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Los piratas contra Roma

E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
480 Seiten
Spanisch
Nowtiluserschienen am17.01.2024
A pesar que Roma consideraba el mar Mediterráneo como el mare nostrum, durante la época republicana realmente no le prestó mucha atención. Esta desidia y la eliminación o decadencia de los distintos estados que podían rivalizar con Roma fue el cóctel ideal para que la piratería, un fenómeno endémico, alcanzara su apogeo. Por supuesto, Roma tomará finalmente cartas en el asunto, y empezará a efectuar una serie de campañas militares, parciales, que no solventan el problema, hasta que Pompeyo el Grande lanza su gran operación por todo el mar Mediterráneo, con lo que la piratería deja de amenazar la subsistencia de Roma. Los piratas contra Roma, analiza la piratería desde su interior, en la que se menciona sus bases, sus naves, sus botines, sus maniobras de combate, a la par que las secuelas que dejan en las comunidades que asaltan.

Luis Amela (1964) es doctor en Geografía e Historia por la Universidad de Barcelona, doctor en Humanidades, Arte y Educación por la Universidad de Castilla-La Mancha y doctor en Filología por la Universidad de Barcelona. Miembro del Grupo de Investigación CEIPAC de la UB. Es autor de más de doscientos cincuenta artículos y de una docena de libros sobre el mundo tardo helenístico, la República romana tardía y la numismática del mundo antiguo. Sus obras emblemáticas son: Cneo Pompeyo Magno. El defensor de la República (Signifer, 2003) y Mario y Sila (Punto Rojo Libros, 2021). Coautor en esta misma editorial del título Historia militar de la antigua Roma. Campañas militares y batallas críticas de la República y el Imperio romano (2023).
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR36,98
E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
EUR9,99

Produkt

KlappentextA pesar que Roma consideraba el mar Mediterráneo como el mare nostrum, durante la época republicana realmente no le prestó mucha atención. Esta desidia y la eliminación o decadencia de los distintos estados que podían rivalizar con Roma fue el cóctel ideal para que la piratería, un fenómeno endémico, alcanzara su apogeo. Por supuesto, Roma tomará finalmente cartas en el asunto, y empezará a efectuar una serie de campañas militares, parciales, que no solventan el problema, hasta que Pompeyo el Grande lanza su gran operación por todo el mar Mediterráneo, con lo que la piratería deja de amenazar la subsistencia de Roma. Los piratas contra Roma, analiza la piratería desde su interior, en la que se menciona sus bases, sus naves, sus botines, sus maniobras de combate, a la par que las secuelas que dejan en las comunidades que asaltan.

Luis Amela (1964) es doctor en Geografía e Historia por la Universidad de Barcelona, doctor en Humanidades, Arte y Educación por la Universidad de Castilla-La Mancha y doctor en Filología por la Universidad de Barcelona. Miembro del Grupo de Investigación CEIPAC de la UB. Es autor de más de doscientos cincuenta artículos y de una docena de libros sobre el mundo tardo helenístico, la República romana tardía y la numismática del mundo antiguo. Sus obras emblemáticas son: Cneo Pompeyo Magno. El defensor de la República (Signifer, 2003) y Mario y Sila (Punto Rojo Libros, 2021). Coautor en esta misma editorial del título Historia militar de la antigua Roma. Campañas militares y batallas críticas de la República y el Imperio romano (2023).
Details
Weitere ISBN/GTIN9788413054216
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2024
Erscheinungsdatum17.01.2024
Seiten480 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse36832 Kbytes
Artikel-Nr.13443721
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe

Introducción

Cuando se habla o se piensa sobre la piratería, se hace referencia a la denominada «edad de oro de la piratería», que duró aproximadamente entre 1620 y 1726, aunque esta abarcó no solo el mar Caribe, sino muchos otros territorios. Pero la existencia de los piratas es tan antigua como la historia desde que el hombre comenzó a navegar. Los robos, razias, secuestros, etc., ya se dieron desde el inicio de los tiempos, y todavía en muchas partes del mundo se sigue hoy en día practicando, como el triste ejemplo Somalia.

Pero hay que tener en cuenta que la denominación de «pirata» no siempre fue peyorativa en la Antigüedad, como figura por ejemplo en la Odisea de Homero. Hay que entender que tal práctica era concebida como una actividad económica (como el «bandolerismo»), al igual, por ejemplo, que la caza o la pesca. Por ello, había pueblos que se dedicaban a la piratería como los heniocos de la costa oriental del mar Negro, por no mencionar casos más famosos como los ilirios de la costa oriental del mar Adriático o los etolios y los cre-tenses en aguas de Grecia. Evidentemente, la etiqueta de pirata era colocada a estos por sus víctimas y enemigos, pero ellos mismos no se identificaban como tales.

