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E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
208 Seiten
Spanisch
Trama Editorialerschienen am22.03.20241. Auflage
«En la distancia que separa 'publisher' de 'editor' el 'editante' construye un puente». Confieso que los editores me fascinan. Como lector busqué inconscientemente primero, y muy comprometido con ciertos catálogos después, su guía y su confianza. Son sin duda el gremio cultural más profesional, más brillante, mejor formado, más culto, más curioso, y el más humilde precisamente por saberse el más grande. En el Cuentahílos , Santiago Hernández ha sabido observar y vampirizar a los maestros del gremio que ha tenido cerca. Su universo, su obsesión y la vitamina de su clarividencia son los libros. En las generaciones que tenemos motivos para temer el ocaso de la cultura impresa y sentimos el crepúsculo de la Ilustración, jóvenes editantes como él consiguen contagiarnos esperanzas en un humanismo renovado, en la tranquilidad que supone saber que muchos se darán cuenta de que, al despertar de cualquier pesadilla distópica que escupan sin cesar nuestros dispositivos, el libro sigue y continuará todavía ahí. Prólogo de Jesús Ruiz Mantilla.

Es editante en Minerva editorial. Voz y jarana en Zuaraz y grumete en la tripulación de la librería Pérgamo.
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR27,24
E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
EUR8,99

Produkt

Klappentext«En la distancia que separa 'publisher' de 'editor' el 'editante' construye un puente». Confieso que los editores me fascinan. Como lector busqué inconscientemente primero, y muy comprometido con ciertos catálogos después, su guía y su confianza. Son sin duda el gremio cultural más profesional, más brillante, mejor formado, más culto, más curioso, y el más humilde precisamente por saberse el más grande. En el Cuentahílos , Santiago Hernández ha sabido observar y vampirizar a los maestros del gremio que ha tenido cerca. Su universo, su obsesión y la vitamina de su clarividencia son los libros. En las generaciones que tenemos motivos para temer el ocaso de la cultura impresa y sentimos el crepúsculo de la Ilustración, jóvenes editantes como él consiguen contagiarnos esperanzas en un humanismo renovado, en la tranquilidad que supone saber que muchos se darán cuenta de que, al despertar de cualquier pesadilla distópica que escupan sin cesar nuestros dispositivos, el libro sigue y continuará todavía ahí. Prólogo de Jesús Ruiz Mantilla.

Es editante en Minerva editorial. Voz y jarana en Zuaraz y grumete en la tripulación de la librería Pérgamo.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788412835120
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
FormatE101
Erscheinungsjahr2024
Erscheinungsdatum22.03.2024
Auflage1. Auflage
Seiten208 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse631 Kbytes
Artikel-Nr.14231493
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe

el largo silencio

Caminando por los pasillos del monasterio, fray Agustín toma rumbo hacia el dormitorio, se detiene y nota que hay algo extraño en una de las celdas. Se siente, se ausculta de arriba a abajo. Da palmadas alrededor de su cuerpo pero no identifica en dónde nace su confusión. No percibe ningún ruido y sin embargo hay algo en el silencio que le incomoda. Que lo perturba. Parecería que todo marcha con tranquilidad, sin ninguna sorpresa, que la extrañeza que siente no es más que una corazonada malentendida. Al retroceder unos pasos para cerciorarse de no haber arrojado nada al suelo, mira de reojo y descubre que fray Ambrosio lee las páginas de un libro sin cantar lo que se va leyendo. Agustín lo mira atónito. No entiende por qué su amigo no recita lo que sus ojos van leyendo en papel. Un susto le recorre el cuerpo y el acto provoca un escalofrío prolongado: Ambrosio está leyendo en silencio, callado, y san Agustín teme que el mal ronde entre los pasillos de la abadía.

