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Una historia de Nueva York

E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
440 Seiten
Spanisch
Nórdica Libroserschienen am22.07.2016
Ésta no es una historia cualquiera. En 1809, un anciano caballero que responde al nombre de Diedrich Knickerbocker desaparece del hotel en el que se hospedaba, dejando en su habitación un par de alforjas que contienen un montón de hojas manuscritas. Ante la imposibilidad de dar con su paradero, los dueños del hotel envían una nota de aviso a varios diarios con la esperanza de que alguien les ayude a encontrarlo, pues se teme por su salud mental y, además, se ha marchado sin saldar su cuenta. Es probable que por ello se vean obligados a vender el curioso legajo de las alforjas para su publicación. Y así sucedió, y el presente libro cosechó un gran éxito entre los lectores de la época, quienes no supieron hasta más adelante que nunca existieron tales hospederos y jamás vivió tal historiador: tras Knickerbocker se esconde el magistral Washington Irving, en una singular y amena obra que nos lleva a los orígenes de la ciudad de Nueva York. Como señala el propio Irving en su epílogo, 'quedé sorprendido al descubrir el escaso número de mis conciudadanos que eran conscientes de que Nueva York había sido con antelación Nueva Ámsterdam, que habían oído los nombres de sus primeros gobernadores neerlandeses'. Un relato que verdaderamente hizo historia.

Washington Irving | Autor (Nueva York, 1783 - Sunnyside, 1859). Escritor norteamericano perteneciente al mundo literario del costumbrismo. Washington Irving es el primer autor americano que utiliza la literatura para hacer reír y caricaturizar la realidad, creando además el estilo coloquial que después utilizarían Mark Twain y Hemingway.
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR33,54
E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
EUR11,99

Produkt

KlappentextÉsta no es una historia cualquiera. En 1809, un anciano caballero que responde al nombre de Diedrich Knickerbocker desaparece del hotel en el que se hospedaba, dejando en su habitación un par de alforjas que contienen un montón de hojas manuscritas. Ante la imposibilidad de dar con su paradero, los dueños del hotel envían una nota de aviso a varios diarios con la esperanza de que alguien les ayude a encontrarlo, pues se teme por su salud mental y, además, se ha marchado sin saldar su cuenta. Es probable que por ello se vean obligados a vender el curioso legajo de las alforjas para su publicación. Y así sucedió, y el presente libro cosechó un gran éxito entre los lectores de la época, quienes no supieron hasta más adelante que nunca existieron tales hospederos y jamás vivió tal historiador: tras Knickerbocker se esconde el magistral Washington Irving, en una singular y amena obra que nos lleva a los orígenes de la ciudad de Nueva York. Como señala el propio Irving en su epílogo, 'quedé sorprendido al descubrir el escaso número de mis conciudadanos que eran conscientes de que Nueva York había sido con antelación Nueva Ámsterdam, que habían oído los nombres de sus primeros gobernadores neerlandeses'. Un relato que verdaderamente hizo historia.

Washington Irving | Autor (Nueva York, 1783 - Sunnyside, 1859). Escritor norteamericano perteneciente al mundo literario del costumbrismo. Washington Irving es el primer autor americano que utiliza la literatura para hacer reír y caricaturizar la realidad, creando además el estilo coloquial que después utilizarían Mark Twain y Hemingway.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788416440962
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
FormatE101
Erscheinungsjahr2016
Erscheinungsdatum22.07.2016
Seiten440 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1836 Kbytes
Artikel-Nr.3258928
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


A propósito del autor

Fue en algún momento, si mal no recuerdo, de inicios del otoño de 1808 cuando un desconocido solicitó hospedaje en el Independent Columbian Hotel de la calle Mulberry, del cual soy patrón. Se trataba de un hombre menudo y entrado en años, aunque de aspecto brioso. Vestía un abrigo negro descolorido, pantalones bombachos de terciopelo color oliva y un pequeño sombrero de tres picos. Tenía un mechón de cabellos grises trenzados a la espalda y parecía no haberse afeitado en un par de días. El único elemento de valor que portaba eran dos brillantes hebillas cuadradas de plata en los zapatos. Todo su equipaje estaba contenido en un par de pequeñas alforjas que cargaba bajo el brazo. Su aspecto, en conjunto, era bastante fuera de lo común, por lo que mi mujer, que es de lo más perspicaz, de inmediato decidió que se trataba de algún eminente maestro de escuela rural.

