Hugendubel.info - Die B2B Online-Buchhandlung 

Merkliste
Die Merkliste ist leer.
Bitte warten - die Druckansicht der Seite wird vorbereitet.
Der Druckdialog öffnet sich, sobald die Seite vollständig geladen wurde.
Sollte die Druckvorschau unvollständig sein, bitte schliessen und "Erneut drucken" wählen.

El aviador

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
272 Seiten
Spanisch
NOCTURNAerschienen am29.01.2024
Londres, 1940. Durante el angustioso año en que estallan las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial, con la caída de Francia y los bombardeos de Londres, varios personajes batallan con sus propios recuerdos de España: un general de aviación franquista, un poeta exiliado, una intelectual de la burguesía madrileña, un ferroviario y una profesora de piano. Y también se enfrentan a un pasado salpicado por el desarrollo de un nuevo mundo técnico, centrado especialmente en el avión, y de un nuevo mundo social y político lleno de incertidumbre. En El aviador, Carlos Fortea recupera algunos personajes clave de su novela Los jugadores para contarnos qué fue de ellos y del país en el que vivieron. Y acerca el foco de un modo emocionante a personajes históricos tan conocidos como el presidente Negrín y tan desconocidos como el general Herrera, que escribieron la Historia y la sufrieron.

Carlos Fortea nació en Madrid en 1963. Ha sido profesor de Traducción en la Universidad de Salamanca y en la actualidad imparte clases en la Universidad Complutense de Madrid. Ha traducido más de ciento cincuenta obras de literatura alemana que le han hecho merecedor de galardones como el Premio Ángel Crespo o el Premio Esther Benítez. Además, es autor de las novelas Impresión bajo sospecha (2009), El diablo en Madrid (2012), El comendador de las sombras (2013), Los jugadores (Nocturna, 2015) -finalista del Premio Espartaco de la Semana Negra de Gijón-, A tumba abierta (2016), El mal y el tiempo (Nocturna, 2017) y El aviador (Nocturna, 2023), así como del ensayo Un papel en el mundo (2023).
mehr
Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR21,63
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR6,99

Produkt

KlappentextLondres, 1940. Durante el angustioso año en que estallan las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial, con la caída de Francia y los bombardeos de Londres, varios personajes batallan con sus propios recuerdos de España: un general de aviación franquista, un poeta exiliado, una intelectual de la burguesía madrileña, un ferroviario y una profesora de piano. Y también se enfrentan a un pasado salpicado por el desarrollo de un nuevo mundo técnico, centrado especialmente en el avión, y de un nuevo mundo social y político lleno de incertidumbre. En El aviador, Carlos Fortea recupera algunos personajes clave de su novela Los jugadores para contarnos qué fue de ellos y del país en el que vivieron. Y acerca el foco de un modo emocionante a personajes históricos tan conocidos como el presidente Negrín y tan desconocidos como el general Herrera, que escribieron la Historia y la sufrieron.

Carlos Fortea nació en Madrid en 1963. Ha sido profesor de Traducción en la Universidad de Salamanca y en la actualidad imparte clases en la Universidad Complutense de Madrid. Ha traducido más de ciento cincuenta obras de literatura alemana que le han hecho merecedor de galardones como el Premio Ángel Crespo o el Premio Esther Benítez. Además, es autor de las novelas Impresión bajo sospecha (2009), El diablo en Madrid (2012), El comendador de las sombras (2013), Los jugadores (Nocturna, 2015) -finalista del Premio Espartaco de la Semana Negra de Gijón-, A tumba abierta (2016), El mal y el tiempo (Nocturna, 2017) y El aviador (Nocturna, 2023), así como del ensayo Un papel en el mundo (2023).
Details
Weitere ISBN/GTIN9788419680501
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2024
Erscheinungsdatum29.01.2024
Seiten272 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse2012 Kbytes
Artikel-Nr.13509420
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


I

La irrupción del hombre desaliñado en la fiesta es como el paso de una guadaña sobre un campo de espigas. Con el mismo siseo, las voces se apagan una a una hasta dejar un silencio latente preñado de susurros, entreverado de tintineos, copas que chocan con botones dorados, anillos de brillantes que arañan las tulipas al pasar.

El hombre alto lleva el preceptivo frac, pero la pajarita ha desaparecido y el chaleco con solapas de raso tiene un botón abierto. La espalda arqueada, haciendo sobresalir la tripa, y su gesto de los labios apretados delatan a quien en algún momento de la velada ha perdido el control de la bebida. La doble barba y la apretada mata de pelo blanco que corona su recia cabeza no hacen más que empeorar lo intolerable de la circunstancia.