En el siglo de aquellos santos, la lectura no podía hacerse sin cantar o recitar en voz alta las líneas que iba siguiendo la mirada. Sabiendo que muchos libros habían sido prohibidos por la Iglesia, se leía en voz alta para que los frailes y feligreses en los templos escucharan lo que estaban leyendo los demás hermanos y hubiera completa certeza de que el texto que se estudiaba correspondía con las palabras consideradas sagradas, y que estas no alimentaran alguna perversión como la risa o cualquier otra insinuación carnal. ¿Sería digna cuestión de debate considerar que la palabra escrita sin compartirse en voz alta estimula el pecado?

La palabra escrita trae consigo ideas que nutren la conciencia y despiertan la imaginación. La palabra en tinta apuntala la memoria y transmite ideas, información y conocimiento. La Iglesia lo entendía perfectamente bien y concentró el saber escrito dentro de las bibliotecas de las abadías y obligaba a los lectores a cantar lo que se leía, como también mantenía a los copistas trabajando larguísimas jornadas en ejemplares encadenados a los scriptoriums de las salas de lectura. La imaginación no estaba permitida, o bien se limitaba su uso, y más aún la interpretación de la palabra. Acceder a un libro era prácticamente imposible a menos que uno decidiera profesar su fe dentro de la Iglesia y dedicar su vida al servicio de Dios. Se leía no por ocio sino para alcanzar la virtud.

Siglos después del susto que viviera san Agustín, el impresor alemán Johannes Gutenberg desarrolló y estandarizó en 1440 una máquina que cambiaría cada coma, punto y párrafo de los libros. La imprenta de tipo móvil aglutinaba en su función una serie de técnicas y prácticas que permitían capturar el contenido de un libro más rápido de lo que tardaba en hacerlo un copista a mano en algún monasterio. Por primera vez desde la lectura callada de Ambrosio, el libro vivió un cambio sustancial y revolucionario: Gutenberg no solo aceleró la forma de copiar un texto para imprimir su famosa Biblia, sino que también provocó que en muchas cabezas se comenzara a cocinar la idea -como en caldero hirviente de sopa- de acceder por primera vez a un libro.

Con la imprenta ya en marcha, el teólogo y fraile alemán Martín Lutero, gran conocedor de la Biblia, se percató de que muchos de los sacerdotes no predicaban lo que en realidad escribían las Sagradas Escrituras, sino que más bien propagaban información buscando obtener un beneficio para sus propios bolsillos y para las arcas de la Iglesia; justificando indulgencias y diezmos que se vendían como bonos garantizados para la salvación de las almas cuando en realidad se trataba de un bulo para ganar algunas monedas de oro. Lutero, consciente de ello, creía también que el conocimiento y la lectura de la Biblia tenían que ser accesibles para todas las personas. La Biblia no solo tenía que ser leída en voz alta y en latín, sino que cualquier persona merecía leerla en su lengua materna para poder entender la palabra de Dios. Quien leyera por sí mismo las Sagradas Escrituras descubriría que aquellas indulgencias y demás engaños no eran palabra de Dios.

En 1517 Lutero proclamó 95 tesis que clavó en el portón de la iglesia del palacio de Wittenberg, entre las cuales destacaba particularmente la que exigía que no se necesitaba de una autoridad eclesiástica para leer e interpretar la Biblia. Es decir, abría la posibilidad de prescindir de un intermediario para poder leer. Naturalmente el ímpetu luterano manifestado en las 95 tesis también abrió un camino frondoso para la traducción, puesto que apareció por primera vez la posibilidad de que la Biblia fuese traducida a una lengua distinta del latín. Lutero y sus tesis no solo revolucionaron la concepción de la Biblia y la religión protestante, sino que además -así como sucedió con la imprenta de Gutenberg- también transformaron la idea y el cuerpo del libro. La lectura y el conocimiento entraban en otra dinámica para ser mucho menos excluyentes, sagrados e intocables, y se abría una posibilidad tangible para que cualquiera que aprendiese a leer y tuviera la suficiente solvencia económica -muy complicada para la época- pudiese tener un libro.

Fueron las palabras impresas las que provocaron que las ideas pudieran caminar en la mente de más de una persona y que con ello se contagiaran a lo largo de grandes extensiones territoriales. Fueron las palabras escritas las que más tarde ayudaron a consagrar manifiestos que detonarían revoluciones políticas y sociales fundamentales para el mundo que concebimos hoy en día. Una manera palpable de intentar terminar con el dilema babélico de la torre, así como también es memoria material de los caminos que hemos tomado como civilización.

