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Antología de la Odisea y estudio crítico literario

von
HomeroLeita, JuanÜbersetzung
E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
287 Seiten
Spanisch
Century Carroggioerschienen am27.12.20231. Auflage
La Odisea es un poema épico griego que narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Odiseo (Ulises). Además de haber estado diez años fuera luchando, Ulises tarda otros diez años en regresar a la isla de Ítaca, de la que era rey, período durante el cual su hijo Telémaco y su esposa Penélope han de aguantar en su palacio a los pretendientes que buscan desposarla (pues creían muerto a Ulises), al mismo tiempo que consumen los bienes de la familia. Las mejores armas de Ulises son su astucia e inteligencia - además de la ayuda provista por Palas Atenea, hija de Zeus - es capaz de escapar de los continuos problemas a los que ha de enfrentarse por designio de los dioses. Para esto, planea diversas artimañas, bien sean físicas -como pueden ser disfraces- o con audaces y engañosos discursos de los que se vale para conseguir sus objetivos.

Homero (Grecia, siglo viii a. C.) es el nombre dado al que cantaba las epopeyas acompañado de un instrumento musical, a quien se atribuye la autoría de los principales poemas épicos griegos: la Ilíada y la Odisea. Desde el período helenístico se ha cuestionado que el autor de ambas obras fuera la misma persona; sin embargo, antes no solo no existían estas dudas, sino que la Ilíada y la Odisea eran considerados relatos históricos reales. La Ilíada y la Odisea son el pilar sobre el que se apoya la épica grecolatina y, por ende, la literatura occidental.
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Produkt

KlappentextLa Odisea es un poema épico griego que narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Odiseo (Ulises). Además de haber estado diez años fuera luchando, Ulises tarda otros diez años en regresar a la isla de Ítaca, de la que era rey, período durante el cual su hijo Telémaco y su esposa Penélope han de aguantar en su palacio a los pretendientes que buscan desposarla (pues creían muerto a Ulises), al mismo tiempo que consumen los bienes de la familia. Las mejores armas de Ulises son su astucia e inteligencia - además de la ayuda provista por Palas Atenea, hija de Zeus - es capaz de escapar de los continuos problemas a los que ha de enfrentarse por designio de los dioses. Para esto, planea diversas artimañas, bien sean físicas -como pueden ser disfraces- o con audaces y engañosos discursos de los que se vale para conseguir sus objetivos.

Homero (Grecia, siglo viii a. C.) es el nombre dado al que cantaba las epopeyas acompañado de un instrumento musical, a quien se atribuye la autoría de los principales poemas épicos griegos: la Ilíada y la Odisea. Desde el período helenístico se ha cuestionado que el autor de ambas obras fuera la misma persona; sin embargo, antes no solo no existían estas dudas, sino que la Ilíada y la Odisea eran considerados relatos históricos reales. La Ilíada y la Odisea son el pilar sobre el que se apoya la épica grecolatina y, por ende, la literatura occidental.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788472545038
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
FormatE101
Erscheinungsjahr2023
Erscheinungsdatum27.12.2023
Auflage1. Auflage
Seiten287 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1024 Kbytes
Artikel-Nr.13389049
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Inhaltsverzeichnis
Presentación de José Vives
Canto I a XXIV
Estudio crítico literario de Juan Leita
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Leseprobe


PRESENTACIÓN

EL SENTIDO RELIGIOSO EN  HOMERO

Por

José Vives

M. A. por la Universidad de Oxford.

Doctor en Filología clásica, Derecho y Teología.