Enseguida, dos invitados de edad mediana y gesto decidido se hacen cargo de la situación: con movimientos rápidos, dejan sus copas en sendos veladores, se ajustan las mangas sobre los puños y cruzan a zancadas el extenso salón iluminado hasta alcanzar al impertinente. Lo agarran cada uno por un brazo, giran en redondo trazando un amplio círculo, como si se tratara de un paso de baile, y se lo llevan. Hasta ahí, el incidente ha concluido.

El dueño de la casa apareció y guio a la comitiva hasta un despacho, hasta una mesa en la que había una foto de familia, un teléfono negro y una radio de aspecto vagamente modernista. Sentaron al intruso en un gran sillón y lo abofetearon. Lo abofetearon para despejarlo, se decían que lo abofeteaban para despejarlo, cuando en realidad liberaban el ansia de pegar al intruso, de pegar a la sombra que venía para aguarles la fiesta.

-Déjalo. Ya está bastante despejado.

-No le viene mal una pequeña lección.

Postrado, volviendo la cabeza con cada bofetada como para seguir un involuntario partido de tenis, el hombre de la mata de pelo blanco, de pelo encanecido antes de tiempo, se recuerda mirando un horizonte azul, un horizonte limpio en el que todo tiene una claridad prístina, el motor del avión zumba monótono, la hélice deja ver una vibración casi invariable, trasmite la ilusión de girar al revés, y con ella el sueño de un mundo que pudiera caminar hacia atrás.

El piloto desea que aquel mundo fuera un mundo sin fin, y él navegante eterno, águila llevando en sus garras el sol, esperando las nuevas de la noche.

De repente se siente como un pájaro caído, y vuelve al despacho en el que le pegan.

-Por Dios, qué estáis haciendo.

Una mujer de blanco acaba de aparecer en el umbral. Una mujer en la treintena, tal vez en la frontera de los cuarenta, con un vestido de escote cuadrado y largos guantes blancos. Tiene el pelo castaño muy claro, una larga melena ondulada peinada con raya a la derecha. Uno de los dos hombres se da la vuelta, trata de interponerse en el campo de visión de la recién llegada:

-Lo estamos despejando, Clara, no te preocupes.

-No te rías de mí, le estáis pegando.

Un coro de risas forzadas responde a la frase.

-No seas dramática, no le pasa nada. Ha bebido de más y es preciso espabilarlo, eso es todo.

-Dejadme pasar.

En el sillón, que tiene un muelle en la base que permite al respaldo balancearse y ahora tiene la culpa de que con cada una de las bofetadas le dé la sensación de ir a caerse, el hombre se incorpora. La curiosidad recupera su firme prerrogativa de motora del mundo, y el abofeteado quiere saber quién aboga por él, quién sale en defensa del pájaro caído.

La mujer tiene un rostro agradable, aunque ahora esté fruncido por la preocupación, y surcan su frente las marcas de esa clase de arrugas que no causa la edad, sino el pensamiento. Se abre paso entre los defensores de la moral pública, entre los que ponen cada cosa en su sitio.

-Vuelve a la fiesta, Clara.

-Cállate. Sois unos bárbaros.

Nuevas risas. Pero no son las mismas de antes. Son risas contenidas, medio avergonzadas, de esas que se apagan a mitad de vuelo como cohetes muertos. Los hombres que iban a despejar a otro se han despejado ellos con la actividad, y están ligeramente abochornados. El que está más cercano a la puerta parece a punto de irse.

-Dile a Peters que me traiga una jarra de agua y una toalla -ordena la mujer, y los otros se van, como si al no llevar la orden el nombre de nadie, todos ellos tuvieran que ir a cumplirla.

El piloto mira a su salvadora, apunta una sonrisa. Solo ahora empieza a notar que le arde la cara, que tiene la nariz congestionada y tal vez, probablemente, esté sangrando. Pero no le importa. Ha recuperado un cierto sentido de la compostura.

-Qué ha pasado, general -dice la mujer, y el general comprueba confuso que habla en español, aunque hace un instante aún hablaba en inglés con los que le pegaban. No hay interrogación en la pregunta. Tan solo una cansada constatación.

La llegada de Peters, el mayordomo, con una bandeja plateada en la que brillan una jarra de agua, un vaso y una toalla de reluciente blancura, le ahorra tener que contestar. Con manos decididas, la mujer rocía la toalla con el agua y, sin decir palabra, se la aplica en el rostro al hombre abofeteado como si fuera el paño de la Verónica. El piloto siente, estremecido, el frescor de la felpa en la piel enrojecida, y tan solo se mueve para sujetarla, para recuperar algo de autonomía, y en el gesto sus manos encuentran las de ella, que le cede el testigo.

Está así unos segundos, unos instantes de intimidad, y después aparta la toalla y vuelve a mostrar el rostro. El paño blanco se ha manchado de sangre.

