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E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
296 Seiten
Spanisch
Capitán Swing Libroserschienen am29.01.20241. Auflage
¿Por qué los hombres hacen tan poco en casa? ¿Por qué las mujeres hacen tanto? ¿Por qué nuestros valores igualitarios no coinciden con nuestras experiencias? La periodista y psicóloga Darcy Lockman ofrece una mirada lúcida al problema más pernicioso al que se enfrentan las madres y padres modernos: cómo las relaciones progresistas se convierten en tradicionales cuando se introducen los niños en el hogar. En una época de activismo feminista, concienciación y cambio aparentemente sin precedentes, los datos muestran que persiste obstinadamente un área de desigualdad de género: la desproporcionada cantidad de trabajo parental que recae en las mujeres, independientemente de su origen, clase o estatus profesional. 'Toda la rabia' investiga la causa de esta omnipresente desigualdad para responder por qué, en los hogares en los que ambos progenitores trabajan a jornada completa y están de acuerdo en que las tareas deben repartirse a partes iguales, las contribuciones de las madres a la gestión del hogar, la carga mental y el cuidado de los hijos siguen superando a las de los padres. ¿Cómo es posible que en una cultura que defiende de boquilla la igualdad de la mujer y alaba los beneficios de la participación del padre -beneficios que van mucho más allá del bienestar de los propios hijos-, el compromiso con la equidad en el matrimonio se desvanezca con la llegada de los hijos? Al contar con parejas masculinas que compartirán la carga, las mujeres de hoy en día se han quedado con lo que los politólogos denominan expectativas crecientes insatisfechas. Históricamente, estas expectativas insatisfechas son la causa de revoluciones, insurrecciones y disturbios civiles. Si tantas parejas viven así, y tantas mujeres están enfadadas o simplemente agotadas por ello, ¿por qué seguimos tan estancadas? ¿Dónde está nuestra revolución, nuestra insurgencia, nuestra agitación civil? Darcy Lockman profundiza en la búsqueda de respuestas, explorando cómo la promesa feminista de una verdadera pareja de hecho casi nunca se cumple. Empezando por su propio matrimonio como caso de estudio, se desplaza hacia el exterior, relatando las experiencias de un amplio abanico de mujeres que crían a sus hijos con hombres; visitando grupos de madres primerizas y especialistas pioneros en coparentalidad; y entrevistando a expertos de distintos campos académicos, desde profesores de estudios de género y antropólogos hasta neurocientíficos y primatólogos. Lockman identifica tres principios que han sostenido la división cultural del trabajo en función del género y desgrana las formas en que tanto hombres como mujeres perpetúan involuntariamente las viejas normas. Si todos estamos de acuerdo en que a igual trabajo, igual salario, ¿podemos decir lo mismo del trabajo no remunerado? ¿Puede por fin llegar la justicia a casa?

Psicóloga clínica en Nueva York, su primer libro, Brooklyn Zoo, narra el año que pasó trabajando en el pabellón psiquiátrico de un hospital de la ciudad. También ha publicado artículos en The New York Times y The Washington Post, entre otros. Mientras vivía la maternidad junto a su marido, observó que sus amigas tenían la misma experiencia de género de que todo recaía en la madre, al menos en las relaciones heterosexuales, y pensó: «¿Qué está pasando? Somos todas bastante progresistas». Era 2016, y todo el mundo se hacía la misma pregunta, así que trató de profundizar un poco más. «La historia optimista del padre moderno e implicado se ha exagerado mucho. La cantidad de tareas de cuidado de los niños realizadas por los hombres aumentó en los años ochenta y noventa, pero luego empezó a estabilizarse sin alcanzar nunca la paridad. Las madres siguen asumiendo el 65% del trabajo de cuidado de los hijos. En revistas académicas, los investigadores de la familia advierten que «la 'cultura de la paternidad' ha cambiado más que el comportamiento real de los padres». Aunque su principal enfoque es la dinámica dentro de los matrimonios heterosexuales cisgénero en los que ambos progenitores trabajan, también se detiene en ocasiones a analizar cómo se desarrollan las cosas entre los padres del mismo sexo.
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Verfügbare Formate
BuchKartoniert, Paperback
EUR29,00
E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
EUR9,99

