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La leyenda del samurái y la mariposa azul

E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
216 Seiten
Spanisch
Ediciones SM Españaerschienen am18.04.2024
Un samurái, una niña y una mariposa recorren al trote los caminos de Japón. ¿Por qué cabalgan juntos? ¿Adónde se dirigen? ¿Quiénes son los enemigos que los persiguen? Y, sobre todo, ¿cuándo podrán volver a comer bolitas de arroz? Premio Barco de Vapor 2024

Pedro Caldas (Sevilla, 1973) reside en Camas. Es psicólogo y trabaja en una residencia de mayores. Autor, entre otros textos, de Mujer Paloma (primer premio del I Certamen de Poesía Mercedes de Velilla) e Inculto (segundo premio del XVI Certamen de Poesía José Mª de los Santos, 2005), también ha publicado la novela corta Cerca (Ediciones en Huida), de corte fantástico, sobre la inmigración; y fue finalista del premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro en 2015. Confiesa no considerarse escritor de mapa, ni siquiera de brújula, simplemente se siente caer en el desierto y se pone a caminar, y ve cosas en el horizonte y allá que va sin más guía que su curiosidad. Antes de la pandemia, solía escribir en bares porque la gente y el ruido le ayudan a anclar la fantasía a la realidad.  En 2023 obtuvo el premio de literatura infantil El Barco de Vapor por su obra La leyenda del samurái y la mariposa azul .
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Verfügbare Formate
BuchKartoniert, Paperback
EUR18,13
E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
EUR5,99

Produkt

KlappentextUn samurái, una niña y una mariposa recorren al trote los caminos de Japón. ¿Por qué cabalgan juntos? ¿Adónde se dirigen? ¿Quiénes son los enemigos que los persiguen? Y, sobre todo, ¿cuándo podrán volver a comer bolitas de arroz? Premio Barco de Vapor 2024

Pedro Caldas (Sevilla, 1973) reside en Camas. Es psicólogo y trabaja en una residencia de mayores. Autor, entre otros textos, de Mujer Paloma (primer premio del I Certamen de Poesía Mercedes de Velilla) e Inculto (segundo premio del XVI Certamen de Poesía José Mª de los Santos, 2005), también ha publicado la novela corta Cerca (Ediciones en Huida), de corte fantástico, sobre la inmigración; y fue finalista del premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro en 2015. Confiesa no considerarse escritor de mapa, ni siquiera de brújula, simplemente se siente caer en el desierto y se pone a caminar, y ve cosas en el horizonte y allá que va sin más guía que su curiosidad. Antes de la pandemia, solía escribir en bares porque la gente y el ruido le ayudan a anclar la fantasía a la realidad.  En 2023 obtuvo el premio de literatura infantil El Barco de Vapor por su obra La leyenda del samurái y la mariposa azul .
Details
Weitere ISBN/GTIN9788411824279
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
FormatE101
Erscheinungsjahr2024
Erscheinungsdatum18.04.2024
Seiten216 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse13688 Kbytes
Artikel-Nr.14482833
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


3. El hombre malo

Mientras esperaba al samurái en la cima de la colina, mis ojos se posaron en los tejados de madera y paja de una aldea situada en el valle del lado opuesto. Los edificios, grandes y de una sola planta, carecían de las finuras y sutilezas de las casas de la Ciudad Imperial; pero sus volutas de humo anunciando comida calentita me parecieron de una belleza comparable a la del amanecer en el monte Fuji. Alrededor de la aldea se extendían pequeños campos de cultivo de tonos verdes y dorados, y algunos sombreros de paja se movían de acá para allá entre las hojas y espigas. En el horizonte, al término de una vasta llanura violácea azotada por el viento, se alzaba una cadena montañosa de aspecto imponente.

Me giré al oír las pisadas del samurái. El esfuerzo de la subida parecía haberle quitado las ganas de reír, aunque noté que me miraba con fatigada placidez. Busqué a Akari con la mirada, pero supuse que debía de seguir cobijada bajo el kimono del guerrero. Descubrí el motivo cuando noté caer la primera gota en mi rostro. Ahogué un grito de terror.

-¿Qué te ocurre? -dijo el samurái sin dar muestras de alarma.

-¡Me estoy empapando!

-Cuidado, no vayas a ahogarte -suspiró.

-¡Cuidado, no vayas a ahogarte tú con tu cortesía samurái! -dije, y luego añadí-: ¡Nos vemos abajo!

