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El asesino de los pájaros

E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
112 Seiten
Spanisch
Books on Demanderschienen am24.06.20221. Auflage
El asesino de los pájaros es una historia de terror psicológico que explora la frontera entre la cordura y la locura del ser humano. Esta historia nos permite ver cómo funciona la mente de un asesino desde dentro, cuáles son sus motivaciones a la hora de actuar, cuestionando, sobre todo en los llamados asesinos psicópatas, si están locos o no. ¿Son esas voces que escuchan fruto del delirio o realmente están ahí y solo ellos pueden percibirlas? Estos son algunas circunstancias a las que se enfrentará nuestro protagonista, que verá su vida alterada al mudarse a una casa victoriana que posee un cementerio muy peculiar en su parte posterior.

Juan Manuel del Pozo Orozco (J.M. Orozco) es un autor de relatos y novelas de terror. Nació en Córdoba el 23 de febrero de 1987, su educación corrió a cargo de sus abuelos maternos. Sus primeros pasos dentro del mundo literario llegan en el año 2003 del mundo del teatro cuando fundó el Grupo de Teatro Parroquial Santa Luisa de Marillac. Para este grupo comenzó a escribir adaptaciones como Cuento de Navidad Charles Dickens y estrenó su primera obra teatral Alfa y Omega que dirigió y protagonizó aparte de escribir. Durante este periodo, escribió varios guiones para gymkanas ambientadas en el terror, así como la creación de los personajes y su desarrollo e interpretación. De una de estas gymkanas nació la idea original del presente libro, El asesino de los pájaros escrito en 2004 y reescrito para su publicación en 2021.
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Verfügbare Formate
BuchKartoniert, Paperback
EUR10,30
E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
EUR6,99

Produkt

KlappentextEl asesino de los pájaros es una historia de terror psicológico que explora la frontera entre la cordura y la locura del ser humano. Esta historia nos permite ver cómo funciona la mente de un asesino desde dentro, cuáles son sus motivaciones a la hora de actuar, cuestionando, sobre todo en los llamados asesinos psicópatas, si están locos o no. ¿Son esas voces que escuchan fruto del delirio o realmente están ahí y solo ellos pueden percibirlas? Estos son algunas circunstancias a las que se enfrentará nuestro protagonista, que verá su vida alterada al mudarse a una casa victoriana que posee un cementerio muy peculiar en su parte posterior.

Juan Manuel del Pozo Orozco (J.M. Orozco) es un autor de relatos y novelas de terror. Nació en Córdoba el 23 de febrero de 1987, su educación corrió a cargo de sus abuelos maternos. Sus primeros pasos dentro del mundo literario llegan en el año 2003 del mundo del teatro cuando fundó el Grupo de Teatro Parroquial Santa Luisa de Marillac. Para este grupo comenzó a escribir adaptaciones como Cuento de Navidad Charles Dickens y estrenó su primera obra teatral Alfa y Omega que dirigió y protagonizó aparte de escribir. Durante este periodo, escribió varios guiones para gymkanas ambientadas en el terror, así como la creación de los personajes y su desarrollo e interpretación. De una de estas gymkanas nació la idea original del presente libro, El asesino de los pájaros escrito en 2004 y reescrito para su publicación en 2021.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788411234566
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
Erscheinungsjahr2022
Erscheinungsdatum24.06.2022
Auflage1. Auflage
Seiten112 Seiten
SpracheSpanisch
Artikel-Nr.9580323
Rubriken
Genre9200

Inhalt/Kritik

Leseprobe

CAPITULO 1
LA CASA Y EL CEMENTERIO

Sombras⦠espectros fantasmales que nacen de la más terrorífica frontera entre lo real y la locura. Siento como se originan en los rincones más oscuros y se elevan desde este abismo infernal y tenebroso que visito tan a menudo. Emergen como una exhalación con el único propósito de provocarme la mayor de las locuras, el peor de los males. Las veo moverse acechantes cerca de mí, incluso en medio de las tinieblas más espesas puedo percibirlas, pues su naturaleza es aún más sombría que las mismísimas profundidades de las que proceden. Me siguen sin descanso por las calles, los pasillos, en la casa⦠me acompañan donde me encuentre, atormentándome, poniéndome a prueba, distrayéndome de todo pensamiento racional y lógico. Oigo sus inhumanas voces espectrales y sin vida dentro de mi cabezaâ¦

Aunque ahora, solo por un momento, lo agradezco. Aquí, en este gélido, extraño y desconocido lugar en el que me encuentro, rodeado de una oscuridad tan densa e infinita que hace desaparecer las paredes, son junto contigo, mi única compañía.

