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El mundo devastado

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
224 Seiten
Spanisch
EDHASAerschienen am12.02.2022
NUEVA EDICIÓN REVISADA Todo es caos. El planeta Tierra parece a punto de fenecer: es un mundo arrasado por la superpoblación y la degradación medioambiental. La necesidad de alimentar a la gente ha conllevado a una explotación agrícola destructiva basada en productos químicos que agotan el suelo y convierten las labores del campo en trabajos realizados mayormente por robots. De hecho, la máquinas han pasado a ser más valiosas que los seres humanos. Y, con el colapso del sistema, las gentes se han echado en brazos de extraños y retorcidos cultos, ocupados solo en sobrevivir. El pronóstico de futuro no podría ser peor, el desastre es total... Pero siempre hay un lugar para la esperanza, y, en esta ocasión, toma la forma del carguero nuclear Estrella Trieste, capitaneado por un viajero exconvicto: Knowle Noman. Nadie como Brian Aldiss es capaz de combinar la profundidad de las ideas con la fuerza arrolladora y el trepidante ritmo narrativo de una gran novela de aventuras. Y nadie tampoco ha sabido, hasta ahora, enfrentar al lector a una situación desesperada que, quizás, en realidad, no esté tan lejos en un futuro como podría parecer, cuando Aldiss escribió la novela.

Brian W. Aldiss nacido en Norlkford, es el más pretigioso representante de la llamada nueva ola de escritores británicos que revolucionaron el panorama de la ciencia ficción, hasta hacerla desembocar en lo que conocemos como ficción especulativa. Con un buen número de cuentos a sus espaldas, se dio a conocer enre el gran público en 1955 con el cuento 'Not for an age'. A partir de ese momento inició una espectacular carrera jalonada por éxitos como 'La nave estelar', 'La otra isla del doctor Moreau', 'Enemigos del sistema', 'Un mundo devastado', 'El árbol de saliva' y 'Los mejores relatos de ciencia ficción'. Su obra ha sido galardonada con los premios Nebula y Hugo en Estados Unidos, el Kurd Lasswitz en Alemania, el Julio Verne en Suecia, El British Science Fiction en Gran Bretaña, el Cometa d'Argento en Italia, además de otros otorgados a su labor como crítico literario
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR17,43
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR6,99

Produkt

KlappentextNUEVA EDICIÓN REVISADA Todo es caos. El planeta Tierra parece a punto de fenecer: es un mundo arrasado por la superpoblación y la degradación medioambiental. La necesidad de alimentar a la gente ha conllevado a una explotación agrícola destructiva basada en productos químicos que agotan el suelo y convierten las labores del campo en trabajos realizados mayormente por robots. De hecho, la máquinas han pasado a ser más valiosas que los seres humanos. Y, con el colapso del sistema, las gentes se han echado en brazos de extraños y retorcidos cultos, ocupados solo en sobrevivir. El pronóstico de futuro no podría ser peor, el desastre es total... Pero siempre hay un lugar para la esperanza, y, en esta ocasión, toma la forma del carguero nuclear Estrella Trieste, capitaneado por un viajero exconvicto: Knowle Noman. Nadie como Brian Aldiss es capaz de combinar la profundidad de las ideas con la fuerza arrolladora y el trepidante ritmo narrativo de una gran novela de aventuras. Y nadie tampoco ha sabido, hasta ahora, enfrentar al lector a una situación desesperada que, quizás, en realidad, no esté tan lejos en un futuro como podría parecer, cuando Aldiss escribió la novela.

Brian W. Aldiss nacido en Norlkford, es el más pretigioso representante de la llamada nueva ola de escritores británicos que revolucionaron el panorama de la ciencia ficción, hasta hacerla desembocar en lo que conocemos como ficción especulativa. Con un buen número de cuentos a sus espaldas, se dio a conocer enre el gran público en 1955 con el cuento 'Not for an age'. A partir de ese momento inició una espectacular carrera jalonada por éxitos como 'La nave estelar', 'La otra isla del doctor Moreau', 'Enemigos del sistema', 'Un mundo devastado', 'El árbol de saliva' y 'Los mejores relatos de ciencia ficción'. Su obra ha sido galardonada con los premios Nebula y Hugo en Estados Unidos, el Kurd Lasswitz en Alemania, el Julio Verne en Suecia, El British Science Fiction en Gran Bretaña, el Cometa d'Argento en Italia, además de otros otorgados a su labor como crítico literario
Details
Weitere ISBN/GTIN9788435048477
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2022
Erscheinungsdatum12.02.2022
Seiten224 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse2069 Kbytes
Artikel-Nr.9873893
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


CAPÍTULO I

El muerto iba a la deriva, arrastrado por la brisa. Caminaba erguido sobre sus piernas traseras, igual a una cabra amaestrada, como lo había hecho en vida; nada impropio, salvo que en su vida nunca había llegado tan lejos fuera del alcance de toda ideología, nacionalidad, pena o inspiración. Unas pocas moscas enormes seguían con él a pesar de que estaba lejos de tierra; viajaba a poca altura sobre la superficie complaciente del Atlántico Sur. Las olas salpicaban a veces los flecos de sus pantalones blancos de seda: había sido un hombre rico, en la época en que los ricos importaban.

