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El misterio del pergamino perdido

E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
338 Seiten
Spanisch
Books on Demanderschienen am26.04.20231. Auflage
A María San Blas le encarga su periódico un artículo sobre el aniversario del nacimiento de la Orden del Temple. Documentándose sobre el tema en la abadía de Montserrat, descubre un pergamino antiguo que encierra un enigma. Después de reunirse con sus amigos, comienzan a investigar y encuentran una serie de mensajes cifrados que esconden un tesoro que permanece oculto desde la época de las cruzadas, custodiado por los caballeros templarios. Al mismo tiempo, el último descendiente de un antiguo linaje de miembros de la Hermandad ha sabido de la existencia de la investigación y pretende también arrebatarles lo que buscan, en el convencimiento de que solo él debe poseer el tesoro como último representante de su familia. Para ello utilizará todos sus recursos aunque ello ponga en peligro a nuestros jóvenes investigadores. ¿Quién llegará antes a descubrir la reliquia perdida de los templarios? ¿Qué peligros afrontarán nuestros amigos? ¿Será esta la última aventura de Indy, el gato detective?

Juan José Sánchez Milla (Valencia, 1956) es doctor en Medicina y criminólogo. Autor de los libros Manual de primeros auxilios, Esquemas de Medicina del trabajo y Mecanización de los reconocimientos médicos de empresa. Coautor de La personnalité criminelle. Publicó su primera novela La venganza de la bestia en 2003, la primera de las aventuras de Indy. En el mismo año editó Palabras al viento. En 2022 presentó la segunda novela de las aventuras de Indy: Bastet ha desaparecido. En el mismo año publicó El templario negro, su primera incursión en narrativa histórica.
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Verfügbare Formate
BuchKartoniert, Paperback
EUR12,40
E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
EUR8,99

Produkt

KlappentextA María San Blas le encarga su periódico un artículo sobre el aniversario del nacimiento de la Orden del Temple. Documentándose sobre el tema en la abadía de Montserrat, descubre un pergamino antiguo que encierra un enigma. Después de reunirse con sus amigos, comienzan a investigar y encuentran una serie de mensajes cifrados que esconden un tesoro que permanece oculto desde la época de las cruzadas, custodiado por los caballeros templarios. Al mismo tiempo, el último descendiente de un antiguo linaje de miembros de la Hermandad ha sabido de la existencia de la investigación y pretende también arrebatarles lo que buscan, en el convencimiento de que solo él debe poseer el tesoro como último representante de su familia. Para ello utilizará todos sus recursos aunque ello ponga en peligro a nuestros jóvenes investigadores. ¿Quién llegará antes a descubrir la reliquia perdida de los templarios? ¿Qué peligros afrontarán nuestros amigos? ¿Será esta la última aventura de Indy, el gato detective?

Juan José Sánchez Milla (Valencia, 1956) es doctor en Medicina y criminólogo. Autor de los libros Manual de primeros auxilios, Esquemas de Medicina del trabajo y Mecanización de los reconocimientos médicos de empresa. Coautor de La personnalité criminelle. Publicó su primera novela La venganza de la bestia en 2003, la primera de las aventuras de Indy. En el mismo año editó Palabras al viento. En 2022 presentó la segunda novela de las aventuras de Indy: Bastet ha desaparecido. En el mismo año publicó El templario negro, su primera incursión en narrativa histórica.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788411745178
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
Erscheinungsjahr2023
Erscheinungsdatum26.04.2023
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.3
Seiten338 Seiten
SpracheSpanisch
Artikel-Nr.11590193
Rubriken
Genre9200

Inhalt/Kritik

Leseprobe

DOS
Habían quedado para almorzar en el restaurante La Rioja, cerca del arzobispado. Eran antiguos compañeros de colegio mayor y de carrera, pues ambos estudiaron periodismo; a Ovidi le vino la vocación tardíamente. Terminó la carrera y luego se preparó para el sacerdocio, estudiando Filosofía y Teología. Tras ordenarse sacerdote, estuvo en varias iglesias, aunque pronto terminó en Roma, donde ascendió en la jerarquía eclesiástica y alcanzó la dignidad de arzobispo, el más joven de España. No habían interrumpido su amistad y, de hecho, el arzobispo era el padrino de pila bautismal de la primera hija de Guzmán.

