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Jugar con fuego

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
208 Seiten
Spanisch
Siruelaerschienen am21.09.20111. Auflage
Sofia estaba sentada junto al fuego. Ahora las llamas la amenazaban. No eran cálidas y agradables, y ella sabía por qué. En la oscuridad, tumbada sobre una manta, se encontraba Rosa, su hermana mayor, que estaba enferma. De todos los hermanos, Rosa era a quien ella quería más. Rosa tenía diecisiete años, tres más que Sofia. con ella podía hablar de todo y reían a menudo. Rosa podía contar cosas que a Sofia todavía no le habían pasado. En especial cuando tenían que ver con aquello que llamaban amor. Y Sofia escuchaba y guardaba en la memoria todo lo que Rosa le decía. Sofia miró las llamas e intentó comprender qué le ocurría a Rosa. Todo el mundo se ponía enfermo de vez en cuando. Pero esta vez parecía que las llamas trataban de contarle algo. Y Sofia sintió miedo...

Henning Mankell (Estocolmo, 1948-Gotemburgo, Suecia, 2015), dramaturgo y autor de novelas policiacas famosas en todo el mundo y también escritor de libros juveniles. Por su tetralogía El perro que corría hacia una estrella recibió numerosos premios.
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Verfügbare Formate
BuchKartoniert, Paperback
EUR26,00
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR9,99

Produkt

KlappentextSofia estaba sentada junto al fuego. Ahora las llamas la amenazaban. No eran cálidas y agradables, y ella sabía por qué. En la oscuridad, tumbada sobre una manta, se encontraba Rosa, su hermana mayor, que estaba enferma. De todos los hermanos, Rosa era a quien ella quería más. Rosa tenía diecisiete años, tres más que Sofia. con ella podía hablar de todo y reían a menudo. Rosa podía contar cosas que a Sofia todavía no le habían pasado. En especial cuando tenían que ver con aquello que llamaban amor. Y Sofia escuchaba y guardaba en la memoria todo lo que Rosa le decía. Sofia miró las llamas e intentó comprender qué le ocurría a Rosa. Todo el mundo se ponía enfermo de vez en cuando. Pero esta vez parecía que las llamas trataban de contarle algo. Y Sofia sintió miedo...

Henning Mankell (Estocolmo, 1948-Gotemburgo, Suecia, 2015), dramaturgo y autor de novelas policiacas famosas en todo el mundo y también escritor de libros juveniles. Por su tetralogía El perro que corría hacia una estrella recibió numerosos premios.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788498416374
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2011
Erscheinungsdatum21.09.2011
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.156
Seiten208 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1006 Kbytes
Artikel-Nr.3164200
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe

2

Sofia había pensado a menudo que uno desconoce de antemano la mayor parte de las cosas que componen la vida. Aunque planificaras lo que ibas a hacer, siempre ocurría algo inesperado. Sofia recordaba con plena claridad cuándo había empezado a pensarlo. Fue después de la gran catástrofe. Aquella mañana, aquel día totalmente normal, cuando Sofia pisó la mina que estaba enterrada en el suelo y su hermana Maria murió y ella perdió las dos piernas; fue entonces cuando aprendió que nada era cierto y seguro de antemano. Valía para todo en la vida. Cuando te ibas a dormir no sabías si al día siguiente, al despertar, estaría lloviendo. No sabías cuándo ibas a tener dolor de barriga o una picadura de mosquito en un lugar del cuerpo donde tú no alcanzas y hay que pedirle a otro que te rasque.

No sabías nunca cuándo iba a ser un buen o un mal día.

Sólo podías desear.

Sofia había intentado varias veces hablar con Rosa sobre ello.

Pero a Rosa no le importaba. Pensaba que Sofia era infantil. Además, Rosa estaba casi siempre enamorada. En ese caso sólo tenía tiempo para pensar en el chico nuevo. Cuando Sofia le hacía trenzas estaban más juntas que nunca. Era entonces cuando compartían sus pensamientos más profundos. Pero no todos. Sofia sabía que Rosa tenía sus secretos, del mismo modo que ella tenía los suyos. Seguramente no te unías tanto a otra persona como para compartir todos tus sentimientos y todos tus sueños. Siempre había alguna pequeña cueva de la que no revelabas la entrada.