Venía hacia mí a velocidad uniforme, de África.

* * *

Con los muertos estoy en buenas relaciones. Aunque ya no hay lugar para ellos en el suelo, como solía suceder antiguamente, albergo a varios de ellos en mi cabeza; en la memoria, quiero decir. Allí están Mercator y el viejo Thunderpeck, y Jess, que sobrevive como una leyenda -y no sólo en mi cráneo-, y por supuesto mi querido March Jordill. En este libro volveré a darles sepultura.

* * *

El día que llegó este nuevo muerto las cosas me iban mal. Mi nave, el Estrella de Trieste, se aproximaba a su destino, la Costa de los Esqueletos, en África, pero como acostumbraba a suceder en los últimos días de esos largos viajes, la escasa tripulación humana había desembocado en una especie de mermelada de relaciones, y no cesábamos de sofocarnos unos a otros en el amor y en la furia, en la enfermedad y la familiaridad. Hace tanto tiempo de eso, que recordarlo y describirlo es como tratar de imaginarme en el fondo de una mina de hulla. En esos días sufría aún mis alucinaciones.

Mis ojos vibraban, la visión se nublaba; se me secaba la boca, la lengua se endurecía. No sentí ninguna simpatía cuando el médico me dijo que Alan Bator estaba encerrado en su camarote con una de sus alergias.

-Estoy tan cansado de las alergias de ese hombre, doctor -le dije, hundiendo la cabeza en mis manos-. ¿Por qué no lo llena de antihistamínicos y lo manda de regreso a su trabajo?

-Lo he hecho, pero sin resultado. Venga a verle. No está en condiciones de moverse.

-¿Cómo es posible que salgan al mar estos inválidos? ¿No me dijo que podía ser alérgico a la salinidad del océano?

-Ésa era mi vieja teoría -dijo el doctor Thunderpeck alzando las manos-; ahora estoy considerando algo distinto. Empiezo a creer seriamente que puede ser alérgico a los antihistamínicos.

Me levanté lenta y pesadamente. No quería escuchar más. El médico es un hombre extraño y fascinante cuando se le mira; es pequeño, cuadrado, macizo y su rostro, aunque grande, parece falto de espacio para todos sus rasgos. Cejas, orejas, ojos con bolsas, boca, nariz -quizás especialmente esa poderosa nariz en forma de globo-, son todos del mayor tamaño posible; y la pequeña área facial no ocupada por estos rasgos está cubierta por las huellas de un antiguo acné, como las esculturas medio borradas de un templo. De todos modos, ya lo había contemplado lo suficiente como para todo el resto del viaje. Asentí brevemente y me fui hacia abajo.

Como era el momento de la inspección matutina y Thunderpeck nunca se ofendía, me siguió sin rechistar. Sus pasos resonaban al compás de los míos mientras bajaba por la escalera hasta la cubierta inferior. En cada cubierta las luces parpadeaban en los tableros de supervisión; yo las controlaba con el robot principal antes de continuar. Y el viejo Thunderpeck me seguía, dócil como un perro.

-Podrían haber construido estos barcos de modo que se eliminara el ruido -decía, en un tono abstraído que sugería que no esperaba respuesta-. Pero los diseñadores pensaron que el silencio podría resultar desagradable para la tripulación.

No le respondí.

Caminamos entre las grandes bodegas. La señal de la número tres tardó en aparecer; anoté el hecho en mi libreta y miré adentro para ver si todo estaba en orden.

La bodega número tres estaba vacía. Siempre me había gustado contemplar una bodega vacía. Todo aquel espacio libre me hacía sentir bien; Thunderpeck veía las cosas de otro modo; de hecho, esa visión le ponía enfermo. Pero es que yo había sido condicionado para esa apreciación del espacio. El doctor, antes de aceptar su empleo en el Estrella de Trieste porque era demasiado viejo para el alboroto de la ciudad, sólo había conocido la vida urbana. Yo, con mi larga temporada de condena en tierra, me había habituado a la idea de un espacio hecho por el hombre. No es que sintiera nostalgia por la miseria de esos campos emponzoñados: la bodega era lo que me gustaba, de un tamaño tratable y bastante limpia, y bajo mi jurisdicción.

Me tomé el trabajo de revisarla; una vez, encontré allí abajo a la horrenda Figura, y de sólo pensarlo se me aceleraba el pulso; es agradable desdeñar la aceleración del pulso, especialmente en días en que uno no se siente demasiado enfermo.

-Salga cuando haya terminado -dijo Thunderpeck desde el portalón; sufría agorafobia, una de las enfermedades más corrientes en las ciudades terriblemente atestadas.