La comida transcurrió entre anécdotas de juventud y preguntas del religioso sobre su ahijada. Cuando terminaron, un coche en la puerta los llevó al arzobispado. Tras atravesar con el vehículo el portón de entrada, aparcaron en un lateral del patio interior del edificio, junto a unos parterres florales que alegraban el lugar.

Se apearon del coche y se encaminaron a una puerta lateral por la que se accedía a unas escaleras en caracol que subían a la entreplanta del palacio. Allí, tras recorrer un largo pasillo que cruzaba estancias bellamente decoradas con cuadros y muebles antiguos, llegaron al despacho del arzobispo. Este pidió a su ayudante cafés y unas copas de licor; y esperó.

Se encontraban sentados, uno frente al otro en sendos sillones del despacho del arzobispo de Barcelona. Frente a cada uno, una taza de café humeante y una copa de balón llena de un líquido ambarino.

Ovidi Solsona, arzobispo de Barcelona, era una persona alta y delgada, muy delgada. De pelo totalmente blanco, con ojeras profundas que mostraban a quien lo mirara que no solía dormir mucho. Ojos penetrantes y agudos, de color azul profundo, y una boca pequeña, a la que asomaba una discreta sonrisa que no se traslucía en el resto del rostro. Le estaba diciendo a su interlocutor:

-¿Me vas a comentar eso tan importante que me querías contar? Lo cierto es que la comida ha sido muy agradable, pero me ha sorprendido que hayas querido trasladar la sobremesa a mi despacho para, según me dices, tener más intimidad.

Guzmán de Alagüés no se parecía en casi nada a su amigo. Si bien los dos eran de elevada estatura, Alagüés era robusto, con cierta tendencia a la obesidad, lo que le hacía cuidarse periódicamente y acudir al gimnasio para no engordar demasiado. La cara redondeada, con mofletes marcados por pequeñas venas varicosas que llegaban a las alas de la nariz. Ojos pequeños de color marrón miraban intensamente bajo pobladas cejas. Eran ojos que no perdían detalle de su entorno y en el grupo editorial que presidía tenían fama de haber hecho tartamudear y temblar a más de una estrella del periodismo cuando se posaban fijamente en el desdichado que hubiera equivocado un comentario.

-Ovidi, voy a ir directo al grano. Sabes que este año se celebra el novecientos aniversario de la fundación de la Orden de los Pobres Compañeros de Cristo del Templo de Salomón.

-También llamada, abreviadamente, Orden del Temple. Sí, lo sé. ¿Y?

-El grupo decidió hace unos días publicar una serie de artículos en el dominical sobre la Orden: su nacimiento, expansión y declive. Querríamos tu permiso para que una periodista de investigación nuestra pueda residir durante unos días en las abadías de Montserrat, donde guardáis una de las mejores colecciones bibliográficas de la época. No os supondría un gran problema porque es una persona muy discreta y, además, incidiremos en la exoneración de Clemente V como copartícipe de la caída de la Orden.

-Clemente V ya está exonerado. El descubrimiento realizado en 2001 por la doctora Frale, encontrando el manuscrito al que se ha denominado de Chinon, demuestra cómo el Papa no claudicó del todo a las pretensiones de Felipe IV y, finalmente, otorgó la absolución de los pecados que se les atribuía al Gran Maestre de la Orden y a sus compañeros de la Orden1

-Cierto. -Cabeceó afirmando Guzmán-. Y nosotros abundaríamos en el tema situando a la Iglesia en una posición muy favorable con respecto a la opinión pública. El tema templario siempre ha originado controversias, y una inclinación de la prensa hacía vosotros siempre ha de ser valorada.

»La periodista que hará los artículos es una estrella en auge. El año pasado, sin ir más lejos, ayudó a la Interpol a desarticular una serie de robos en museos europeos.