Una anécdota de Marco Tulio Cicerón (cos. 63 a. C.), que desarrolló posteriormente Agustín de Hipona (siglo v d. C.), muestra hasta cierto punto la hipocresía que se escondía bajo esta denominación:

Así pues, si se elimina la justicia, ¿qué son los reinos sino grandes bandas de ladrones?, porque también las bandas de ladrones, ¿qué son sino pequeños reinos? Una banda es también una cuadrilla de hombres, se rige por el mando de un jefe, se cohesiona mediante un pacto de asociación, el botín se reparte según la proporción convenida. Si esta calamidad crece por la adición de hombres perdidos hasta el punto de poseer territorios, establecer asentamientos, ocupar ciudades, someter naciones, se apropia más abiertamente del nombre de reino, que ya de forma manifiesta le confiere no la eliminación de la ambición, sino la legitimación de la impunidad. Realmente ingeniosa y veraz fue la respuesta que le dio a Alejandro Magno a un pirata que había sido apresado. Pues, al preguntarle dicho rey al personaje qué le parecía tener el mar infestado, aquel le respondió con libre insolencia: «Lo mismo que a ti tener infestado el orbe de la tierra; pero como yo actúo con un pequeño navío, me llaman pirata; y como tú lo haces con una gran flota, te llaman rey » (Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios, 4, 4).

Uno de los problemas que se plantea al estudiar la piratería en el mundo clásico es el de la terminología, ya que los vocablos utilizados para identificar a los piratas, como leistes en griego o latro en latín, por ejemplo, se utilizan tanto para los bandidos de tierra como para los piratas del mar, lo que muchas veces lleva a equívocos. Igualmente, estos términos, como otros parecidos, esconden, asimismo, a los corsarios, que no tenían una palabra propia para designarlos, puesto que para sus víctimas poco importaba la «legalidad» de sus actos, y la piratería era considerada como una práctica más dentro de la dinámica de muchos pueblos. De esta forma, las acciones efectuadas por los etolios más bien debían englobarse en una «guerra de corso», que no en la piratería, y no fueron los únicos.

Por ejemplo, las tropas del tirano Dionisio I de Siracusa (405-367 a. C.) atacaron en el año 384 a. C., con una flota de entre sesenta y cien barcos, el puerto de Pirgi (Santa Se-vera), uno de los tres que poseía la ciudad-Estado etrusca de Caere (Cerveteri). Sus fuerzas desembarcaron por la noche, saquearon el santuario de Ilitía, de donde se dijo que lograron la enorme suma de mil talentos de oro y plata, un botín que atestigua la riqueza del lugar. Igualmente, los siracusanos arrasaron el campo cercano y se apropiaron tanto de mercancías como de personas. El pretexto de esta operación era eliminar la pirate-ría etrusca, aunque, sin duda, los etruscos consideraron que los hombres de Dionisio I que saquearon Pirgi no eran más que piratas. ¡Todo es según el color del cristal con que se mire! La auténtica razón de la incursión era la búsqueda de dinero, así como implementar el dominio siracusano en el mar Tirreno, como lo muestra la breve ocupación de la isla de Elba.

Precisamente en el siglo ii a. C., cuando en el mar Mediterráneo se inició un periodo de gran actividad comercial, como reflejan los numerosos pecios recuperados de esta época, es cuando aparece el término griego peirates, que derivará en latín a pirata, de donde ha pasado a nuestro idioma, con el significado que le damos en la actualidad, el cual, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, en su tercera acepción, se define como una «persona que, junto con otras de igual condición, se dedica al abordaje de barcos en el mar para robar». Es en este momento cuando la designación de pirata hace referencia a una actividad ya claramente de carácter criminal, aunque no tardará en desvirtuarse al utilizarse, asimismo, esta denominación contra enemigos políticos ya en el siglo i a. C., no mucho después de que el famoso orador Cicerón haga uso por primera vez del término pirata en latín.

