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Cuentos reunidos

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
155 Seiten
Spanisch
Fondo de Cultura Económicaerschienen am05.06.20231
Entre lo onírico, lo fantástico y lo siniestro, los cuentos de Adela Fernández oscilan dando voz a fantasmas, a seres que se metamorfosean o se duplican, a personajes rechazados, sometidos o maniáticos. En Cuentos reunidos, volumen conformado por los libros Duermevelas (1986) y Vago espinazo de la noche (1996) y prologado por Jazmín G. Tapia Vázquez, los límites de la realidad, la exploración de la muerte y la crueldad humanas, la magia, la creencia y la superstición acentúan el paradójico juego de encubrimiento que la autora otorga a la falta de comunicación, la soledad, el abandono y el desamor que surgen de manera destructiva donde lo familiar se enturbia y llega a finales trágicos.

Adela Fernández (Ciudad de México, 1942-2013) fue cuentista, dramaturga, ensayista, así como guionista y directora cinematográfica. Su infancia estuvo marcada por la llamada Época de oro del cine mexicano y por la educación autoritaria de su padre, Emilio 'El Indio' Fernández; se interesó por la antropología, el indigenismo y la mitología desde muy joven. En sus textos plasmó la fascinación por los fenómenos de carácter mítico, mágico y ritual; recorrió muchas comunidades indígenas trabajando para el Instituto Nacional Indigenista, este acercamiento quedó plasmado en algunos de sus cortometrajes, también consideró el arte culinario como sinónimo de cultura e investigó las recetas, ingredientes y rituales tradicionales de varios estados de México para su libro La tradicional cocina mexicana. Conjugó su pasión por la cocina y su afición por las tradiciones en Sabrosuras de la muerte, donde abordó el viaje de los muertos según las creencias prehispánicas.
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KlappentextEntre lo onírico, lo fantástico y lo siniestro, los cuentos de Adela Fernández oscilan dando voz a fantasmas, a seres que se metamorfosean o se duplican, a personajes rechazados, sometidos o maniáticos. En Cuentos reunidos, volumen conformado por los libros Duermevelas (1986) y Vago espinazo de la noche (1996) y prologado por Jazmín G. Tapia Vázquez, los límites de la realidad, la exploración de la muerte y la crueldad humanas, la magia, la creencia y la superstición acentúan el paradójico juego de encubrimiento que la autora otorga a la falta de comunicación, la soledad, el abandono y el desamor que surgen de manera destructiva donde lo familiar se enturbia y llega a finales trágicos.

Adela Fernández (Ciudad de México, 1942-2013) fue cuentista, dramaturga, ensayista, así como guionista y directora cinematográfica. Su infancia estuvo marcada por la llamada Época de oro del cine mexicano y por la educación autoritaria de su padre, Emilio 'El Indio' Fernández; se interesó por la antropología, el indigenismo y la mitología desde muy joven. En sus textos plasmó la fascinación por los fenómenos de carácter mítico, mágico y ritual; recorrió muchas comunidades indígenas trabajando para el Instituto Nacional Indigenista, este acercamiento quedó plasmado en algunos de sus cortometrajes, también consideró el arte culinario como sinónimo de cultura e investigó las recetas, ingredientes y rituales tradicionales de varios estados de México para su libro La tradicional cocina mexicana. Conjugó su pasión por la cocina y su afición por las tradiciones en Sabrosuras de la muerte, donde abordó el viaje de los muertos según las creencias prehispánicas.
Details
Weitere ISBN/GTIN9786071678546
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Erscheinungsjahr2023
Erscheinungsdatum05.06.2023
Auflage1
Seiten155 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1469 Kbytes
Artikel-Nr.12095801
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


Prólogo
Las historias insensatas
y sin juicio de Adela Fernández

JAZMÍN G. TAPIA VÁZQUEZ

Dueña de una pluma multifacética y de una desbordante imaginación creadora, Adela Fernández escribió una obra cuentística que hace coincidir sus dos grandes obsesiones. Por un lado, la dimensión mágica y sobrenatural del pensamiento indígena que conocía bien, pues desde pequeña estuvo rodeada de esa cosmovisión por medio de los cuentos y relatos que los trabajadores de la casa paterna le contaban a la luz de las velas. Por otro, la naturaleza experimental y los universos oníricos del surrealismo que descubrió a través de Leonora Carrington y Remedios Varo en el intenso ambiente cultural que vivió en su juventud. Así, los fantasmas, los seres que se metamorfosean o se duplican, los castigos divinos y los climas asfixiantes que habitaron el imaginario infantil de Adela Fernández encontraron en los ambientes liminares, las atmósferas enrarecidas y los territorios de la ensoñación la posibilidad de revelar la contundencia de su fuerza poética mediante las posibilidades de la escritura.