No alcanzo a recordar como he llegado hasta este lugar, ni cuánto tiempo ha transcurrido desde que estoy en él. Miro a la profundidad infinita que tengo delante y me estremezco al pensar que puede no tener fin. Después, me invade un pavoroso sentimiento de angustia y me comienzo a sentir insignificante al ver que no hay suelo que pisar, ni cielo que observar, a mi alrededor lo único que hay, es oscuridad.

Esta onírica y lúgubre estancia apenas me permite verte, solo aprecio desde cierta lejanía, pues no me atrevo a acercarme más, que yaces tumbado, tocando con tu espalda el suelo y cubierto por una sábana.

Ignoro los motivos que te mueven a permanecer en semejante estado. O tal vez, eres uno de los muchos frutos de la abrumadora locura que ellas me provocan. Sí, puede que seas uno de tantos⦠quizás todo este lugar lo sea. Ya no distingo lo real de los recuerdos que se diluyen en el mar eterno de mis pensamientos, donde solo hay algo que bucea desde el océano de mi subconsciente para ver la luz del exterior, acudiendo a mi mente con una imagen tan nítida como aterradora: las sombras.

Han consumido mi alma, nublado mi razón, negándome la capacidad de discernir lo que es real de las pesadillas. El terror y la angustia que me ocasionan cuando aparecen es tan intenso que se me torna indescriptible. Sus horripilantes voces penetran en mi cabeza atormentándola, llevándome a los límites de la locura, una demencia agridulce que desaparece solo al culminar una de mis obras. Luego, vienen unos ansiados días de calma. Un reposo anhelado que se diluye en los largos pasillos de piedra por los que camino cuando mi espíritu se transporta a otras realidades. Pesadillas que son propiciadas por esos seres espectrales, que buscan mi destrucción desde que comencé a habitar aquella casa.

Comenzó por grandes dolores de cabeza, migrañas agudas que me impedían el sueño. Tras días sin descansar caía rendido en la cama, instrumento del que se sirvieron para llevarme a esos repugnantes viajes que me transportaban a un extraño lugar en el cual no había estado nunca, pero siento conocerlo de forma notable. Sus muros de piedra firme dibujan túneles oscuros, largas arterias arqueadas sin vida, donde toda luz por muy brillante que sea, se pierde en el fondo de los laberínticos pasajes que traen consigo una atmósfera cargada de dolor. El aire parece muy denso y viciado. Respirarlo me provoca una sensación de vacío que me hiela el alma y me estremece.

Al principio solo estaba un único y angosto túnel que me resistía a recorrer en mis primeros viajes. Más adelante, de las tinieblas de aquellas pesadillas surgieron otros elementos que guardaré para describirte cuando este relato se vea más prolongado, así lo entenderás mejor.

Aquellos viajes astrales que se producían cuando Morfeo cerraba mis ojos, siempre fueron la antesala de sus apariciones. Poco después, llegaban ellas y sus inquisidores susurros. Aquellos seres, cuyos cuerpos estaban envueltos en túnicas de ébano, hundían sus rostros imperceptibles dentro de sus siniestras capuchas. Parecían sentir un macabro deleite al atormentar mi espíritu con sus apariciones y voces, sonidos que solo yo escuchaba en mi mente enfermiza.

Y cuando aquella locura me llevaba a los límites de mi propia realidad, tenía que actuar. Solo así enmudecían, dándome algunas jornadas de paz y sosiego que me remontaban a mis primeros días en esa morada, recordándome porque me trasladé a ese lugar.

Aunque aquellos lejanos amaneceres llenos de luz, tranquilos y reconfortantes nunca volvieron. Se evaporaron, ahogados por la oscuridad como una antorcha que se consume por la falta de oxígeno.