Aun así, era como si compartieran todo lo que era importante. Rosa era mayor que Sofia. Había vivido más tiempo y había tenido más experiencias. Podía contarle a Sofia cosas que todavía no le habían pasado. En especial cuando tenían que ver con aquello que llamaban amor. Y Sofia escuchaba y guardaba en la memoria lo que Rosa le decía.

Pero también había algo que hacía de frontera invisible entre las dos.

Rosa nunca había pisado una mina. Todavía tenía las piernas con las que había nacido. No los trozos de plástico con zapatos adheridos que Sofia se sujetaba cada mañana y se quitaba cada noche.

A veces, Sofia pensaba que no era sólo ella la que había perdido a su hermana Maria. Maria también había sido la hermana de Rosa. Pero, de todos modos, era como si Rosa no pudiera llorar a Maria tanto como Sofia. Maria tampoco iba nunca a visitar a Rosa por las mañanas. Al menos Rosa nunca había contado nada sobre el particular. Y si hubiera sucedido, lo habría hecho. Sofia siempre se lo pensaba dos veces antes de revelar un secreto. Pero Rosa era distinta. En el mismo momento en que algo le pasaba por la cabeza se transformaba en palabras que salían de su boca.

También había cosas de las que era difícil hablar.

A menudo Sofia sentía que estaba celosa de Rosa por tener piernas de verdad. Nunca aprendería a caminar con la misma belleza que Rosa, nunca podría mecer las caderas como ella. Sofia necesitaría siempre el apoyo de al menos una muleta y siempre caminaría tiesa, como si tuviera unos zancos debajo de las rodillas. Se le hacía difícil reconocer que estaba celosa. Rosa no podía remediar que hubiese sido Sofia la que jugaba con Maria cuando pisaron la mina. A veces, Sofia podía sentirse avergonzada de sentir celos de Rosa. En ocasiones, por la mañana, mientras esperaba a que cantara el gallo, sus pensamientos podían enfadarla de tal manera que sentía ganas de pegar a Rosa mientras ésta seguía allí tumbada durmiendo.

Además, Rosa era más hermosa que ella.

Aunque Sofia hubiese tenido sus piernas nunca habría tenido una cara tan bonita y un cuerpo tan bello como el de Rosa. Sofia era de complexión fuerte, mientras que Rosa era alta y delgada. Sofia tenía los pechos más grandes que Rosa, que los tenía de un tamaño perfecto. Aunque a veces se reían tontamente, antes de acostarse comparaban minuciosamente sus cuerpos desnudos. Encendían una vela y se pellizcaban y se palpaban una a la otra. De vez en cuando, Lydia se irritaba en el otro cuarto y preguntaba qué estaban haciendo. Pero en cuanto Lydia empezaba a roncar ellas comenzaban a susurrar en la oscuridad. Había tantas cosas de las que hablar. Por lo menos de todos los chicos que se peleaban por estar cerca de Rosa.

Sofia se levantó, se ató las piernas, se vistió y salió.

Lydia ya estaba concentrada en encender el fuego.

Sofia se lavó la cara. Rosa salió de la choza. Bostezó y estiró el cuerpo. Se había untado la cara con una crema que alguno de sus novios le había regalado. Cuando levantaba la cara hacia el sol la piel le brillaba. Al instante Sofia sintió la picadura de la envidia otra vez. La piel de Sofia nunca sería tan bonita y brillante como la de Rosa. Además, seguramente nunca conocería a un chico que le regalara una crema como la que tenía Rosa.

Rosa se acercó a Sofia.

-No entiendo que esté tan cansada -dijo.

-Es porque duermes muy poco -dijo Lydia severa-. Sales hasta demasiado tarde por las noches. Hay demasiados chicos corriendo detrás de ti.

Lydia removía el agua que hervía en la cazuela de hierro. Pero Sofia vio cómo lanzaba una mirada rápida a la barriga de Rosa. Lo hacía cada mañana. Sofia se preguntaba qué estaría mirando. ¿Si Rosa estaba embarazada? Con mamá Lydia nunca podías estar segura.

Rosa se sentó en cuclillas a la sombra de la choza.

Sofia fue hasta ella y se apoyó en la pared.

-Estoy tan cansada -dijo otra vez-. Por mucho que duerma. Es como si no tuviera fuerzas para nada.

