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El laberinto de Ragusa

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
304 Seiten
Spanisch
Fondo de Cultura Económicaerschienen am05.06.20231
Una vez concluida su venganza contra los hombres que asesinaron a su familia, Jakob Spengler comienza un apacible matrimonio con Laura. No obstante, para mantener la paz en que vive, Spengler debe ayudar a la ciudad de Venecia a obtener información de los movimientos del Imperio Otomano en Ragusa. Así comienza la aventura de Spengler como espía de Venecia en la ciudad de Dubrovnik. Encubierto como músico, pronto descubre que los individuos involucrados en el baile de espías de Dubrovnik tienen un interés particular en él. El viaje de Spengler llega a su fin cuando debe salvar a su nueva familia de las mismas potencias que le arrebataron a sus padres y hermanos años atrás.

Gisbert Haefs (1950) es un escritor y traductor alemán en los géneros de ciencia ficción, novela policiaca y novela histórica. Ha traducido al alemán las obras de autores como Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges. Entre otras distinciones, obtuvo en 1990 el Premio Kurd Lasswitz al mejor relato corto de ciencia ficción escrito en alemán.
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Produkt

KlappentextUna vez concluida su venganza contra los hombres que asesinaron a su familia, Jakob Spengler comienza un apacible matrimonio con Laura. No obstante, para mantener la paz en que vive, Spengler debe ayudar a la ciudad de Venecia a obtener información de los movimientos del Imperio Otomano en Ragusa. Así comienza la aventura de Spengler como espía de Venecia en la ciudad de Dubrovnik. Encubierto como músico, pronto descubre que los individuos involucrados en el baile de espías de Dubrovnik tienen un interés particular en él. El viaje de Spengler llega a su fin cuando debe salvar a su nueva familia de las mismas potencias que le arrebataron a sus padres y hermanos años atrás.

Gisbert Haefs (1950) es un escritor y traductor alemán en los géneros de ciencia ficción, novela policiaca y novela histórica. Ha traducido al alemán las obras de autores como Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges. Entre otras distinciones, obtuvo en 1990 el Premio Kurd Lasswitz al mejor relato corto de ciencia ficción escrito en alemán.
Details
Weitere ISBN/GTIN9786071678553
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Erscheinungsjahr2023
Erscheinungsdatum05.06.2023
Auflage1
Reihen-Nr.883
Seiten304 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1145 Kbytes
Artikel-Nr.12095794
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


I. UN BUEN DÍA PARA MORIR

HOY es un buen día para escribir. El cielo está gris, una tormenta de otoño se cierne sobre las aguas picadas del estrecho, el viento sopla casi en perpendicular contra la ventana⦠Es un día perfecto para pasarlo frente al fuego con un vino caliente especiado. Ayer decían en el mercado que en las comarcas más al norte de la tierra firme ya caían, aun siendo mediados de octubre, las primeras nieves.

Hace algunos años oí a un poeta decir que escribir siempre es como morir un poco. Hoy podría decir que es un buen día para morir. Él ya murió y tal vez ahora lo sepa mejor, si es que realmente existe un más allá en el que se pueda saber algo. Yo he matado y estuve varias veces a punto de morir, y ahora, mientras escribo estas palabras, creo que el poeta era un necio. Cierto que escribía, como él mismo decía, con el corazón en la mano. Seguro que escribía también sobre su propio cerebro apergaminado. Y sólo por el mero hecho de escribir.

Tomo papel y tinta. Sólo los locos escriben⦠por nada. Y como escriben por nada, no conocen nada que tenga más importancia. Escribir por el amor de una mujer, por dinero, para dejar constancia de sus conocimientos, si se quiere hasta para honrar a un supuesto dios, por la gloria de la estirpe, de una ciudad, de un reino. Todo eso está muy bien; pero ¿escribir por escribir? Y aunque así fuera, ¿no sería más bien un testimonio y no una muerte? Tal vez es que yo no estoy lo bastante loco, o que soy demasiado necio.

