Hugendubel.info - Die B2B Online-Buchhandlung 

Merkliste
Die Merkliste ist leer.
Bitte warten - die Druckansicht der Seite wird vorbereitet.
Der Druckdialog öffnet sich, sobald die Seite vollständig geladen wurde.
Sollte die Druckvorschau unvollständig sein, bitte schliessen und "Erneut drucken" wählen.

Cuarenta ladrones con carencias afectivas

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
272 Seiten
Spanisch
GEDISA EDITORIALerschienen am07.05.2024
Cuando la abeja reina muere, la colmena entera se enfrenta al desastre. Para evitarlo, las abejas se organizan en torno a una larva destinada, originalmente, a convertirse en obrera. La rodean con sus cuerpos, emitiendo calor, y le dan a comer de la jalea real. La larva deviene así una reina grande y fértil, pero con un ADN idéntico a las abejas obreras. De esta forma, el medio decide el destino de la larva. En este libro, Boris Cyrulnik propone que algo similar ocurre con los seres humanos: nuestro desarrollo depende del entorno en que nos criamos. El afecto recibido en la infancia determina el futuro del niño, y la ausencia del mismo lo acerca a la senda violenta del ladrón. Con erudición admirable, Cyrulnik traza las semejanzas entre el desarrollo de los animales y los humanos para estudiar los efectos del entorno sobre el carácter del individuo y tratar de explicarse, a la vez, la tendencia de la humanidad a la violencia y a la guerra. Si entendemos esto, nos dice, entenderemos también la necesidad de actuar sobre aquello que nos condiciona, de construir el medio más apto para la crianza de los niños. Cuarenta años después de la publicación de su primer libro, Boris Cyrulnik nos brinda una verdadera obra maestra que revela al erudito tras el narrador y el sabio.

Boris Cyrulnik (Burdeos, 1937) es uno de los grandes referentes de la psicología moderna. Neurólogo, psicoanalista, psiquiatra y etólogo de formación, es considerado como uno de los padres de la resiliencia. Es profesor de la Universidad de Var en Francia y responsable de un grupo de investigación en etología clínica en el Hospital de Toulon. Editorial Gedisa ha publicado algunas de sus obras más influyentes, como Los patitos feos, Me acuerdo, Las almas heridas, (Super)héroes ¿Por qué los necesitamos?, Psicoterapia de Dios, Escribí soles de noche, Psicoecología y ¡No al totalitarismo!
mehr
Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR34,50
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR14,99

Produkt

KlappentextCuando la abeja reina muere, la colmena entera se enfrenta al desastre. Para evitarlo, las abejas se organizan en torno a una larva destinada, originalmente, a convertirse en obrera. La rodean con sus cuerpos, emitiendo calor, y le dan a comer de la jalea real. La larva deviene así una reina grande y fértil, pero con un ADN idéntico a las abejas obreras. De esta forma, el medio decide el destino de la larva. En este libro, Boris Cyrulnik propone que algo similar ocurre con los seres humanos: nuestro desarrollo depende del entorno en que nos criamos. El afecto recibido en la infancia determina el futuro del niño, y la ausencia del mismo lo acerca a la senda violenta del ladrón. Con erudición admirable, Cyrulnik traza las semejanzas entre el desarrollo de los animales y los humanos para estudiar los efectos del entorno sobre el carácter del individuo y tratar de explicarse, a la vez, la tendencia de la humanidad a la violencia y a la guerra. Si entendemos esto, nos dice, entenderemos también la necesidad de actuar sobre aquello que nos condiciona, de construir el medio más apto para la crianza de los niños. Cuarenta años después de la publicación de su primer libro, Boris Cyrulnik nos brinda una verdadera obra maestra que revela al erudito tras el narrador y el sabio.

Boris Cyrulnik (Burdeos, 1937) es uno de los grandes referentes de la psicología moderna. Neurólogo, psicoanalista, psiquiatra y etólogo de formación, es considerado como uno de los padres de la resiliencia. Es profesor de la Universidad de Var en Francia y responsable de un grupo de investigación en etología clínica en el Hospital de Toulon. Editorial Gedisa ha publicado algunas de sus obras más influyentes, como Los patitos feos, Me acuerdo, Las almas heridas, (Super)héroes ¿Por qué los necesitamos?, Psicoterapia de Dios, Escribí soles de noche, Psicoecología y ¡No al totalitarismo!
Details
Weitere ISBN/GTIN9788419406736
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Erscheinungsjahr2024
Erscheinungsdatum07.05.2024
Seiten272 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse992 Kbytes
Artikel-Nr.14605707
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe



Prólogo

-Cuarenta ladrones con carencias afectivas. Eso es provocativo. No me parece nada serio. En todo caso, ¡no me va a decir que bastaría con amar a los ladrones para disminuir la criminalidad!