Un tema muy poco conocido por el gran público es que el desarrollo de la piratería llegó, en el primer tercio del siglo i a. C., a poner en graves problemas a la república romana, la gran potencia de la cuenca del Mediterráneo. Se trata de la denominada piratería cilicia (142/138-67 a. C.), que, desde sus bases en la Anatolia meridional, se fue expandiendo por el Mare Nostrum hasta que la palabra «cilicio» se convirtió en sinónimo de «pirata». Estos son los piratas por antonomasia del mundo antiguo. De hecho, existía un proverbio que decía: «Las tres peores kappas son Kappadokia, Krete y Kilikia [Capadocia, Creta y Cilicia]», en referencia a la notoriedad de los habitantes de estas regiones como piratas y bandidos.

Esta situación se debió a varios factores. Primeramente, las potencias marítimas tradicionales que habían mantenido a raya a los piratas se encontraban en decadencia, tanto por la presión romana como por sus constantes querellas intestinas. Los seléucidas de Siria, los ptolomeos de Egipto y Chipre, y los rodios, por un motivo o por otro, descuidaron su flota de guerra, oportunidad que aprovecharon los piratas. Roma, la potencia hegemónica, no cubrió el vacío porque en un principio las actividades de los cilicios no les afectaban (incluso, algunos historiadores consideran que todo lo contrario, que los romanos apoyaron esta práctica para tener un suministro constante de esclavos para su economía), así como porque el mantenimiento de una armada era extraordinariamente caro, sobre todo si no existía un rival con quien medirse.

A lo anterior hay que sumar que las guerras sin fin que azotaron el Mediterráneo oriental, durante los últimos siglos anteriores al cambio de era, dieron origen a un número cada vez mayor de personas que no disponían de medios de subsistencia, por lo que el ejercicio de la piratería podía ser una solución a sus problemas. En este mismo sentido, salir de la pobreza también era un acicate para su práctica, como ejemplifica una falsa carta del epistológrafo ateniense Alcifrón (siglo ii d. C.), que reproducimos a continuación:


De Eucolimbo a Glauce:

Los indecisos suelen tomar sus determinaciones siguiendo el dictado de personas reflexivas. Yo, tras haber hablado muchas veces en el vacío (pues no me atrevía, mujer, a decirte nada), rompo ahora el silencio y te pido que, eligiendo lo más conveniente, me aconsejes. Escucha cómo está la cuestión y respecto de qué problema necesito tu parecer. Nuestra situación, como bien sabes, está en un callejón sin salida y nuestra vida adolece de una gran estrechez, ya que el mar no nos da para comer. Pues bien, ese barco que tú ves, el batel equipado con numerosos remeros, es una nave coricia y su tripulación, unos piratas de Attalia. Estos quieren que yo participe en su aventurera empresa, prometiéndome a cambio bienes y bienes sin cuento. Ciertamente estoy con la boca abierta como un animal de presa en lo que respecta al oro y la vestimenta que me ofrecen, pero no soporto la idea de convertirme en un asesino y de manchar mis manos con sangre, manos que el mar ha conservado puras de toda iniquidad desde mi infancia hasta el momento presente. Seguir viviendo en la pobreza es duro e insoportable. Sopesa tú la elección entre estas dos opciones, pues, una vez que tú, mujer, te hayas inclinado en un sentido, yo te seguiré por ese camino, ya que el parecer de los seres queridos sirve habitualmente para zanjar una decisión dudosa (Alcifrón, Cartas, 1, 8, 1-4).


La mayor circulación de bienes, preferentemente a través del mar, cuya riqueza queda manifestada tanto en los textos literarios como en las excavaciones submarinas de naufragios, fomentó asimismo la piratería.

Roma, en el último tercio del siglo ii y primer tercio del siglo i a. C., tuvo que hacer frente a una serie de graves conflictos, por no hablar de los...
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Autor

Luis Amela (1964) es doctor en Geografía e Historia por la Universidad de Barcelona, doctor en Humanidades, Arte y Educación por la Universidad de Castilla-La Mancha y doctor en Filología por la Universidad de Barcelona. Miembro del Grupo de Investigación CEIPAC de la UB. Es autor de más de doscientos cincuenta artículos y de una docena de libros sobre el mundo tardo helenístico, la República romana tardía y la numismática del mundo antiguo. Sus obras emblemáticas son: Cneo Pompeyo Magno. El defensor de la República (Signifer, 2003) y Mario y Sila (Punto Rojo Libros, 2021). Coautor en esta misma editorial del título Historia militar de la antigua Roma. Campañas militares y batallas críticas de la República y el Imperio romano (2023).
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Valverde, Luis Amela