»Además -continuó acercándose al borde del sillón-, dejar claro que el Papa intentó por todos los medios evitar la muerte de los templarios dejaría en muy buen lugar a la Iglesia, dado el aspecto que ofreció la participación conjunta del rey francés, su consejero y el Papa. Eso quedaría bien reflejado en el artículo.

-¿Y podríamos nosotros, y por nosotros quiero decir yo, leer el borrador antes de ser publicado?

-¡Por supuesto! -exclamó con rotundidad Guzmán-. No se publicará el reportaje sin que puedas comprobar el planteamiento y razonamiento del escrito. Te aseguro que es una de las mejores periodistas que hemos tenido. Hará una buena investigación, pero necesitaría acceso a vuestra biblioteca de Montserrat. Se acomodaría, por supuesto, a las ordenanzas generales de la abadía y a las recomendaciones que el abad le haga.

-Bien. Déjame hacer un par de llamadas - concedió Ovidi-. Intentaré tener todo arreglado para el lunes que viene. Pero, por favor, Guzmán, insisto en la discreción de tu trabajadora.

-Eso dalo por sentado.

Se incorporaron al mismo tiempo y, dándose un cariñoso abrazo, se despidieron uno del otro. El periodista abrió la puerta del despacho y salió del mismo.

Algo más al norte, cerca del edificio de La Pedrera junto a la Diagonal, está la mansión de los Monfort. Una gran puerta de madera al final de dos escalones lleva al interior, donde un amplio vestíbulo recibe al visitante. Frente a él, una escalera de madera asciende y en el rellano superior se bifurca a ambo lados, donde dos nuevos tramos llegan al piso principal.

Sobre el rellano, una gran vidriera rectangular muestra un caballero templario que posa firme y mirada alta, con ropa de combate.

Por encima de su túnica y calzas portaba la túnica blanca con la cruz latina en rojo bordada sobre esta. Un cinturón de cuero ceñía su cintura y colgaba una espada recta.

Sobre los hombros, una capa también blanca lleva grabada la cruz de la Orden. Un casco de hierro por encima de la cota de mallas protegía su cabeza. El caballero tenía en la mano una lanza en la que ondeaba un banderín con los colores de la Orden, y en la otra sostenía un escudo de forma elíptica con apunte triangular que mostraba también la cruz octogonal o pattée característica de los miembros del Temple. Encima de la figura y a su izquierda, un pequeño rosetón mostraba el Sigillum Militum Xpisti2, característico de la Orden.

El vestíbulo daba acceso, mediante dos puertas laterales, a las dos alas de la mansión. A la derecha, una puerta doble de madera abierta dejaba entrever un comedor en penumbra por los gruesos cortinajes que cubrían las ventanas.

Al dar la luz de la habitación, se podía ver una gran mesa. En las paredes, aparadores lucían candelabros y relojes.

La puerta de la izquierda se encontraba cerrada. En su interior, se ubicaba la biblioteca, donde en este momento Raúl de Montfort se encontraba sentado en un viejo y desgastado sillón, ojeando un libro de aspecto antiguo.

Raúl de Montfort era una persona delgada, de unos cincuenta años. La vida no le había tratado bien, presentando un aspecto envejecido prematuramente. No muy alto, sus cejas pobladas y la nariz prominente y aguileña le daban el aspecto de un ave rapaz. Pómulos sobresalientes y carrilleras afiladas le conferían a la cara el mismo aspecto que el escudo cuyo antepasado sostenía en la vidriera.

La frente amplia y la palidez de su tez mostraban su poco gusto por el exterior; y la afición a leer se apreciaba en la nutrida biblioteca que tenía en el habitáculo.

La mansión había conocido tiempos mejores. Un poso de polvo repartido por las habitaciones y el guardamano de la escalinata mostraba que hacía tiempo que nadie limpiaba el lugar en condiciones. También se podía apreciar en los círculos sobre los muebles y en las marcas de las paredes la ausencia de cuadros y objetos decorativos que con anterioridad tenían un sitio en la casa.

Desde hacía años, Raúl de Montfort peleaba con la escasez económica. Su infancia y juventud se desarrollaron felices en la mansión bajo la atenta mirada de su madre, la ausencia de su...
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