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Reglas perversas

E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
420 Seiten
Spanisch
ediciones Pàmieserschienen am02.01.2023
Una boda. Un hijo. Cinco años. Diez millones de dólares. Esas son las condiciones de nuestro contrato. Mi oferta es firme, atrevida y obligada: necesito casarme y tener un heredero para conseguir mi herencia. Ella cree que su cláusula de que no tengamos sexo evitará que sienta su piel sobre la mía. Está muy equivocada. La familia De Loughrey gobierna el mundo, y yo soy su rey. Consigo lo que quiero, y lo que quiero es a ella. La tendré en mi cama, cueste lo que cueste.

K. I. Lynn se ha dedicado a todo tipo de expresión artística: desde la música, la pintura o la cerámica hasta finalmente la literatura. Siempre pensaba en diferentes personajes cuyas vidas representaba en su cabeza, y no fue hasta años después que se decidió a trasladarlos al papel. Ha resultado ser lo que más le apasiona del mundo. Desde que comenzó a compartir sus historias en sus redes sociales, ha recibido grandes halagos por su diversidad narrativa y su estilo contundente. Cada una de sus historias y personajes son distintos: su cabeza va de una idea a otra más rápido de lo que su mano tarda en escribirlas, al tiempo que también piensa en conquistar el mundo... o en comer queso. Lo que sea más fácil en ese momento. Normalmente, lo del queso. Reglas perversas es la cuarta novela que publicamos en Phoebe de la autora, después del gran éxito obtenido con El ejecutivo en 2021 y Negocios o placer y Encuentro casual en 2022.
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Verfügbare Formate
BuchKartoniert, Paperback
EUR25,78
E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
EUR5,99

Produkt

KlappentextUna boda. Un hijo. Cinco años. Diez millones de dólares. Esas son las condiciones de nuestro contrato. Mi oferta es firme, atrevida y obligada: necesito casarme y tener un heredero para conseguir mi herencia. Ella cree que su cláusula de que no tengamos sexo evitará que sienta su piel sobre la mía. Está muy equivocada. La familia De Loughrey gobierna el mundo, y yo soy su rey. Consigo lo que quiero, y lo que quiero es a ella. La tendré en mi cama, cueste lo que cueste.

K. I. Lynn se ha dedicado a todo tipo de expresión artística: desde la música, la pintura o la cerámica hasta finalmente la literatura. Siempre pensaba en diferentes personajes cuyas vidas representaba en su cabeza, y no fue hasta años después que se decidió a trasladarlos al papel. Ha resultado ser lo que más le apasiona del mundo. Desde que comenzó a compartir sus historias en sus redes sociales, ha recibido grandes halagos por su diversidad narrativa y su estilo contundente. Cada una de sus historias y personajes son distintos: su cabeza va de una idea a otra más rápido de lo que su mano tarda en escribirlas, al tiempo que también piensa en conquistar el mundo... o en comer queso. Lo que sea más fácil en ese momento. Normalmente, lo del queso. Reglas perversas es la cuarta novela que publicamos en Phoebe de la autora, después del gran éxito obtenido con El ejecutivo en 2021 y Negocios o placer y Encuentro casual en 2022.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788419301406
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
FormatE101
Erscheinungsjahr2023
Erscheinungsdatum02.01.2023
Seiten420 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse2951 Kbytes
Artikel-Nr.10677167
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


1

En la actualidad

Atticus

Mi abuelo ha muerto.

Me había repetido esas cuatro palabras una y otra vez, pero la respuesta en mi interior seguía siendo la misma. No tenía ninguna sensación parecida a la angustia, ni tampoco una pizca de tristeza. Era más alivio que otra cosa.

Nunca fue un hombre cariñoso, y yo lo respetaba, pero nunca lo quise. Era duro y brusco, y había convertido mi vida en un infierno.

Me había convertido en el hombre que ahora era.

-¿Vienes? -me preguntó mi hermano Hamilton al verme en el salón.

-Preferiría no hacerlo. -No iba a salir nada bueno de entrar allí.

-Es la lectura de su testamento, y tenemos que estar todos presentes. Por favor, no me tortures hoy prolongándolo.

Solté un suspiro antes de seguirlo al abarrotado salón. Todos iban vestidos de negro, pero pocos lamentaban su muerte. Los más avariciosos solo querían saber lo que les había dejado, y yo estaba bastante seguro de no querer escuchar cuál sería el último puñetazo que me iba a lanzar el viejo.

Las veinte sillas que había en torno a la mesa estaban ocupadas. A la cabeza estaba mi padre, y en el otro extremo, el abogado de la familia, Alexander Corwin, junto a quienes supuse que debían de ser empleados de su empresa que lo asistían.