-Sin embargo, es la idea que actualizó este libro al inscribirlo en el linaje de los trabajos fundadores de René Spitz01 y de John Bowlby,02 dos psicoanalistas que basaron la psicología humana en trabajos de etología animal.

-Ahí sí que está exagerando. En todo caso, ¡no se puede establecer un lazo entre el mundo del pensamiento, de los conflictos intrapsíquicos de Freud y el de los perros y gatos que viven a nuestro lado!

-Cuando Darwin, en pleno siglo xix, propuso esa relación,03 fue ridiculizado y detestado por aquellos que preferían seguir pensando en el camino recto de las ideas convencionales. Al observar a los animales y a los hombres en su medio natural, revolucionó la biología y trastornó el lugar del hombre en el mundo viviente.

Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando volvió la paz, hubo que afrontar el enorme problema de los millones de huérfanos que sobrevivían en Europa. En Inglaterra, Anna Freud y su amiga Dorothy Burlingham requisaron algunas bellas casas de Hampstead en el suburbio cercano a Londres, las bautizaron nurseries e intentaron socorrer allí a ochenta niños afectados por los bombardeos y la pérdida de sus padres. Como esos pequeños aún no sabían hablar o ya no podían expresarse debido al trauma, ellas relacionaron la observación directa de los comportamientos con una interpretación psicoanalítica. Al asociarse con René Spitz, ese trabajo dio un maravilloso librito que recogía las observaciones de esos grandes nombres del psicoanálisis, basadas en veintinueve publicaciones de etología animal.04 En la misma época, John Bowlby recibía una petición de la OMS (Organización Mundial de la Salud) para comprender lo que había que hacer a la hora de ayudar a que esos niños sin familia recuperaran un buen desarrollo. Ese educador, convertido en médico y psicoanalista, también se inspiró en datos científicos surgidos del mundo animal.05

¿Por qué me sentí atraído por estas publicaciones? Yo aún estaba en el liceo, soñando con volverme psiquiatra, cuando ya había leído, en un pequeño «Que sais-je?»,*06 los trabajos de Harlow, ese primatólogo que demostraba que un pequeño mono privado de relaciones dejaba de desarrollarse.07 Ese bebé macaco hablaba de mí, y la comparación no me humillaba. No me sentía «rebajado al rango de animal» cuando la observación de un mono me ayudaba a comprender que un ser vivo alterado no puede salir adelante sino gracias a otros seres vivos.

Toda visión del mundo es una confesión autobiográfica. Durante los años de guerra, a menudo había estado aislado, privado de toda relación. El enclaustramiento me protegía de las persecuciones nazis y me sentía seguro con los Justos que me acogían. Pero después de la guerra no recuperé a mi familia; me internaron en una institución helada, cerca de Villard-de-Lans, en Vercors. En los años de posguerra, en la cultura circulaba un dogma: «Un niño debe callarse. No hay que hablarle más que para enseñarle a obedecer». En ese desierto afectivo, la mayoría de los niños se apagaban, pero algunos lo afrontaban y se convertían en pequeños brutos; yo formé parte de aquellos que lograron evadirse descubriendo los mundos animales. Apenas despertaba corría hacia un peñasco donde había descubierto los movimientos de tropas de los batallones de hormigas, las que transportaban los huevos, las escuadrillas de hormigas voladoras, que despegaban de una plataforma, y las rutas por donde transportaban las reservas de alimento. Ninguna película de ciencia ficción habría podido inspirarme más pasión para descubrir su mundo. Luego, como no había nadie con quien encontrarse en esa institución sin palabras, me escapaba por una rotura de la cerca para ir a hablar con el perro del vecino, que me recibía dichoso y se quedaba quieto prestando atención cuando le contaba mis desdichas. Ese perro me ayudó mucho. Mis únicas relaciones humanas las tenía con animales. ¿Será la razón por la cual siempre pensé que al estudiar los animales uno podría comprender mejor la condición humana? No me sentía humillado cuando Nikolaas Tinbergen explicaba que las gaviotas se comunicaban por medio de unos cincuenta gritos y posturas que componían una verdadera gramática comportamental08 y que tenían una visión muy superior a la mía. Cuando descubro que las madres delfines emiten una variación de clics sonoros que enseñan al pequeño una suerte de lengua maternal, no me siento rebajado, sino que me maravillo y comprendo que el lenguaje humano no se parece a ningún otro.

