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Historia de las utopías

E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
304 Seiten
Spanisch
Pepitas ed.erschienen am09.04.20241. Auflage
En este hermoso y valioso volumen, Lewis Mumford hace balance crítico del pensamiento utópico: su historia, sus fundamentos básicos, sus aportaciones positivas, sus cargas negativas y sus debilidades. Releyendo las utopías más conocidas e influyentes y los mitos sociales que han desempeñado un papel de primer orden en Occidente, y contrastándolos con las utopías sociales parciales todavía recientes, Mumford valora el impacto que todas estas ideas podrían tener en cualquier nuevo camino hacia Utopía que estemos dispuestos a emprender. Presentamos por primera vez en castellano el primer libro que publicó Lewis Mumford, escrito con apenas veintisiete años, y que no dejó de reeditar a lo largo de toda su prolífica vida. La edición que presentamos cuenta además con un prólogo que el propio Mumford redactó casi cincuenta años después de su edición original. En un momento en el que cada vez se escuchan más voces que hablan de la necesidad de que la sociedad cambie de rumbo, y en un tiempo en el que todas las brújulas parecen irremediablemente rotas, este libro se antoja una lectura básica por su fino análisis, por su anticipación y por la lucidez propia del pensamiento de Mumford.

Lewis Mumford (1895-1990), cuya obra escrita abarca más de seis décadas, ha hecho contribuciones muy importantes a la literatura del saber histórico, filosófico y artístico, así como a la crítica de la arquitectura. Pero como quizá sea más conocido este humanista estadounidense es por sus trabajos sobre urbanismo y por su evaluación de la tecnología. Mumford fue miembro fundador de la Regional Planning Association of America, y durante treinta y dos años escribió una columna sobre arquitectura titulada «Sky Line» para el New Yorker. Formó parte de las facultades de varias instituciones: de la Universidad de Stanford, la Universidad de Pensilvania, el Massachusetts Institute of Technology (MIT) o del New York City Board of Higher Education entre otras. Fue galardonado con multitud de distinciones, las más destacadas de las cuales han sido la Medalla Presidencial de Libertad, la Medalla Nacional de Literatura y, en 1986, la Medalla Nacional de Arte. Es un inmenso placer para quienes construimos esta casa editorial acercar al lector en español las cimas intelectuales de nuestro querido maestro: los dos volúmenes de El mito de la máquina (Técnica y evolución humana y El pentágono del poder), La ciudad en la historia, Historia de las utopías, Arte y técnica, Ensayos (Interpretaciones y pronósticos), La cultura de las ciudades y Técnica y civilización.
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR28,64
E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
EUR10,99

Produkt

KlappentextEn este hermoso y valioso volumen, Lewis Mumford hace balance crítico del pensamiento utópico: su historia, sus fundamentos básicos, sus aportaciones positivas, sus cargas negativas y sus debilidades. Releyendo las utopías más conocidas e influyentes y los mitos sociales que han desempeñado un papel de primer orden en Occidente, y contrastándolos con las utopías sociales parciales todavía recientes, Mumford valora el impacto que todas estas ideas podrían tener en cualquier nuevo camino hacia Utopía que estemos dispuestos a emprender. Presentamos por primera vez en castellano el primer libro que publicó Lewis Mumford, escrito con apenas veintisiete años, y que no dejó de reeditar a lo largo de toda su prolífica vida. La edición que presentamos cuenta además con un prólogo que el propio Mumford redactó casi cincuenta años después de su edición original. En un momento en el que cada vez se escuchan más voces que hablan de la necesidad de que la sociedad cambie de rumbo, y en un tiempo en el que todas las brújulas parecen irremediablemente rotas, este libro se antoja una lectura básica por su fino análisis, por su anticipación y por la lucidez propia del pensamiento de Mumford.

Lewis Mumford (1895-1990), cuya obra escrita abarca más de seis décadas, ha hecho contribuciones muy importantes a la literatura del saber histórico, filosófico y artístico, así como a la crítica de la arquitectura. Pero como quizá sea más conocido este humanista estadounidense es por sus trabajos sobre urbanismo y por su evaluación de la tecnología. Mumford fue miembro fundador de la Regional Planning Association of America, y durante treinta y dos años escribió una columna sobre arquitectura titulada «Sky Line» para el New Yorker. Formó parte de las facultades de varias instituciones: de la Universidad de Stanford, la Universidad de Pensilvania, el Massachusetts Institute of Technology (MIT) o del New York City Board of Higher Education entre otras. Fue galardonado con multitud de distinciones, las más destacadas de las cuales han sido la Medalla Presidencial de Libertad, la Medalla Nacional de Literatura y, en 1986, la Medalla Nacional de Arte. Es un inmenso placer para quienes construimos esta casa editorial acercar al lector en español las cimas intelectuales de nuestro querido maestro: los dos volúmenes de El mito de la máquina (Técnica y evolución humana y El pentágono del poder), La ciudad en la historia, Historia de las utopías, Arte y técnica, Ensayos (Interpretaciones y pronósticos), La cultura de las ciudades y Técnica y civilización.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788418998560
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
FormatE101
Erscheinungsjahr2024
Erscheinungsdatum09.04.2024
Auflage1. Auflage
ReiheEnsayo
Reihen-Nr.43
Seiten304 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse2840 Kbytes
Artikel-Nr.14357830
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Inhaltsverzeichnis
prefacio
agradecimientos