Adela Fernández irrumpe en el panorama literario de la época con una edición de autor, El perro. El hábito por la rosa (1975), un libro de breve tiraje, experimental e híbrido en el que aparecen cuentos que se caracterizan por ubicarse en estados fronterizos entre diversas estéticas de irrealidad como lo fantástico, lo maravilloso y lo extraño, así como textos experimentales y poemas. Salvo por un pequeño grupo de lectores que agotó la edición, la primera aparición de Adela Fernández en el mundo de las letras no recibió una recepción particularmente notoria. Sin embargo, resulta paradójico que, décadas más adelante, algunos de los cuentos más leídos y admirados de Adela Fernández, tanto por los lectores como por la crítica especializada, son justamente aquellos que aparecieron en su primer libro. Este aspecto revela la extraordinaria madurez literaria con la que Adela Fernández incursionó en la literatura, pero también nos permite pensar en los presupuestos culturales y estéticos que dominaron las últimas décadas del siglo XX y que colocaron en un estado periférico o marginal otras expresiones que no se adecuaban a las exigencias literarias hegemónicas del momento.

En este primer libro se encuentra La jaula de la tía Enedina , una extraordinaria muestra del universo creativo de Fernández. Debido a la dificultad de adquirir o consultar su obra, este cuento, reproducido en diversas antologías y páginas en internet, se ha convertido en una pieza fundamental para conocer y comprender el enigmático e inquietante universo literario de Adela Fernández. Adentrarnos en este cuento es descubrir los elementos que articulan la poética de la autora, así como la potencia que alienta su escritura. En La jaula de la tía Enedina se narra la historia de dos personajes que no sólo comparten lazos familiares, sino también su estado de marginalidad y vulnerabilidad. Ambos, tía y sobrino, son expulsados de la estructura social y sometidos a una constante violencia familiar marcada por el signo del desamparo. Los personajes son rechazados por su familia debido a que están ubicados fuera de los márgenes de lo socialmente aceptable: uno por su color de piel, la otra por su soltería y locura. El sobrino, quien es el narrador, asume su situación como algo permanente e inmutable. En este universo hostil parece que no hay posibilidad de liberación para esos seres relegados, pues como se lee en el cuento así eran las cosas, así fueron siempre . Resignado por el fatum que gobierna su existencia, el sobrino se adentra en el territorio de locura y penumbra de la tía Enedina con el afán de paliar su soledad. La búsqueda de compañía y de entendimiento con el otro precipita una experiencia límite. La habitación de los trebejos de la tía se convierte en un territorio de excepción, un lugar en el que los límites de la realidad, lo humano y lo social se van diluyendo poco a poco para revelarnos que todas las leyes que gobiernan el mundo no son inquebrantables, por lo menos así lo sugiere la presencia de los pequeños seres que cantan en la jaula de tía Enedina.

Este enigmático y magnífico cuento de Adela Fernández conjuga elementos compositivos que corresponden a diversas tradiciones literarias. Este rasgo definirá, en buena medida, la obra de la autora, pero al mismo tiempo dificultará el intento por encasillarla en una estética determinada. En todo caso, lo más importante es descubrir la forma en la que Adela Fernández asimila y transforma estas tradiciones para comunicar sus preocupaciones sobre los conflictos que experimentan los individuos en la realidad más familiar e íntima. Así, en su obra prevalecerán experiencias donde el sueño y la vigilia se confunden y la realidad difumina sus fronteras para dar paso a lo inexplicable o sobrenatural que está ahí para remarcar lo profundo y terriblemente humano de los conflictos que aparecen en el marco de la vida cotidiana. La jaula de la tía Enedina no sólo concentrará las grandes obsesiones temáticas que la autora desarrollará con variaciones y desde diversas perspectivas a lo largo de su obra cuentística, como la fuerza de la imposición social y la búsqueda de completud con una otredad siempre amenazante, sino que también reúne los mecanismos de composición que caracterizarán su escritura como la construcción de la ambigüedad y de espacios liminares de indeterminación, el juego con el símbolo que constantemente encubre y revela, así como la construcción de metáforas y campos semánticos.

