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Escoria de la tierra

E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
304 Seiten
Spanisch
Ladera Norteerschienen am09.10.2023
En Escoria de la tierra, biografía colectiva de la agonía de Francia, Arthur Koestler deja testimonio de la metamorfosis de un Estado democrático en una maquinaria totalitaria. Rescatar su atónita mirada ante la fragilidad del orden liberal es hoy tan pertinente como antes. En el verano de 1939, el escritor húngaro busca en el sur de Francia un remanso de paz en la convulsa Europa. Aún no tiene 35 años y su denso y azaroso itinerario vital le ha llevado a reunir todas las condiciones de las víctimas del poder nazi: judío, refugiado político, apátrida, periodista crítico, antiguo comunista y activo militante de izquierda. De pronto, la Historia sale otra vez a su paso.  Angustiado, será testigo de la caída de Francia, primero por la complicidad de sus dirigentes y después por el avance del ejército alemán. Así, ve cómo la pérdida de valores en la sociedad francesa se manifesta inicialmente en la detención ilegal de refugiados políticos y acaba con la vergonzosa claudicación militar: La ruina moral antecedió a la ruina física.  Atrapado junto con otros «extranjeros indeseables» en un cruel laberinto burocrático, su internamiento en un campo de concentración francés muestra que ante el poder totalitario todos somos escoria de la tierra. «Escoria de la tierra se encargaría de aclarar el destino miserable de los refugiados antinazis, condenados sin motivo y sin juicio por un miedoso Gobierno francés durante los azarosos días que transcurrieron desde septiembre de 1939 hasta junio de 1940». Joaquín Leguina

Arthur Koestler nació en Budapest en 1905 en el seno de una familia judía. Estudió en la Universidad de Viena. Abandonó el Partido Comunista Alemán desencantado por las purgas estalinistas y ratificó su desafección tras el pacto nazi-soviético. Fue corresponsal en Oriente Medio, Berlín y París, y en España, durante la Guerra Civil.  Tras escapar de un campo de concentración francés se instaló en Inglaterra hasta su suicidio en 1983. Entre sus obras destacan la novela El cero y el infinito (1941) y los ensayos Reflexiones sobre la horca (1956) y Los sonámbulos (1959).
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR33,00
E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
EUR10,99

Produkt

KlappentextEn Escoria de la tierra, biografía colectiva de la agonía de Francia, Arthur Koestler deja testimonio de la metamorfosis de un Estado democrático en una maquinaria totalitaria. Rescatar su atónita mirada ante la fragilidad del orden liberal es hoy tan pertinente como antes. En el verano de 1939, el escritor húngaro busca en el sur de Francia un remanso de paz en la convulsa Europa. Aún no tiene 35 años y su denso y azaroso itinerario vital le ha llevado a reunir todas las condiciones de las víctimas del poder nazi: judío, refugiado político, apátrida, periodista crítico, antiguo comunista y activo militante de izquierda. De pronto, la Historia sale otra vez a su paso.  Angustiado, será testigo de la caída de Francia, primero por la complicidad de sus dirigentes y después por el avance del ejército alemán. Así, ve cómo la pérdida de valores en la sociedad francesa se manifesta inicialmente en la detención ilegal de refugiados políticos y acaba con la vergonzosa claudicación militar: La ruina moral antecedió a la ruina física.  Atrapado junto con otros «extranjeros indeseables» en un cruel laberinto burocrático, su internamiento en un campo de concentración francés muestra que ante el poder totalitario todos somos escoria de la tierra. «Escoria de la tierra se encargaría de aclarar el destino miserable de los refugiados antinazis, condenados sin motivo y sin juicio por un miedoso Gobierno francés durante los azarosos días que transcurrieron desde septiembre de 1939 hasta junio de 1940». Joaquín Leguina

Arthur Koestler nació en Budapest en 1905 en el seno de una familia judía. Estudió en la Universidad de Viena. Abandonó el Partido Comunista Alemán desencantado por las purgas estalinistas y ratificó su desafección tras el pacto nazi-soviético. Fue corresponsal en Oriente Medio, Berlín y París, y en España, durante la Guerra Civil.  Tras escapar de un campo de concentración francés se instaló en Inglaterra hasta su suicidio en 1983. Entre sus obras destacan la novela El cero y el infinito (1941) y los ensayos Reflexiones sobre la horca (1956) y Los sonámbulos (1959).
Details
Weitere ISBN/GTIN9788412115277
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
FormatE101
Erscheinungsjahr2023
Erscheinungsdatum09.10.2023
Seiten304 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1336 Kbytes
Artikel-Nr.12648297
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe

Prefacio a la «Danube Edition»