capítulo uno
De cómo la voluntad de utopía hace que el hombre viva en dos mundos y de cómo, en consecuencia, releemos la historia de las utopías, la otra mitad de la historia de la humanidad.

capítulo dos
De cómo los griegos vivían en un Mundo Nuevo y de cómo la utopía parecía estar
a la vuelta de la esquina. De cómo a Platón, en la República, le preocupa principalmente lo que le permitirá preservar la ciudad ideal.

capítulo tres
De cómo algo le ocurrió a la utopía entre Platón y Tomás Moro; y de cómo la utopía fue redescubierta junto con el Nuevo Mundo.

capítulo cuarto
De cómo el nuevo humanismo del Renacimiento nos pone a las puertas de Cristianópolis; y de cómo, por primera vez, tenemos un atisbo de la utopía moderna.

capítulo quinto
De cómo Bacon y Campanella, utopistas de gran reputación, son poco más que réplicas de los que les precedieron.

capítulo sexto
De cómo algo sucedió en el siglo xviii que puso a los hombres a «pensar furiosamente» y de cómo todo un conjunto de utopías emergió de la tierra revuelta del industrialismo.

capítulo siete
De cómo algunos utopistas pensaban que, en última instancia, una buena comunidad descansa en la división y el uso correctos de la tierra; y sobre qué tipo de comunidades proyectaron semejantes «animales terrestres».

capítulo ocho
De cómo Étienne Cabet soñó con un nuevo Napoleón llamado Ícaro y con una nueva Francia llamada Icaria; y de cómo esta utopía, junto con la que Edward Bellamy nos muestra en El año 2000, una visión retrospectiva, nos da una idea de hasta dónde podría llevarnos la maquinaria si se nacionalizase la organización industrial.

capítulo nueve
De cómo William Morris y W. H. Hudson renuevan la tradición clásica de las utopías; y de cómo, finalmente, H. G. Wells resume y clarifica las utopías del pasado, poniéndolas en contacto con el mundo del presente.

capítulo diez
De cómo la Casa Solariega y Coketown se convirtieron en las utopías de la Edad Moderna y transformaron el mundo a su imagen.

capítulo once
De cómo hacer balance de las utopías parciales.

capítulo doce
De cómo los medios-mundos se van y cómo la eutopía puede llegar; y de lo que necesitamos antes de poder construir Jerusalén en cualquier tierra verde y placentera.

bibliografía
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Leseprobe

prefacio

En su uso corriente, la palabra utopía hace referencia al culmen de la locura o de la esperanza humanas, a los vanos sueños de perfección en la tierra de Nunca Jamás o a los esfuerzos racionales por reinventar el entorno del hombre y sus instituciones, e incluso su propia naturaleza imperfecta, con el fin de enriquecer las posibilidades de su vida en comunidad. Tomás Moro, el acuñador del término, era consciente de ambos tipos de implicaciones. Para que a nadie se le escapasen, desarrolló tal paradoja en un cuarteto que, por desgracia, a veces ha sido omitido en las traducciones inglesas de su Utopía, un libro que por fin le dio nombre a toda una serie de tentativas previas para diseñar commonwealths1 ideales. Moro era aficionado a los juegos de palabras en una época en la cual las mentes más agudas se deleitaban jugueteando con el lenguaje y en la que no siempre resultaba lo más acertado hablar con demasiada llaneza. En su pequeño poema, explicaba que utopía podía referirse bien al griego «eutopía», que significa buen lugar, bien a «outopía», que quiere decir no lugar.

