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Recuperar la democracia

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
220 Seiten
Spanisch
Siruelaerschienen am20.09.20101. Auflage
Desde posiciones independientes y con el respaldo de su obra filosófica, sociológica y literaria, Ignacio Gómez de Liaño analiza la situación española desde múltiples perspectivas con el objeto de contribuir al saneamiento de la vida pública y a la recuperación de la democracia.La transición de la dictadura de Franco a la democracia fue saludada como ejemplo político para el mundo. Transcurridos treinta años desde entonces, ¿cuál es el estado de salud del nuevo régimen? En las regiones donde gobierna el nacionalismo se padece un grave déficit de libertad y seguridad, la izquierda se ha aliado de forma habitual con esa orientación política y los grupos terroristas siguen actuando contra los que no se someten a las directrices nacionalistas... Por otro lado, la educación, la cultura, la comunicación, la justicia y las finanzas están tan supeditadas al poder político que la sociedad sufre amenaza de asfixia. Esas condiciones han hecho que de la dictadura de Franco se haya pasado a esas «dictaduras de proximidad» en las que van mutando las Comunidades Autónomas. La incógnita es si la sociedad española cobrará conciencia de las deficiencias que la lastran o si se dejará ganar por la insensibilización gracias a la cual se perpetuó el régimen de Franco.

Ignacio Gómez de Liaño (Madrid, 1946) ha sido profesor en universidades de Madrid, Pekín y Osaka. Ha cultivado la novela, el ensayo, el teatro, la historia, el diario y la poesía, además de la filosofía, en numerosos libros, algunos traducidos a varias lenguas. Destacan especialmente El círculo de la sabiduría, Filósofos griegos, videntes judíos o Contra el fin de siglo.
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Produkt

KlappentextDesde posiciones independientes y con el respaldo de su obra filosófica, sociológica y literaria, Ignacio Gómez de Liaño analiza la situación española desde múltiples perspectivas con el objeto de contribuir al saneamiento de la vida pública y a la recuperación de la democracia.La transición de la dictadura de Franco a la democracia fue saludada como ejemplo político para el mundo. Transcurridos treinta años desde entonces, ¿cuál es el estado de salud del nuevo régimen? En las regiones donde gobierna el nacionalismo se padece un grave déficit de libertad y seguridad, la izquierda se ha aliado de forma habitual con esa orientación política y los grupos terroristas siguen actuando contra los que no se someten a las directrices nacionalistas... Por otro lado, la educación, la cultura, la comunicación, la justicia y las finanzas están tan supeditadas al poder político que la sociedad sufre amenaza de asfixia. Esas condiciones han hecho que de la dictadura de Franco se haya pasado a esas «dictaduras de proximidad» en las que van mutando las Comunidades Autónomas. La incógnita es si la sociedad española cobrará conciencia de las deficiencias que la lastran o si se dejará ganar por la insensibilización gracias a la cual se perpetuó el régimen de Franco.

Ignacio Gómez de Liaño (Madrid, 1946) ha sido profesor en universidades de Madrid, Pekín y Osaka. Ha cultivado la novela, el ensayo, el teatro, la historia, el diario y la poesía, además de la filosofía, en numerosos libros, algunos traducidos a varias lenguas. Destacan especialmente El círculo de la sabiduría, Filósofos griegos, videntes judíos o Contra el fin de siglo.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788498414844
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2010
Erscheinungsdatum20.09.2010
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.34
Seiten220 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1119 Kbytes
Artikel-Nr.3205045
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe

En política es esencial
aclarar las ideas y las palabras

1. La distinción política principal no es para mí la de derechas o izquierdas, sino la de liberalismo o totalitarismo. Igual de malos me parecen los totalitarios de izquierdas que los de derechas, y creo que tan cómodo me puedo sentir con los liberales de izquierdas como con los de derechas. Como escritor que quiere expresarse sin cortapisas y como ciudadano que desea exponer sus opiniones libremente, tan mal me va con un gobierno de izquierdas del tipo de Stalin o Mao que con uno de derechas del tipo de Hitler o Mussolini, pues, con todas sus diferencias, sé que correré grave peligro si mis ideas molestan a los gobernantes. Para los dictadores totalitarios no hay mejores maestros que otros dictadores totalitarios, sean del signo que sean. Hitler tomó de Stalin los campos de concentración, y éste aprendió de aquél que el odio a los judíos podía servir para mantener unida a la sociedad al proporcionarle un «enemigo» a la vez interior y exterior, antiguo y nuevo.

