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La batalla de Accio

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
540 Seiten
Spanisch
EDHASAerschienen am30.08.2023
Tras el asesinato de Julio César en el 44 a. C., fueron dos los hombres que se disputaban el mandato de la todopoderosa Roma: Marco Antonio y el heredero elegido por el propio César, el joven Octavio, futuro Augusto. Pero Marco Antonio se enamoró de la mujer más poderosa del mundo, la gobernante egipcia Cleopatra, y frustró la ambición de Octavio de gobernar el Imperio. Y entonces estalló una nueva guerra civil. Corría el año 31 a. C. cuando tuvo lugar una de las mayores batallas navales del mundo antiguo: más de 600 barcos, casi 200000 hombres y una mujer. Aquello fue la batalla de Accio. El resultado: la victoria de Octavio, que derrotó posteriormente a Marco Antonio y Cleopatra. Y éstos acabaron suicidándose... Las consecuencias de Accio cambiaron para siempre el Imperio romano. De haber ganado los amantes, la capital podría haberse trasladado a Alejandría, y el latín podría haberse convertido en el segundo idioma del Imperio después del griego, lengua que se hablaba en todo el Mediterráneo oriental, incluido Egipto. Y ésta es por fin la historia que no se había contado. En esta fascinante y emocionante historia, Barry Strauss, experto mundial en Historia de la Roma antigua, describe la batalla y sus consecuencias con el dramatismo y la intensidad que merece. Fascinante y emocionante, este ensayo es una obra esencial que nos presenta, además, a tres de las figuras más importantes no sólo del Imperio romano, sino de nuestra Historia con mayúsculas.

Barry Strauss se graduó y doctoró en Historia en la Universidad de Cornwell, donde actualmente es profesor de Historia y Cultura clásica. Reconocido experto en historia militar clásica, sus obras más coocidas y traducidas son La batalla de Salamina, seleccionada por el Washington Post como una de las mejores obras literarias del 2004, y La guerra de Troya, La guerra de Espartaco, Diez Césares, y La batalla de Accio, todas ellas publicadas en la colección de ensayo de Edhasa.
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Verfügbare Formate
BuchKartoniert, Paperback
EUR49,69
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Produkt

KlappentextTras el asesinato de Julio César en el 44 a. C., fueron dos los hombres que se disputaban el mandato de la todopoderosa Roma: Marco Antonio y el heredero elegido por el propio César, el joven Octavio, futuro Augusto. Pero Marco Antonio se enamoró de la mujer más poderosa del mundo, la gobernante egipcia Cleopatra, y frustró la ambición de Octavio de gobernar el Imperio. Y entonces estalló una nueva guerra civil. Corría el año 31 a. C. cuando tuvo lugar una de las mayores batallas navales del mundo antiguo: más de 600 barcos, casi 200000 hombres y una mujer. Aquello fue la batalla de Accio. El resultado: la victoria de Octavio, que derrotó posteriormente a Marco Antonio y Cleopatra. Y éstos acabaron suicidándose... Las consecuencias de Accio cambiaron para siempre el Imperio romano. De haber ganado los amantes, la capital podría haberse trasladado a Alejandría, y el latín podría haberse convertido en el segundo idioma del Imperio después del griego, lengua que se hablaba en todo el Mediterráneo oriental, incluido Egipto. Y ésta es por fin la historia que no se había contado. En esta fascinante y emocionante historia, Barry Strauss, experto mundial en Historia de la Roma antigua, describe la batalla y sus consecuencias con el dramatismo y la intensidad que merece. Fascinante y emocionante, este ensayo es una obra esencial que nos presenta, además, a tres de las figuras más importantes no sólo del Imperio romano, sino de nuestra Historia con mayúsculas.

Barry Strauss se graduó y doctoró en Historia en la Universidad de Cornwell, donde actualmente es profesor de Historia y Cultura clásica. Reconocido experto en historia militar clásica, sus obras más coocidas y traducidas son La batalla de Salamina, seleccionada por el Washington Post como una de las mejores obras literarias del 2004, y La guerra de Troya, La guerra de Espartaco, Diez Césares, y La batalla de Accio, todas ellas publicadas en la colección de ensayo de Edhasa.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788435049184
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2023
Erscheinungsdatum30.08.2023
Seiten540 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse3051 Kbytes
Artikel-Nr.12317657
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


Prólogo

Un monumento olvidado

Nicópolis, Grecia

En lo alto de una colina a caballo de una península que avanza con el mar a un lado y un amplio golfo pantanoso al otro, en un rincón rara vez visitado de la Grecia occidental, se alzan las ruinas de uno de los monumentos de conmemoración bélica más importantes, pero menos reconocidos, de la historia. Las escasas piedras que aún permanecen en pie apenas logran dar una remota idea de la grandeza original del edificio. Hace sólo unas décadas, esos sillares yacían, dispersos sin ton ni son, por una colosal espesura, pero en la actualidad, tras años de excavaciones y estudios de lo que ya es un yacimiento arqueológico, empiezan a revelar parte de la destreza artística que supieron imprimirles inicialmente sus artífices.

