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Nada que declarar

E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
300 Seiten
Spanisch
Alberdaniaerschienen am01.10.2023Nuevas voces de la narrativa vasca
A través de dos planos temporales, un presente ubicado en la primera década del siglo XXI, y unas regresiones a los 90 del siglo anterior, conoceremos al personaje principal, bibliotecario treintañero afincado en San Sebastián, que tiene a su joven pareja en Madrid cursando un pomposo máster en arte contemporáneo, una amante que trabaja en una tienda de perfumes, un padre enfermo y un grupo de amigos de juventud con los que la distancia se acrecienta de día en día. Un personaje desencantado con la realidad social y política del País Vasco, con aquello que se denomina «izquierda independentista», cuyas luchas, ideas, relaciones afectivas fueron un día las suyas, pero que hace tiempo dejaron de serlo. Con un tono descarnado, irónico, sarcástico por momentos, la novela despliega una amplia gama de temas, pero nos sirve también para entender mejor lo que nos ha sucedido recientemente, sin ir más lejos el conflicto vasco, desde dentro, de la mano de alguien que lo alimentó, padeció y que acabó renegando de él.

BEÑAT SARASOLA (Donostia/San Sebastián, 1984). Licenciado en Filosofía por la Universidad del País Vasco, y en Teoría Literaria y Literatura Comprada por la de Barcelona. Ha realizado investigaciones en la Fundación Samuel Beckett y en la Universdad de Columbia (Nueva York). Escritor y crítico literario, ejerce como profesor en la Facultad de Educación, Filosofía y Antropología de la Universidad del País Vasco.Ha publicado dos poemarios (Kaxa huts bat, 2007 y Alea, 2009), y, en 2019, la traducción al euskera de Némesis, de Philip Roth. En 2019 editó la versión original en euskera de la presente novela (Deklaratzekorik ez, Susa).
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Produkt

KlappentextA través de dos planos temporales, un presente ubicado en la primera década del siglo XXI, y unas regresiones a los 90 del siglo anterior, conoceremos al personaje principal, bibliotecario treintañero afincado en San Sebastián, que tiene a su joven pareja en Madrid cursando un pomposo máster en arte contemporáneo, una amante que trabaja en una tienda de perfumes, un padre enfermo y un grupo de amigos de juventud con los que la distancia se acrecienta de día en día. Un personaje desencantado con la realidad social y política del País Vasco, con aquello que se denomina «izquierda independentista», cuyas luchas, ideas, relaciones afectivas fueron un día las suyas, pero que hace tiempo dejaron de serlo. Con un tono descarnado, irónico, sarcástico por momentos, la novela despliega una amplia gama de temas, pero nos sirve también para entender mejor lo que nos ha sucedido recientemente, sin ir más lejos el conflicto vasco, desde dentro, de la mano de alguien que lo alimentó, padeció y que acabó renegando de él.

BEÑAT SARASOLA (Donostia/San Sebastián, 1984). Licenciado en Filosofía por la Universidad del País Vasco, y en Teoría Literaria y Literatura Comprada por la de Barcelona. Ha realizado investigaciones en la Fundación Samuel Beckett y en la Universdad de Columbia (Nueva York). Escritor y crítico literario, ejerce como profesor en la Facultad de Educación, Filosofía y Antropología de la Universidad del País Vasco.Ha publicado dos poemarios (Kaxa huts bat, 2007 y Alea, 2009), y, en 2019, la traducción al euskera de Némesis, de Philip Roth. En 2019 editó la versión original en euskera de la presente novela (Deklaratzekorik ez, Susa).
Details
Weitere ISBN/GTIN9788498688252
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
FormatE101
Erscheinungsjahr2023
Erscheinungsdatum01.10.2023
AuflageNuevas voces de la narrativa vasca
Reihen-Nr.68
Seiten300 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse2212 Kbytes
Artikel-Nr.12494315
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe



18-11-1995

Hemos llegado hasta el Boulevard a buen paso. Para la época del año está templado, pero no es esa la razón del sofoco. A las 17:30 mani en el Bule. Nada más salir de Narrika, uno se encuentra con gente y más gente, con pancartas en el kiosco. Una de ellas está suelta y se dobla sobre sí misma; no puede leerse más que «ke herriak» a causa del pliegue azotado por el viento. Sin detenerme, sacudo los brazos tratando de tranquilizarme. A mi izquierda veo la furgona, que lleva ahí colocada varias semanas durante las veinticuatro horas del día. Pronto surgirán más, de todos los lados, en fila como hormigas camino del hormiguero. ¿Dónde me resguardaré? ¿Por qué calle me escabulliré? Eso es lo que me ha dicho Imaz: antes de que se pongan a cargar, tú ten pensada una escapatoria. Siento el impulso de preguntarle, ¿tú en cuál has pensado? ¿Es que no vamos a ir juntos? Pero no es momento de preguntas. Nunca lo es. ¿Cómo rayos lo harán quienes no conozcan bien San Sebastián? ¿No corren demasiados riesgos? ¿Qué harán si se encaminan hacia un callejón sin salida? ¿Y si se vieran obligados a darse la vuelta e improvisar un camino nuevo? Habrá quien esté más perdido que yo, eso me tranquiliza un poco; los de Goierri son más echados para adelante; los navarros, no digamos; hemos oído hablar de las hazañas de los de la Sakana, pero no conocen como yo los recovecos de la Parte Vieja. En el peor de los casos, puedo usar uno de esos cilindros publicitarios, Calzados Churruca, o las cercanas cabinas telefónicas, para llegar desde allí a los arcos del Garagar. Aunque tal vez estén demasiado lejos. Habrá al menos sesenta metros.