Se decía -nunca me preocupé por saber si era cierto, pues el cuento me gustaba- que una vez se había encontrado en medio de una bodega vacía como la número tres, y había sufrido un síncope. Cuando íbamos de nuevo por el portalón, le dije:

-Es una vergüenza, doctor... Todas estas bodegas vacías, todo el barco desierto; un barco hermoso, y ya no vale un centavo. -Era mi discurso habitual.

Él respondió con el suyo:

-Eso significa un progreso para usted, Knowle.

Este relato ya se me está yendo de las manos. Empecemos todo de nuevo. ¡Es increíble cómo aprisionan las palabras! Nos atraviesan, vivimos en ellas y fuera de ellas, y hacen anillos que rodean el universo. Supongo que fueron inventadas para que sirvieran de algo. Todo lo que puedo decir es que me sentía más libre cuando estaba aprisionado en tierra. La escarcha del invierno; el peso de la cama en esas noches oscuras, con todo lo que uno poseía encima, o a su alrededor; el hedor del humo del tractor, casi invisible en el amanecer azul. No es que las palabras no tengan que ver con las cosas, es que al escribirlas se transforman en una realidad diferente, propia. ¿Pero quién soy yo para decirlo?

Esto es lo que diría. En este año resonante debo ser el único en esta parte del mundo que intenta escribir algo sobre algo.

Ahora veo por qué cosas como la escritura y la civilización, es decir, la cultura y los límites que impone, fueron abandonadas: eran demasiado difíciles.

Mi nombre es Knowle Noland. En la época que trato de recordar, y sobre la que escribo, era un hombre joven, enfermo, sin mujer, y como se decía, capitán del carguero Estrella de Trieste, de más de ochenta mil toneladas, joya de la línea Estrella. En el momento en que escribo -mi ahora, aunque quién sabe dónde y cuándo pueden estar mis lectores- soy Noland aún, con las mejillas enjutas, duro como un leño por las mañanas, pero con la mente bastante clara, con una mujer adorable, sin parientes, orgulloso, desconfiado -ya era orgulloso y desconfiado cuando estaba en el Estrella de Trieste-, pero ahora tengo mejores razones para serlo, y sé de qué razones se trata. Sé mucho, y eso me ayudará a lo largo de esta historia.

(A veces los viejos libros tienen este tipo de paréntesis editoriales).

* * *

De modo que Thunderpeck y yo paseábamos por la nave el día del muerto, como lo hacíamos todos los días, y quizá no vale la pena que trate de recordar en detalle lo que decíamos; en general, decíamos siempre lo mismo.

-Eso significa un progreso para usted, Knowle -decía él. Lo afirmaba con frecuencia, lo sé, pues le disgustaba el progreso, y todo lo que le disgustaba se lo achacaba al progreso. Al principio, cuando yo no había comprendido todo lo agudo de su aversión, creía que se trataba de una observación perspicaz; pero en aquel momento del viaje ya había llegado a considerarle un idiota. Quiero decir que, cuando se analiza la idea de progreso, se trata sólo de lo que hacen los hombres generación tras generación; ¿y cómo puede culparse al progreso por la suerte del hombre, o culpar al hombre, si uno mismo es un hombre? Lo cual no significa que no apreciase la compañía del doctor.

-Eso significa progreso para usted, Knowle -decía.

Hay que decir algo, hacer el esfuerzo de parecer humano cuando se camina por las entrañas de una nave totalmente automatizada que puede -y lo hace- permanecer dos años en el mar sin necesidad de reparaciones o reaprovisionamiento de combustible. Habíamos estado diecinueve meses en el mar, sin detenernos más de un día en la mayoría de los puertos, en busca de carga.

En los pintorescos tiempos antiguos, los puertos no eran tan eficaces como ahora. Ha habido toda clase de leyes y trabajadores humanos en los muelles, con todos sus extraños sindicatos semireligiosos, y en ellos se reabastecían las naves y se realizaban trabajos que han desaparecido; y entonces uno podía pasarse una semana en un puerto, y se desembarcaba para emborracharse y hacer todo lo que hacían los marineros. Sé todas esas cosas; a diferencia del doctor y de los otros, sé leer. Ahora, los cargueros nucleares son universos-isla que recorren sus cursos predeterminados, y los pocos hombres necesarios a bordo llegan a...
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Autor

Brian W. Aldiss nacido en Norlkford, es el más pretigioso representante de la llamada nueva ola de escritores británicos que revolucionaron el panorama de la ciencia ficción, hasta hacerla desembocar en lo que conocemos como ficción especulativa. Con un buen número de cuentos a sus espaldas, se dio a conocer enre el gran público en 1955 con el cuento "Not for an age". A partir de ese momento inició una espectacular carrera jalonada por éxitos como "La nave estelar", "La otra isla del doctor Moreau", "Enemigos del sistema", "Un mundo devastado", "El árbol de saliva" y "Los mejores relatos de ciencia ficción". Su obra ha sido galardonada con los premios Nebula y Hugo en Estados Unidos, el Kurd Lasswitz en Alemania, el Julio Verne en Suecia, El British Science Fiction en Gran Bretaña, el Cometa d'Argento en Italia, además de otros otorgados a su labor como crítico literario

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