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Una mano de santos

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
152 Seiten
Spanisch
Siruelaerschienen am19.01.20221. Auflage
«El lenguaje poético es el que puede decir más con menos y afecta a mayor número de experiencias: se renueva con cada lectura, se enriquece con cada sensibilidad; en cada par de ojos y de oídos atentos teje una malla por donde esparcir sus manifestaciones».  Del prólogo de ANA ROSSETTI En los cinco cuentos que conforman Una mano de santos, Ana Rossetti nos invita a reflexionar sobre la libertad, la soberbia, el racismo, la soledad, la experiencia, la política, los marginados o la tecnología de nuestro tiempo. Nos muestra además un mundo lleno de alegorías para recordarnos que también son verdaderas las cosas que no están «regidas por el tiempo y la materia».

Ana Rossetti (San Fernando, Cádiz, 1950), escritora de poesía y narrativa, ha obtenido numerosos reconocimientos: en poesía, el premio Gules por Los devaneos de Erato, el premio internacional Rey Juan Carlos I por Devocionario y el premio de El Público por Deudas contraídas. En Siruela ha publicado Una mano de santos.
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR27,18
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR9,99

Produkt

Klappentext«El lenguaje poético es el que puede decir más con menos y afecta a mayor número de experiencias: se renueva con cada lectura, se enriquece con cada sensibilidad; en cada par de ojos y de oídos atentos teje una malla por donde esparcir sus manifestaciones».  Del prólogo de ANA ROSSETTI En los cinco cuentos que conforman Una mano de santos, Ana Rossetti nos invita a reflexionar sobre la libertad, la soberbia, el racismo, la soledad, la experiencia, la política, los marginados o la tecnología de nuestro tiempo. Nos muestra además un mundo lleno de alegorías para recordarnos que también son verdaderas las cosas que no están «regidas por el tiempo y la materia».

Ana Rossetti (San Fernando, Cádiz, 1950), escritora de poesía y narrativa, ha obtenido numerosos reconocimientos: en poesía, el premio Gules por Los devaneos de Erato, el premio internacional Rey Juan Carlos I por Devocionario y el premio de El Público por Deudas contraídas. En Siruela ha publicado Una mano de santos.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788418859915
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2022
Erscheinungsdatum19.01.2022
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.316
Seiten152 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse2228 Kbytes
Artikel-Nr.8777058
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


 

Esto era de cuando las doncellas permanecían en las cuevas de los dragones hasta que un caballero las rescataba. Ninguna estaba allí mucho tiempo, es verdad; a menudo, nada más el dragón comenzaba a descerrajar las mandíbulas, aparecía un caballero, le rebanaba la cabeza al dragón y se llevaba a la doncella para convertirla en buena esposa y prolífica madre de familia.

Claro que, a veces, el caballero se retrasaba y entonces la doncella tenía que entretener al dragón. Para ello, dadas las dimensiones que las cuevas solían tener, solo les era permitido contar con un arpa, porque la música amansa a las fieras, o con una rueca, porque entre su zumbido y el girar del huso las hipnotizaba.

Pero la doncella de esta historia no contaba ni con una cosa ni con la otra. Con arpa no porque, cuando le tocó el turno a su hermana Rosaura, la muy boba se la dejó en la cueva con gran disgusto de todos, pues era un arpa de familia y se la habían estado pasando de madres a hijas desde el tiempo en el que el rey David la inventara. Y con rueca tampoco, pues estaban prohibidas en ese reino desde lo de la Bella Durmiente. Así que no tuvo otra solución que descolgar el tapiz de la cabecera de su cama, enrollarlo y tirar para adelante con él en ristre. Era un tapiz muy curioso con muchas figuras extrañas y, desde que ella podía recordar, se había pasado las noches contándose historias sobre los dibujos. Las historias se entrelazaban, se agrupaban o se expandían inquietantes siguiendo los colores de los hilos. Entre el parpadeo de la lámpara de aceite ella adivinaba manchas raras que a veces eran ojos, lenguas, frutas, pájaros o navíos en animada acción. Nada de lo que pudiera soñar dormida podía comparársele a los fabulosos mundos que entreveía despierta.