Puesto que el Independent Columbian Hotel es un edificio muy pequeño, inicialmente quedé un tanto desconcertado a la hora de decidir dónde alojarlo; sin embargo, mi mujer, que parecía encantada con su aspecto, se empeñó en hospedarlo en la mejor habitación, que está decorada con la mayor elegancia con los perfiles en negro de toda la familia, realizados por los grandes pintores Jarvis y Wood3. A esto se suma que la habitación ofrece una vista agradable de las nuevas tierras del Collect, junto con la parte trasera del asilo y de Bridewell, así como la fachada del hospital, por lo que es la habitación más jovial de toda la casa.4

Durante todo el tiempo que anduvo con nosotros, lo consideramos un respetable caballero del mejor tipo, si bien un tanto peculiar en sus costumbres. Permanecía durante días en su habitación y, si alguno de los niños lloraba o hacía ruido junto a su puerta, aparecía en el pasillo encolerizado, con las manos llenas de papeles, y murmurando algo sobre «descomponer sus ideas», lo que hacía a mi mujer creer a veces que no estaba del todo en su sano juicio. De hecho, había más de una razón para que pensara así, ya que su habitación estaba siempre cubierta de pedazos de papel y viejos libros enmohecidos desperdigados por aquí y por allá que jamás permitía que nadie tocara, pues argumentaba que los había distribuido en los lugares adecuados para poder después saber dónde encontrarlos. Ahora bien, pasaba la mitad de su tiempo dando vueltas preocupado por la casa buscando algún libro o alguna anotación que había dejado cuidadosamente a un lado. Nunca olvidaré el escándalo que montó en una ocasión en la que mi mujer, mientras él se encontraba de espaldas, limpió su habitación y colocó cada cosa en su sitio; el anciano juraba que no iba a ser capaz de volver a ordenar sus papeles ni en todo un año. Ante esto, mi mujer se atrevió a preguntarle qué hacía con tantos papeles y libros, a lo que él respondió que estaba «buscando la inmortalidad», lo que hizo pensar a mi esposa más que nunca que la cabeza del pobre anciano estaba un tanto descompuesta.

Era un tipo muy inquisitivo y, cuando no se encontraba en su habitación, andaba continuamente husmeando por la ciudad, enterándose de todas las noticias y entrometiéndose en cuanto sucedía. Éste era el caso especialmente en torno a las fechas de las elecciones, cuando no hacía más que ir y venir de una urna a otra y asistir a todas las reuniones de los distritos electorales y de los comités, si bien nunca pude ver que se inclinara por ninguna de las partes. Por el contrario, regresaba a casa y clamaba iracundo contra los dos partidos; incluso llegó a demostrar a las claras un día -para satisfacción de mi esposa y de las tres damas de edad que tomaban el té con ella, una de las cuales estaba sorda como una tapia- que los dos partidos eran como granujas que tiraban de los extremos de los faldones de la nación y que terminarían por arrancarle el abrigo de la espalda, dejándola completamente desnuda. Era de hecho un profeta entre los vecinos, que se reunían a su alrededor para escucharlo hablar durante toda la tarde, mientras él fumaba su pipa en el banco situado ante la entrada, y realmente creí que sería capaz de llevar a su terreno a todos los vecinos si éstos hubieran podido descubrir en algún momento cuál era éste.

Era muy dado a discutir -o a filosofar, como él decía- sobre las cuestiones más frívolas, y si soy justo con él, nunca conocí a nadie que pudiera igualarlo, excepción hecha por un caballero de aspecto serio que se presentaba de cuando en cuando a verlo y a menudo se enfrentaba con él en una discusión. Pero esto no es en absoluto sorprendente, ya que posteriormente he descubierto que el desconocido es el bibliotecario de la ciudad, el cual, por supuesto, ha de ser un hombre de gran erudición e incluso tengo mis dudas de si no tendrá algo que ver con la siguiente historia.