En otro cuento, Los vegetantes , Fernández nos enfrenta nuevamente a la locura y a la soledad, pero esta vez mediante una metamorfosis vegetal que sirve como símbolo y metáfora de las problemáticas relaciones filiales y las experiencias transgresoras que viven individuos condenados al abandono y al desinterés familiar. En este cuento, madre e hijo experimentan transformaciones que plantean de inicio los frágiles linderos que separan el mundo racional de la locura; lo humano y lo vegetal, pero sobre todo de lo socialmente permitido y la transgresión de la norma. El dolor de una pérdida provoca la transformación vegetal de la madre, quien ya alejada del mundo racional y humano abandona todos los imperativos sociales. Paralela a esta metamorfosis, Aciano Badián, el hijo, también experimenta una transformación corporal: aquella que es signo del hambre, del descuido y del abandono materno. En un ejercicio cercano a las ensoñaciones surrealistas, Adela Fernández hace gala de su dominio del lenguaje y de la técnica para desplazar, mediante imágenes, símbolos y metáforas, el sentido transgresor y compensatorio que supone el encuentro entre madre e hijo en el invernadero.

En 1986 Adela Fernández publicó su segundo libro, Duermevelas, en la editorial independiente Katún. Con ilustraciones de Edgardo Villalba, esta edición recupera los cuentos que aparecieron en el primer libro de la autora y da continuidad a un proyecto de escritura que, a pesar de los años transcurridos, se mantuvo sólidamente anclado a los principios estéticos que lo vieron nacer. Ya desde el título se anuncia ese territorio intermedio entre el mundo del sueño y la vigilia como el lugar en donde sucede lo inexplicable y atemorizante, pero también donde se manifiesta la imaginación y la creación. En la breve nota que abre el libro, Adela Fernández recuerda que de niña podía dormirse en cualquier lado, pero no perdía la conciencia. Según su nana, tras despertarse comenzaba a contar historias insensatas y sin juicio . Duermevelas reúne esas historias en las que ocurren eventos que se apartan de los paradigmas racionales y lógicos para dar paso a lo oculto y a la puesta en crisis de los presupuestos que conforman la noción de realidad. Las historias insensatas y sin juicio de Duermevelas nos invitan a explorar esos límites de la realidad en donde la magia, la creencia, la superstición y la sobrenaturalidad aparecerán para acentuar, mediante un paradójico juego de encubrimiento, la falta de comunicación, la soledad, el abandono y el desamor que aparecen como una fuerza destructiva en el ámbito más íntimo y cotidiano del ser humano, ahí donde lo familiar se enrarece, se enturbia. En ese sentido, no puede pasar desapercibida la presencia de personajes infantiles que Adela Fernández construye bajo la lógica de lo siniestro. Su naturaleza amenazante o extraña metaforiza las fallas estructurales de las instituciones sociales y familiares que ejercen toda su violencia en los elementos más vulnerables de la comunidad. Estos niñas y niños son portadores de poderes mágicos inexplicables que les permiten conseguir su libertad o algo parecido a la justicia. Por ejemplo, en El hombre umbrío se narra la historia de Oseas, un niño marcado por la enfermedad y la repulsión familiar, que tiene el poder de ensombrecer todo a su alrededor. El juego con los campos semánticos, ya convocados desde el título, construye un universo de significación textual en el que es posible transitar por dos caminos: el de la sobrenaturalidad asumida o el de la ruptura de los paradigmas de realidad. La historia nos presenta una serie de sucesos trágicos que son atribuidos a la naturaleza mágica del niño; sin embargo, Adela Fernández nos hace mirar con mucha atención en el contexto familiar, social y económico en el que se gestan estas tragedias como un recordatorio de que la realidad es mucho más amenazante y hostil que cualquier evento mágico o sobrenatural. Como sucede en todos los cuentos...

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Autor

Adela Fernández (Ciudad de México, 1942-2013) fue cuentista, dramaturga, ensayista, así como guionista y directora cinematográfica. Su infancia estuvo marcada por la llamada Época de oro del cine mexicano y por la educación autoritaria de su padre, Emilio "El Indio" Fernández; se interesó por la antropología, el indigenismo y la mitología desde muy joven. En sus textos plasmó la fascinación por los fenómenos de carácter mítico, mágico y ritual; recorrió muchas comunidades indígenas trabajando para el Instituto Nacional Indigenista, este acercamiento quedó plasmado en algunos de sus cortometrajes, también consideró el arte culinario como sinónimo de cultura e investigó las recetas, ingredientes y rituales tradicionales de varios estados de México para su libro La tradicional cocina mexicana. Conjugó su pasión por la cocina y su afición por las tradiciones en Sabrosuras de la muerte, donde abordó el viaje de los muertos según las creencias prehispánicas.
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