El visitante que acuda hoy a contemplarlos se hallará ante unos bloques de simetría regular, tallados en caliza, mármol y travertino, y dispuestos en forma de terraza en la ladera del altozano. No es difícil distinguir las porciones que todavía se conservan de la primitiva inscripción latina, ya que las letras han sido talladas con la habitual precisión de los canteros clásicos. Tras esos cubos pétreos cubiertos de mensajes se levanta una pared en la que aparecen, a intervalos regulares, unos misteriosos huecos. Se trata de las cavidades en las que venían a alojarse los gruesos extremos de los arietes de bronce de las galeras que se capturaban en los combates. Los espolones sobresalían de los muros en un ángulo de noventa grados, y había treinta y cinco garrones en total. Era una estructura ciclópea, el mayor monumento de arietes arrebatados al enemigo del Mediterráneo antiguo: un trofeo en todo su bárbaro esplendor, adornado con una panoplia de armas tomadas por la fuerza.

Sin embargo, como muy bien sabría cualquier romano, la victoria es cosa que sólo los dioses tienen en su mano, y por ello tampoco se ha olvidado aquí su papel. Tras los dos murallones, en un punto algo más elevado de la falda del cerro, se erigió un enorme santuario al aire libre, consagrado a Marte, el dios de la guerra, y a Neptuno, soberano de los mares. Había asimismo un templete, igualmente abierto, dedicado a Apolo, señor de la luz. Un friso labrado conmemoraba el desfile triunfal con el que se celebró en su día la victoria en Roma. El inmenso complejo de la loma cubría aproximadamente una superficie de más de tres mil metros cuadrados.

No es descabellado considerar que este monumento era la piedra angular del Imperio romano. Y es perfectamente pertinente que se levantara aquí, en Grecia, a casi mil kilómetros de Roma, y no en Italia. La obra conmemora un choque que se desarrolló en las aguas que se extienden a sus pies: la batalla de Accio. Fue un combate destinado a dirimir la ubicación del corazón de Roma, emprendido para determinar si su centro de gravedad debía situarse en Oriente u Occidente. Dado que Europa es el resultado de la Roma imperial que nació en esta batalla, el combate fue, de hecho, uno de los puntos de inflexión de la historia.

El encontronazo es también representativo de dos modalidades de la acción bélica, ejemplo del eterno dilema estratégico entre lo convencional y lo heterodoxo. Uno de los dos bandos era la encarnación misma de un planteamiento aparentemente seguro: grandes batallones, el mejor y más actualizado equipamiento, y una sólida tesorería. El otro carecía de fondos y tenía que hacer frente a las resistencias surgidas en la metrópoli, pero poseía experiencia, imaginación y audacia. Uno de los contendientes lo fiaba todo a una astuta espera de la acometida del adversario, mientras que el otro lo arriesgaba todo en cada ataque. Y si una de las partes buscó la embestida frontal, la contraria optó en cambio por una táctica indirecta. Éstas son cuestiones que todavía hoy siguen constituyendo la médula de todo debate estratégico.

Un buen día de septiembre de hace más de dos mil años, las tripulaciones de seiscientos buques de guerra -cerca de doscientas mil personas- se enfrentaron y murieron por el dominio de un imperio que se extendía desde el canal de la Mancha hasta el río Éufrates, y que andando el tiempo todavía habría de ampliar más sus límites al anexionarse lo que hoy es la localidad escocesa de Edimburgo y alargar su brazo hasta el mismísimo golfo Pérsico. Una mujer y dos hombres enfrentados tuvieron en sus manos el destino del mundo Mediterráneo. La dama, atendida por sus solícitas doncellas, fue una de las soberanas más famosas de la historia: Cleopatra.

Cleopatra no fue sólo esa reina de corazones e icono del hechizo y la fascinación femeninas que inmortalizara William Shakespeare, también reveló ser una de las mujeres más brillantes y hábiles que jamás haya conocido el arte de gobernar en toda la historia. Fue una de las posibilidades de transformación histórica más relevantes que hayan existido, pese a que quedara incumplida. Tenía al menos algo de macedonia y de persa, además de una muy probable ascendencia egipcia. Pocas mujeres de la historia han desempeñado un papel tan importante como Cleopatra en las esferas estratégica y táctica de una guerra abocada a definir el destino de una parte sustancial del mundo.