Escoria de la tierra fue el primer libro que escribí en inglés. Fue escrito entre enero y marzo de 1941, inmediatamente después de haber escapado de la Francia ocupada a Inglaterra. Mis amigos, o bien estaban en manos de la Gestapo, o bien se habían suicidado, o se habían quedado atrapados, sin aparente esperanza, en el continente perdido. La agonía del colapso francés reverberaba en mi cabeza como un grito de terror resuena en los oídos. En los años anteriores había estado encarcelado en tres países diferentes: en España, durante la Guerra Civil; como indeseable extranjero en Francia; y, por último, tras haber escapado a Inglaterra con documentación falsa en el momento culminante del pánico a la quinta columna, me encerraron en la prisión de Pentonville mientras se llevaba a cabo la investigación. El libro fue escrito en el Londres sin luz bajo los bombardeos nocturnos, en un breve respiro entre mi salida de Pentonville y mi alistamiento en el Pioneer Corps. No sólo iba corto de tiempo; también de dinero. Al haber perdido todas mis posesiones en Francia, llegué a Inglaterra sin un solo penique, y tuve que vivir del adelanto que me habían pagado los editores originales del libro: cinco libras semanales durante las diez semanas que me llevó escribirlo, más diez libras adicionales a la entrega del manuscrito, menos el pago a una persona para que lo mecanografiara y otros gastos varios deducidos de las cinco libras semanales.

Al releer el libro después de todos estos años, veo que esas presiones externas e internas se reflejaron en su ánimo apocalíptico, su espontaneidad y lo poco pulido que está. Algunas páginas resultan ahora insufriblemente melodramáticas; otras están salpicadas de clichés que, sin embargo, en aquella época, parecían descubrimientos originales para el inocente explorador de un nuevo idioma; sobre todo, el texto delata que no hubo tiempo para la corrección de galeradas. Remediar estas faltas supondría reescribir el libro, lo cual sería una empresa absurda, puesto que, si esta historia posee algún valor, es su carácter documental sobre un determinado periodo. Me he limitado a corregir sólo los galicismos, germanismos y lapsus gramaticales más flagrantes, y a añadir algún retoque estilístico aquí y allá.

Que se trata de un libro de su tiempo lo evidencia sobre todo su punto de vista político. Es el punto de vista romántico e ingenuamente izquierdista de los Pink Thirties1. Había estado afiliado siete años al Partido Comunista, del que me fui asqueado en 1938, pero aún mantenía ciertas ilusiones sobre la Rusia soviética y «la solidaridad internacional de las clases obreras como mejor garantía para la paz», que se reflejan a lo largo del libro. Esto es, de nuevo, típico de la época; de un momento en el que mi difunto amigo George Orwell, de temperamento menos romántico que el mío, pudo escribir que:


la guerra y la revolución son inseparables [â¦] Sabemos muy bien que con su estructura social actual Inglaterra no podrá sobrevivir [â¦] No podemos ganar la guerra sin introducir el socialismo. O convertimos esta guerra en una guerra revolucionaria, o la perderemos2.


Si bien todo esto está ya desfasado, otros aspectos de la historia no han perdido, por desgracia, su dolorosa vigencia. La enfermedad de la clase política francesa, que condujo a la débâcle de 1940, se manifiesta hoy de forma distinta, pero amenaza una vez más con trastocar la unidad del mundo occidental.

Para proteger a las personas que aparecen en el libro que eran perseguidas por la Gestapo, tuve que camuflarlas; por motivos similares, fue necesario mantener el silencio sobre algunos episodios. Los amigos que se estaban escondiendo conmigo de la policía francesa en París eran el difunto Henri Membré, secretario del PEN Club francés, y Adrienne Monnier, esa admirable mujer de las letras. El «padre Darrault» se llama en realidad padre Pieprot, O. P., hoy secretario general del Congreso Internacional de Criminología. «Albert» era el escritor germano-estadounidense Gustav Regler. Entre los varios personajes del barracón n.º 33 del campo de concentración de Le Vernet, referidos sólo por sus iniciales, estaban los dirigentes comunistas alemanes Paul Merker y Gerhardt Eisler. Por último, está «Mario», del que debo decir alguna cosa más.

Su verdadero nombre es Leo Valiani. No había cumplido aún los treinta cuando nos conocimos, pero ya había pasado nueve años en la cárcel por pertenecer a la clandestinidad antifascista. Se escapó de Le Vernet en octubre de 1940, y en 1943 regresó a Italia con la ayuda de los británicos para unirse a la Resistencia. En 1945 fue uno de los tres miembros del Comité Central insurrecto que organizó la rebelión contra los nazis y ordenó la ejecución de Mussolini. En 1946, fue elegido para la Asamblea Constituyente. Tres años después, se retiró de la política, publicó sus memorias de la Resistencia y una serie de libros que trataban desde la historia del movimiento socialista hasta una evaluación crítica de la filosofía de Benedetto Croce. Ha seguido siendo uno de mis más íntimos amigos a lo largo de los años.