Antes de convertirme en el pobre atormentado que tienes ante ti, era un joven con pasión por la lectura y la ornitología. Buscaba un hogar apartado para mis largos fines de semana de ocio junto a mi literatura favorita y mis queridas mascotas, mis amados pájaros. Y esa casa, apartada del bullicio de la ciudad, constituía un lugar de retiro perfecto.

El precio no representaba un problema para mí, pues heredé una fortuna y algunas haciendas tras la prematura muerte de mis padres. Mi patrimonio se vio incrementado y llegué a estos lares para comenzar a trabajar explotando el terreno agrícola, lo cual me reportaría grandes beneficios.

No obstante, el hecho de que la propiedad tuviera un antiguo cementerio en la parte posterior ayudó a negociar una rebaja por esta, ya que muy pocas personas querían habitar una casa apartada de todo y menos dentro del perímetro de un camposanto.

Aquella extensión de muerte llamó mi atención de forma notable, y tengo que admitir que sentí un extraño magnetismo por la casa, pero más aún por el ejército de lápidas de piedra agrietadas y cubiertas de musgo que componía el paisaje trasero de la edificación. Aquel paraje parecía un cuadro de pinceladas sombrías, sacado de la mente de un perturbado amante de los gustos más sádicos y macabros que cualquier ser humano pudiera imaginar. Era grotesco, y sin embargo, no era capaz de desviar mi mirada hacia otro lado.

La persona responsable de mostrarme mi nueva adquisición me ilustró sobre la historia de esta, así como del siniestro bosque de losas de piedra tallada que se alzaba ante mí, satisfaciendo mi curiosidad.

Se trataba de una casa Victoriana de mediados del siglo XIX hecha en piedra de tonos grises, opacos, en la cual predominaba el estilo gótico. Había sido construida sobre un antiguo monasterio de frailes que llevaban una vida de clausura y dedicación a su fe.

Según me relató aquel hombre de mirada extraña, aspecto desaliñado e indumentaria hortera, un gran incendio consumió el templo, reduciéndolo a cenizas. No hubo supervivientes. Solo el cementerio privado de la orden, donde descansaban todos los religiosos desde que el monasterio se erigió hasta que las llamas consumieron sus cimientos, logró permanecer en pie.

Los lustros se convirtieron en décadas y estas en siglos que precipitaron al olvido el lugar, hasta que alguien, desde el anonimato, adquirió estas tierras. Mandó construir la casa dando él mismo las directrices de la construcción, siendo muy meticuloso y preciso con lo que quería y por algún motivo desconocido ordenó conservar el cementerio. Si embargo, el antiguo dueño nunca la habitó ni dio su identidad a conocer. Ni siquiera vino a verla una vez acabada. Simplemente desapareció sin dejar escritos, herederos o instrucciones. Ahora, todo aquello, era mío.

Contemplar la impresionante vivienda me hipnotizaba. Sus imponentes muros de dos plantas, se alzaban esplendorosos y firmes, sirviendo de apoyo a un tejado inclinado a dos aguas negro como la noche. Los vitrales que poseía aportaban un arcoíris de colores vivos a todas las estancias cuando el sol incidía sobre ellos. El mobiliario era de la época de la casa, hablaba historia solo con observarlo. En la parte posterior había un porche hecho en madera de caoba con extrañas figuras grotescas y paganas talladas en las columnas sobre las que descansaban varias vigas que sostenían el techo. Aquel porche, con esos desgarradores centinelas, para los cuales no encuentro palabras que puedan describirlos, salvaguardaban el umbral que servía a su vez como mirador del cementerio donde descansaban los restos de los religiosos.

Una gran espesura de árboles rodeaba el lugar, destacando la abundancia de enormes cipreses. Sin duda el desconocido encargado de tales construcciones y de expresar su deseo de dejar el cementerio donde estaba era una persona retorcida y de un gusto⦠dantesco. No obstante, compartíamos las mismas inclinaciones por aquel paisaje pues yo no dudaba que ese lugar me aportaría la comodidad, tranquilidad y el bienestar que buscaba.

Los primeros días los dediqué a instalarme. La casa causaba en mí tal...
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