Sin darle tiempo a que se opusiera, me dejé caer al suelo y empecé a rodar pendiente abajo. Vi yerbajos y cielo y piedras y más cielo y más yerbajos y, cuando cobré velocidad, vi formas fugaces difíciles de identificar. Supuse que eran más yerbajos y piedras. Luego cerré los ojos y me pregunté con nerviosismo cuándo terminaría aquello. Fue entonces cuando oí la voz del samurái en mi cabeza: «La coliiina se acaaba cuando se acaaba la ladeera». Curiosamente, aquella tontería me hizo sonreír. Por fin, mi cuerpo se detuvo y abrí los ojos para comprobar que ahora era el mundo entero el que giraba a mi alrededor. Esperé unos momentos antes de incorporarme.

Me encontraba en el límite de una plantación de té. La lluvia empezaba a arreciar, y pude ver cómo los campesinos apuraban el paso para refugiarse en sus hogares. Entonces me percaté de que sus miradas no se dirigían al cielo, sino al samurái que descendía lentamente por la colina con los pies que matan la velocidad, y ya no tuve tan claro de qué huían en realidad. Ajusté el cuello de mi kimono para que la lluvia no se colara por donde no debía y apremié al guerrero a que se diera prisa. Pero, cuando al fin llegó, la lluvia ya caía con fuerza y los aldeanos habían desaparecido de nuestra vista.

-Deberías haber rodado; es más rápido -le aseguré.

Silencio samurái. El guerrero tenía los ojos puestos en las primeras construcciones desdibujadas por la lluvia, situadas al otro lado de la plantación de té.

-Yama... Satoru... Kawa... Kasumi... -musitó con aire pensativo.

Oh, no; no era el momento para el ojo que mata la oscuridad. Bajé la cabeza y comencé a cruzar entre los arbustos de té.

-¡Ponte detrás de mí! -me ordenó el samurái.

-¿Que qué que qué que qué? -respondí, demostrando sin fisuras que no había entendido una sola palabra.

Gruñido samurái. El guerrero me alcanzó enseguida. Apreté el paso para que no me adelantara. Él hizo lo mismo. Comencé a correr. También él. Me copiaba en todo y, además, hacía trampas, porque tenía las piernas más largas. De no haber sido por eso, el guerrero ya solo habría sido un puntito gruñón en la distancia. Aun así, conseguí resguardarme bajo el alero del primer edificio con medio pie de ventaja.

-¡Te gané! -dije, y aspiré profundamente para recuperar el resuello mientras el samurái me miraba como si no supiera de qué le estaba hablando.

En ese instante, el destello de un relámpago iluminó la aldea, y lo que vi me produjo un escalofrío: junto a la puerta de cada edificio colgaba un cartel con el dibujo de una pequeña mano abierta. Era la mano roja de un niño.

-¿Qué es eso? -grité atemorizada, pero el samurái no pudo oírme porque en ese instante un trueno sepultó mis palabras.

Señalé con el dedo un cartel próximo a la puerta junto a la que nos encontrábamos. El samurái apenas levantó una ceja.

-Se trata de una protección para alejar a los malos espíritus -respondió sin darle importancia. Si su pretensión había sido tranquilizarme, el resultado no fue nada satisfactorio.

-¿Qué malos espíritus? -pregunté, aunque no estaba muy segura de querer saber la respuesta.

-Oh, se refieren a mí -dijo el samurái-. En esta aldea me tienen por una especie de...

-¿Monstruo, espíritu, pesadilla horripilante?

-... visita indeseada -terminó por decir con el ceño fruncido-. No me consideran del todo humano.

Asentí comprensiva.

-Debe de ser por los gruñidos -dije.

El samurái pareció reprimir un gruñido.

Junto a la puerta había, además del cartel de la mano roja, otro con dibujitos de los que se leen.

-«Samurái peligroso» -dije con firmeza.

-«Taberna de la Taza de Bambú» -me corrigió el samurái. Luego, se acercó a la ventana que estaba al lado de la puerta y se asomó entre las tiras de bambú de la persiana-. ¡Os veo! -dijo en voz alta, tratando de hacerse oír por encima de la lluvia.

-¡Es por el ojo que mata la oscuridad! -añadí. Miré al samurái y asentí para asegurarle que eso convencería a cualquiera.

La puerta se descorrió de inmediato, revelándonos la coronilla de un hombre que nos daba la bienvenida con profundas reverencias.

-Mis disculpas, honorable samurái -balbuceó-. Había cerrado para que no entrara la lluvia.

-La lluvia no tiene piernas -replicó el samurái con calma, mientras entraba y obligaba al hombre a hacerse a un lado.

-Laaa lluuuvia nooo tieeene pieeernas -repetí, alzando un dedo como si se tratara de una máxima zen.