Posiblemente el lector de nuestro tiempo nada encuentre tan extraño en la Ilíada como el peculiar universo religioso en que se sitúa su trama fundamental, y particularmente la constante intromisión de las divinidades en las acciones de los hombres. Intromisión que fácilmente podría ser considerada impertinente, hasta el punto de provocar fastidio. En efecto, toda la Ilíada, del comienzo al fin, está llena de dioses que intervienen constantemente en la acción, en favor o en contra de los mortales. Estos cumplen religiosamente actos de culto, sacrificios, ofrendas y oraciones, con el convencimiento de que todo depende del favor de los dioses. Y, además, ahí están las historias celestiales que cuentan con todo detalle y con seductora brillantez la vida despreocupada de los inmortales en sus moradas olímpicas. Desde luego, lo que podríamos llamar el material religioso no falta en la Ilíada. Pero según como se mire, uno podría llegar a la conclusión de que, si en la Ilíada hay mucho material religioso, este material está tratado con muy poco espíritu religioso: estos dioses caprichosos, pasionales, lujuriosos, vanos, que roban las esposas de sus colegas y seducen doncellas mortales incautas; que en sus tratos con los hombres no premian ni castigan según los méritos y los deméritos, sino según los dictámenes de su pasión, de su capricho o las exigencias de sus rencillas; esos dioses irresponsables, inmorales e irracionales no pueden ser objeto de una verdadera actitud religiosa. Los dioses de Homero son creaciones poéticas, como tales grandiosas y fascinadoras, pero no se puede pensar que fueran concebidas como auténticas realidades sobrenaturales ante las que el hombre pudiera sentir aquel respeto, aquella veneración, aquel temor que parece esencial en toda actitud religiosa ante la divinidad. Boileau, el gran preceptista y crítico del clasicismo francés, declaraba que la principal función de los dioses en la Ilíada era la de posibilitar la introducción de «intermedios» cómicos para dejar descansar al lector de las continuas batallas y matanzas, único tema que se hubiera ofrecido al poeta si se hubiera limitado a las acciones de los hombres. Dentro de esta interpretación, uno de los mejores conocedores de Homero en los tiempos recientes, Paul Mazon, escribió en su conocida Introducción a la Ilíada, en la colección Budé: «La verdad es que jamás hubo poema menos religioso que la Ilíada. La Ilíada no tiene, como la mayoría de las epopeyas nacionales, el apoyo de una fe; más bien se reflejan en ella todas las incertidumbres humanas». Nadie negará que pueda haber una cierta verdad en esas conocidas apreciaciones de Mazón. Lo que puede ponerse en duda es si el punto de vista en que se pone Mazón es el adecuado para descubrir los valores religiosos que pueda haber en Homero. Es verdad que «la Ilíada no tiene, como la mayoría de las epopeyas nacionales, el apoyo de una fe». Pero es que, para comenzar, la Ilíada no es una epopeya nacional. Puede ser que los griegos posteriores la consideraran como una especie de epopeya nacional, pero pensar que esto pudiera estar en la mente del rapsoda o rapsodas homéricos es un anacronismo. La Ilíada no canta la grandeza de las gestas de los griegos contra un pueblo extraño. (El mismo Mazon señala que los troyanos no eran bárbaros, sino las avanzadillas de los pueblos eolios. Fueron los alejandrinos los que vieron en la Ilíada la expedición de Grecia contra el Asia bárbara.) En la Ilíada no hay propiamente ni vencedores ni vencidos: esto queda particularmente sugerido en el patético canto final de la devolución del cadáver de Héctor. La Ilíada no canta las gestas de una nación, sino la tragedia del hombre, la de todos los hombres, los de un lado y los de otro, a manos de un destino cuyo sentido no pueden comprender y del que no pueden escapar. Porque la Ilíada no es una epopeya nacional, sino la gran tragedia humana, su religión no es una fe nacional que soporte una gesta, sino una fe trágica en esas fuerzas superiores que juegan con los hombres de manera para ellos inexplicable.

