Hugendubel.info - Die B2B Online-Buchhandlung 

Merkliste
Die Merkliste ist leer.
Bitte warten - die Druckansicht der Seite wird vorbereitet.
Der Druckdialog öffnet sich, sobald die Seite vollständig geladen wurde.
Sollte die Druckvorschau unvollständig sein, bitte schliessen und "Erneut drucken" wählen.

Cómo Islandia cambió el mundo

E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
Spanisch
Capitán Swing Libroserschienen am03.06.20241. Auflage
La historia de Islandia comenzó hace 1.200 años, cuando un frustrado capitán vikingo y su inútil navegante encallaron en medio del Atlántico Norte. De repente, la isla dejó de ser una simple escala para el charrán ártico. En su lugar, se convirtió en una nación cuyos diplomáticos y músicos, marineros y soldados, volcanes y flores, alteraron silenciosamente el globo para siempre. 'Cómo Islandia cambió el mundo' lleva a los lectores a un viaje por la historia, mostrándoles cómo Islandia desempeñó un papel fundamental en acontecimientos tan diversos como la Revolución Francesa, la llegada a la Luna y la fundación de Israel. Una y otra vez, una humilde nación se ha encontrado en la primera línea de los acontecimientos históricos, dando forma al mundo tal y como lo conocemos. 'Cómo Islandia cambió el mundo' presenta un animado retrato de cómo sucedió todo.

Reikiavik (Islandia), 1988. Periodista islandés afincado en Reikiavik, su trabajo ha aparecido en medios como New York Times, National Geographic, Associated Press, Al Jazeera Online, AJ+, Lonely Planet y Hakai Magazine. Como becario Fulbright, realizó un máster en Documentación Social en la Universidad de California en Santa Cruz, donde también trabajó como ayudante de fotografía y estadística durante dos años. En la Universidad de California, no solo aprendió a dominar ciertas habilidades técnicas, sino también la importancia de la planificación, el compromiso y la agilidad. La idea de escribir Cómo Islandia cambió el mundo surgió cuando regresó a Islandia y empezó a trabajar como periodista independiente. Associated Press le propuso investigar y realizar una serie de necrológicas de islandeses influyentes. «Y eso me hizo pensar en el tema de mi libro: cómo Islandia ha influido en la historia del mundo», dijo Bjarnason. Así, pasó ocho años investigando y escribiendo esta obra, creando una narración que es a la vez accesible y compleja. Con el irónico sentido del humor que impregna su escritura, Bjarnason explicó cómo, en un país de solo 360.000 habitantes, los islandeses tienden a estar llenos de autosuficiencia, lo que fomenta la confianza y también la asunción de riesgos. Bjarnason está convencido de que la próxima aparición de Islandia en la escena mundial probablemente se centrará en soluciones medioambientales al cambio climático.
mehr
Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR34,00
E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
EUR10,99

Produkt

KlappentextLa historia de Islandia comenzó hace 1.200 años, cuando un frustrado capitán vikingo y su inútil navegante encallaron en medio del Atlántico Norte. De repente, la isla dejó de ser una simple escala para el charrán ártico. En su lugar, se convirtió en una nación cuyos diplomáticos y músicos, marineros y soldados, volcanes y flores, alteraron silenciosamente el globo para siempre. 'Cómo Islandia cambió el mundo' lleva a los lectores a un viaje por la historia, mostrándoles cómo Islandia desempeñó un papel fundamental en acontecimientos tan diversos como la Revolución Francesa, la llegada a la Luna y la fundación de Israel. Una y otra vez, una humilde nación se ha encontrado en la primera línea de los acontecimientos históricos, dando forma al mundo tal y como lo conocemos. 'Cómo Islandia cambió el mundo' presenta un animado retrato de cómo sucedió todo.

