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Plexus

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
640 Seiten
Spanisch
EDHASAerschienen am22.03.2023
Volúmen central de la trilogía que forma con 'Sexus' y 'Nexus' (próxima publicación), esta novela recrea mediante flash backs la infancia del genial escritor, y, desde el presente narrativo, su abandono contra viento y marea de toda otra ocupación que no sea la escritura, librándose para ello de cualquier atadura con las convenciones, las rutinas o los supuestos deberes. Atrapado en un empleo insatisfactorio que finalmente decide abandonar, su lucha denodada por conseguir publicar su obra se convierte en una obsesión, que las dificultades de todo tipo (económicas, afectivas, sexuales) van contrapunteando con notas a veces humorísticas.Hacía muchos años que circulaba una traducción no del todo satisfactora de esta novela, que ahora el propio traductor, Carlos Manzano, ha revisado con detenimiento, recuperando incluso breves pasajes suprimidos y corrigiendo inexactitudes o imperfecciones. Con ello, se está poniendo a disposición del lector una obra de Miller quizá no tan conocida como los Trópicos, pero cuya lectura nos proporciona los antecedentes de las novelas situadas en París.Henry Miller (18911980) es uno de los autores más importantes e influyentes de la novela nortamericana del siglo XX, y su modo de tramar lo autobiográfico y lo novelesco sigue siendo un ejempo para los novelsitas actuales.

HENRY MILLER ( 26-12-1891 / 07-06-1980 ). Miller es uno de los autores que, quizá sin proponérselo, más hicieron por el triuno de la libertad de expresión en la literatura y por la distinción entre los juicios morales y los juicios estéticos. Tras su paso por el City College de Nueva York y después de aceptar los empleos más diversos, en 1930 se estableció en París, donde se dedicó de lleno a la creación literaria y llevó una vida independiente y anticonvencional que lo convirtió en el ejemplo más conocido de bohemia moderna y en un modelo para la beat generation (Burroughs, Kerouac, Ginsberg...) y para autores como Bukowski o Norman Mailer. Entre su obra narrativa , donde confluuen los elementos autobiográficos, la especulación filosófica, la ternura y la obscenidad, destacan 'Trópico de Cáncer' (1934), 'Trópico de Capricornio' (1939), la trilogía formada por 'Sexus' (1949), 'Plexus' (1953) y 'Nexus' (1960) y entre otras, 'Primavera negra', 'Big Sur y las naranjas de El Bosco', 'El coloso de Marusi', 'Días tranquilos en Clichy', 'Nueva York. Ida y vuelta'. Sumo interés tiene también el extenso espistolario que mantuvo con su buen amigo Lawrence Durrell, editado por Ian S. MacNiven
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR13,00
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR9,99

Produkt

KlappentextVolúmen central de la trilogía que forma con 'Sexus' y 'Nexus' (próxima publicación), esta novela recrea mediante flash backs la infancia del genial escritor, y, desde el presente narrativo, su abandono contra viento y marea de toda otra ocupación que no sea la escritura, librándose para ello de cualquier atadura con las convenciones, las rutinas o los supuestos deberes. Atrapado en un empleo insatisfactorio que finalmente decide abandonar, su lucha denodada por conseguir publicar su obra se convierte en una obsesión, que las dificultades de todo tipo (económicas, afectivas, sexuales) van contrapunteando con notas a veces humorísticas.Hacía muchos años que circulaba una traducción no del todo satisfactora de esta novela, que ahora el propio traductor, Carlos Manzano, ha revisado con detenimiento, recuperando incluso breves pasajes suprimidos y corrigiendo inexactitudes o imperfecciones. Con ello, se está poniendo a disposición del lector una obra de Miller quizá no tan conocida como los Trópicos, pero cuya lectura nos proporciona los antecedentes de las novelas situadas en París.Henry Miller (18911980) es uno de los autores más importantes e influyentes de la novela nortamericana del siglo XX, y su modo de tramar lo autobiográfico y lo novelesco sigue siendo un ejempo para los novelsitas actuales.

