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E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
432 Seiten
Spanisch
EDHASAerschienen am20.05.2022
'Nexus'; concluye la trilogía que forma con Sexus y Plexus; al tiempo que ofrece los antecedentes de los 'Trópicos'. Se centra sobre todo en la relación de su protagonista con Mona; su segunda esposa; y en las circunstancias y reflexiones que le conducen a comprender que sus raíces culturales están en Europa y; por tanto; sólo allí le será posible convertirse en el escritor que pretende ser.El sexo; vivido casi como una experiencia mística; la búsqueda de los recursos mínimos para sobrevivir en una sociedad como la neoyorkina sin renunciar a la creación literaria; y osbre todo la literatura misma; son los ejes principales de la novela. Tanto por el descarnado retrato del ambiente moral que ofrece como por la exploración en los comportamientos propios y ajenos; a menudo se ha descatado 'Nexus' como la mejor de las novelas de Miller. Henry Miller (18911980) es uno de los escritores fundamentales de la renovación de la narrativa del siglo XX; junto a Joyce; V. Woolf; Faulkner...La dureza que en ocasiones adpota y la desprejuiciada forma en que narra las relaciones sexuales le convirtieron en blanco de la censura y algunos de sus tíutlos sólo eran publicados; incluso en inglés; en Francia.

Henry Miller ( 26-12-1891 / 07-06-1980 ) es uno de los autores que, quizá sin proponérselo, más hicieron por el triuno de la libertad de expresión en la literatura y por la distinción entre los juicios morales y los juicios estéticos. Tras su paso por el City College de Nueva York y después de aceptar los empleos más diversos, en 1930 se estableció en París, donde se dedicó de lleno a la creación literaria y llevó una vida independiente y anticonvencional que lo convirtió en el ejemplo más conocido de bohemia moderna y en un modelo para la beat generation (Burroughs, Kerouac, Ginsberg...) y para autores como Bukowski o Norman Mailer. Entre su obra narrativa , donde confluuen los elementos autobiográficos, la especulación filosófica, la ternura y la obscenidad, destacan Trópico de Cáncer (1934), Trópico de Capricornio (1939), la trilogía formada por Sexus (1949), Plexus (1953) y Nexus (1960) y entre otras, Primavera negra, Big Sur y las naranjas de El Bosco, El coloso de Marusi, Días tranquilos en Clichy, Nueva York. Ida y vuelta. Sumo interés tiene también el extenso espistolario que mantuvo con su buen amigo Lawrence Durrell, editado por Ian S. MacNiven
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Klappentext'Nexus'; concluye la trilogía que forma con Sexus y Plexus; al tiempo que ofrece los antecedentes de los 'Trópicos'. Se centra sobre todo en la relación de su protagonista con Mona; su segunda esposa; y en las circunstancias y reflexiones que le conducen a comprender que sus raíces culturales están en Europa y; por tanto; sólo allí le será posible convertirse en el escritor que pretende ser.El sexo; vivido casi como una experiencia mística; la búsqueda de los recursos mínimos para sobrevivir en una sociedad como la neoyorkina sin renunciar a la creación literaria; y osbre todo la literatura misma; son los ejes principales de la novela. Tanto por el descarnado retrato del ambiente moral que ofrece como por la exploración en los comportamientos propios y ajenos; a menudo se ha descatado 'Nexus' como la mejor de las novelas de Miller. Henry Miller (18911980) es uno de los escritores fundamentales de la renovación de la narrativa del siglo XX; junto a Joyce; V. Woolf; Faulkner...La dureza que en ocasiones adpota y la desprejuiciada forma en que narra las relaciones sexuales le convirtieron en blanco de la censura y algunos de sus tíutlos sólo eran publicados; incluso en inglés; en Francia.