Al concebir Historia de las utopías, poco después de la Primera Guerra Mundial, aún mantenía las ilusiones de una época superada y, sin embargo, como muchos de mis contemporáneos, ya era consciente de que el ímpetu del gran siglo xix, con su caudal de boyante idealismo y de robustas iniciativas sociales, había llegado a su final. Para afrontar la nueva época que teníamos ante nosotros, y cuyos sombríos contornos ya eran visibles desde hacía tiempo para las mentes más sensibles y perspicaces -las de un Jacob Burckhardt o un Henry Adams, por ejemplo-, tendríamos que superar las enormes aberraciones que de hecho habían llevado a la hecatombe de la Primera Guerra Mundial. De repente, aquella desastrosa orientación de los esfuerzos humanos había invertido el curso de nuestras vidas.

Cuando comencé a explorar las utopías históricas, mi objetivo era descubrir lo que les faltaba y definir lo que todavía resultaba posible. Las virtudes que pueda presentar un estudio como este no derivan de una investigación académica exhaustiva o del descubrimiento de textos olvidados. A este respecto, no puede compararse con un trabajo ya clásico como Literary Criticism in the Renaissance de J. E. Spingarn, también obra de un hombre joven. Los méritos que pudiera poseer esta Historia de las Utopías proceden de dos fuentes distintas, que siguen fluyendo a través de toda mi obra y que ya resultaban visibles, al menos como un prometedor goteo, en este libro. Una de ellas es una conciencia premonitoria de los problemas y las presiones del mundo contemporáneo. Tal cualidad caracteriza de hecho a la mayoría de las utopías clásicas, desde Platón hasta la Altneuland de Theodor Herzl o Una utopía moderna de H. G. Wells. Casi cualquier utopía supone una crítica implícita a la civilización que le sirve como trasfondo; y de igual modo, constituye un intento de descubrir las potencialidades que las instituciones existentes o bien ignoran o bien sepultan bajo una vieja corteza de costumbres y hábitos.

Al intentar extraer el elemento ideal de la matriz de la sociedad contemporánea, los utopistas clásicos, a menudo en ese mismo esfuerzo por lograr una forma más pura de comunidad, dejaban fuera muchos componentes necesarios que, como los elementos más básicos de una aleación, fortalecen los metales preciosos y los hacen más duraderos. El funcionamiento del entorno natural y de la historia humana provee incluso a la comunidad más pobre de un rico abono, que es mucho más favorable a la vida de lo que podría serlo el más racional de los esquemas ideales si le faltase un suelo semejante sobre el que desarrollarse. Con todo, en mi juventud, la creencia utópica en que la vida presenta distintas potencialidades latentes e inutilizadas que podrían cultivarse y llevarse a la perfección se me antojaba algo saludable; y todavía conservo tal creencia en la permanente posibilidad de la autotransformación y autotrascendencia del hombre. En esto comparto plenamente la idea de mi contemporáneo, aunque algo más veterano, A. N. Whitehead, y de mi aún más viejo maestro Emerson, según la cual la aventura humana no ha hecho más que comenzar. Esta es la otra faceta que me cualifica para esta empresa.

Bien es verdad que los revolucionarios del siglo xviii y sus seguidores más recientes a menudo exageraban la maleabilidad de la sociedad y, lo que es peor, imaginaban que descartando meramente el pasado conseguirían la clave de un futuro mejor, completamente racional en sus propósitos y, en consecuencia, ideal conforme a su propio criterio. Para ellos, y siguiendo a Locke, la sociedad humana era producto de la mente humana y debía ser tratada como un folio en blanco sobre el cual cada generación podría, tras borrar el pasado, dejar su propia impronta ideal. De ahí que se equivocasen al sobrevalorar tanto la cantidad como el valor de las mutaciones creativas que se producían en cada generación y al infravalorar la importancia de los «vestigios» y las «persistencias» que había ido depositando cada generación anterior, que aumentaban de forma inimaginable la riqueza de la vida humana y que, por cierto, resultaban -como el lenguaje mismo- esenciales para su supervivencia. Ni siquiera de joven incurrí yo en semejante error.

Aunque en mi estudio de las utopías iba a la búsqueda de nuevos ideales, tal como más de un lector había hecho antes que yo, acabé por encontrarlos en un lugar inesperado, y rápidamente descubrí que una cantidad demasiado amplia de utopías clásicas se basaba en conceptos de disciplina autoritaria que a mí -como paisano de Emerson, Thoreau y Whitman- se me antojaban muy alejados del ideal. Tal vez decir «rápidamente» resulte excesivo, pues me encontraba todavía tan profundamente sometido al hechizo de Platón que tendía a minimizar el hecho de que, en este particular, el filósofo había sentado un mal precedente para todos los utopistas posteriores. Durante una temprana visita a la Rusia soviética, Bertrand Russell compararía el sistema comunista, precisamente en sus aspectos más represivos, con el que puede encontrarse en la República, y el posterior desarrollo del fascismo permitió a otros, como R. H. Crossman, ver aun más claramente que Platón, a pesar de toda su genialidad, podía ser descrito como un protofascista que creía en el dominio de una elite, en la autarquía, en el uso de la mentira para facilitar el gobierno, en el valor de la disciplina militar y en otros muchos aspectos desagradables, por no decir escalofriantes.