Puesto que nuestro inquilino llevaba mucho tiempo con nosotros y nunca habíamos recibido pago alguno, mi esposa empezó a mostrarse un tanto molesta y curiosa por descubrir quién era y a qué se dedicaba. Así pues, tuvo el atrevimiento de plantear la cuestión a su amigo, el bibliotecario, quien respondió con su habitual aridez que era uno de los literati, lo que mi esposa entendió que debía de ser algún nuevo partido político. Detesto presionar a un inquilino para que abone su renta, por lo que dejé pasar un día tras otro sin apremiar al anciano caballero; sin embargo, mi esposa, que siempre se toma estas cuestiones como algo personal y es, como he dicho, una mujer astuta, terminó por perder la paciencia y le insinuó que consideraba llegado el momento de que «cierta gente pueda ver el dinero de ciertas personas». A esto el anciano caballero respondió, de lo más susceptible, que no tenía por qué inquietarse, pues poseía un tesoro (señaló sus pequeñas alforjas) que valía más que toda la casa. Ésta fue la única respuesta que pudimos obtener, y habida cuenta de que mi esposa, con alguno de esos medios extraños con los que las mujeres averiguan todo, supo que tenía muy altas relaciones -pues era familiar de los Knickerbocker de Schaghticoke y primo hermano del congresista con el que comparte apellido-, no quiso ser descortés con él. Lo que es más, llegó incluso a ofrecer, sencillamente para facilitar las cosas, permitirle vivir sin pagar renta a cambio de que enseñara a los niños a leer, así como hacer lo posible para que los vecinos le enviaran también a sus hijos; no obstante, el anciano se mostró tan enfurecido y pareció tan ofendido al ser tomado por un maestro de escuela que mi esposa jamás se atrevió a mencionar de nuevo la cuestión.

Unos dos meses atrás, el anciano salió una mañana con un fardo en la mano. Desde entonces nada se ha sabido de él. Se realizaron todo tipo de indagaciones para localizarlo, pero nada surtió efecto. Escribí a sus familiares de Schaghticoke; sin embargo, estos respondieron que no había pasado por allí en dos años, después de que mantuviera una fuerte discusión con el congresista por motivos políticos y se marchara ofendido, tras lo que nada han vuelto a saber de él. He de reconocer que me sentía muy preocupado por el pobre caballero, puesto que pensaba que algo terrible debía de haberle sucedido para ausentarse tanto tiempo sin regresar a saldar su cuenta. Por ello, puse un anuncio en los periódicos y, si bien mi triste petición fue publicada por varios editores de corazón humanitario, hasta ahora nada satisfactorio he podido saber de él.

Mi esposa decidió que había llegado el momento de pensar en nosotros mismos y ver si había dejado en su habitación algo que pudiera sufragar los gastos de su alojamiento y manutención. No obstante, nada hallamos excepto ciertos libros antiguos, algunos papeles enmohecidos y el par de alforjas, las cuales, abiertas en presencia del bibliotecario, contenían sólo algunas prendas de ropa desgastadas y un gran legajo de papeles emborronados. Al ver esto, el bibliotecario aseguró no albergar duda de que se trataba del tesoro que había mencionado el anciano, que resultó ser una excelentísima y fidedigna Historia de Nueva York que nos recomendó encarecidamente publicar. Nos aseguró que sería adquirida con tanta avidez por el público entendido que -no lo dudaba- aportaría lo suficiente para pagar diez veces nuestros atrasos. Ante esto, avisamos a un maestro de escuela muy instruido, el profesor de nuestros hijos, para que preparara el material para la imprenta, lo cual ha hecho, añadiendo incluso diversas notas de su puño y letra y un grabado de la ciudad tal y como era en los años sobre los que escribe el señor Knickerbocker.

Ésta es, por tanto, la exposición de los verdaderos motivos para haber dado a la imprenta este trabajo sin esperar el consentimiento del autor, y por la presente declaro que, si llegara a regresar (aunque mucho me temo que algún desdichado accidente le ha debido de ocurrir), estoy dispuesto a abordar la cuestión con él como un hombre verdadero y honrado. Y pues esto es todo por el momento, se despide,

humilde servidor de todos ustedes,

Seth Handaside

Independent Columbian Hotel,

Nueva York.

3 John Wesley Jarvis y Joseph Wood eran pintores famosos en Nueva York. Jarvis retrató a Irving en 1809. (N. del T.).

4 El autor ubica el hotel en el Bajo Manhattan, en la actual Chinatown. Las referencias geográficas señalan el lago Collect, por entonces un auténtico vertedero que estaba siendo rellenado con tierra para la ampliación del suelo urbano, y la prisión de Bridewell, derruida en 1838....

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Autor

Washington Irving | Autor

(Nueva York, 1783 - Sunnyside, 1859). Escritor norteamericano perteneciente al mundo literario del costumbrismo. Washington Irving es el primer autor americano que utiliza la literatura para hacer reír y caricaturizar la realidad, creando además el estilo coloquial que después utilizarían Mark Twain y Hemingway.