No ignoro que mi forma transversal de tratar las cuestiones políticas incomodará a los esencialistas de la derecha y de la izquierda, pero eso no me sorprende, ya que, pese a que luzcan plumajes diferentes, son pájaros de la misma especie -el pacto de Hitler y Stalin es casi un apólogo de la convergencia a la que pueden llegar-, pero interesará a todas esas izquierdas y derechas que, por compartir ciertos valores fundamentales, no dudan en pactar entre ellas cuando tienen enfrente a derechas e izquierdas de signo totalitario.

2. ¿Qué nos revela que un gobierno tiene vocación totalitaria? El hecho de que trate de intervenir en todo: en la justicia, en la economía, en la comunicación, en la educación, en la cultura⦠Un signo que lo delata es esa forma típica con que justiï¬ca y disimula su apetito de poder, que consiste en decir que todo lo hace por tu bien y que desea prevenirte de todo mal. Un ejemplo de ese paternalismo podría ser un anuncio del Ministerio del Interior que lleva ya varios años en las emisoras de radio y dice así: «No podemos conducir por ti». Con esta frase el anunciante trata al conductor como si fuera un niño torpe e ignorante, que lo mejor que puede hacer es dejar que la Dirección General de Tráï¬co conduzca su automóvil. Pero seamos un poco racionales. ¿Quién se puede creer que ese monstruo funcionarial vaya a conducir mejor que yo mi coche? El paternalismo, incluso uno tan rancio como el que recoge esa frase, es uno de los camuï¬ajes preferidos por los regímenes totalitarios. Cuando un gobierno alardea de ser amante de los pobres, de los perseguidos, de la humanidad, sobre todo si lo hace con un gran despliegue de medios, ¡cuidado!, podría ser un peligroso depredador.

3. Al tratar de explicar los cambios sociales se tiende a minusvalorar la inï¬uencia de las ideas. Sin embargo, un repaso de la historia europea de los últimos dos siglos demuestra que son el motor de la historia, y que bastan unas pocas ideas malas para producir grandes catástrofes. Semejantes a los virus informáticos que dañan el sistema operativo de un ordenador, las ideas falsas o incorrectas, cuando hacen referencia a valores e ideales, afectan a las actitudes y a la conducta, y, de ese modo, pueden llevar a las sociedades al precipicio. Que las ideas mueven el mundo queda demostrado por el enorme poder operativo que han tenido, o tienen todavía, el judaísmo, el cristianismo, el islamismo, el confucianismo, el liberalismo, el marxismo, el nacional-socialismo, el idealismo, el escepticismo y un largo etcétera de «ismos» políticos y religiosos. Estos «ismos» no son simples visiones del mundo. Son máquinas que movilizan a millones de individuos.

4. Una idea correcta sobre un líder político puede bastar para evitar catástrofes. ¡Cómo habría cambiado la historia del mundo si los alemanes hubieran tenido en 1933 una idea correcta de Hitler! Y no se piense que era imposible. Matila Ghyka, intelectual rumano conocido por sus estudios sobre el pitagorismo, publicó en París en 1933 una novela titulada Pluie d étoiles [Lluvia de estrellas]. Uno de los personajes, el profesor Moessel, dice de Hitler que es un «alucinado dinámico» que «ha conseguido alucinar a una buena parte de Alemania, empezando por la juventud», y lo compara con el ï¬autista de Hamelin, que hechizó a todos los niños del pueblo y se los llevó no se sabe dónde. «Un buen día», añade, «los alemanes seguirán la ï¬auta mágica de Hitler, y Dios sabe qué saldrá de ahí». Pero el profesor Moessel sabe lo que saldrá, pues unas páginas después aï¬rma que «lo que saldrá será exactamente lo mismo que en 1914», o sea la derrota alemana. No creo que Matila Ghyka fuese el único que supiese adónde llevaba a los alemanes Hitler, pero no fueron suï¬cientes los que, en 1933, tuvieron esa idea correcta que habría ahorrado al mundo millones de muertos.

