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La humanización de un mono

E-BookEPUB0 - No protectionE-Book
296 Seiten
Spanisch
Herder Editorialerschienen am18.10.2022
Mona, bufona, bruja, espía, mal espíritu o caníbal. Estos fueron algunos nombres que la población local utilizó para referirse a Heike Behrend durante sus investigaciones de campo en África Oriental. Con el tiempo, comprendió el significado de estos calificativos: eran formas que tenían los pueblos estudiados para referirse a lo extraño, a lo ajeno a la comunidad. En concreto, «mona» fue el nombre con el que se refirieron a ella los habitantes del pueblo Bartabwa, en Kenia, con el que convivió un tiempo. Lejos de ser una palabra despectiva, con ella designaban a los niños, porque vienen de los simios y están en proceso de transformarse en hombres. Descubrir esto le permitió a la autora realizar un análisis desprejuiciado de los grupos humanos, explorando al mismo tiempo otra manera de conocerse a sí misma. Heike Behrend define su libro como un relato etnográfico, pero también como una «historia de enredos, más bien poco heroicos, y malentendidos culturales». Es, además, una historia que recoge las experiencias y palabras de la población estudiada, que forman parte no solo de un relato científico, sino también de la propia biografía de la autora.

Heike Behrend (Stralsund, 1947) estudió Etnología y Ciencias de la religión en Múnich, Viena y Berlín, y cine en la Academia de Cine y Televisión de Berlín. Fue docente en diferentes universidades de Alemania y Europa, realizó trabajos de campo etnográficos principalmente en África Oriental y estancias de investigación más breves por todo el continente africano. Es autora de diversos libros y directora de documentales etnográficos como Satanás crucificado. Una caza de brujas católica en el oeste de Uganda o María Akatsa, profetisa.
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR28,50
E-BookEPUB0 - No protectionE-Book
EUR17,99

Produkt

KlappentextMona, bufona, bruja, espía, mal espíritu o caníbal. Estos fueron algunos nombres que la población local utilizó para referirse a Heike Behrend durante sus investigaciones de campo en África Oriental. Con el tiempo, comprendió el significado de estos calificativos: eran formas que tenían los pueblos estudiados para referirse a lo extraño, a lo ajeno a la comunidad. En concreto, «mona» fue el nombre con el que se refirieron a ella los habitantes del pueblo Bartabwa, en Kenia, con el que convivió un tiempo. Lejos de ser una palabra despectiva, con ella designaban a los niños, porque vienen de los simios y están en proceso de transformarse en hombres. Descubrir esto le permitió a la autora realizar un análisis desprejuiciado de los grupos humanos, explorando al mismo tiempo otra manera de conocerse a sí misma. Heike Behrend define su libro como un relato etnográfico, pero también como una «historia de enredos, más bien poco heroicos, y malentendidos culturales». Es, además, una historia que recoge las experiencias y palabras de la población estudiada, que forman parte no solo de un relato científico, sino también de la propia biografía de la autora.

Heike Behrend (Stralsund, 1947) estudió Etnología y Ciencias de la religión en Múnich, Viena y Berlín, y cine en la Academia de Cine y Televisión de Berlín. Fue docente en diferentes universidades de Alemania y Europa, realizó trabajos de campo etnográficos principalmente en África Oriental y estancias de investigación más breves por todo el continente africano. Es autora de diversos libros y directora de documentales etnográficos como Satanás crucificado. Una caza de brujas católica en el oeste de Uganda o María Akatsa, profetisa.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788425447952
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format Hinweis0 - No protection
FormatE101
Erscheinungsjahr2022
Erscheinungsdatum18.10.2022
Seiten296 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1436 Kbytes
Artikel-Nr.9986187
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


