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El árbol de saliva

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
352 Seiten
Spanisch
EDHASAerschienen am15.07.2022
TRADUCCIÓN REVISADA Lo que al principio parece una bendición caída del cielo en la granja de los Grendon no tarda en revelarse como una inagotable fuente de problemas. El meteorito ha traído consigo a unos extraños seres que quieren acabar con la humanidad, y el joven Gregory Rolles pronto intuye que algo raro está sucediendo e inicia una compleja investigación... Así comienza El árbol de saliva, sin duda el más conocido de los relatos de Aldiss, claro e inquiteante homenaje a H.G. Wells por el que obtuvo en su día el Premio Nebula y que está considerado como el maestro del cuento y el relato breve. Es este libro un conjunto de relatos de ciencia ficción de una extraordinaria tensión narrativa y calidad literaria, con los más variados temas y registros. Además del que da título al volumen, incluye, entre otros, Peligro: Religión, La joven y el robot con flores, Un hábito solitario y Un placer compartido. Todo un clásico de la ciencia ficción, en una nueva edición en al que se ha revisado la traducción. Obra indispensable para los amantes de este género, que nos muestra el sentido del humor, la acción y la tensión narrativa, que imponía Aldiss en todos sus relatos.

BRIAN ALDISS ( 18-08-1925 / 19-08-2017 ) Nacido en Norfolk, es el más prestigioso representante de la llamada nueva ola de escritores británicos que revolucionaron el panorama de la ciencia ficción, hasta hacerla desembocar en lo que conocemos como ficción especulativa. Con un buen número de cuentos a sus espaldas, se dio a conocer entre el gran público en 1955 con el cuento 'Not for an age'. A partir de ese momento inició una espectacular carrera jalonada por éxitos como 'La nave estelar', 'La otra isla del doctor Moreau', 'Enemigos del sistema', 'Un mundo devastado', 'El árbol de saliva' y 'Los mejores relatos de ciencia ficción'. Su obra ha sido galardonada con los premios Nebula y Hugo en Estados Unidos, el Kurd Lasswitz en Alemania, el Julio Verne en Suecia, El British Science Fiction en Gran Bretaña, el Cometa d'Argento en Italia, además de otros otorgados a su labor como crítico literario.
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR23,73
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR8,99

Produkt

KlappentextTRADUCCIÓN REVISADA Lo que al principio parece una bendición caída del cielo en la granja de los Grendon no tarda en revelarse como una inagotable fuente de problemas. El meteorito ha traído consigo a unos extraños seres que quieren acabar con la humanidad, y el joven Gregory Rolles pronto intuye que algo raro está sucediendo e inicia una compleja investigación... Así comienza El árbol de saliva, sin duda el más conocido de los relatos de Aldiss, claro e inquiteante homenaje a H.G. Wells por el que obtuvo en su día el Premio Nebula y que está considerado como el maestro del cuento y el relato breve. Es este libro un conjunto de relatos de ciencia ficción de una extraordinaria tensión narrativa y calidad literaria, con los más variados temas y registros. Además del que da título al volumen, incluye, entre otros, Peligro: Religión, La joven y el robot con flores, Un hábito solitario y Un placer compartido. Todo un clásico de la ciencia ficción, en una nueva edición en al que se ha revisado la traducción. Obra indispensable para los amantes de este género, que nos muestra el sentido del humor, la acción y la tensión narrativa, que imponía Aldiss en todos sus relatos.

BRIAN ALDISS ( 18-08-1925 / 19-08-2017 ) Nacido en Norfolk, es el más prestigioso representante de la llamada nueva ola de escritores británicos que revolucionaron el panorama de la ciencia ficción, hasta hacerla desembocar en lo que conocemos como ficción especulativa. Con un buen número de cuentos a sus espaldas, se dio a conocer entre el gran público en 1955 con el cuento 'Not for an age'. A partir de ese momento inició una espectacular carrera jalonada por éxitos como 'La nave estelar', 'La otra isla del doctor Moreau', 'Enemigos del sistema', 'Un mundo devastado', 'El árbol de saliva' y 'Los mejores relatos de ciencia ficción'. Su obra ha sido galardonada con los premios Nebula y Hugo en Estados Unidos, el Kurd Lasswitz en Alemania, el Julio Verne en Suecia, El British Science Fiction en Gran Bretaña, el Cometa d'Argento en Italia, además de otros otorgados a su labor como crítico literario.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788435045643
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2022
Erscheinungsdatum15.07.2022
Seiten352 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse2913 Kbytes
Artikel-Nr.9682284
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


PELIGRO: RELIGIÓN

Avanzábamos los cuatro, lenta y penosamente, a través de la nada. Debíamos de formar un grupo extraño.

Al frente iba Royal Meacher, mi hermano, todo brazos largos y manos huesudas en lucha contra el viento, para no perder su manto, una capa harapienta cuya posesión retenía con tanto esfuerzo como la de su autoridad. La brisa del norte, al proseguir su rumbo, zarandeaba la silueta de Turton, nuestro pobre Turton, el viejo mutante; su tercer brazo y la pierna adicional, completamente inútiles, se combinaban con la chaqueta negra para darle, ante quien lo mirara desde detrás, el aspecto de un escarabajo. Turton llevaba al hombro a Cándida, en una posición sumamente incómoda.