5. El recuerdo de Hitler me hace pensar en Alemania, en el papel que ha jugado en la historia europea de este último siglo y medio. A decir verdad, no ha sido muy halagüeño, ni en los hechos ni en las ideas. En los hechos, ahí están la guerra contra Dinamarca para anexionarse el Holstein, la guerra contra Austria-Hungría para erigirse en nueva potencia imperial, la guerra contra Francia para inaugurar el Reich, la Gran Guerra europea de 1914 a 1918, y la guerra de 1939 a 1945, la mundial por antonomasia. Tras un obligado repliegue de cuarenta años, su acción exterior ha vuelto a verse ensombrecida en los últimos veinte por el papel que ha jugado en la desmembración de Yugoslavia, Checoslovaquia y... lo que reste, dada la tendencia del partido de los Verdes y otras organizaciones a promocionar nacionalismos disgregadores -quizá con la idea del divide et impera, del culto nacional-socialista al Volk, o de ambas cosas-. Lo curioso es que de todas esas aventuras Alemania no ha sacado demasiadas ventajas. Los alemanes deberían fomentar esa otra faceta suya humanista, razonante, clariï¬cadora y pacíï¬ca que ejempliï¬ca muy bien Goethe y en cuya estela se encuentra Thomas Mann.

Si de los hechos pasamos a las ideas, las sombras también predominan sobre las luces, pues la «línea férrea» kantianoï¬chteano-hegeliana ha llevado el pensamiento, y con él a millones de personas, a los dos grandes horrores de los siglos XIX y XX: el comunismo marxista-leninista y el nacional-socialismo hitleriano.

6. No se suele reconocer la trascendencia de los juicios de valor en la conducta, ni que las ideologías son, esencialmente, juicios de valor. Si no se reconoce esto se debe en buena medida a que la ideología marxista sostiene que la conducta y la conciencia están determinadas fundamentalmente, casi exclusivamente, por las «condiciones económicas». Esta tesis queda invalidada por dos hechos fácilmente observables. El primero es que unas mismas condiciones económicas pueden originar conductas y caracteres muy diferentes, como se observa entre los hermanos, y el segundo es que los que sostienen la tesis «economicista» no se privan de la propaganda para llevar a la gente en la dirección que desean. En la formación de la conciencia, del carácter y de la conducta, inï¬uyen, sin duda, las condiciones económicas, ambientales, biológicas, etc., pero también, y de forma determinante, los afectos y las ideas.

7. Detrás de una determinada acción puede haber una necesidad orgánica, como cuando alguien busca alimento porque tiene hambre. Pero eso no quiere decir que si el que tiene hambre ataca a alguien haya sido movido por el hambre, pues muchas personas que tienen hambre no actúan así, y, al contrario, gente que no tiene hambre puede atacar y matar. No basta con diagnosticar un estado de necesidad para hacer derivar automáticamente de ese estado un atraco o un asesinato. Todos esos discursos que aï¬rman que la pobreza y los estados de necesidad son la causa de acciones que se saldan con decenas de muertos tienen escaso valor probatorio. Los que llevan a cabo atentados tienen en muchas ocasiones sus necesidades cubiertas. Y los que no las tienen se suelen servir de otros medios para remediarlas. El papel que juega en esos casos la pobreza o el hambre es el de la justiï¬cación y la legitimación, pero no se debe confundir la justiï¬cación que legitima una acción con su causa. A veces la justiï¬cación de una acción es también su causa, pero a menudo no.

A quienes sostienen que sólo se podrá acabar con la guerra cuando se suprima el deseo de posesión hay que decirles que es muy cierto lo que dicen, pero que no basta con hacer a todo el mundo rico para acabar con la guerra, pues a menudo una posición económicamente desahogada, en vez de contribuir a limitar los deseos de posesión tiene el efecto de excitarlos.

8. La carga emotiva que se adhiere a ciertas ideas es lo que hace que éstas se vuelvan operativas, lleguen a ser explosivas y dañen, a veces irreversiblemente, las mentes que las albergan. La inï¬uencia de las ideas y de los afectos en la conducta y en la formación del carácter se observa también en escenarios más amplios. Cuando estallan revoluciones, se suele decir que han sido causadas por ciertas injusticias y otras lacras, pero, examinados no pocos casos, se comprueba que las injusticias no fueron los desencadenantes de la revolución, sino su justiï¬cación y hasta su camuï¬aje.

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Autor

Ignacio Gómez de Liaño (Madrid, 1946) ha sido profesor en universidades de Madrid, Pekín y Osaka. Ha cultivado la novela, el ensayo, el teatro, la historia, el diario y la poesía, además de la filosofía, en numerosos libros, algunos traducidos a varias lenguas. Destacan especialmente El círculo de la sabiduría, Filósofos griegos, videntes judíos o Contra el fin de siglo.