Henry Miller ( 26-12-1891 / 07-06-1980 ) es uno de los autores que, quizá sin proponérselo, más hicieron por el triuno de la libertad de expresión en la literatura y por la distinción entre los juicios morales y los juicios estéticos. Tras su paso por el City College de Nueva York y después de aceptar los empleos más diversos, en 1930 se estableció en París, donde se dedicó de lleno a la creación literaria y llevó una vida independiente y anticonvencional que lo convirtió en el ejemplo más conocido de bohemia moderna y en un modelo para la beat generation (Burroughs, Kerouac, Ginsberg...) y para autores como Bukowski o Norman Mailer. Entre su obra narrativa , donde confluuen los elementos autobiográficos, la especulación filosófica, la ternura y la obscenidad, destacan Trópico de Cáncer (1934), Trópico de Capricornio (1939), la trilogía formada por Sexus (1949), Plexus (1953) y Nexus (1960) y entre otras, Primavera negra, Big Sur y las naranjas de El Bosco, El coloso de Marusi, Días tranquilos en Clichy, Nueva York. Ida y vuelta. Sumo interés tiene también el extenso espistolario que mantuvo con su buen amigo Lawrence Durrell, editado por Ian S. MacNiven
Details
Weitere ISBN/GTIN9788435048729
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2022
Erscheinungsdatum20.05.2022
Seiten432 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1248 Kbytes
Artikel-Nr.9519439
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


CAPÍTULO 2

Ah, el monótono estremecimiento que se siente al caminar por las calles una mañana de invierno, cuando las vigas de hierro están heladas hasta el suelo y la leche en la botella crece como el tallo de un hongo. Un día septentrional, pongamos por caso, cuando ni el animal más estúpido se atrevería a asomar la nariz fuera de su agujero. Acercarse a un desconocido un día así y pedirle lismona sería inconcebible. En ese frío penetrante, con el viento helado silbando por las sombrías gargantas de las calles, nadie en sus cabales se detendría a buscarse en el bolsillo una moneda. En una mañana así, que un banquero cómodamente instalado llamaría «clara y fresca», un mendigo no tiene derecho a sentirse hambriento o a necesitar dinero para el autobús. Los mendigos son para los días cálidos y soleados, cuando hasta un sádico de corazón se detiene a arrojar migas a los pájaros.

En días así reunía a propósito un lote de muestras para ir a visitar a uno de los clientes de mi padre, sabiendo de antemano que no conseguiría un pedido, pero impulsado por una insaciable sed de conversación.

Había un individuo en particular al que siempre elegía para visitarlo en ocasiones así, porque con él el día podía, y solía, acabar del modo más inesperado. Rara era la vez que aquel individuo encargaba un traje y, cuando así era, tardaba años en pagar la cuenta. Aun así, era un cliente. Ante el viejo fingía ir a ver a John Stymer para hacerle comprar el traje de etiqueta que necesitaría -suponíamos siempre- alguna vez. (Se pasaba la vida diciéndonos que un día llegaría a juez, aquel Stymer. )

Lo que nunca revelé al viejo fue la naturaleza de las conversaciones, ajenas a la sastrería, que solía mantener con aquel hombre.

«¡Hola! ¿Para qué vienes a verme?»

Así solía recibirme.

«Debes de estar loco, si crees que necesito más ropa. No te he pagado el último traje que compré, ¿no es así? ¿Cuándo fue?... ¿Hace cinco años?»

Apenas había levantado la cabeza del montón de papeles en que tenía enterrada la nariz. Perfumaba el cuarto un olor fétido, debido a su inveterada costumbre de peerse... aun delante de su estenógrafo. Además, no dejaba de hurgarse en la nariz. En lo demás -exteriormente, quiero decir- podía pasar por Don Cualquiera: un abogado como cualquier otro.

Con la cabeza aún enterrada en un laberinto de documentos jurídicos, va y me dice, alegre: «¿Qué estás leyendo estos días?» Antes de que pueda contestar, añade: «¿Podrías esperar fuera unos minutos? Estoy en un embrollo, pero no te escapes... Quiero charlar un rato contigo». Y acto seguido se mete la mano en el bolsillo y saca un billete de dólar.

«Toma, bébete un café, mientras esperas y vuelve dentro de una hora más o menos... comemos juntos, ¿eh?»

En la antesala hay media docena de clientes. Ruega a todos que esperen un poco más. A veces se pasan el día allí sentados.