Produkt

Klappentext¿Por qué los hombres hacen tan poco en casa? ¿Por qué las mujeres hacen tanto? ¿Por qué nuestros valores igualitarios no coinciden con nuestras experiencias? La periodista y psicóloga Darcy Lockman ofrece una mirada lúcida al problema más pernicioso al que se enfrentan las madres y padres modernos: cómo las relaciones progresistas se convierten en tradicionales cuando se introducen los niños en el hogar. En una época de activismo feminista, concienciación y cambio aparentemente sin precedentes, los datos muestran que persiste obstinadamente un área de desigualdad de género: la desproporcionada cantidad de trabajo parental que recae en las mujeres, independientemente de su origen, clase o estatus profesional. 'Toda la rabia' investiga la causa de esta omnipresente desigualdad para responder por qué, en los hogares en los que ambos progenitores trabajan a jornada completa y están de acuerdo en que las tareas deben repartirse a partes iguales, las contribuciones de las madres a la gestión del hogar, la carga mental y el cuidado de los hijos siguen superando a las de los padres. ¿Cómo es posible que en una cultura que defiende de boquilla la igualdad de la mujer y alaba los beneficios de la participación del padre -beneficios que van mucho más allá del bienestar de los propios hijos-, el compromiso con la equidad en el matrimonio se desvanezca con la llegada de los hijos? Al contar con parejas masculinas que compartirán la carga, las mujeres de hoy en día se han quedado con lo que los politólogos denominan expectativas crecientes insatisfechas. Históricamente, estas expectativas insatisfechas son la causa de revoluciones, insurrecciones y disturbios civiles. Si tantas parejas viven así, y tantas mujeres están enfadadas o simplemente agotadas por ello, ¿por qué seguimos tan estancadas? ¿Dónde está nuestra revolución, nuestra insurgencia, nuestra agitación civil? Darcy Lockman profundiza en la búsqueda de respuestas, explorando cómo la promesa feminista de una verdadera pareja de hecho casi nunca se cumple. Empezando por su propio matrimonio como caso de estudio, se desplaza hacia el exterior, relatando las experiencias de un amplio abanico de mujeres que crían a sus hijos con hombres; visitando grupos de madres primerizas y especialistas pioneros en coparentalidad; y entrevistando a expertos de distintos campos académicos, desde profesores de estudios de género y antropólogos hasta neurocientíficos y primatólogos. Lockman identifica tres principios que han sostenido la división cultural del trabajo en función del género y desgrana las formas en que tanto hombres como mujeres perpetúan involuntariamente las viejas normas. Si todos estamos de acuerdo en que a igual trabajo, igual salario, ¿podemos decir lo mismo del trabajo no remunerado? ¿Puede por fin llegar la justicia a casa?

Psicóloga clínica en Nueva York, su primer libro, Brooklyn Zoo, narra el año que pasó trabajando en el pabellón psiquiátrico de un hospital de la ciudad. También ha publicado artículos en The New York Times y The Washington Post, entre otros. Mientras vivía la maternidad junto a su marido, observó que sus amigas tenían la misma experiencia de género de que todo recaía en la madre, al menos en las relaciones heterosexuales, y pensó: «¿Qué está pasando? Somos todas bastante progresistas». Era 2016, y todo el mundo se hacía la misma pregunta, así que trató de profundizar un poco más. «La historia optimista del padre moderno e implicado se ha exagerado mucho. La cantidad de tareas de cuidado de los niños realizadas por los hombres aumentó en los años ochenta y noventa, pero luego empezó a estabilizarse sin alcanzar nunca la paridad. Las madres siguen asumiendo el 65% del trabajo de cuidado de los hijos. En revistas académicas, los investigadores de la familia advierten que «la 'cultura de la paternidad' ha cambiado más que el comportamiento real de los padres». Aunque su principal enfoque es la dinámica dentro de los matrimonios heterosexuales cisgénero en los que ambos progenitores trabajan, también se detiene en ocasiones a analizar cómo se desarrollan las cosas entre los padres del mismo sexo.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788412756357
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
FormatE101
Erscheinungsjahr2024
Erscheinungsdatum29.01.2024
Auflage1. Auflage
ReiheEnsayo
Seiten296 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1532 Kbytes
Artikel-Nr.13500380
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe



I

De cómo es la vida

La falacia del padre moderno e implicado

Según todos los criterios con los que me he encontrado, actualmente los hombres que viven con sus hijos se implican más que los padres de hace cincuenta años. Desde 1965, los papás que comparten la convivencia han triplicado la cantidad de tiempo que pasan con sus hijos.[14] El 32 por ciento de los padres declaran ser una fuente habitual de cuidados para sus hijos, frente al 26 por ciento de la década anterior.[15] La Red Nacional de Padres en Casa[16] estima que hay 1,4 millones de padres amos de casa en Estados Unidos, el doble de los que había hace diez años.[17] Aproximadamente el mismo porcentaje de padres que de madres afirman que la crianza es extremadamente importante para su identidad.[18] En 1965, las madres dedicaron cuatro veces más horas al cuidado de los hijos que los padres, y el doble de horas en 2010.[19] Entre 1965 y 2003, la parte del trabajo familiar no remunerado correspondiente a los hombres pasó en EE. UU. de menos del 20 por ciento a casi el 35 por ciento,[20] y así se ha mantenido desde entonces.[21]