HENRY MILLER ( 26-12-1891 / 07-06-1980 ). Miller es uno de los autores que, quizá sin proponérselo, más hicieron por el triuno de la libertad de expresión en la literatura y por la distinción entre los juicios morales y los juicios estéticos. Tras su paso por el City College de Nueva York y después de aceptar los empleos más diversos, en 1930 se estableció en París, donde se dedicó de lleno a la creación literaria y llevó una vida independiente y anticonvencional que lo convirtió en el ejemplo más conocido de bohemia moderna y en un modelo para la beat generation (Burroughs, Kerouac, Ginsberg...) y para autores como Bukowski o Norman Mailer. Entre su obra narrativa , donde confluuen los elementos autobiográficos, la especulación filosófica, la ternura y la obscenidad, destacan 'Trópico de Cáncer' (1934), 'Trópico de Capricornio' (1939), la trilogía formada por 'Sexus' (1949), 'Plexus' (1953) y 'Nexus' (1960) y entre otras, 'Primavera negra', 'Big Sur y las naranjas de El Bosco', 'El coloso de Marusi', 'Días tranquilos en Clichy', 'Nueva York. Ida y vuelta'. Sumo interés tiene también el extenso espistolario que mantuvo con su buen amigo Lawrence Durrell, editado por Ian S. MacNiven
Details
Weitere ISBN/GTIN9788435049139
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2023
Erscheinungsdatum22.03.2023
Seiten640 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1317 Kbytes
Artikel-Nr.11340996
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


CAPÍTULO 2

Sólo disfrutamos de unos meses de felicidad en el nido de amor japonés. Una vez a la semana iba a visitar a Maude y a la niña, llevaba la pensión e iba a dar un paseo por el parque. Mona tenía su trabajo en el teatro y con lo que ganaba asistía a su madre y a dos hermanos, que gozaban de buena salud. Aproximadamente una vez cada diez días comía en la tienda de ultramarinos francoitaliana, generalmente solo, porque Mona tenía que llegar temprano al teatro. De vez en cuando visitaba a Ulric para echar tranquilamente una partida de ajedrez con él. La sesión solía acabar con una charla sobre pintores y su forma de pintar. A veces me limitaba a dar un paseo al anochecer, generalmente por los barrios extranjeros. Muchas veces me quedaba en casa y leía o ponía discos. Mona solía llegar a casa hacia medianoche; tomábamos un bocadillo, hablábamos por unas horas y después a la cama. Me iba resultando cada vez más difícil levantarme por la mañana. Despedirme de Mona era siempre desgarrador. Al final, ocurrió que estuve sin ir a la oficina tres días seguidos. Fue una interrupción suficiente para que me resultara imposible regresar. Tres días y tres noches gloriosos, en que hice exactamente lo que me apeteció, comí bien, dormí todo el tiempo que quise, gocé de cada minuto del día, me sentí inmensamente rico por dentro, perdí cualquier deseo de luchar contra el mundo, sentí una necesidad irreprimible de iniciar mi vida privada, confiado con respecto al futuro, con la sensación de haber acabado con el pasado: ¿cómo iba a poder volver a la antigua rutina? Además, tuve la impresión de haber estado cometiendo una gran injusticia con Clancy, mi jefe. Por poca lealtad o integridad que hubiera en mí, tenía el deber de decirle que estaba harto. Sabía que no dejaba de defenderme poniendo excusas por mí ante su jefe, el recto y santo señor Twilliger. Tarde o temprano, Spivak, siempre al acecho tras mí, iba a reunir pruebas concluyentes en mi contra. Últimamente había andado mucho tiempo por Brooklyn, en pleno sector mío. No, se había acabado lo que se daba. Había llegado el momento de hablar con franqueza.

El cuarto día me levanté temprano, como si me preparara para ir al trabajo. Esperé casi hasta que estuve a punto de irme para comunicar mi idea a Mona. Le encantó tanto, que me rogó dimitiera al instante y volviese a comer. También a mí me parecía que cuanto más rápido mejor. Indudablemente, Spivak encontraría enseguida a otro jefe de personal.

Cuando llegué a la oficina, había más candidatos que nunca esperándome. Hymie estaba en su puesto, con el oído pegado al teléfono, manejando frenéticamente el conmutador como de costumbre. Había tantas nuevas vacantes, que aunque hubiera tenido un ejército de volantes se habría visto impotente. Me dirigí a mi escritorio, saqué mis efectos personales, los guardé en la cartera y pedí a Hymie que se acercara.