Ella todavía chorreaba. El pelo le colgaba como una cinta ajada. La oreja izquierda golpeaba a cada paso la costura central de la chaqueta de Turton; mientras tanto, el ojo derecho parecía mirar a ciegas en mi dirección. Cándida es la cuarta mujer de Royal.

Yo soy Sheridan, el hermano menor. Aquella mirada fija me hacía sentir traicionado; tenía la esperanza de que el mismo balanceo de la marcha le cerrara el ojo en algún roce, cosa que habría sido probable de no estar la mujer cabeza abajo.

Avanzábamos hacia el norte, hacia los molares del viento, por una ruta angosta y muy recta. Parecía no conducir a ninguna parte, pues frente a nosotros, a pesar de las ráfagas, se levantaba una miasmática neblina. El camino corría a lo largo de un dique recién construido, cuyos lados eran de tierra desnuda. Ese dique separaba una extensión de mar, que se abría a ambos costados.

A la derecha el agua era visiblemente menos tranquila que a la izquierda, en esta última el cuerpo acuático ya había sido separado de sus orígenes por un malecón. Al sector derecho le esperaba el mismo destino.

Más allá, casi en el límite de nuestra vista, se veía otro dique en dirección paralela al de nuestro lado. El océano estaba sufriendo una división en parcelas. A su debido tiempo, según progresaran las obras de avance, las parcelas se drenarían y el mar se abriría en charcos; esos charcos acabarían en cieno, y el cieno, en tierra fértil; ésta, a su vez, en verduras. Y las verduras... ¡Ah, sí! Las verduras, una vez ingeridas, se convertirían en carne. Por eso habrían fantasmas de hombres futuros en aquellas dos mitades de mar, una con oleaje, la otra rizosa.

Sin cesar en mi avance tras el rastro mojado que dejaban el pelo y las ropas de Cándida, miré hacia atrás por encima del hombro. La vasta pira funeraria de la que nos alejábamos se perdía en la distancia; el horno ya no era sino una diminuta pipa negra coronada por llamas. Ya no sentíamos su calor, no nos llegaba el olor de los cuerpos incinerados; pero sus efluvios perduraban en nuestra memoria. Royal seguía hablando sobre el tema, entre citas al azar, según su costumbre; parecía conversar con el viento.

-Es digno de hacerse notar: los parsimoniosos holandeses reclaman al mismo tiempo la tierra y los muertos, en una sola operación. Y esos horripilantes cadáveres, emponzoñados por el mar y por las radiaciones, constituirán excelentes fertilizantes una vez reducidos a cenizas. ¡Qué conveniente y preciso! La cuchilla de Occam hila muy fino, amigos míos; los restos obscenos de una reacción química sirven de comienzo a la otra. «Maravilloso es el plan según el cual fue sabiamente ordenado éste, el mejor de los mundos». Con cuarenta mil holandeses muertos, en cinco años se podría lograr una buena cosecha de repollos, ¿verdad, Turton?

El hombre, ya vencido por los años, replicó:

-Antes y durante las dos últimas guerras aquí se cultivaban tulipanes y otras flores, según dice el fogonero del horno.

La cabeza de Cándida asintió estúpidamente.

Ya estaba cayendo la noche y la niebla empezaba a cerrarse; a medida que el viento amainaba, el mar cautivo iba quedando inmóvil. Por encima del hombro de mi hermano pude ver una luz, y murmuré agradecido su feo nombre: Noordoostburgop-Langedijk.

-Esa mohosa montaña de cadáveres no parecía tan apropiada para tulipanes como para repollos, Turton -dijo Royal-. Además, ¿qué mejor final para una muerte tan indigna? Recuerda lo que decía Browne: «Que nuestra tumba sea arrasada, que en nuestro cráneo escancien vino o en flautas tornen nuestros huesos para diversión del enemigo...». ¿Cómo seguía? «... Son abominaciones trágicas de las que escapa todo aquel que es sepultado entre las llamas». ¡Desde la época de Browne hemos desarrollado mucho el ingenio! La destrucción nuclear y la incineración no tienen por qué ser el fin de nuestros problemas: aún podemos servir de abono al género de la brassica...

-Hablábamos de repollos, repollos o tulipanes -observó distraídamente el viejo Turton.

Pero Royal no se dejó interrumpir. Siguió hablando mientras avanzábamos. Yo no le prestaba atención; sólo quería salir de ese interminable terraplén, verme a salvo en la calidez de la civilización.

Al llegar a Noordoostburgop-Langedijk, mera plataforma unida por el dique y el malecón a la tierra distante, entramos al único café. Turton depositó a Cándida en un banco. Irguió su espalda de escarabajo y estiró los brazos (aunque el tercero nunca llegaba a ponerse derecho), gruñendo con alivio. El dueño del café se acercó en cuanto nos sentamos.