La zona destinada a los visitantes era apenas más ancha que el paso de un riachuelo, pero lo bastante larga para acomodar unas pocas mesas. Al fondo, tres hombres con los rostros más pálidos que la lluvia permanecían inclinados en silencio sobre sus cuencos. El samurái y yo tomamos asiento en unas esteras de paja dispuestas junto a una mesa próxima a la puerta.

-¡Bienvenidos, nobles visitantes! -repetía el tabernero sin poder detener las reverencias.

-Té, sake y cuatro bolas de arroz -ordenó el samurái.

-Enseguida.

El tabernero dio unos pasitos hacia atrás, como haría ante un gran señor, antes de escabullirse por una puerta lateral. Solo entonces el samurái depositó un puñado de flores sobre la mesa. Akari salió revoloteando por la manga de su kimono y se posó en ellas.

Los hombres del fondo, que hasta entonces habían evitado mirarnos, se giraron hacia las alas azules de Akari. El samurái dirigió su mirada hacia ellos, y los hombres volvieron a hundir el rostro en sus tazas y cuencos.

-¿Has empleado el ojo que mata todas las miradas? -le pregunté.

El samurái giró lentamente la cara hacia mí y entornó los ojos para que parecieran intimidantes. Yo le devolví la mirada abriendo los míos como dos monedas de plata. Había surgido un duelo de miradas, y no iba a ser yo quien parpadeara o apartara la vista. Podía quedarme así durante días y no desfallecer.

Comencé a notar un ligero escozor en los ojos.

-Pareces fatigado -me apresuré a decir.

Silencio samurái.

-Mi último duelo de ojos duró tres días exactos -proseguí, tratando de percibir el más ligero temblor en los ojos del samurái; pero su mirada permanecía inmóvil y relajada.

Procuré que mis siguientes palabras resultaran demoledoras:

-Gané, gané y gané -dije y, como si blandiera una espada capaz de atravesar las férreas defensas del enemigo, asesté el golpe final-: ¡Gané mucho y bien!

El samurái no mostró el menor signo de debilidad. Mis ojos, en cambio, ya empezaban a lagrimear. ¡Maldito adiestramiento samurái!

En ese momento, el tabernero llegó con pasos presurosos y depositó algunas cosas en la mesa.

-El mejor sake en muchos días de viaje -masculló antes de esfumarse.

Con sumo cuidado, incliné lentamente el cuerpo hacia un lado para obligar al samurái a mover sus pupilas. Un ligero brillo en su ojo izquierdo me infundió nuevos ánimos. Esbocé una sonrisa burlona.

-¡Pero si acabamos de empezar! -dije mientras resbalaba una lágrima por mi mejilla-. ¡Tenemos toda la vida por delante!

De repente, algo cambió en la mirada del samurái. Aunque sus ojos seguían clavados en los míos, parecían estar observando algo mucho más lejano.

El tabernero regresó, depositó algo más en la mesa y parloteó sobre el arroz, los días y los viajes antes de marcharse de nuevo. El samurái permanecía concentrado en un paisaje que parecía desolador. Percibí claramente la oscuridad y el dolor que lo envolvían, más dolor y oscuridad de los que parecía posible soportar. Aparté rápidamente la mirada. Aquel gesto fue suficiente para que el samurái regresara. Cerró los párpados durante unos segundos, al cabo de los cuales los volvió a abrir para mirarme.

-Comamos -dijo.

No habíamos empezado a hacerlo cuando alguien irrumpió en la taberna.

-¡El samurái ha vuelto!...

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Autor

Pedro Caldas (Sevilla, 1973) reside en Camas. Es psicólogo y trabaja en una residencia de mayores. Autor, entre otros textos, de Mujer Paloma (primer premio del I Certamen de Poesía Mercedes de Velilla) e Inculto (segundo premio del XVI Certamen de Poesía José Mª de los Santos, 2005), también ha publicado la novela corta Cerca (Ediciones en Huida), de corte fantástico, sobre la inmigración; y fue finalista del premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro en 2015. Confiesa no considerarse escritor de mapa, ni siquiera de brújula, simplemente se siente caer en el desierto y se pone a caminar, y ve cosas en el horizonte y allá que va sin más guía que su curiosidad. Antes de la pandemia, solía escribir en bares porque la gente y el ruido le ayudan a anclar la fantasía a la realidad.  En 2023 obtuvo el premio de literatura infantil El Barco de Vapor por su obra La leyenda del samurái y la mariposa azul .
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Caldas Hidalgo, Pedro