«Hymie, me marcho», dije. «Te voy a dejar el encargo de que se lo notifiques a Clancy y a Spivak.»


Hymie me miró como el que mira a quien ha perdido el juicio. Hubo una pausa embarazosa y después, como si tal cosa, me preguntó qué pensaba hacer con respecto a la paga. «Que se la guarden», dije.

«¿Cómo?», gritó. Comprendí que esa vez no le cabía la menor duda de que yo estaba chiflado.

«No tengo valor para pedirles la paga, ya que me voy sin avisar, ¿no lo entiendes? Siento tener que dejarte en la estacada, Hymie. Pero tengo la impresión de que tú tampoco vas a durar mucho aquí.» Unas palabras más y me marché. Me quedé parado unos momentos fuera, delante del gran ventanal, para observar a los candidatos agitándose y arremolinándose. Se había acabado: como una operación quirúrgica. Me parecía imposible haber pasado casi cinco años al servicio de aquella empresa despiadada. Entendí cómo debía de sentirse un soldado al licenciarse.

¡Libre! ¡Libre! ¡Libre!

En lugar de meterme inmediatamente en el metro, fui paseando Broadway arriba, simplemente para ver cómo se sentía uno sin depender de nadie y en libertad a aquella hora de la mañana. Ahí tenía a los pobres trabajadores como yo corriendo hacia el tajo, todos con aquella expresión torva y atormentada que yo conocía tan bien. Algunos iban ya pateando las calles con la esperanza, incluso a aquella temprana hora de la mañana, de recibir un pedido, vender una póliza de seguros o colocar un anuncio. ¡Qué estúpida y absurda me parecía aquella competencia sin tregua! ¡Del género tonto! Siempre me había parecido demencial, pero ahora me parecía diabólica también.

¡Ojalá me tropezara con Spivak! ¡Ojalá me preguntase qué hacía paseándome tan campante!

Caminé sin rumbo por el puro placer de saborear mi libertad recién conquistada; sentía una fruición perversa al mirar a los esclavos cumpliendo con sus rutinas asignadas. Tenía por delante toda una vida. Dentro de unos meses iba a cumplir treinta y tres años... e iba a ser «dueño absoluto de mí mismo». En aquel preciso momento me prometí no volver a trabajar para nadie. No iba a aceptar órdenes nunca más. El trabajo del mundo era para los otros andobas: yo no iba a participar en él. Tenía talento e iba a cultivarlo. Iba a hacerme escritor o a morirme de hambre.

Camino de casa, me detuve en una tienda de música y compré un álbum de discos: un cuarteto de Beethoven, si no recuerdo mal. En la orilla de Brooklyn compré un ramo de flores y saqué a un amigo italiano una botella de Chianti de su reserva privada. La nueva vida iba a empezar con una buena comida... y música. Iba a hacer falta mucha buena vida para borrar todos los recuerdos de los días, meses, años, que había desperdiciado en la rutina cosmocócica. ¡Qué pasatiempo divino iba a ser no hacer absolutamente nada por un tiempo, pasar los días tumbado a la bartola!