Camino de la cafetería, cambio el billete para comprar un periódico. Echar un vistazo a las noticias siempre me da la sensación extrasensorial de pertenecer a otro planeta. Además, necesito estar muy jodido para habérmelas con John Stymer.

Mientras hojeo el periódico, me pongo a pensar en el gran problema de Stymer: la masturbación. Lleva años intentando vencer ese terrible vicio. Me vienen a la cabeza retazos de nuestra última conversación. Recuerdo haberle recomendado que probara en un buen burdel... y cómo torció el gesto, cuando se lo propuse. «¡Cómo! ¿Yo, un hombre casado, relacionarme con un atajo de asquerosas putas?»

Y lo único que se me ocurrió decir fue: «¡No todas son asquerosas!».

Pero lo patético, ahora que me refiero al caso, fue la seriedad con que me imploró, al marcharme, que, si se me ocurría algo que fuera de ayuda... cualquier cosa, se lo comunicara. «¡Córtatela!», me dieron ganas de decir.

Pasó una hora. Para él una hora era como cinco minutos. Por fin me levanté y me dirigí a la puerta. Hacía tal frío fuera, que me daban ganas de salir corriendo.

Para mi sorpresa, me estaba esperando. Estaba allí sentado con las manos cruzadas y descansando sobre el escritorio y los ojos fijos en un punto diminuto de la eternidad.

El paquete de muestras que había dejado sobre su escritorio estaba abierto. Había decidido encargar un traje, según me comunicó.

«No me corre prisa», dijo.

«No necesito ropa nueva.»

«Entonces no lo compres. Ya sabes que no he venido aquí para venderte un traje.»

«Mira», dijo. «Tú eres casi la única persona con quien consigo tener una conversación de verdad. Siempre que te veo, me expansiono... ¿Qué me puedes recomendar esta vez?

Quiero decir, en el terreno literario. El último, Oblomov, ¿no era ése?, no me impresionó demasiado.»

Hizo una pausa, no para oír lo que pudiera contestarle, sino para recobrar el aliento.

«Desde la última vez que estuviste aquí, he tenido una aventura. ¿Te sorprende? Sí, una joven, muy joven, y, además, ninfómana. Me deja seco, pero no es eso lo que me preocupa... sino mi esposa. Me atormenta de un modo atroz.

Me pone los pelos de punta.»

Al observar la mueca en mi cara, añade: «No tiene la menor gracia, te lo aseguro».

Suena el teléfono. Escucha atento. Después, sin haber dicho otra cosa que «sí, no, eso creo», grita al auricular: «No quiero ni ver su asqueroso dinero. Que lo defienda otro».

«Imagínate: intentando sobornarme», dice, al tiempo que cuelga el aparato con violencia. «Y un juez, nada menos y, además, un buen pellizco.» Se sonó la nariz con fuerza. «En fin, ¿dónde estábamos?» Se levantó. «¿Y si comiéramos un bocado? Charlaríamos mejor con la comida y el vino delante, ¿no te parece?»

Llamamos a un taxi y nos dirigimos a una tasca italiana que frecuentaba. Era un sitio acogedor, con intenso olor a vino, serrín y queso: casi desierto, además.

Tras haber pedido, dijo: «No te importa que hable de mí,

¿verdad? Es mi defecto, supongo. Hasta cuando estoy leyendo, aun cuando sea un buen libro, no puedo por menos de pensar en mí, en mis problemas. No es que me considere tan importante, entiéndeme: obsesionado, nada más».

«Tú también estás obsesionado», prosiguió, «pero de modo más sano. Mira, yo estoy absorto en mí mismo y me odio. Auténtico asco, te lo aseguro. No podría sentir lo mismo por ningún otro ser humano. Me conozco de pe a pa, y la idea de lo que soy, de lo que debo de parecer a los demás, me repugna. Sólo tengo una buena cualidad: soy honrado. No lo considero un mérito... es un rasgo puramente instintivo. Sí, soy honrado con mis clientes... y conmigo mismo».

Lo interrumpí. «Puedes ser honrado contigo mismo, como dices, pero sería mejor para ti que fueras más generoso. Quiero decir, contigo mismo. Si no puedes tratarte decentemente a ti mismo, ¿cómo esperas que lo hagan los demás?»