-Déjeme -dice Clara.

Recupera la toalla y, metiendo dos dedos por debajo de ella, le limpia cuidadosa los orificios de la nariz mientras él observa su rostro concentrado en la tarea, a dos palmos del suyo. Es una hermosa mujer, piensa.

-Gracias.

-No hay de qué. -Clara deja caer la toalla, llena el vaso y se lo acerca-. ¿Cómo le han puesto así?

Él se encoge de hombros.

-Me invitaron a tomar una copa.

-Sería más de una.

Los hombros del piloto suben y bajan una vez más.

-Puede ser. De todos modos, no bebo. -Sonríe con timidez-. Seguro que por eso me hizo tanto efecto.

-Si no bebe, ¿por qué aceptó?

Durante el tiempo invisible de un parpadeo, una especie de espasmo dolorido recorre la faz del hombre.

-No sé decir que no -contesta.

La mujer lo mira con curiosidad. Sabe muy bien quién es ese hombre. Lo conoce desde hace muchos años, desde cuando él tenía el pelo negro y salía en las páginas de los periódicos. No acaba de asociarlo con aquel invitado desvalido que se remete con lentitud los faldones caídos de la camisa.

-Voy a buscarle una pajarita -dice de pronto.

Él ríe entre dientes. Le resulta extremadamente cómica la idea de ir a buscar una prenda así en una fiesta de Nochevieja, como si todo el mundo fuera perdiéndolas igual que él.

-No sé de dónde piensa sacarla -formula.

-Se la quitaré a un camarero -responde Clara con naturalidad.

Él la ve salir de la habitación. El escote cuadrado de la espalda replica el del pecho, y después el vestido se ciñe a sus caderas y simplemente vuela desde ellas, impulsado por unas piernas acostumbradas a apartarlo a su paso, a trazar su compás bajo la campana de tul. El hombre cierra los ojos un momento.

Luego los abre y piensa que no debería haber venido. Son tantas las cosas que no debería haber hecho que su peso se ha convertido en una doble vida que lleva a hombros.

La habitación que le rodea está llena de objetos de valor: cuadros de pintores del dieciocho, antigüedades, útiles de escritorio en oro o plata. Escenarios que no son los suyos, mundos desconocidos que no le interesan, no sabe qué está haciendo allí. Pero sí sabe por qué ha ido.

La bilis en la boca está empezando a formarse otra vez cuando Clara regresa. Lleva en la mano un chaleco blanco y una pajarita negra.

El piloto no puede evitar reírse. Clara es la viva imagen de lo que se suele llamar una mujer de recursos, piensa.

-¿De dónde ha sacado eso?

-De donde se lo dije. -Mientras habla, Clara tira de él, lo levanta y le ayuda a ponerse la prenda-. Se lo he quitado a un camarero. Siento que la pajarita no sea blanca, pero al menos podrá salir de aquí con un poco de dignidad.

-¿También usted piensa que la dignidad va en la pajarita?

El rostro de Clara vuelve a estar próximo al de él, mientras manipula el cuello de la camisa para ajustar el elástico del corbatín. Se detiene, las manos sueltan la cinta negra y se posan cansadas en sus hombros. Los ojos le miran desde muy cerca.

-¿Usted qué cree, general?

Los ojos tan cercanos le avergüenzan. Pero los sostiene, por puro placer, porque aquel rostro de líneas armoniosas le devuelve una parte de la armonía que él mismo ha perdido.

-Le estoy muy agradecido, Clara -dice con sinceridad.

-¿Cómo sabe mi nombre?

-Se lo oí decir a uno de sus amigos. ¿Y usted cómo sabe quién soy yo?

La mujer titubea, pero renuncia a responder; las manos recuperan su actividad alrededor del cuello de la camisa, los ojos vuelven a fijarse en las cosas.

-¿Está listo para irnos?

-No pretenderá acompañarme a mi casa....
mehr

Autor

Carlos Fortea nació en Madrid en 1963. Ha sido profesor de Traducción en la Universidad de Salamanca y en la actualidad imparte clases en la Universidad Complutense de Madrid. Ha traducido más de ciento cincuenta obras de literatura alemana que le han hecho merecedor de galardones como el Premio Ángel Crespo o el Premio Esther Benítez. Además, es autor de las novelas Impresión bajo sospecha (2009), El diablo en Madrid (2012), El comendador de las sombras (2013), Los jugadores (Nocturna, 2015) -finalista del Premio Espartaco de la Semana Negra de Gijón-, A tumba abierta (2016), El mal y el tiempo (Nocturna, 2017) y El aviador (Nocturna, 2023), así como del ensayo Un papel en el mundo (2023).