Era el glorioso mes de septiembre; las hojas estaban cambiando de color y en el aire había olor a humo. Hacía calor y fresco a un tiempo. Todavía se podía ir a nadar a la playa. Antes que nada, iba a agenciarme un piano y empezar a tocar de nuevo. Tal vez me dedicara incluso a pintar. Al dejar vagar la mente en libertad, de pronto fue a posarse en una imagen querida. ¡La bici! ¡Qué maravilloso sería recuperar mi vieja bicicleta! Sólo hacía unos dos años que la se había vendido a mi primo, quien vivía cerca. Tal vez volviese a vendérmela. Era un modelo especial que había conseguido de un ciclista alemán al final de una carrera de seis días. Fabricada en Chemnitz (Bohemia). Ah, pero hacía mucho que no daba una vuelta hasta Coney Island. ¡Los días de otoño! Pintiparados para montar en bicicleta. Recé por que el tonto de mi primo no hubiese cambiado el sillín; era de la marca Brooks y estaba suavizado por el uso. (Y esperaba que no hubiese tirado las correas que ajustaban en torno a los pedales.) Al recordar el contacto del pie al deslizarse en el pedal, volví a experimentar las sensaciones más deliciosas. Volvía a correr por el sendero de grava bajo la arcada de árboles que va de Prospect Park a Coney Island, con mi ritmo y el de la bicicleta unificados, la mente completamente en blanco y sólo la sensación de precipitarme a través del espacio, rápida o lentamente, según los dictados de mi cronómetro interior. El paisaje a ambos lados iba cayendo como las hojas de un calendario. Sin ideas, sin sensaciones siquiera. Simplemente el movimiento perpetuo hacia delante dentro del espacio, unido a la máquina... Sí, volvería a montar en bicicleta -todas las mañanas- simplemente para enardecer la sangre. Un paseo hasta Coney Island y vuelta, una ducha y unas buenas friegas, un desayuno delicioso y después a trabajar. En el escritorio, naturalmente. A trabajar, no; a jugar. Toda una vida por delante y sin otra cosa por hacer que escribir. ¡Qué maravilloso! Me parecía que lo único que debía hacer era sentarme y abrir el grifo y saldría a mares. Si era capaz de escribir cartas de veinte y treinta páginas sin parar, seguro que podría escribir libros con la misma facilidad. Todo el mundo reconocía al escritor en mí: lo único que debía hacer era convertirlo en realidad.

Al subir corriendo la escalera, vislumbré a Mona yendo de acá para allá en quimono. La gran ventana con el saliente de piedra estaba abierta de par en par. Me encaramé a la balaustrada y entré por la ventana.

«Bueno, ¡ya lo he hecho!», exclamé, al tiempo que le entregaba las flores, el vino, la música. «Hoy empezamos una nueva vida. No sé de qué vamos a vivir, pero vamos a vivir. ¿Funciona la máquina de escribir? ¿Tienes algo para comer? ¿Debo pedir a Ulric que venga? Estoy que reviento de júbilo. Hoy podría pasar la prueba del fuego y salir en éxtasis. Déjame sentarme y mirarte. Anda, sigue moviéndote como hace un momento. Quiero ver qué se siente al estar aquí sentado y sin hacer nada.»


Una pausa para dar a Mona la oportunidad de reponerse. Después, el derrame otra vez.

«No estabas segura de que lo hiciera, ¿eh? Si no hubiese sido por ti, no lo habría hecho nunca. Mira, es fácil ir a trabajar todos los días. Lo que es difícil es permanecer libre. He pensado en todas las cosas bajo el sol que me gustaría hacer, ahora que estoy libre y contento. Quiero hacer cosas. Me parece como si hubiera estado inmóvil durante cinco años.»


Mona se echó a reír suavemente. «¿Hacer cosas?», repitió....
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Autor

HENRY MILLER ( 26-12-1891 / 07-06-1980 ). Miller es uno de los autores que, quizá sin proponérselo, más hicieron por el triuno de la libertad de expresión en la literatura y por la distinción entre los juicios morales y los juicios estéticos. Tras su paso por el City College de Nueva York y después de aceptar los empleos más diversos, en 1930 se estableció en París, donde se dedicó de lleno a la creación literaria y llevó una vida independiente y anticonvencional que lo convirtió en el ejemplo más conocido de bohemia moderna y en un modelo para la beat generation (Burroughs, Kerouac, Ginsberg...) y para autores como Bukowski o Norman Mailer.

Entre su obra narrativa , donde confluuen los elementos autobiográficos, la especulación filosófica, la ternura y la obscenidad, destacan "Trópico de Cáncer" (1934), "Trópico de Capricornio" (1939), la trilogía formada por "Sexus" (1949), "Plexus" (1953) y "Nexus" (1960) y entre otras, "Primavera negra", "Big Sur y las naranjas de El Bosco", "El coloso de Marusi", "Días tranquilos en Clichy", "Nueva York. Ida y vuelta". Sumo interés tiene también el extenso espistolario que mantuvo con su buen amigo Lawrence Durrell, editado por Ian S. MacNiven

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