Reikiavik (Islandia), 1988. Periodista islandés afincado en Reikiavik, su trabajo ha aparecido en medios como New York Times, National Geographic, Associated Press, Al Jazeera Online, AJ+, Lonely Planet y Hakai Magazine. Como becario Fulbright, realizó un máster en Documentación Social en la Universidad de California en Santa Cruz, donde también trabajó como ayudante de fotografía y estadística durante dos años. En la Universidad de California, no solo aprendió a dominar ciertas habilidades técnicas, sino también la importancia de la planificación, el compromiso y la agilidad. La idea de escribir Cómo Islandia cambió el mundo surgió cuando regresó a Islandia y empezó a trabajar como periodista independiente. Associated Press le propuso investigar y realizar una serie de necrológicas de islandeses influyentes. «Y eso me hizo pensar en el tema de mi libro: cómo Islandia ha influido en la historia del mundo», dijo Bjarnason. Así, pasó ocho años investigando y escribiendo esta obra, creando una narración que es a la vez accesible y compleja. Con el irónico sentido del humor que impregna su escritura, Bjarnason explicó cómo, en un país de solo 360.000 habitantes, los islandeses tienden a estar llenos de autosuficiencia, lo que fomenta la confianza y también la asunción de riesgos. Bjarnason está convencido de que la próxima aparición de Islandia en la escena mundial probablemente se centrará en soluciones medioambientales al cambio climático.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788412838879
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
FormatE101
Erscheinungsjahr2024
Erscheinungsdatum03.06.2024
Auflage1. Auflage
ReiheEnsayo
SpracheSpanisch
Dateigrösse1153 Kbytes
Artikel-Nr.15624361
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe



La localidad de Selfoss es una auténtica rareza. Casi la totalidad de los sesenta y tres pueblos y ciudades de Islandia se establecieron donde están por motivos náuticos, para poder ver desde allí los barcos que se acercaban. Pero Selfoss se encuentra en el interior, lejos de la costa pedregosa. Yo crecí allí, tierra adentro.

El pueblo está en la orilla oriental del río más caudaloso del país, el Ölfusa, que nace de un glaciar a 169 kilómetros de la costa. A lo largo de los primeros novecientos años de existencia de Selfoss se vieron por allí pocos viajeros debido a que cruzar el río, ya fuese a caballo o en bote de remos, era una empresa que podía llegar a ser mortal. Y, para ser sinceros, tampoco es que mereciera la pena. Al final, en un gesto simbólico, las autoridades islandesas y danesas unieron fuerzas para la construcción de un puente colgante. Lo terminaron en 1891, trece años antes de la llegada del primer automóvil. El puente conectaba el oeste y el sur de Islandia, y Selfoss se convirtió en un área de descanso para los viajes de larga distancia. Era el lugar en el que poner a secar la ropa y preguntar por la situación meteorológica a los viajeros que venían en dirección opuesta. Hoy, la gente se detiene allí para comerse un perrito caliente.

El puente sigue llevando mucho tráfico a la ciudad y sirve como punto de referencia en torno al cual se orienta todo, igual que sucede con los puertos en las ciudades costeras. Donde otras localidades tienen una factoría de pescado, nosotros tenemos una central lechera. Y, en lugar de ver cómo los barcos entran y salen del puerto, nosotros podemos observar cómo los coches dan vueltas y más vueltas. En serio, la rotonda principal es llamativamente grande. Tan grande como la de cualquier gran ciudad. Después de todo, con alrededor de ocho mil habitantes, Selfoss es una de las ciudades más grandes de Islandia. Así que no te dejes intimidar por su tamaño si vas por allí. Y tampoco te preocupes si no ves a nadie más caminando por la zona. En Selfoss, lo de ir andando por la calle solo lo practican los niños y algún que otro conductor al que le hayan quitado el carnet por ir bebido.

En la calle principal de Selfoss se pueden encontrar, entre otros negocios, cinco peluquerías, tres sucursales bancarias, la librería de la que mis padres son dueños, una tienda de lanas, un negocio en el que solo hay artículos de decoración navideña y un supermercado llamado Krónan. Mi carrera como reportero empezó en la entrada de este último establecimiento: solo llevaba encima un bloc de notas y la cámara barata que tenían en Sunnlenska, el periódico local. Cada mañana asaltaba a los viandantes con «La pregunta del día»: una sección en la que les pedía a inocentes transeúntes que me dejasen grabarlos mientras expresaban su opinión sobre distintos temas de actualidad de los que, a menudo, apenas sabían nada. Además, tras esa incontestable humillación intelectual, les pedía que me dejasen fotografiarlos para ilustrar su respuesta.

Con el tiempo fui ascendiendo hasta llegar a la redacción. « Eso de ahí no es un churro : encuentran una bolsa de juguetes sexuales en la piscina», rezaba uno de mis primeros titulares. Otra de las piezas era una crónica negra sobre un agricultor de tomates que se puso a cultivar marihuana en un matadero abandonado. Confesó que lo de ser el capo de la droga de un pueblecito era bastante estresante... Así que él mismo se la fumó casi toda.