Escribir antes de morir, para legar algo. Estamos a mediados de octubre; mi muerte está anunciada para principios de noviembre. Vendrán, eso es seguro; algún día entre el 1º y el 10 de noviembre, dependiendo de las condiciones meteorológicas y de los caminos o de los mares. ¿La posibilidad de un asalto en el camino o de un naufragio, la esperanza de un cuchillo clavado en medio de la noche o de gusanos con un hambre canina? ¿Terremotos, picaduras de serpiente, una roca que se despeña, un infarto cerebral? Nada es imposible, pero el azar es impredecible, un azar que caería además sobre el más valioso de los tesoros, ahora en manos del enemigo. Por eso espero que otro azar impida ese primero; prefiero encomendarme a lo acordado, a la amenaza predecible. Tomaré todas las precauciones posibles; más no puedo hacer.

Por esa razón escribo esto. Ya existe un primer informe, el que escribí hace años para Lorenzo Bellini y el archivo de la Serenísima. En un arcón de la casa de Mestre guardo una copia. Esto que escribo ahora no es para Bellini ni para Venecia; es para Laura y, por supuesto, para los niños, por si alguna vez quisieran saber qué pensaba y hacía su padre. Por qué murió como lo hizo. Acaba de morir. Morirá. Tan cerca de una fortaleza veneciana, tan lejos de ellos. El viejo Goran me toma por un tipo especial de necio, el honorable mono, como dice él. A pesar de todo, cuidará de que este texto acabe en las manos adecuadas. Espero que le haya pagado lo suficiente; pero eso ya me lo confirmará él.

-Mono -dijo ayer mientras bebíamos contemplando la puesta de sol sobre el mar.

-Te repites -contesté.

Se pasó la mano por las arrugas en torno a la boca, como si quisiera ahondarlas aún más.

-Lo que es verdad nunca se repite lo suficiente. ¿Por qué no te escondes? ¿En Alemania, Francia, Inglaterra, donde sea?

-Allí también me encontrarían. Y en su camino matarían a muchos más. A mi mujer, a mis hijos, a ti.

-No te preocupes por mí; moriré pronto de todos modos. Rico, espero. ¿Y la mujer y los hijos? -se encogió de hombros-. Te buscas a otra mujer y tienes otros hijos con ella. Nadie es insustituible.

-Son únicos, y no se merecen morir por mí.

-¿Únicos? -soltó una risita-. Todos somos únicos, tú, incluso yo. Y por eso somos también todos iguales, en la unicidad. ¿Por qué no permaneciste con ellos en lugar de emprender este estúpido viaje? ¿Sólo para pagarme?

-Ya te lo expliqué. Cinco veces, diez veces y hasta más.

-Y la próxima vez que lo hagas seguirá sin tener sentido.

Apenas dormí esa noche. No fue por lo que me había dicho Goran: las preguntas que me hizo ya me las había hecho yo demasiadas veces como para que me quitaran el sueño. Puede que se debiera a la luna llena sobre el estrecho canal de agua que separa a Orebic, que los venecianos llaman -al igual que a toda la península de Peljesac- Sabbioncello, de Curzola, que sigue siendo veneciana. Goran dice KorÄula y maldice Venecia. Venecia, todavía poderosa a pesar de todos los varapalos recibidos, casi se distinguía a lo lejos, a poca distancia e inalcanzable para mí a un tiempo.

No han pasado dos años desde que Bellini fue a buscarme a la imprenta a principios de 1538; a mi despacho, para ser exactos. De los talleres llegaba la mezcla habitual de rumores, crujidos y traqueteos. Olía a polvo, cola y tinta. Bellini olisqueó en el aire, como si quisiera descomponer los olores para comprobar que no distinguía el del vino entre ellos. Contempló el montón de hojas recién hechas que yo había llevado en barco el día anterior desde el molino de papel de Mestre. Me miró y señaló una silla.

-¿Es ése el sitio para visitas indeseadas?

-¿Por qué indeseadas? Raras, pero no mal acogidas. Siéntate.

-Es que aún no sabes lo que quiero de ti.

-Adquirí bastante práctica a la hora de decir no.

Se echó a reír y se dejó caer en el asiento.

-Cierto. La primera vez que estuvimos aquí no estabas muy comunicativo, pero sangrabas de manera espléndida.

-Tenemos conceptos bastante diferentes sobre el esplendor. ¿Vino?