«No va con mi naturaleza pensar cosas así», se apresuró a responder. «Soy un puritano de pies a cabeza, un puritano degenerado, desde luego. Lo malo es que no lo soy bastante. ¿Recuerdas que una vez me preguntaste si había leído al Marqués de Sade? Bueno, pues, lo intenté, pero me mata de aburrimiento. Tal vez sea demasiado francés para mi gusto. No sé por qué lo llaman el divino Marqués.

¿Y tú?»

Ya habíamos degustado el Chianti y estábamos de espaguetis hasta las orejas. El vino lo animaba. Podía beber mucho sin perder la cabeza. En realidad, ése era otro de sus problemas: su incapacidad para olvidarse de sí mismo, aun bajo la influencia del alcohol.

Como si hubiera adivinado mis pensamientos, empezó observando que era un abstraccionista de pies a cabeza. «Un abstraccionista que puede hacer pensar incluso a su picha.

Ya te estás riendo otra vez, pero es trágico. La chica de la que te he hablado... cree que soy un gran jodedor. No lo soy. Ella sí que lo es. Folla como los ángeles. Yo follo con el cerebro. Es como si estuviera realizando un interrogatorio, pero con la picha y no con la cabeza. Parece una chaladura, ¿verdad? Y lo es, porque cuanto más follo más me centro en mí mismo. De vez en cuando -con ella, quiero decir-

llego a preguntarme quién está en el otro extremo. Debe de ser consecuencia de la masturbación. Me entiendes, ¿verdad? En lugar de hacérmelo a mí mismo, alguien lo hace por mí. Es mejor que masturbarse, porque te sientes aún más despegado. Por supuesto, la chica se lo pasa bomba. Puede hacer conmigo lo que le apetezca. Eso es lo que le encanta... la excita. Lo que no sabe -tal vez la asustase, si se lo dijera- es que yo estoy ausente. Ya conoces la expresión ser todo oídos . Bueno, pues, yo soy todo cabeza. Una cabeza con la picha pegada a ella, si se puede decir así... Por cierto, a veces me dan ganas de preguntarte cómo te sientes cuando lo haces... tus reacciones... y demás. No es que fuera a ayudar demasiado. Simple curiosidad.»

De repente, cambió de tema. Me preguntó si había escrito ya algo. Cuando le dije que no, respondió: «Estás escribiendo ahora mismo; sólo, que no lo sabes. Estás escribiendo todo el tiempo, ¿no te das cuenta?».

Asombrado ante esa extraña observación, exclamé:

«¿Te refieres a mí... o a todo el mundo?»

«¡Por supuesto que no me refiero a todo el mundo! Me refiero a ti.» Su voz adquirió un tono chillón e irritado. «En cierta ocasión me dijiste que...
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Autor

Henry Miller ( 26-12-1891 / 07-06-1980 ) es uno de los autores que, quizá sin proponérselo, más hicieron por el triuno de la libertad de expresión en la literatura y por la distinción entre los juicios morales y los juicios estéticos. Tras su paso por el City College de Nueva York y después de aceptar los empleos más diversos, en 1930 se estableció en París, donde se dedicó de lleno a la creación literaria y llevó una vida independiente y anticonvencional que lo convirtió en el ejemplo más conocido de bohemia moderna y en un modelo para la beat generation (Burroughs, Kerouac, Ginsberg...) y para autores como Bukowski o Norman Mailer.

Entre su obra narrativa , donde confluuen los elementos autobiográficos, la especulación filosófica, la ternura y la obscenidad, destacan Trópico de Cáncer (1934), Trópico de Capricornio (1939), la trilogía formada por Sexus (1949), Plexus (1953) y Nexus (1960) y entre otras, Primavera negra, Big Sur y las naranjas de El Bosco, El coloso de Marusi, Días tranquilos en Clichy, Nueva York. Ida y vuelta. Sumo interés tiene también el extenso espistolario que mantuvo con su buen amigo Lawrence Durrell, editado por Ian S. MacNiven
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Manzano Frutos, Carlos
Übersetzung

Bei diesen Artikeln hat der Autor auch mitgewirkt