Pues bueno, una vez que entró en la cueva nuestra doncella, el dragón se preparó para dar buena cuenta de su persona, pero entonces ella desenrolló una esquinita del tapiz. Solo la esquinita, porque desde luego estaban muy estrechos y no había sitio para nada.

-Veo veo -se puso a decir, pero apenas había comenzado a interesar al dragón cuando en la tierra retumbaron los cascos de un caballo, señal de que un caballero estaba al llegar.

Ella enseguida despejó todo, se sacudió las faldas, se ahuecó los pliegues, se colocó las trenzas en su sitio, se pellizcó las mejillas, se mordió los labios y se puso en posición de rezar para que la sorprendieran como Dios manda.

Y en esto que cesó el galope y a la entrada de la cueva relampagueó un escudo y se inflamó una espada, y el dragón cesó de relamerse y se dio la media vuelta para atacar, y el caballero retrocedió para coger carrerilla y entonces la doncella, que estaba mirando de reojo para no perderse nada, se dio cuenta de que el tal caballero no era caballero, ni muchísimo menos, porque no resaltaba en su armadura ni en su escudo ninguna divisa de caballería.

La divisa, según el diccionario, es una señal exterior para distinguir personas, grados u otras cosas. O sea, que lo mismo puede ser un logotipo o una marca o el distintivo de un club de fútbol o los colores de una ganadería, y basta con convenirlo y registrarlo. Pero en caballería esta señal es el «blasón» del escudo de armas, y un escudo de armas no se improvisa así como así. Cada figura, cada color, significa «honor y gloria» por las hazañas y méritos de su dueño y, por lo tanto, uno debe ganárselo a pulso.

Contra los dragones solo valen la espada de la Verdad y el escudo de la Virtud con su blasón correspondiente, equipamiento al que, sin estar armado caballero, como queda dicho, no tiene acceso nadie. Y aún más, si se consiguen estas cosas por cualquier otro procedimiento, no reportarán ninguna utilidad porque la Verdad y la Virtud no son talismanes, sino cualidades que se adquieren mediante el ejercicio y la perseverancia. Comprar todas las medallas olímpicas que haya adornará mucho la vitrina de alguien, pero no le van a hacer batir ningún récord; ni el falsificar títulos académicos servirá para insuflar ciencia alguna al que los cuelgue en su despacho.

Por eso, la doncella, al tanto del peligro que su presunto salvador corría, decidió intervenir: le dio con el tapiz enrollado un mandoble al dragón que lo dejó, por lo pronto, fuera de combate.

-Deteneos -gritó a continuación la doncella, interponiéndose para cerrar la entrada-. Deteneos y no oséis introducir vuestra espada en este lugar, pues no está ungida y os puede suceder cualquier desgracia horrible.

El no-caballero frenó justo a tiempo, descendió del caballo, se arrodilló ante ella, levantó la visera de su yelmo y dejó ver el dulce ámbar de sus ojos, su nariz delicada, la playa de sus mejillas, el hoyo del mentón y sus labios firmes como los bordes de una concha púrpura.

-Señora -dijo él con mucha educación-, me llamo Jorge y si me concedéis el alto privilegio de entrar en vuestra cueva...

-De ningún modo. No estáis entrenado para ciertas cosas -le atajó la doncella.

-Ya lo sé -admitió Jorge-, pero nadie nace sabiendo y alguna vez hay que dar el primer paso.

-Pero nunca delante de un precipicio -respondió la doncella, juiciosa.

-Vos merecéis mi suerte, sea cual sea -dijo Jorge, galante.

-A mí no me hagáis responsable de vuestro destino -replicó la doncella, molesta por semejante atrevimiento-. No soy de esa clase de persona.

-¡Por favor! -suplicó Jorge-. ¡Permitidme que os deba mi gloria o mi muerte!

-Me parece muy arriesgado contraer tales deudas con alguien al que no se conoce de nada -se obstinó la doncella.

-Hacedme la merced de aceptar mi vida en prenda a cambio de vuestro rescate -se obstinó a su vez Jorge-. Quiero ser caballero. Dadme una oportunidad y seré vuestro para siempre.