Los historiadores han documentado cambios significativos en la paternidad en los últimos quinientos años. En épocas coloniales (c. 1600-1800), el trabajo se desarrollaba en las granjas familiares y los hombres eran los responsables de la educación y de la formación moral de sus hijos. Durante la industrialización (c. 1800-1950), el trabajo asalariado se trasladó fuera del hogar, bifurcando así las vidas de los hombres y de las mujeres occidentales en dos esferas diferenciadas: la pública y la privada. A las mujeres se les asignaban tareas domésticas no remuneradas, incluso cuando también aportaban un salario gracias a trabajos a domicilio u otros esfuerzos generalmente considerados marginales. Los hombres iban a trabajar a las fábricas o a los comercios. Los padres se volvieron distantes y ausentes. Finalmente, con la urbanización de los últimos cincuenta años, hubo un incremento de las contrataciones y de las ganancias maternas, creando las condiciones que generaron al padre moderno e implicado.[22] El que lleva a sus hijos a la escuela. El que sabe dónde guardan los calcetines. El que reacciona ante pesadillas y vómitos. El que no se refiere a estar solo con sus hijos como un servicio de niñera. El que acude a las reuniones de padres y profesores. El que hace la cena de vez en cuando.

El arco del universo moral es muy amplio, y se ha inclinado hacia la justicia, y ahora las mujeres lo tienen mejor que sus madres y que las madres de estas. No tienes por qué ser una licenciada en Historia para constatar este acto misericordioso. No hace tanto tiempo que las mujeres casadas carecían de derechos legales porque eran propiedad de sus maridos.[23] Las mujeres solteras pertenecían a sus padres: los honoríficos «Sra.» y «Srta.» sirven para aclarar si una mujer se debe a un padre o a un marido.[24] Hasta la aprobación de la Ley de Derechos Civiles en 1964, era legal para cierta clase de empleadores despedir o no contratar a mujeres casadas, porque ya tenían un trabajo: el de obrera física y emocional de su familia.[25] No fue hasta 1980 que el Censo de EE. UU. dejó de llamar oficialmente a cada esposo «cabeza de familia».[26] Alcancé la mayoría de edad en una época de igualdad de oportunidades en la educación y en los empleos de nivel básico para mujeres jóvenes, y supuse que esta trayectoria tendría un recorrido ilimitado. En algunos pódcast he escuchado a mujeres como Sheila Nevins -que nació en 1939 y fue durante mucho tiempo presidenta de la sección de documentales de HBO- explicar la dificultad de empezar una carrera de teatro al acabar el Posgrado de Bellas Artes en la Escuela de Arte Dramático de Yale: «Mi marido me quería en casa por las tardes. Me quería en casa los fines de semana. Pero el teatro se hace por la tarde y los fines de semana, así que eso descartó cualquier posibilidad de hacer teatro». (Este fue su primer marido, del que se divorció «hace tiempo»).[27] Así era el matrimonio en la década de los años sesenta. Un hombre podía imponer sus deseos y esperar que su esposa cediera ante ellos, sin importar el coste para la individualidad de la mujer. Me sonaba muy anticuado.

¿O realmente no era tan anticuado? Cuando George y yo nos mudamos a nuestro primer piso pocos años antes de casarnos, un monoambiente sin ascensor, no tardó en ofrecerse como voluntario para pasar la aspiradora y sacar el polvo. Le gustaban ese tipo de cosas, me dijo, y las haría cada semana. Lo que yo no le respondí, porque soy una mujer y él un hombre, era que no me molaba que me dejara el baño y la cocina. Él se podía quedar con lo de quitar el polvo, a lo que nunca le di demasiada importancia, pero yo quería pasar la aspiradora. Si yo iba a fregar la bañera, él debía fregar el suelo de la cocina. Pensé en decir todas estas cosas, pero el tiempo se detuvo y, en vez de hablar, callé. Al fin y al cabo, ¿no debería estar agradecida de que él quisiera hacer algo? En silencio, nos pusimos de acuerdo en la última parte. Corría el año 2005.