Se trata de un asunto precipitado, una convocatoria de última hora, pero, no obstante, ya hay bastante gente. ¿Habrán llegado ya los de Hernani? Mejor quedarse de momento junto a Imaz y Unai. Las chinas, mal asunto; el suelo es irregular; si me resbalo, qué, resbalarse con las piedrecillas, esta superficie tan inestable; si patino, me pillan fijo. Además, con estas zapatillas desgastadas. Anda que ponerme hoy estas zapatillas. Calzados Churruca. Oíd, vamos al césped, que si cargan aquí nos las vamos a ver y desear, y si nos caemos, para cuando queramos levantarnos ya será tarde para cogerse del brazo y todo eso de cuando cae un hermano. Por una vez me hacen caso, me froto contra la hierba para quitarme las piedrecillas, y también este polvillo, cuánta porquería. Ya llega la pancarta, la cabecera de la manifestación, y más allá, a través del ramaje de los árboles, junto al ayuntamiento, se distingue una larga hilera de conejeras, que continúa por la calle Hernani. Aquí solo falta el ejército. Una revuelta de cipayos. Aquella canción de Negu. Mirad, algunos ya han empezado a bajarse de las furgonetas, cada vez son más. Pero no tienen prisa. Se van concentrando junto al ayuntamiento. ¿Qué, Imaz? ¿El puto Billy? ¿Pero dónde anda? ¿Es ese? He oído tanto hablar del puto Billy; un cipayo gordinflón, con su camisa azulada, que imagino con alguna mancha grasienta en la pechera, de lengua afilada, venenosa. Tiene que ser el de allá. Nunca en primera fila, siempre tras la protección de esos armarios empotrados, sin perderse un follón, siempre dispuesto a exhibir su asquerosa labia. El puto Billy. A uno le dijo: a ver si eres tan machito en el infierno, en el infierno, sí, sin ningún reparo; a otro: ¿qué tal te follan los del comando Donosti? Porque a vestirte no te han enseñado, y siempre así, el puto Billy. Tras de él, los beltzas van adelantándose, de esos de casi dos metros. Mirad, ya se han metido unas rayas. Unai tampoco quita ojo de los movimientos de los cipayos.

Los incidentes están asegurados, lo sabemos bien, no puede ser de otra forma; la única duda radica en cuándo y de qué modo estallarán, y cómo nos apañaremos para no acabar en apuros. Por el momento, simplemente sigo al lado de Imaz y Unai; ellos son tan jóvenes y tan verdes como yo, pero si al menos nos mantenemos juntos. Ten pensada una escapatoria para cuando carguen. Aquella canción de Negu. Despliegan la pancarta, desde este parterre se ve perfectamente; se encuentran un poco más aquí del quiosco, parados de momento, pero preparados para emprender la marcha en cualquier instante. Larraitz gogoan zaitugu, Larraitz te recordamos, y su rostro en blanco y negro. En primera fila, sujetando la pancarta, parece que están sus padres, apretados el uno contra el otro, tratando de mostrar entereza, a pesar de que su expresión corporal lo desmiente. Encorvados, apoquinados, encogidos, seguramente también arrugados. La madre lleva un ramo de flores; no son rosas, qué raro, creo que tulipanes o así, multicolores. Imaz nos hace un gesto, para que bajemos a la carretera y nos dirijamos hacia la pancarta. La multitud es más compacta, uno se siente más arropado. Avanzados unos metros, vemos la férrea barrera formada por una fila de cipayos; cortan la carretera de un extremo al otro, sobrepasarlos es la única forma para que la mani avance. Pero, de momento, la cabecera se encuentra parada. Qué coño hace Unai encendiéndose ahora un cigarrillo, cuando pueden cargar en cualquier momento. No, no, no, el pueblo no perdonará. Los cipayos también, estáticos al otro lado de la barrera. Una amplia línea de hombres de camisa azul y, más atrás, los beltzas, los antidisturbios, todavía demasiado lejos para temerles, pero, en cualquier caso, los nervios me devoran. Vibra el ambiente. ¿Se va a avanzar para romper la barrera? ¿Seremos capaces? ¿Resistiremos? ¿O cargarán ellos antes? Zuek ere txakurrak zarete. Gora ETA militarra. Gritar me relaja los músculos, me calma el nudo del estómago. Mira al tío de al lado, ya tendrá sus buenos treinta años, con una cazadora vaquera clara, dándolo todo, sin preocuparse ni alterarse. Se le hinchan las venas del cuello cada poco; los del otro lado sí que deberían tener miedo de él: los beltzas, los azulones y su puta madre. Sus rizos en tensión, sus pendientes de aro balanceándose. Este tío sí que sabe estar, vaya que sí. Unai ha dicho algo, pero no lo he oído bien, mira, o anda, o ya vienen, y un grupo de encapuchados surge de las calles de la Parte Vieja. Se mueven rodeando el gentío, pero uno se dirige hacia la pancarta, con una capucha verde oscura y embozado en un pañuelo negro. Cada vez aparecen más. Todo está listo.