1

El mono que quiere convertirse en ser humano soy yo, una etnóloga (berlinesa). «Mono» me llamaron los habitantes de las montañas Tugen en el noroeste de Kenia cuando llegué allí en 1978. «Mono», «bufona» o «payasa», «espía», «espíritu satánico» y «caníbal» fueron otros de los nombres que también se me dieron en posteriores investigaciones en África Oriental. Sobre estas investigaciones etnográficas me gustaría hablar aquí. Por tanto, mi texto se puede adscribir al género del informe de trabajo de campo, y sigue a «antecesores» etnológicos como Hortense Powdermaker, Laura Bohannan, Claude Lévi-Strauss, Paul Rabinow, Alma Gottlieb, Harry West o Roy Willis, por nombrar solo a algunos. Pero mientras en ellos el etnógrafo aparece en el campo la mayor parte de las veces como heroico científico y maestro de la investigación, yo en este libro trato sobre todo de la historia de enredos más bien poco heroicos y malentendidos culturales, los conflictos y fallos que tuvieron lugar durante mis investigaciones de campo en África Oriental. Lo que interesa son las irritaciones, las casualidades, las experiencias desafortunadas y los puntos ciegos, hasta donde soy consciente de ellos, que casi siempre se dejan fuera en las monografías publicadas.2 Sin embargo, las situaciones de fracaso forman parte de un modo esencial de la práctica etnográfica. Duelen y obligan a la etnógrafa a modificar el curso de su investigación, a buscar otro «informante» o también otro campo del saber. Pero en los textos publicados el fracaso se ha borrado la mayor parte de las veces; la etnógrafa cuenta sobre todo una historia de éxito. La productividad que también puede hallarse en el fracaso rara vez es reconocida y sometida a reflexión.

Pero, de hecho, irritaciones, malentendidos y casualidades determinaron de forma fundamental mi proceso de investigación, pues me obligaron a pensar de maneras no previsibles y a formarme una y otra vez una nueva idea del objeto de la investigación.
2

Las investigaciones de campo toman cada una su propio rumbo, puesto que también las personas del lugar tienen intereses y proyectos en los que tratan de involucrar a la etnógrafa. «Mi» investigación no me pertenecía. Era determinada en gran parte, como mostraré, por los etnografiados, no se desarrollaba ni conforme al plan ni sin conflictos. Pues mi «voluntad de saber» (Foucault) chocaba no pocas veces con intereses locales y concepciones de cortesía, moral, poder, sexo y secreto. Justamente la aceptación, el exponerse a choques y la reflexión acerca de ellos, se evidenció como extraordinariamente productiva y abrió campos del saber que en casa no habría podido imaginar. Pero esto significa también que postulo un otro que no surge en la relación con lo propio. Hay un afuera que va más allá del reflejo narcisista de lo propio en lo extraño y rompe el círculo de la autorreflexión.

Los errores y extravíos que se acumulaban «en el campo» adoptaban una forma espectral y anhelaban, como espíritus, así me lo parece, el reconocimiento. Llevaban a la conformación de un «objeto» que comúnmente se denomina tema de investigación. Este no era simplemente dado, sino que debía encontrarse primero en el intercambio -a veces también en el conflicto- con los hombres y las mujeres del lugar. En esto mis interlocutores eran, como me vi obligada a constatar, sumamente interactivos y en absoluto indiferentes; cambiaban ya mientras estábamos hablando. Y me cambiaban; también yo soy hoy eso que ellos hicieron de mí durante mi tiempo de investigación en África.
3

Un informe autobiográfico se funda en un único nombre. Puesto que yo soy la autora, narradora y protagonista del texto, cumplo con el «pacto autobiográfico»3 y respondo de él. Pero al mismo tiempo hago saltar su marco, pues le añado al nombre que garantiza el pacto otros nombres ajenos. En el centro de mi autobiografía de la investigación etnográfica pongo los nombres que los sujetos de mi investigación me dieron en África. No son nombres halagadores, y no me reconozco necesariamente en ellos. Intento elevar y ampliar mi subjetividad hasta el extremo, dejándome transformar en objeto de los etnografiados, y muestro cómo ellos me veían y llamaban. En este contexto me resulta difícil reforzar el «auto» en «autobiografía». ¿Acaso la verdadera signatura del texto no se rompe, fragmenta, amplía y enajena cuando se colocan en el centro nombres ajenos? ¿Sigue siendo un texto autobiográfico cuando se esfuerza en proporcionar elementos de una descripción etnográfica de lo ajeno?

En efecto, mi texto es el intento de entender cómo, en el intercambio con los sujetos de mis investigaciones, surgen numerosos «yos» muy insólitos e inquietantes, que me hacen preguntarme qué verdad, qué crítica, qué promesa y qué fracaso esconden estos nombres ajenos que se me dieron. Mi texto es al mismo tiempo un intento de convertir en objeto de una narración la producción etnográfica de conocimiento -a veces poco científica-. En este contexto, no pretendo tampoco producir un relato científico, pues algunas veces me aferro a las dos partes de una oposición y en numerosas afirmaciones me doy a mí misma, una y otra vez, una puñalada por la espalda.

