminar el esbozo del príncipe, pero no soportaba la idea de no estar preparada para cualquier imprevisto.

Cuando Phineas se agachó y desapareció de mi vista, eché una ojeada por la ventana. Una pátina de polvo cubría el cristal, y la ubicación de la tienda, en una esquina entre dos edificios más grandes, le otorgaba un aire siniestro, cochambroso y recóndito. Ni un solo encantamiento iluminaba sus lámparas, sonaba cuando se abría la puerta o mantenía los rincones libres de polvo. Saltaba a la vista que los elfos no le habían prestado la menor atención; no necesitaban para nada los materiales que se usaban para hacer arte, tan sólo el producto acabado.

Los demás establecimientos de la calle eran otro cantar. Distinguí una falda de mujer que se colaba a toda prisa en Firth & Maester y, por aquella imagen fugaz, supe que se trataba de una elfa: ningún mortal podía permitirse las prendas de encaje que allí se vendían. Y ningún mortal compraba tampoco en la confitería contigua, cuyo cartel anunciaba flores de mazapán, unos dulces hechos con carísimas almendras importadas desde el Otro Mundo, a pesar del peligro que aquello entrañaba. Un arte de semejante calibre sólo podía pagarse con encantamientos.

Cuando Phineas se enderezó, sus ojos brillaban de un modo que reconocí en el acto. No, reconocer no era la palabra adecuada. Más bien que temí. Se apartó tímidamente un mechón de pelo de la frente al tiempo que mi corazón se hundía, se hundía y se hundía cada vez más. «Por favor-pensé-, otra vez no».

-Dama Isobel, ¿os importaría echarle un vistazo a mi obra? Sé que no soy como vos -se apresuró a añadir, esforzándose por controlar los nervios-, pero maese Hartford me ha estado animando, por eso se hizo cargo de mí, y llevo practicando todos estos años.

Sostenía un cuadro contra su pecho, escondiendo a propósito la parte frontal, como si lo que temiera exponer no fuera un lienzo, sino su propia alma. Yo conocía muy bien aquel sentimiento, lo cual no hacía más fácil lo que venía a continuación.

-Con mucho gusto -contesté.

Al menos tenía una dilatada experiencia fingiendo sonrisas.

Me lo tendió. Le di la vuelta y contemplé el paisaje que representaba a la tenue luz de la tienda. Me invadió una oleada de alivio; no se trataba de un retrato, gracias a Dios. No quiero parecer arrogante, pero mi arte gozaba de tan alta estima entre los elfos que estos no recurrirían a otro retratista hasta después de mi muerte y, para cuando ellos se dieran cuenta de que había fallecido, podían haber transcurrido varias décadas perfectamente. Me daban pena todos esos nuevos artistas que surgían en la estela de mi fama. Tal vez Phineas tuviera una oportunidad.

-Es muy bueno -le dije con sinceridad, y se lo devolví-. Tienes un excelente dominio del color y la composición. Sigue practicando, pero, mientras tanto -vacilé-, podrías vender tu obra.

Sus mejillas se encendieron y se puso muy recto. Se me pasó el alivio: ahora venía la peor parte. Me armé de valor mientras formulaba justo la pregunta que temía.

-¿Podríais...? ¿Creéis que podríais recomendarme a alguno de vuestros clientes?

Volví a desviar la mirada hacia la ventana, por donde vi que la propia señora Firth colocaba un nuevo vestido en el escaparate de Firth & Maester. De pequeña creía que era una elfa. Tenía la piel de porcelana, una voz más dulce que el canto de un ruiseñor y una cascada de rizos castaños demasiado lustrosos para ser naturales. Además, debía de rondar los cincuenta y no aparentaba más de veinte. Sólo más tarde, cuando aprendí a distinguir el glamur, me percaté de mi error. Y con el transcurso de los años, los encantamientos, que no eran más que una mentira, me desencantaron profundamente. Aunque fueran formulados con ingenio, todos, salvo los más mundanos, se echaban a perder. Y los que no eran formulados con ingenio arruinaban vidas. A cambio de aquella cinturita de avispa, la señora Firth no podía pronunciar ninguna palabra que...
mehr

Autor

Margaret Rogerson se licenció en Antropología Cultural por la Universidad de Miami y vive en Cincinnati, Ohio, donde se dedica a escribir, dibujar, jugar a videojuegos y ver más documentales de lo que se considera socialmente aceptable (según algunos). Un encantamiento de cuervos (2017; Nocturna, 2018) es su primer libro, una novela fantástica que nada más publicarse entró en la lista de best sellers del New York Times.