Pero una vez superado Platón, reparé en las tendencias dictatoriales de la mayoría de las utopías clásicas. Trataban de imponer una disciplina monolítica sobre las diferentes actividades y los intereses entrecruzados de las sociedades humanas, creando un orden demasiado inflexible y un sistema de gobierno demasiado centralizado y absoluto como para permitir cualquier cambio que pudiera perturbar el modelo o satisfacer las exigencias de la vida. En otras palabras, cada utopía constituía una sociedad cerrada para prevenir el crecimiento humano, y cuanto más éxito tenían sus instituciones en el troquelado de las mentes de sus miembros, menores posibilidades había de promover cambios creativos y significativos. Este aspecto estático de las utopías iba acompañado de una concepción estática de la vida misma. Al igual que el posadero griego Procusto, los utopistas estiraban el organismo humano hasta hacerlo encajar en las arbitrarias dimensiones de la cama utópica, o bien le recortaban los miembros. Incluso un escritor esencialmente humanitario como Edward Bellamy fue capaz de proponer un ideal francamente sombrío y mecánico, y algunos de los peores rasgos del sistema comunista de nuestros días encuentran su sanción en distintos pasajes, supuestamente benéficos, de tales descripciones de commonwealths ideales. A pesar de que Marx y Engels se mofaban del socialismo utópico, sus seguidores, a falta de mejores antecedentes, colaron muchas invenciones sociales utópicas por la puerta trasera.

Aquellas rígidas virtudes, aquellas instituciones congeladas, aquellos ideales estáticos e incapacitantes no me atraían en absoluto; y de haber sido esto lo único que podía encontrar en el método utópico de pensamiento, habría abandonado mis investigaciones antes de llegar a la mitad del camino. Pero desde el principio era consciente de otra virtud que curiosamente se había pasado por alto: todas las obras utópicas clásicas habían considerado la sociedad como un todo y le habían hecho justicia, al menos en la imaginación, a la interacción entre el trabajo, la gente y el espacio, y a la interrelación entre las funciones, la instituciones y los propósitos humanos. Nuestra misma sociedad -y puede caracterizarse como el vicio propio de todas las civilizaciones «superiores»- había dividido la vida en compartimentos estancos: economía, política, religión, guerra, educación; y dentro de tales divisiones, los intentos de reforma y mejora, o de invención y creatividad, se llevaban a cabo en compartimentos aun más pequeños, con muy escasas referencias al todo dentro del cual desempeñaban su papel.

El pensamiento utópico, tal como yo llegué a concebirlo, era pues lo opuesto al unilateralismo, el sectarismo, la parcialidad, el provincianismo y la especialización. Quien practicase el método utópico debía contemplar holísticamente la vida y verla como un todo interrelacionado: no como una mezcla azarosa, sino como una unión de piezas orgánica y crecientemente organizable, cuyo equilibrio era importante...
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Autor

Lewis Mumford (1895-1990), cuya obra escrita abarca más de seis décadas, ha hecho contribuciones muy importantes a la literatura del saber histórico, filosófico y artístico, así como a la crítica de la arquitectura. Pero como quizá sea más conocido este humanista estadounidense es por sus trabajos sobre urbanismo y por su evaluación de la tecnología.

Mumford fue miembro fundador de la Regional Planning Association of America, y durante treinta y dos años escribió una columna sobre arquitectura titulada «Sky Line» para el New Yorker. Formó parte de las facultades de varias instituciones: de la Universidad de Stanford, la Universidad de Pensilvania, el Massachusetts Institute of Technology (MIT) o del New York City Board of Higher Education entre otras. Fue galardonado con multitud de distinciones, las más destacadas de las cuales han sido la Medalla Presidencial de Libertad, la Medalla Nacional de Literatura y, en 1986, la Medalla Nacional de Arte.

Es un inmenso placer para quienes construimos esta casa editorial acercar al lector en español las cimas intelectuales de nuestro querido maestro: los dos volúmenes de El mito de la máquina (Técnica y evolución humana y El pentágono del poder), La ciudad en la historia, Historia de las utopías, Arte y técnica, Ensayos (Interpretaciones y pronósticos), La cultura de las ciudades y Técnica y civilización.