-Bastante hemos hablado -le interrumpió ella sin dejarse impresionar y, ni corta ni perezosa, metió uno de sus piececitos en la boca del dragón, que estaba traspuesto todavía, para que el tal Jorge viera que era capaz de dejarse devorar y todo lo que fuera menester, antes que comprometerlo en una empresa de la que podía salir muy mal parado.

Y, por lo tanto, el muchacho desistió y, sin perder más el tiempo, se dirigió hacia otros territorios donde su afán de adquirir experiencia caballeresca tuviera más ocasiones.

Se marchó, pues, Jorge, y por el camino encontró otra cueva con su doncella y su dragón rugiente. Ninguno de los dos le puso mayores problemas que los propios de las circunstancias y se prestaron a colaborar en el experimento. Con lo cual, en menos de un cuarto de hora, él se llevó a la grupa a la una, tan ricamente, después de haberle tajado al otro sus siete terroríficas cabezas. Gracias a los méritos de esta valerosa hazaña, estuvo en grado de armarse caballero, portar divisa propia y convertir a la doncella en cuestión en buena esposa y prolífera madre de familia. Y se dispusieron a vivir felices, como suele suceder en los cuentos cuando ya se acaba el cuento, en un castillo de seis torres, un torreón y el blasón correspondiente esculpido sobre la puerta principal.

Pero, bueno, esto no tiene nada que ver con nuestra primera doncella, que se encontró con que el dragón volvía a revivir y a querérsela merendar, así que, con mucha paciencia, desenrolló de nuevo la esquinita del tapiz para seguir engatusándolo con el veo-veo.

No se sabe cuánto tiempo pasó, pero la doncella consiguió que el dragón se aficionara a las figuras del tapiz y, como era tan difícil extenderlo, hasta él mismo ayudó a cortarlo pedacito por pedacito para que fuera más manejable. El dragón con sus uñas puntiagudas sacaba los hilos de la trama como para hacer vainicas, y entonces ella podía cortar sin torcerse con las tijeritas del neceser. No había mencionado antes el neceser, pero se entiende que, si una puede cargar con arpas y ruecas, qué le puede estorbar un neceser, sobre todo cuando existe la probabilidad de pasar la noche fuera de casa.

En el neceser había un gran surtido de imperdibles por si acaso el dragón, en un momento de descuido de ella o de vehemencia de él, le hacía algún desgarrón pudiese la doncella remediar el desperfecto antes de que el caballero se percatara. Es cierto que, como cada vez que se le cortaba la cabeza se volvía a regenerar hasta llegar a siete, había tiempo sobrado para hacerse una costura en condiciones. Lo que pasa es que con la cueva ocupada y entre una cosa y otra no había ni luz ni manera para enhebrar una aguja tranquilamente y, a pesar de que lo de los imperdibles era una reverendísima chapucería, se trataba de un caso de emergencia sin discusión.

Con estos imperdibles la doncella fue uniendo las piezas del tapiz en grupos, como si fuesen libros. Cada uno trataba de una historia distinta, según sus matices cromáticos, los accidentes de su trama y los vericuetos de sus cenefas. Había historias de sirenas y tesoros, de monstruos y hechiceros, de estrellas y navíos, de bandidos y fantasmas. Pero la que más le gustaba al dragón era una que trataba de ellos, o casi.

 

 

-Veo veo -empezaba la doncella.

-¿Qué ves? -respondía obediente el dragón.

-Veo lejos, muy lejos, un condado próspero y feliz.

-¿Y qué más?

-Esta es la gente, que es muy laboriosa y vive en paz con su prójimo.

La doncella iba señalando con el dedo siguiendo los contornos de colores:

-Las casitas..., los pozos..., los árboles..., los rebaños de ovejas pastando..., las...

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Autor

Ana Rossetti (San Fernando, Cádiz, 1950), escritora de poesía y narrativa, ha obtenido numerosos reconocimientos: en poesía, el premio Gules por Los devaneos de Erato, el premio internacional Rey Juan Carlos I por Devocionario y el premio de El Público por Deudas contraídas. En Siruela ha publicado Una mano de santos.