Es más fácil sentirse agradecida por todas las cosas que han cambiado que reconocer todo lo que queda por cambiar. La gratitud es la condición previa para que haya menos conflictos, en lugar de cada vez más. Para las mujeres que crían a sus hijos con un padre moderno e implicado, existe cierta presión -autoimpuesta y de otra índole- para que se decanten por el agradecimiento, los buenos modales y la obediencia.[28] «Cuando aparece un padre, aplaudimos», afirma Jay Miranda, madre y bloguera de Los Ángeles, al describir su clase semanal «Mi mamá y yo».[29]

¡Qué suerte compartir ideales igualitarios sobre el matrimonio aunque no siempre se manifiesten en el comportamiento! Después de todo, estos ideales no son todavía universales. Molly, de 27 años, trabajadora del sistema de acogida y madre de un niño pequeño en Tennessee, me cuenta: «No es habitual ver compañerismo igualitario por aquí. Incluso mis amigas sin hijos dicen; Hoy trabajo hasta tarde, así que tengo que asegurarme de tener la cena preparada para mi marido . Yo me moriría si mi marido se enfadara porque trabajo hasta tarde y debe alimentarse por sí mismo. Así que cuando digo que estoy agradecida de estar casada con él, lo digo en serio, aunque estoy totalmente agotada de hacer la mayor parte del trabajo para nuestro hijo».

Shannon, de 42 años, una madre de Oklahoma City que trabaja como funcionaria en los juzgados, me explica: «Donde yo vivo todavía está todo muy atrasado, y son de la vieja escuela. Mi marido cree que debe traer un cheque a casa y que con eso es suficiente. No tiene pelos en la lengua al respecto. No me pega. No bebe en exceso. He aprendido a gestionar las cosas para poder llegar a todo. Ya no tiene sentido pelear por ello, porque no va a cambiar». Sin embargo, añade: «Si te soy sincera, la vida sería más fácil si estuviera soltera. No esperaría que nadie me ayudara, y no me afectaría que no lo hicieran». No está de más señalar que Oklahoma es uno de los estados con la tasa más alta de divorcio.[30]

Dado que siempre habrá un compañero sin nombre ni rostro entre bastidores cuya pereza y falta de atención sea peor que la de tu marido, las mujeres agradecidas con su vida y sus relaciones son reacias a reconocer su descontento. La sociología explica esto mediante la teoría de la privación relativa: solo cuando una se ve más desfavorecida que otros miembros de su grupo de referencia se sentirá con derecho a protestar firmemente. Michelle, de Portland, Oregón, de 44 años, comerciante y madre de un niño de 9 años, dice: «No sé lo igualitarios que somos. Pero me siento muy afortunada cuando oigo hablar de los maridos de otras personas. Tengo muchísimas amigas cuyos maridos nunca acostaron a los hijos porque ese trabajo les corresponde a ellas, porque ellas son sus madres».

Laura, de 38 años, dueña de un negocio en Nueva York y madre de un niño de 4 años, me cuenta que se siente como una madre soltera, pero que está de acuerdo con su marido en que las cosas podrían ser peores. De hecho, la respuesta típica de su compañero, cuando ella intenta abordar el desequilibrio, es: «Hago mucho más que otros hombres». Una frase mucho más sencilla de pronunciar que: «Sí, nuestros acuerdos son injustos contigo, pero ese es el destino de las mujeres, así que apechuga».

Erica, de 38 años, de Portland, Oregón, jefa de proyectos y madre de dos hijos menores de 7 años, expresa sus sentimientos encontrados de la siguiente manera: «Él es genial con los niños cuando está aquí, y por lo que me cuentan algunas amigas, hace mucho más que otros». Interrumpe sus pensamientos para asegurarse de que voy a cambiar su nombre. (Estoy cambiando los nombres de todas las madres). Acaban de empezar terapia de pareja, y ella se siente culpable hablando de esto. «Él está con el teléfono o en el ordenador mientras yo corro de un lado a otro como una loca recogiendo las cosas de los niños, poniendo lavadoras. Él toma su café...

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Psicóloga clínica en Nueva York, su primer libro, Brooklyn Zoo, narra el año que pasó trabajando en el pabellón psiquiátrico de un hospital de la ciudad. También ha publicado artículos en The New York Times y The Washington Post, entre otros. Mientras vivía la maternidad junto a su marido, observó que sus amigas tenían la misma experiencia de género de que todo recaía en la madre, al menos en las relaciones heterosexuales, y pensó: «¿Qué está pasando? Somos todas bastante progresistas». Era 2016, y todo el mundo se hacía la misma pregunta, así que trató de profundizar un poco más. «La historia optimista del padre moderno e implicado se ha exagerado mucho. La cantidad de tareas de cuidado de los niños realizadas por los hombres aumentó en los años ochenta y noventa, pero luego empezó a estabilizarse sin alcanzar nunca la paridad. Las madres siguen asumiendo el 65% del trabajo de cuidado de los hijos. En revistas académicas, los investigadores de la familia advierten que «la "cultura de la paternidad" ha cambiado más que el comportamiento real de los padres». Aunque su principal enfoque es la dinámica dentro de los matrimonios heterosexuales cisgénero en los que ambos progenitores trabajan, también se detiene en ocasiones a analizar cómo se desarrollan las cosas entre los padres del mismo sexo.
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