La popularización del libro permitió que poco a poco la escritura fuera encontrando en el códex -libro cosido con dos tapas- un espacio para que también pudieran contarse historias y que con ello brotara con mucha mayor facilidad el germen de la literatura. El fondo y la forma de la imaginación hna sido moldeadas por la superficie en donde ha podido materializarse la escritura. La piedra, la tablilla, el pergamino, el códice, el papiro y la pantalla misma responden al aliento que brota de los utensilios con los cuales se escribe: la cuña, el punzón, el bolígrafo Bic o la yema de los dedos. La consagración del libro como objeto que se podía realizar e intercambiar con mucha mayor facilidad, y también como superficie en donde la palabra podría extender mucho más su periodo de vida, permitió que las ideas y los sentimientos tuviesen la oportunidad del largo aliento narrativo en el oleaje del papel.

Uno de los primeros caminos que tomó la escritura lo encontró en las listas mercantiles que se hacían en los puertos egipcios y mesopotámicos. Lejos de tener una condición ociosa o narrativa, aquellas listas permitieron registrar los bienes que se comerciaban al tocar puerto desde la isla alejandrina de Faro hasta las latitudes más alejadas del Mediterráneo. Es sabido que dos mil años antes de Cristo, la emperatriz sumeria Enheduanna (2286-2251 a. C.) escribía versos a la diosa Inanna, por primera vez con conciencia literaria, firmando la autoría de sus versos y dejando ver inquietudes personales como también rasgos culturales de la sociedad cortesana que observó con detenimiento:

Mi Señora

¿Cuándo te apiadarás de mí?

¿Hasta cuándo lloraré mis oraciones en pena?

Soy tuya

¿Por qué me apuñalas?

Sin embargo, tuvieron que pasar muchos siglos para que la literatura tuviese una superficie estable, para que la palabra escrita pudiese democratizarse más y la voz no desapareciera con la facilidad con la que se rompía una tablilla de arcilla o se deshilachaban las fibras de un pergamino. De las listas portuarias al pensamiento escrito de hoy en día existe una línea temporal que puede medirse con los objetos que dieron forma a la escritura. Desde que se imagina algo hasta que esa idea se vuelve pública, se atraviesa un camino sinuoso en donde emerge la relevancia del quehacer editorial. La voz que narra, el papel que se elige, los materiales con los que se encuaderna y la elección de los canales de distribución son algunos de los escenarios con los que se realiza la alquimia de la edición y que transforman la lectura en una experiencia que va mucho más allá del ejercicio mecánico de la impresión de un texto. Una serie de elementos, prácticas, decisiones y lecturas que se condensan en el momento en el que se toma la iniciativa de que un escrito merece convertirse en un libro.

Roberto Calasso -célebre lector, escritor y editor- aseguraba que quien edita realiza una práctica muy similar a la de un novelista, ya que tiene consigo la responsabilidad de dar a luz, con la batuta de la pluralidad, los libros como si se tratara de los personajes que conforman una historia. De igual manera, es responsable de los libros que decide no editar. En uno de los pasajes de su libro La marca del editor, Calasso evoca al editor renacentista Aldo Manuzio como el primero en concebir la edición de libros en un sentido plástico:

Forma, en todas las direcciones: ante todo, obviamente, por la selección y la secuencia de los títulos publicados. También por los textos que los acompañan (las páginas de apertura que el propio Manuzio escribía son los nobles antepasados no solo de todas las modernas introducciones y posfacios, sino también de las solapas y las presentaciones editoriales, incluso de la publicidad). Después, por la forma tipográfica del libro y por sus características de objeto. Es sabido que Manuzio fue en esto maestro...
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Autor

Es editante en Minerva editorial. Voz y jarana en Zuaraz y grumete en la tripulación de la librería Pérgamo.
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Hernández Zarauz, Santiago