-¿Estás enferma?

Rosa negó con la cabeza.

-No me duele nada.

Después no hablaron más del tema.

El desayuno estaba listo. La familia se reunió junto al fuego. Lydia repartió la comida, gachas de maíz para cada uno. Sofia ayudaba a darle de comer al hermano más pequeño, Faustino, que aún no había cumplido cuatro años. Alfredo, que tenía seis, comía despacio para que la comida le durara más.

Sofia no estaba segura de quién era el padre de Faustino. El padre de Alfredo, de Maria, de Rosa y de ella había sido asesinado por los bandidos durante la guerra. Había una foto suya, en blanco y negro, descolorida y rota. Lydia les había contado que se la había hecho un fotógrafo, de recién casados, cuando trabajaba en las minas de diamantes en Sudáfrica. A veces, cuando estaba decaída, Sofia solía sacar la foto, que estaba en el libro de Salmos de Lydia, para mirarla. Varias veces le había preguntado en sus pensamientos a Maria si ahora estaba viviendo con su padre, que también estaba muerto. Pero Maria no le había contestado nunca.

Pero quién era el padre de Faustino, lo desconocía.

Era un secreto que Lydia no revelaba. De vez en cuando, Rosa y Sofia hablaban de ello. Una noche, antes de dormirse, Rosa le había susurrado a Sofia que a lo mejor era el señor Temba el padre de Faustino. Sofia se había quedado estupefacta. ¿Habría dejado su madre Lydia, un día en que se hubiera sentido sola, que el señor Temba durmiera encima de ella en la choza? Que a Sofia le gustara el señor Temba era una cosa. Pero imaginar que se hubiera acostado con Lydia y que fuera él el padre de Faustino era totalmente distinto. Sofia protestó y Rosa le contestó esquiva que quizá no era como ella pensaba.

Una vez Sofia le preguntó a Lydia.

Como era una pregunta difícil y Lydia tenía a veces un temperamento irritable y se podía encolerizar, Sofia había escogido un momento en el que Lydia estaba de buen humor. Entonces había lanzado la pregunta, como si no fuera importante en absoluto, lo mismo que la respuesta que pudiera obtener. Lydia sólo se había reído y contestado:

-Un hombre agradable que pasó por aquí. Y que luego desapareció otra vez.

Sofia no había hecho más preguntas. A Lydia no le gustaba que sus hijos la atosigaran. Pero a Sofia no le gustaba que su hermano Faustino tuviera un padre que ella no conocía.

La mañana transcurrió como de costumbre.

La señora Mukulela se acercó para dar los buenos días. Era curiosa y siempre se fijaba en si el patio estaba limpio y cuidado, o si alguno de los niños llevaba un jersey nuevo. Casi nunca la señora Mukulela se quedaba satisfecha cuando volvía a su casa. A la señora Mukulela no le gustaba que se cambiara nada en casa de sus vecinos. En cualquier caso, no para mejor. La señora Mukulela quería ser siempre la que tenía la tela más bonita liada al cuerpo y las gallinas más ponedoras. Por el camino solía detenerse un rato a discutir con el señor Temba que, ya al amanecer, solía sentarse ante su choza, a trabajar con sus cestos.

Lydia se sujetó a Faustino a la espalda, cogió la azada y se dirigió a la machamba, que estaba a unos pocos kilómetros de allí, en dirección a las altas montañas que apenas se distinguían entre la calina. Caminaba rápido, como si el día fuese demasiado corto como para tener tiempo de hacer todo lo que debía. Sofia la siguió con la mirada. Lydia era flaca y estaba desgastada. Nueve hijos había parido. Ahora quedaban cuatro con vida. Cinco habían muerto, entre ellos Maria. Sofia la miraba mientras ella avanzaba velozmente por el camino y se preguntó en qué estaría pensando. Paría hijos que morían y cada día se apresuraba a ir a su campo de cultivo para echarle un ojo a las hortalizas que luego...

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Autor

Henning Mankell (Estocolmo, 1948-Gotemburgo, Suecia, 2015), dramaturgo y autor de novelas policiacas famosas en todo el mundo y también escritor de libros juveniles. Por su tetralogía El perro que corría hacia una estrella recibió numerosos premios.