Su amante, Marco Antonio, el mismo que arranca con estas palabras el célebre monólogo shakespeariano: «amigos, romanos, compatriotas, escuchadme...»,4 el valiente que pronuncia a continuación el elogio fúnebre de Julio César en el Foro, tras los Idus de marzo, el que venga su muerte en el campo de batalla, en Filipos...; ese hombre luchará codo con codo con Cleopatra. En el bando contrario se encontraba Octavio César, el futuro emperador Augusto, quizás el mayor fundador de imperios que Occidente haya conocido. A su lado, su mano derecha e indispensable almirante, Marco Vipsanio Agripa. Pese a que muchas veces se pase por alto su figura, Agripa fue el verdadero artífice de la victoria. Octavio y él formaron uno de los más insignes equipos dirigentes de la historia. El siguiente personaje de la epopeya, que no se hallaba físicamente presente en Accio (por encontrarse en Roma), aunque sí en espíritu, era la mujer que rivalizaba con Cleopatra por el cariño de Antonio: la hermana de Octavio y exesposa, recién divorciada, de Marco: Octavia. Pese a que habitualmente se la pinte con los rasgos de una persona sumisa y abnegada, Octavia fue en realidad una experta espía, capaz de introducirse y operar en la alcoba del máximo adversario de su hermano, ni más ni menos. Y, como tantas veces sucede en la historia, los actores aparentemente secundarios son, de hecho, los que más influyen en su curso.

El de Accio fue un acontecimiento decisivo de enorme trascendencia. Si Antonio y Cleopatra hubieran triunfado, el centro neurálgico del Imperio romano habría basculado al este. La ciudad de Alejandría, en Egipto, habría competido con Roma por el título de capital imperial. Y un imperio con la mirada vuelta hacia el Oriente se habría parecido más al formado posteriormente por los bizantinos, aunque todavía más interesado que la élite de habla latina de la Roma imperial en las culturas griega, egipcia y judía, por no señalar otras igualmente importantes del levante Mediterráneo. Ese imperio podría no haber incluido nunca a Gran Bretaña en su territorio, quizá no hubiera chocado con Germania, y tal vez no hubiera dejado la profunda huella que imprimió en la Europa occidental. Pero fue Octavio quien se alzó con la victoria.

Cerca de dos años después de la batalla, en torno al año 29 a. C., el propio Octavio dedicará el monumento construido en el emplazamiento mismo de su cuartel general durante las hostilidades con esta inscripción:

El victorioso general [Imperator] César,1 hijo de un Dios, vencedor en la guerra librada en nombre de la república en esta región, habiendo sido nombrado cónsul por quinta vez y proclamado siete veces triunfador, consolidada al fin la paz por tierra y mar, consagró a Marte y a Neptuno el campamento del que partió a combatir, adornándolo con los despojos del enfrentamiento naval.

El monumento domina un panorama espléndido. Al sur y al este se abre el golfo de Accio (actualmente conocido como el golfo de Ambracia, o de Arta); al suroeste se yergue la isla de Leucas (hoy Léucade); al oeste, el mar Jónico; al noroeste, las islas de Paxós y Antípaxos, y, al norte, los montes de Épiro. Todo el que levante la vista, sea a bordo de un barco o en tierra, verá forzosamente ese monumento de la victoria sobre su cabeza.

En la llanura que se extiende bajo la edificación, el vencedor de la batalla fundó una ciudad nueva, siguiendo la costumbre de los grandes conquistadores de la antigüedad. La llamó Ciudad de la Victoria, o Nicópolis,2 en griego. En los siglos posteriores, la población prosperó, ya que no sólo era una localidad portuaria, sino también una capital de provincia, amén de un hermoso destino turístico para todo el que quisiera asistir a su festival atlético cuatrienal: las «Accias», o Juegos de Accio.

Ciudad de la Victoria: apenas habían tenido tiempo de abandonar el escenario los combatientes cuando ya se lanzaban sobre él los creadores de mitos... Pero ¿fue efectivamente una gran victoria la de Accio? Si así lo sostienen varias hectáreas de mármoles, secundadas por legiones de administradores, equipos de sudorosos atletas y gradas enteras de espectadores entusiasmados, es que debió de serlo... De hecho, los libros de historia concuerdan en afirmarlo así, pero no hay que olvidar que fueron justamente los triunfadores quienes redactaron esas obras. Octavio, o Augusto, como no tardará en conocérsele, habría asentido sin...
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Barry Strauss se graduó y doctoró en Historia en la Universidad de Cornwell, donde actualmente es profesor de Historia y Cultura clásica. Reconocido experto en historia militar clásica, sus obras más coocidas y traducidas son La batalla de Salamina, seleccionada por el Washington Post como una de las mejores obras literarias del 2004, y La guerra de Troya, La guerra de Espartaco, Diez Césares, y La batalla de Accio, todas ellas publicadas en la colección de ensayo de Edhasa.

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