Sin embargo, no parece que nadie se altere; no son más que secuencias de un guion conocido. El hombre de al lado sigue tan confiado como antes, sin un rastro de inquietud, gritando sus goraetas. Debe de ser la fuerza de la costumbre, pero eso no me sirve de consuelo. Ya me lo dijo Imaz una vez: esto es como montar en moto; tan seguro como que alguna vez te caerás con la moto es que, si luchas, también alguna vez caerás. La única cuestión es saber cuándo, cómo, por culpa de quién y así. Minimizar daños, quizás. Cuánto le gusta dar lecciones. No me jodas. Miro a Imaz y Unai, y recelo que ellos también se vayan a poner la capucha y me dejen solo; siempre tan cobardica como siempre, sin atreverte a nada, te quedarás solo en medio de los altercados. Pero, de momento, los tengo junto a mí. Zuek ere txakurrak zarete.

Con las primeras pedradas, los cipayos aprietan filas al otro lado de la barrera. Apenas les alcanzan los proyectiles, tras dar algunos botes en el suelo. La mayoría ni eso. Pero, de repente, un encapuchado se adelanta por el centro del Bule, parece que no lo han visto, y uno de los cipayos ha tenido que repeler la piedra con el escudo para que no le cayera encima. Se oyen risas y vivas. ¿No sabéis qué es lo que viene? ¿Os da igual? Anda que disfrutar de esto. Imaz también se ríe a carcajadas. No me jodas.

Ha sucedido al poco rato. La fila formada por los camisas azules se ha retirado súbitamente y, sin apenas tiempo para percibir el hueco al otro lado de la barrera, una larga fila de antidisturbios avanza corriendo desde el ayuntamiento -pastelería Oiartzun-. Serán más de treinta, que superan la barrera a todo correr y se lanzan contra nosotros.

Veo a la gente a mi alrededor quitarse de en medio, mientras yo me quedo quieto, como narcotizado, y la gente huye entre gritos. Se inicia una especie de avalancha humana que corre en todas direcciones, especialmente hacia la Parte Vieja, por la calle Narrika. Ya no queda ni rastro del tío del saber estar, ¿dónde se habrá metido? ¿Cómo se ha ido tan rápido? Imaz me ha tenido que decir que me moviera, que fuera con ellos, y entonces se ha cruzado por delante un montón de peña, que me empujan hacia un lado, que cambian de dirección inopinadamente. No obstante, he tenido tiempo para fijarme en una pareja en una esquina de la calle. El ruido es ensordecedor; la velocidad de las carreras, los gritos, los juramentos, los pelotazos, incluso alguna sirena a los lejos, y en medio de todo aquello hay una pareja, los padres de Larraitz, abrazados el uno contra el otro, la madre un poco adelantada, pero sin despegarse, ambos algo encorvados, no tanto porque esa sea su postura habitual sino porque creen que así minimizan el riesgo de recibir un pelotazo. No pueden correr, aprietan el paso lo más que pueden, con más atención a no caerse que a ir deprisa. Por ambos lados les pasan jóvenes, que no los ven, tratando cada cual de salvar su pellejo, y la madre sostiene todavía el ramos de flores, ya completamente arrugadas, chafadas, con los tulipanes mirando hacia abajo; tíralas al suelo, mujer, que no te hacen más que estorbar. Tras el estruendo de cada carga bajan un poco más la cabeza. ¿No va a ayudarlos nadie? ¿Van a abandonar a la pobre pareja hasta que los cipayos los cojan? Aquella canción de Negu. Quizás se...

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BEÑAT SARASOLA (Donostia/San Sebastián, 1984). Licenciado en Filosofía por la Universidad del País Vasco, y en Teoría Literaria y Literatura Comprada por la de Barcelona. Ha realizado investigaciones en la Fundación Samuel Beckett y en la Universdad de Columbia (Nueva York). Escritor y crítico literario, ejerce como profesor en la Facultad de Educación, Filosofía y Antropología de la Universidad del País Vasco.Ha publicado dos poemarios (Kaxa huts bat, 2007 y Alea, 2009), y, en 2019, la traducción al euskera de Némesis, de Philip Roth. En 2019 editó la versión original en euskera de la presente novela (Deklaratzekorik ez, Susa).
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