Me quedé contra la pared, al lado de Hamilton, y con mi primo, Will, al otro lado. En todas las paredes había familiares De Loughrey, todos en fila, esperando ansiosos su turno, y la galería que salía del segundo piso también estaba repleta.

-¿Están todos presentes? -preguntó Alexander, recorriendo la habitación con la mirada.

Por el grosor de la carpeta que tenía delante, íbamos a tardar una vida, sobre todo con una sala llena con unas setenta personas.

-Estamos hoy reunidos para la lectura del último testamento de Atticus Charles de Loughrey.

A sus hermanos, mis tíos abuelos, les dejó dinero y objetos personales.

Como era de esperar, el grueso del dinero, las acciones y las propiedades, además de otros objetos personales, fueron para sus hijos: mi padre, el tío Henry, la tía Katherine y el tío Hugh.

Después llegó mi turno, como el mayor de mi generación.

-«A mi nieto Atticus William de Loughrey le lego Stronghold». -Alexander hizo una pausa y miró a su alrededor-. Esta residencia -aclaró, antes de continuar-. «Y el cargo como principal cabeza visible de la familia De Loughrey. Además, asumirá el puesto de director general de la Corporación De Loughrey y, con ello, heredará todas mis acciones en la empresa al cumplir cuarenta años».

Entrecerré los ojos. ¿Por qué me había convertido en el principal accionista?

Y yo no era el único que se lo preguntaba, porque un montón de pares de ojos se dirigieron hacia mí. Había trampa. Lo sabía.

Ya sabía que me iban a ascender como cabeza de la familia De Loughrey, el patriarca de todos, y eso era lo único que no me sorprendía. Tras retirarse mi padre, aunque lentamente, la corona había ido recayendo en mí. Hubo un cambio casi palpable en el ambiente: un aura de respeto y obediencia.

Era el día en que sería coronado.

-Disculpa, Atticus. Sé que ya eres el director general. Este testamento tiene dos años.

-No pasa nada, Alexander.

-Todavía hay más.

Pues claro que hay más.

-Para poder recibir tanto las acciones como Stronghold y conservar además su cargo de director general y cabeza de familia, debes cumplir dos condiciones. Atticus Charles lo había invertido todo en un fideicomiso con intereses condicionados, lo que significa que Atticus William solo accederá a sus derechos sobre la propiedad y las acciones tras cumplir las condiciones. Y estas son las siguientes: «Si Atticus no está casado en el momento de mi muerte, tiene un año para hacerlo o renunciar a todo. Además, deberá engendrar un heredero antes de cumplir los cuarenta años. Ambas condiciones deberán cumplirse antes de las fechas indicadas o no recibirá nada. En caso de no cumplirlas, los objetos mencionados pasarán a mi segundo nieto, Rhys Geoffrey de Loughrey, quien deberá satisfacer los mismos requisitos. Y así sucesivamente, con todos mis nietos varones, hasta que alguno de ellos lo haga».

Joder.

Joder, joder, joder.

El viejo no daba el brazo a torcer.

«Obedece o perderás todo para lo que te he estado preparando».

Incluso podía escuchar esas palabras con su voz, y sentir su mirada fija en mí.

Nunca le gustó que, de sus más de una docena de nietos, ninguno se hubiese casado, a excepción de Elizabeth. Sin embargo, a ella ya no la consideraba una De Loughrey, porque no era un hombre y porque ya no llevaba el apellido de la familia. Siempre subestimando a Elizabeth y a las mujeres en generalâ¦

Cuando mi padre llegó a mi edad, ya tenía muchos hijos. Y lo mismo pasaba con mis tíos y mi tía. Por tanto, mi abuelo creía que todos debíamos tenerlos.

Buena jugada, abuelo.

También me había dejado algunos millones de dólares y unas piezas de arte. Se repartieron todavía más dinero y propiedades, divididos entre mis hermanos y primos, y se creó un fideicomiso para once de las propiedades De Loughrey en todo el mundo. Solo era la punta del iceberg, porque la familia tenía muchas más. Eran las viviendas más antiguas, motivo por el que me resultaba curioso que me hubiese dejado Stronghold a mí. Había pertenecido a mi familia desde mi tatara-tatarabuelo. Era la primera evidencia de las riquezas de los De Loughrey que podía rivalizar con las de los Vanderbilt. En mi opinión, debería haber sido la propiedad suprema del fideicomiso.

A cada pocos minutos que hablaba, Alexander bebía un trago de agua, y después de dos horas tenía la voz ronca. Cuando acabó, toda una sinfonía de papeles revoloteó por la sala de manos de sus asistentes.