Asintió. Mientras me acercaba al estante pensé en aquella primera visita, en los dos matones que me asaltaron en el oscuro callejón, en las heridas, el camino a la imprenta de Laura apoyado en Bellini, que llevaba una coraza; en las manos de Laura y el papel empapado en sangre sobre el suelo⦠Retiré de la botella el tapón de madera envuelto en tela y llené dos vasos.

-¿Qué te trae por aquí?

Bellini tomó un trago.

-¿No quieres que charlemos antes de otras cosas?

Negué con la cabeza.

-Traga el vino y escupe las palabras.

-Como quieras -hizo una pausa, como si tuviera que sopesar y contar las palabras-. La Serenísima está en peligro y necesita tu ayuda -dijo al fin.

-La Serenísima cuenta con más que suficientes manos hábiles. Las tuyas, sin ir más lejos.

Gruñó por lo bajo.

-Las mías se necesitan aquí. Y allí donde tus fuertes dedos podrían hacer tanto bien no tenemos a nadie.

Me senté en el borde de mi escritorio.

-¿Dónde no tienen ustedes a nadie? Sus pezuñas están por todas partes, desde Inglaterra hasta Armenia.

-En medio de esos dos puntos hay algunas zonas de las que hemos tenido que retirar las manos.

Se miró los dedos; luego se pasó los de la mano derecha por la frente para retirarse los abundantes cabellos.

-¿Dónde, por ejemplo?

Suspiró.

-Tú mismo lo puedes suponer. Ya sabes lo que está pasando en torno al mar.

-Llevaba demasiado tiempo tranquilo.

Visto en retrospectiva casi me parece inverosímil que ocurriera tan poco durante tanto tiempo para que después se sucedieran en tan poco tiempo tantos acontecimientos. Cuando acabé el primer informe para Bellini y encontré mi hogar, el otoño de 1531 casi daba a su fin. Laura me acogió y los niños tuvieron que acostumbrarse a mí, el padre al que jamás habían visto. Y yo me acostumbré a una vida sedentaria sin armas, a la familia, a llevar un negocio y al estilo de vida veneciano.

Por aquel entonces Laura era una radiante joven de veintiocho años, mientras que yo tenía veintisiete y me sentía como si tuviera cincuenta. Sin embargo, con cada mes que pasaba entre sus brazos un año de plagas y de muertes se desprendía de mí; un proceso de agradable regresión que, por fortuna, cesó antes de que me convirtiera en un muchacho. En otoño de 1531 los gemelos cumplieron dos años. En algún momento calculé cuándo tendría su misma edad de continuar mi rejuvenecimiento interior, pero ya no recuerdo en qué año resultó la operación.

Mi padre me había dejado casi sesenta mil florines de oro en los bancos de los Fugger y de los Welser. Hice llevar todas mis cuentas de Augsburgo a Venecia. Cambiados en ducados me quedaban, después de los años de viajes y de la venganza, en torno a dos tercios de la cantidad original, unos treinta y cinco mil ducados. De todo lo demás no quedaba nada, ni tampoco de mi parte de los tesoros de los que me apoderé junto con algunos compañeros de una banda de matones en medio de los tumultos del saqueo de Roma. Vivir, sobrevivir, sobornar, viajes⦠Aun así, dado que una familia corriente puede llevar una vida humilde con unos cien ducados al año, yo seguí considerándome rico y libre del deber o de la tentación -si es que existe una diferencia- de aumentar mi propiedad.

Algunos años antes yo había comprado la casa en tierra firme, en Mestre, y se la había legado a Laura, quien poseía, además, el molino de papel, otra casa y la imprenta de Venecia. Nunca calculamos quién de los dos valía más; ¿para qué? Un hombre inteligente escribió una vez que, al llegar la noche, desearía saber en qué momento del día había valido menos su vida. Es decir, si la pureza de las intenciones y la ausencia de amenazas contra la vida...

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Autor

Gisbert Haefs (1950) es un escritor y traductor alemán en los géneros de ciencia ficción, novela policiaca y novela histórica. Ha traducido al alemán las obras de autores como Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges. Entre otras distinciones, obtuvo en 1990 el Premio Kurd Lasswitz al mejor relato corto de ciencia ficción escrito en alemán.