La Ilíada perdería toda su fuerza y toda su belleza si el poeta no nos hubiera hecho sentir constantemente esta convicción que tienen sus hombres de estar sometidos y dominados por unos poderes superiores, que son los que realmente dirigen el curso de las cosas mundanas. Su tema principal y radical no es la gloria de los aqueos, ni siquiera la ira de Aquiles, sino el cumplimiento del designio de Zeus, que es en última instancia el responsable de todo lo que hacen los troyanos, los aqueos o el mismo Aquiles. Se ha dicho que podría representarse la Ilíada como en dos escenarios superpuestos: los dioses en el de arriba y los hombres en el de abajo, movidos por aquellos como marionetas. Esta última comparación, hecha famosa luego por Platón en las Leyes, resulta exacta. Nosotros, inconscientemente modernos y positivistas, tendemos a interesarnos exclusivamente por el escenario inferior y queremos hallar dentro de él la explicación de todo lo que en él ocurre: la causa de la derrota aquea la vemos como consecuencia pura y simple de la ira de Aquiles o de la intemperancia de Agamenón; la causa de las victorias troyanas es el arrojo y valentía de Héctor. El poeta no lo ve de una manera tan simple: la ira de Aquiles, la intemperancia de Agamenón, el arrojo de Héctor, la pasión amorosa de Paris, la debilidad de Helena son para el poeta manifestación de fuerzas superiores a los mismos hombres que las protagonizan. Son estas fuerzas superiores las que dirigen lo que los hombres ejecutan sin acabar de saber el porqué de lo que hacen, su ciego amar y odiar, y codiciar y pelear, y matar y morir. Todo ello es para el poeta incomprensible desde el terreno de los hombres; y si reflexionamos, tal vez no nos cueste demasiado darle la razón, porque ¿puede haber algo más incomprensible, más irracional que esas guerras, esos odios, esas muertes sin provecho definitivo de nadie, en que se debatían los hombres helenos y en que nos hemos seguido debatiendo los hombres de todos los tiempos, hasta los tiempos irracionales de la guerra del Vietnam y de la destrucción atómica o de la lucha racial? Cuando se consideran las imprevistas e irracionales consecuencias de las míseras pasiones y acciones de los hombres, no es difícil sentirse dominado por la sensación de que algo que rebasa al mismo hombre es la causa adecuada de todo ello. Este es el terrible sentido trágico de la vida humana, que se manifiesta ya en Homero y que florecerá luego en la tragedia propiamente tal. Y este sentido trágico ante unos poderes superiores es, en Homero como en la tragedia, verdaderamente un «sentimiento religioso».

Es posible que haya quien piense que no falta en Homero el sentimiento de la condición trágica del hombre, pero que no parece que este sentimiento pueda llegar a convertirse en un auténtico sentimiento religioso de «temor de Dios», o de los dioses. Aquellos dioses felices en sus amores impuros y en sus banquetes en los que abunda el vino y resuena «la risa inextinguible», ¿cómo pueden ser causa de temor y reverencia para el hombre? ¿No será verdad, volviendo a la idea de Boileau, que son más bien ridículos personajes de brillantes entremeses casi volterianos, creados por el poeta, no para suscitar el temor de lo sobrenatural, sino más bien para el regocijo malévolo de los oyentes? A este respecto se ha dicho que hay que distinguir en Homero como dos actitudes o dos momentos: Hay que distinguir entre los sentimientos que el poeta pone en boca de sus personajes para expresar la manera como ellos sienten su relación con los dioses, y lo que el poeta narra por sí mismo acerca de lo que imagina ser la vida de los dioses en sus moradas divinas. Hay que distinguir entre lo que los hombres sienten ante los dioses, y lo que los dioses son y sienten en sí mismos. Si se quiere, hay que distinguir entre lo que en Homero es religión, y lo que es mitología; lo que manifiesta a los dioses como poderes o fuerzas sobrenaturales que son objeto de veneración y de temor religioso, y lo que los manifiesta como personalidades o caracteres antropomórficos, que es fruto de la función poética mitificadora. Ambos aspectos son distintos, aunque -como espero mostrar- no contradictorios, y ambos se dan en Homero simultáneamente.

Elemento esencial y característico de toda religión es el «temor» o actitud reverencial ante algo superior no siempre bien determinado -precisamente porque por su misma naturaleza es superior y trascendente al hombre-, algo mágico a lo que se atribuye carácter de divinidad. Presupone el reconocimiento, hecho en la experiencia cotidiana, de que el hombre no es el absoluto, de que las cosas, aun las más íntimas, como la vida, la muerte, la salud y demás dotes naturales, la fortuna, etc., no dependen siempre y absolutamente de la voluntad del hombre, ni siquiera de una secuencia de causas reconocibles y previsibles. Todas estas cosas que se imponen al...
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Autor

HomeroLeita, JuanÜbersetzung
Homero (Grecia, siglo viii a. C.) es el nombre dado al que cantaba las epopeyas acompañado de un instrumento musical, a quien se atribuye la autoría de los principales poemas épicos griegos: la Ilíada y la Odisea. Desde el período helenístico se ha cuestionado que el autor de ambas obras fuera la misma persona; sin embargo, antes no solo no existían estas dudas, sino que la Ilíada y la Odisea eran considerados relatos históricos reales. La Ilíada y la Odisea son el pilar sobre el que se apoya la épica grecolatina y, por ende, la literatura occidental.

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