Ocuparme críticamente de la tradición autobiográfica occidental, de nuestra «ilusión biográfica»,4 como la llamó Pierre Bourdieu, me indujo también a tratar de aclarar las ideas de (auto-)biografía, vida e itinerario vital de los sujetos de mi investigación y a incluirlas en este texto.
4

En Alemania y en Francia hay una pequeña tradición que se puede describir como «etnografía inversa». Antes y después de la Segunda Guerra Mundial, Julius Lips, Hans Himmelheber, Michel Leiris, Jean Rouch, Fritz Kramer y Michael Harbsmeier y otros se interesaron por la cuestión de cómo la confrontación con la experiencia ajena de lo extraño podía sacudir la autopercepción europea y -sobre todo- colonial. Ellos invertían la perspectiva, cambiaban las posiciones coloniales de observador y observado, y tematizaban en distintos medios cómo los colonizados convertían en objeto de sus propias etnografías a los colonizadores, su modo de vida y sus tecnologías. Esta figura de la inversión, de la mirada inversa del etnografiado a la etnógrafa y su investigación, está también en la base de este relato y lo impulsa. ¿De qué categorías se servían los sujetos de mi investigación para designarme a mí y mi trabajo? ¿Qué posibilidades de inclusión se me ofrecían como alguien, en principio, extraño? ¿Cuándo y bajo qué condiciones fui aceptada o rechazada como persona? ¿Qué límites me impusieron? ¿Hubo momentos en los que sus perspectivas y la mía se encontraron o incluso llegaron a coincidir? ¿Con qué conocimientos, con qué conceptos y teorías me obsequiaron? ¿Qué alianzas contrajimos y qué resistencias se conformaron tanto en ellos como en nosotros? ¿Pudieron reconocerse en mis textos? ¿Y cómo lidié con los nombres que ellos me dieron? Mono, bufona o payasa, bruja, espía, mal espíritu y caníbal, estos irritantes calificativos que se me dieron durante mis estancias en África me desconcertaban, confundían y herían. ¿Qué fuerza y dinámica adquirieron estos nombres durante la investigación y al escribir sobre esta?

Como constaté más adelante en mi trabajo etnográfico, los nombres tenían ya una larga historia. Eran más o menos estereotipos clásicos de la extrañeza que aparecen en encuentros interculturales, descritos ya en el siglo XIX (a veces, incluso mucho antes) en diarios de viaje, y que eran representados por los implicados -colonizadores y colonizados- alternativamente. La «alterización» es una práctica que no solo han realizado etnólogos coloniales, los sujetos de su investigación también han «alterizado» a los extraños -incluidos los etnólogos-, los han descrito como caníbales, los han hecho danzar como espíritus extraños en rituales de posesión, los han colocado como figurillas de colonos en altares o ridiculizado con nombres.

Los nombres que se me dieron ofrecen así una visión de la experiencia ajena de lo extraño y muestran cómo los sujetos de mi investigación tomaron posesión de mí en sus categorías. Contra la autopercepción, las intenciones y los planes de investigación propios, multiplicaron versiones de mí que no me habría imaginado ni en sueños. Pero quizás sean justamente estas experiencias más bien desestabilizadoras las que posibiliten una comprensión de la diferencia.5

Me presento así al lector no tanto como sujeto autónomo y como observadora, sino más bien como objeto muy cuidadosamente observado en un campo de casualidades, inseguridades, conflictos y equilibrios de poder sumamente distintos. No obstante, yo soy la que escribe y describe. Yo soy la que, como sujeto que recuerda, se encuentra en una relación de diferencia con muchas versiones ajenas de mi yo. Y soy yo la que sigue el género de la literatura de viajes y de investigación -esa «literatura de pacotilla», como la llamó Lévi-Strauss-, pero también rompe o parodia algunas veces sus convenciones. Yo soy ambas cosas, víctima y actriz, en comedias y dramas ajenos, y desciendo, como mono o caníbal, a géneros cada vez más bajos -sin un grandioso regreso al final.

De hecho, se trata de algo más que una inversión. Pues los nombres que me dieron expresaban no tanto el otro de los otros -como yo suponía, al menos durante mi primer trabajo de campo-, sino más bien los reflejos recíprocos de imágenes propias y extrañas. En la...

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Autor

Heike Behrend (Stralsund, 1947) estudió Etnología y Ciencias de la religión en Múnich, Viena y Berlín, y cine en la Academia de Cine y Televisión de Berlín. Fue docente en diferentes universidades de Alemania y Europa, realizó trabajos de campo etnográficos principalmente en África Oriental y estancias de investigación más breves por todo el continente africano. Es autora de diversos libros y directora de documentales etnográficos como Satanás crucificado. Una caza de brujas católica en el oeste de Uganda o María Akatsa, profetisa.