Durante una corta estadía en el Instituto de Psicología, tuve la suerte de frecuentar a Rémy Chauvin y conversar con él en el curso de seminarios organizados en la Escuela de Estudios Superiores por Léon Chertok e Isabelle Stengers. A partir de los años sesenta, Chauvin enseñaba epigenética en las abejas y nos decía que en ello no cabían extrapolaciones: «Lo que vale en una especie animal tal vez no vale nada en la especie humana», pero el mundo animal nos ofrece un tesoro de hipótesis y un método científico cercano a la clínica humana donde uno se dirige al terreno, al lecho del enfermo, para hacer una observación que se podrá aclarar con ayuda del laboratorio.

Yo no soy un verdadero etólogo, sino un neuropsiquiatra, pero, como ocurrió con René Spitz, John Bowlby y muchos otros expertos investigadores, el mundo animal me ayudó a comprender la condición humana.

El período más fértil de mi formación lo recibí en los años setenta cuando Jacques Cosnier, Hubert Montagner y Jacques Gervet me invitaron a trabajar con ellos en las reuniones organizadas por el CNRS y el INSERM.*09 Mi identidad de «psiquiatra que se interesa por la etología animal» pareció sorprendente e incluso divertida; luego tuvo un inicio de reconocimiento cuando los profesores Sutter, Tatossian y Soulayrol me concedieron un puestito de docente complementario en la Facultad de Medicina de Marsella, lo que me autorizó a enseñar etología a los estudiantes de medicina. Los etólogos de animales me alentaron a organizar una etología humana inspirada por sus trabajos.10 Los grandes nombres de la psiquiatría de los años ochenta, Serge Lebovici y Michel Soulé, interesados por este proceder marginal, apadrinaron mi camino de cabras,11 que hoy se ha convertido en una autopista con una enorme circulación de publicaciones sobre el apego.

Una bifurcación importante, a este respecto, se realizó en el Congreso de Embiez, organizado por Jacques Petit y Pierre Pascal.12 En esa bella islita cerca de Tolón, en 1985, se reunieron etólogos de animales, biólogos, universitarios (Soulayrol, Rufo) y especialistas que intentaron aclarar lo que Spitz y Anna Freud habían escrito en 1945: la construcción del aparato para ver el mundo (el cerebro y la sensorialidad) comienza durante la vida uterina, cuando el futuro bebé recibe la huella del cuerpo de su madre y de sus relaciones con su entorno afectivo y social. La noción de individuo ¿sería una ilusión del pensamiento occidental? El desarrollo del cerebro y del alma del feto está guiado por tres nichos ecológicos: el vientre de su madre, el hogar parental y el entorno verbal.

Nosotros compartimos con los animales los dos primeros nichos sensoriales, aunque cada especie vive en un mundo que le es propio. Pero cuando los humanos desembarcan en la noosfera, ese mundo fundado en el pensamiento abstracto, se vuelven capaces tanto de creatividad como de delirio. La creatividad consiste en traer al mundo algo que antes no estaba, posibilitando así la evolución de las ideas, mientras que el delirio pone en el mundo algo que le es ajeno, una representación sin relación con lo real que sin embargo algunos hombres frecuentan con convicción, haciendo así posible las guerras de creencias.

Los animales, que viven en un mundo sensorial más contextual que el nuestro, están menos sometidos al delirio. Se pelean para defender su territorio, a sus pequeños o sus alimentos, pero no saben organizar un ejército de ejecutores encargados de eliminar a los que no piensan como ellos. La maravilla de la palabra también puede conducir al horror de las guerras de religión y los genocidios.

Este libro es el resultado de un largo recorrido fundado en una experiencia clínica y numerosos encuentros entre disciplinas diferentes, asociadas en un proceder ecosistémico.

Los animales se pelean para sobrevivir. Sus rituales de interacción limitan la violencia, cosa que saben hacer los hombres, los cuales, gracias a su inteligencia técnica y verbal, también pueden...

mehr

Autor

Boris Cyrulnik (Burdeos, 1937) es uno de los grandes referentes de la psicología moderna. Neurólogo, psicoanalista, psiquiatra y etólogo de formación, es considerado como uno de los padres de la resiliencia. Es profesor de la Universidad de Var en Francia y responsable de un grupo de investigación en etología clínica en el Hospital de Toulon. Editorial Gedisa ha publicado algunas de sus obras más influyentes, como Los patitos feos, Me acuerdo, Las almas heridas, (Super)héroes ¿Por qué los necesitamos?, Psicoterapia de Dios, Escribí soles de noche, Psicoecología y ¡No al totalitarismo!