-Lamento no poder presentarle debidamente a mi esposa -dijo Royal, mirando fijamente a aquel hombre-. Es muy religiosa y está en estado de trance.

-Señor, ¿no está muerta la dama? -preguntó el patrón.

-No, es sólo un trance religioso.

-¡Está muy mojada, señor!

-Cualidad que comparte con la maldita extensión de agua en donde cayó al entrar en su trance. ¿Tendría usted la gentileza de servir tres platos de sopa? Mi esposa, como usted puede suponer, no cenará.

El patrón se alejó, vacilando. Turton lo siguió hasta el mostrador.

-Verá usted: la señora es muy susceptible a todo lo que sea religión. Vinimos desde Edimburgo especialmente para ver la cremación, allá en la ruta. La señora Meacher quedó sobrecogida por el espectáculo. O tal vez fue el olor, o el ruido de los cadáveres que burbujeaban en el incinerador; no lo sé. El hecho es que, sin darnos tiempo a sujetarla, cayó hacia atrás y ¡plaff!

-¡Turton! -exclamó Royal, severo.

-Sólo quería pedir prestada una toalla -explicó el viejo.

Después de aquello cenamos en silencio, mientras las ropas de Cándida iban formando un charco en el suelo.

-Di algo, Sheridan -protestó Roy, golpeando con la cuchara sobre la mesa para llamar mi atención.

-Me preguntaba si habría pesca por estos parajes.

Me dedicó su habitual gesto de disgusto y se volvió. Afortunadamente no me fue necesario decir otra cosa, pues en ese momento entraron los otros integrantes de nuestro grupo. La ceremonia de incineración había terminado después de que nos marchamos; si lo hicimos antes de tiempo fue sólo debido a Cándida.

El café no servía más que sopa y chocolate racionado. Cuando los del grupo hubieron acabado sus escudillas de sopa, cargué a Cándida sobre los hombros de Turton y todos salimos del local.

El clima se estaba luciendo: al cesar el viento había empezado a llover. La lluvia caía sobre el pavimento, en el bañado y en el mar agitado; caía sobre el aerotaxi. Todos nos amontonamos dentro de él, a empujones y codazos. Royal se las compuso para ser el primero en lograr sitio al abrigo de la lluvia, Turton y yo fuimos los últimos en subir.

Este aerotaxi era un simple mísil sobrante de la última guerra y reformado para servir como transporte civil. Aunque fuera algo incómodo, avanzaba. Nos dirigimos hacia el noroeste por sobre el mar; no se veía una luz en la parte septentrional de Inglaterra, blanco de muchos ataques. Un cuarto de hora después, la luminosidad de Edimburgo asomaba en la húmeda oscuridad.

Nuestro vehículo era propiedad del gobierno. Los transportes privados, en todas sus variantes, eran cosa del pasado. Tal situación se debía principalmente a la falta de combustible, pero, además, al término de la última guerra, en 2041, las leyes promulgadas prohibieron el transporte privado..., aunque el gobierno se mostró muy dispuesto a alquilar los suyos a medida que la producción aumentaba.

En el aeropuerto de Turnhouse descendimos del aerotaxi y nos abrimos paso por entre la multitud hasta una parada de autobús. Al poco tiempo llegó un transporte, pero demasiado lleno como para tomarlo. Resolvimos aguardar y tomamos el siguiente. Nos llevó lentamente al centro de la ciudad como si fuéramos ganado, de pie.

Esa clase de cosas suele amargar los días más placenteros. Aquélla era sólo una de las muchas excursiones que habíamos hecho para festejar mi desmovilización del ejército.

* * *

Desde la guerra, Edimburgo se había convertido en la capital de Europa, principalmente porque las otras estaban destruidas por completo o eran inhabitables, ya fuera a causa de las radiaciones o de las consecuencias del ataque bacteriológico. Algunas antiguas familias escocesas se sentían orgullosas por aquella nueva categoría; otros pensaban que la grandeza se volvía contra ellos; sin embargo, la mayoría sacaba ventajas de aquella buena racha, elevando los alquileres a alturas astronómicas. Los refugiados, evacuados y personas sin hogar afluían a la ciudad por millares, sólo para...
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BRIAN ALDISS ( 18-08-1925 / 19-08-2017 )
Nacido en Norfolk, es el más prestigioso representante de la llamada nueva ola de escritores británicos que revolucionaron el panorama de la ciencia ficción, hasta hacerla desembocar en lo que conocemos como ficción especulativa. Con un buen número de cuentos a sus espaldas, se dio a conocer entre el gran público en 1955 con el cuento "Not for an age". A partir de ese momento inició una espectacular carrera jalonada por éxitos como "La nave estelar", "La otra isla del doctor Moreau", "Enemigos del sistema", "Un mundo devastado", "El árbol de saliva" y "Los mejores relatos de ciencia ficción". Su obra ha sido galardonada con los premios Nebula y Hugo en Estados Unidos, el Kurd Lasswitz en Alemania, el Julio Verne en Suecia, El British Science Fiction en Gran Bretaña, el Cometa d'Argento en Italia, además de otros otorgados a su labor como crítico literario.

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