La narración de Escoria de la tierra acaba en agosto de 1940 con mi llegada a los cuarteles de la Legión Extranjera en Marsella haciéndome pasar por el legionario Albert Dubert. Allí uní fuerzas con tres oficiales británicos y un sargento del Estado mayor que habían escapado del cautiverio alemán y habían sido internados por los franceses en el fuerte de Saint-Jean. Por motivos de seguridad, la historia de nuestra huida a Casablanca a través de Orán, y desde allí a Lisboa en un buque pesquero para llegar finalmente a Inglaterra, no la pude contar en su momento, y no tendría sentido abundar en ella ahora. Es la historia de una huida como la de tantas otras decenas que se han contado desde entonces, salvo en un aspecto. Concierne a un miembro de los servicios de inteligencia británicos, con quien establecimos contacto en Casablanca, y al que conocíamos como «señor Ellerman». Fue debido a su genio para la improvisación como los cuatro, más otros aproximadamente cincuenta fugados, pudimos embarcar en aquel buque pesquero, que en cuatro días logró cruzar las aguas sorteando los submarinos alemanes y dejarnos en el puerto de la neutral Lisboa.

Todos coincidimos en que nuestro rescatador era el personaje más misterioso e impresionante que habíamos conocido jamás. Sea cual sea la idea de oficial de la inteligencia militar que uno tenga, él no encajaba con ella. Tenía cuarenta y muchos años, y era alto, elegante, decente, encantador, sofisticado y aristocrático. Podrían habérselo inventado Evelyn Waugh o Nancy Mitford, pero nunca Ian Fleming. Respecto a la política era sorprendentemente ingenuo; sus principales intereses eran al parecer la arqueología, la poesía, la gastronomía y el bello sexo. En una palabra, nuestro Ellerman pertenecía a una especie extinta como la del mítico unicornio: él era un grand seigneur europeo. Digo «europeo» porque hablaba seis lenguas del continente sin que se le notara el acento, además de hebreo y árabe.

Sabía que Ellerman no era su verdadero apellido. Desde que nos separamos en Lisboa no dejé de intentar descubrir su identidad para ponerme en contacto con él, pero los poderes fácticos no cooperaron. En algún momento me dieron a entender que había muerto en el transcurso de una misión, así que me rendí. En mayo de 1967, veintiséis años después, leí la siguiente pieza en el diario londinense The Times:


El hermano del embajador era nuestro espía

Es posible que no tarde en contarse por primera vez la asombrosa historia de alguien que perteneció a una de las más insignes familias de la Alemania de preguerra y que, era tal su indignación con el régimen de Hitler, renunció a todo -a su exitosa carrera profesional, a su riqueza y a su fama- para convertirse en un agente británico. El barón Rüdiger von Etzdorf, hermano mayor del doctor Hasso von Etzdorf, embajador ante Gran Bretaña entre 1961 y 1965, murió en Londres hace tres semanas, a los setenta y dos años, sin gloria ni reconocimiento. [â¦]

Von Etzdorf -prescindió de su título alemán cuando adquirió la nacionalidad británica en 1946- estuvo en la armada alemana en la Primera Guerra Mundial y luchó en Jutlandia. Su padre era buen amigo del káiser y estuvo de visita en Sandringham en los tiempos del rey Eduardo VII. Su extraordinaria historia comienza en 1935, cuando los servicios de inteligencia se dirigieron a él en Londres y le pidieron que trabajara para ellos.

Para entonces, se había convertido en una especie de trotamundos, después de advertirle a su hermano Hasso de que Hitler iba directo a la guerra, y de que éste le respondiera que no dijera ridiculeces.

Una de sus primeras misiones fue en Italia, para informar a Londres de las relaciones entre Italia y Alemania. Cuando estalló la guerra, se encontraba en Trípoli, y organizó una ruta de escape para los soldados británicos tras la caída de Francia. Una de las personas que pudo salir por esta vía fue Arthur Koestler. [â¦]

En un convoy que cruzó el Atlántico, el suyo fue el único barco que lo atravesó intacto. Antes de la guerra le presentaron varias veces a Hitler, y «ese nazi bajito le resultaba desagradable en todo», cuenta la señora Von Etzdorf.

Después de la guerra, Von Etzdorf no tuvo una vida fácil. Las relaciones con su familia se habían enfriado un tanto, aunque sí se vio con su hermano cuando estuvo de embajador en Londres. [â¦] Pero, como dice un amigo de la Embajada alemana, nunca se mostró resentido: «Era...

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Arthur Koestler nació en Budapest en 1905 en el seno de una familia judía. Estudió en la Universidad de Viena. Abandonó el Partido Comunista Alemán desencantado por las purgas estalinistas y ratificó su desafección tras el pacto nazi-soviético. Fue corresponsal en Oriente Medio, Berlín y París, y en España, durante la Guerra Civil. Tras escapar de un campo de concentración francés se instaló en Inglaterra hasta su suicidio en 1983. Entre sus obras destacan la novela El cero y el infinito (1941) y los ensayos Reflexiones sobre la horca (1956) y Los sonámbulos (1959).