A golpe de bolígrafo acepté todo, incluyendo mi cargo, mi estatus y las condiciones que había estipulado.

Era el nuevo jefe.

El rey de los De Loughrey.

-Ha tenido la última palabra, como siempre -dijo Hamilton a mi lado cuando un asistente me entregó mi copia.

Todavía teníamos que encargarnos de más papeleo, pero eso debía esperar para otro momento.

-No debería sorprenderme, pero lo ha hecho.

Cuando Alexander se levantó, empezamos a dispersarnos; algunos se marcharon a casa y otros se quedaron charlando mientras esperaban la cena. Conforme la familia iba pasando a mi lado me iba felicitando y estrechándome la mano. Sin embargo, no todos estaban contentos con la nueva estructura o distribución del poder de las excesivas riquezas de mi abuelo.

-Esto no es justo. Atticus se ha llevado demasiado -dijo Daniel, obligándome a detenerme.

Me giré hacia él.

-Era tu tío abuelo. ¿Por qué te iba a dejar más a ti que a su primer nieto y sucesor?

Se quedó parado, porque no sabía que yo estaba allí. Daniel tenía veinticinco años y poca presión a sus espaldas y representaba el estereotipo de las familias como la nuestra al comportarse como un niñato malcriado.

-Yoâ¦

Me adelanté hacia él, lo cual le hizo callar.

-¿No se ha estipulado en tu fideicomiso que puedes mantener un trabajo?

-S-sí.

Débil. Tan débil que me hizo arder de rabia.

Me acerqué más a él para asegurarme de que notara la aversión en mi expresión y las llamas en mis ojos.

-Entonces alégrate de estar siquiera aquí. Cállate y sal antes de que te despida.

Se le pusieron los ojos como platos. Patético. ¿De dónde salía una sangre tan débil?

-No puedes despedirme.

Arqueé una ceja. ¿Me estaba contestando? Se me escapó una risita.

-Ponme a prueba -gruñí.

Vi cómo se le movía la nuez y la cara se le quedaba lívida. Inclinó la cabeza a modo de sumisión.

-Lo siento, Atticus.

De vez en cuando alguno de los miembros mimados de la familia se hacía el valiente. Pensaba que era más de lo que realmente era. Los ejemplos se daban para mantener todos los egos a raya, y esa premisa mía acababa de encontrar el primer objetivo.

Había que pisar fuerte para reprimir la insubordinación. Lo que se les pedía a todos era algo trivial: que se comportaran. Aun así, me sorprendía la frecuencia con la que algunos se pasaban de la raya.

Daniel se escabulló con Petra y Phillip, por suerte, en dirección hacia la puerta principal.

Cuando desaparecieron de mi vista, saqué mi móvil y, con solo un mensaje breve, bloqueé todas las cuentas de Daniel. Iba a ser una medida temporal, pero la histeria que sentiría al enterarse de que no tenía dinero enderezaría su actitud.

-Atticus -me llamó mi padre.

Me volví a meter el móvil en el bolsillo y alcé la mirada. La sonrisa de sus labios, junto con la energía frenética que emanaba de su mirada, hicieron que me rechinaran los dientes. No habían pasado ni cinco minutos y ya estaba tramando algo.

-No te preocupes: tengo a la mujer perfecta para ti -dijo, deteniéndose delante de mí.

-¿Disculpa?

-Un matrimonio concertado. Hay una chicaâ¦

-Para -lo interrumpí-. No digas más.

¿Cuántas veces habíamos tenido la misma discusión a lo largo de la última década?

Su mirada se endureció.

-No te pongas difícil,...

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Autor

K. I. Lynn se ha dedicado a todo tipo de expresión artística: desde la música, la pintura o la cerámica hasta finalmente la literatura. Siempre pensaba en diferentes personajes cuyas vidas representaba en su cabeza, y no fue hasta años después que se decidió a trasladarlos al papel. Ha resultado ser lo que más le apasiona del mundo.
Desde que comenzó a compartir sus historias en sus redes sociales, ha recibido grandes halagos por su diversidad narrativa y su estilo contundente. Cada una de sus historias y personajes son distintos: su cabeza va de una idea a otra más rápido de lo que su mano tarda en escribirlas, al tiempo que también piensa en conquistar el mundo... o en comer queso. Lo que sea más fácil en ese momento. Normalmente, lo del queso.
Reglas perversas es la cuarta novela que publicamos en Phoebe de la autora, después del gran éxito obtenido con El ejecutivo en 2021 y Negocios o placer y Encuentro casual en 2022.

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