Sunnlenska seguía abierto en la época en la que yo tenía veintipocos años gracias a su ingeniosísimo propietario. Entre sus muchas ideas para la supervivencia del periódico destacó la de adoptar el sistema de trueque. En lugar de con dinero, le encantaba pagarle a la gente con cosas: con ese tipo de cosas que los negocios locales le daban a cambio de publicidad. Por ejemplo, el aguinaldo navideño podía consistir en fuegos artificiales y una pila de libros que habían enviado a la redacción para que alguien los reseñase. Un día de paga de primavera llegó al periódico montado en una bicicleta Mongoose de veintisiete marchas, un modelo de paseo con las ruedas anchas y un portabultos trasero. «¡Toda tuya!», me dijo entusiasmado mientras me ofrecía lo que parecía ser el producto de un acuerdo publicitario. Aquel mes no recibí ningún dinero contante y sonante.

Tuve que ponerme a pensar en cómo ganar un salario de verdad. Y una de las mejores cosas de Selfoss, como insisten en señalar las guías turísticas, es que resulta muy fácil salir de allí: la carretera 1, la famosa carretera de circunvalación, atraviesa la ciudad.

Cargado con una tienda de campaña y una impresionante cantidad de cuscús, pedaleé hasta dejar atrás la central lechera y, al llegar a la rotonda, giré en dirección este.

La carretera de circunvalación es un circuito de 1320 kilómetros que conecta la mayoría de pueblos y ciudades del país. Si se hace de un tirón, son poco más de quince horas de conducción. En bicicleta se tarda un poco más. El paisaje islandés es famoso por sus desniveles y, especialmente a lo largo de la costa, el viento sopla bastante fuerte. Además, ni las estadísticas ni los patrones meteorológicos podrían explicar lo a menudo que el viento te viene de frente mientras pedaleas. Yo diría que siempre. En serio, siempre.

Mi bici de trueque aguantó de forma admirable, pero, entre los vientos cambiantes y los interminables ascensos, para cuando había recorrido medio país yo ya estaba exhausto. Así que decidí tomarme un descanso en Húsavík.

Esta localidad se encuentra en la costa norte del país y se asoma a la ancha bahía de Skjálfandi. La bahía se abre hacia el norte: hacia el mar de Islandia, el mar de Groenlandia, el océano Ártico y, más allá, el Polo Norte.

Mientras merodeaba por el puerto con una rodilla magullada, entablé conversación con el capitán de una goleta de madera al que le faltaba una persona para conformar su tripulación. Pronto entendí que cuando hablaba de «su tripulación» se refería solo a sí mismo. El capitán Hordur Sigurbjarnarson era una imagen caricaturesca de lo que debe ser un marino, a excepción de la pipa de madera (estaba radicalmente en contra del hábito de fumar). Tenía la voz aguardientosa, el cabello cano y el rostro ceñudo. Daba unos apretones de manos de lo más vigorosos. Su sonrisa era muy cálida.

Le hablé de mi teoría de la dirección del viento y de cómo, por arte de magia, parecía que nunca iba a mi favor. No me siguió demasiado el rollo.

-Bueno, ¿te mareas cuando vas en barco? -me preguntó convirtiendo aquella conversación en una inesperada entrevista de trabajo.

¿Y cómo iba yo a saberlo? Era como preguntarme si me mareaba cuando montaba en nave espacial. No tenía la menor experiencia en altamar, por lo que nunca había puesto mi cuerpo a prueba. No tenía ni idea de que saber hacer un nudo de soga era una habilidad esencial para la vida.

Se rascó la cabeza y la ladeó como si estuviera intentando sacarse agua del oído.

-Vente esta tarde y ya veremos qué pasa.

Pasó que descubrimos que no pertenezco al 35 % de personas muy tendentes a marearse. Amarré la bici y llamé al periódico para decirles que ese verano no volvería. El dueño estaba a punto de cerrar un gran trato comercial con una nueva empresa distribuidora de jacuzzis. Después de unas semanas pasando frío en mitad del mar empecé a cuestionarme mi decisión: habría estado guay que me regalasen un jacuzzi.

Hice un cursillo acelerado sobre nudos y drizas, trabajé doce horas del tirón en condiciones glaciales y siempre llevé puesto un gorro de lana amarillo brillante que me había dado el capitán.

-Es el primer color que el ojo detecta. Es por si te caes por la borda -me explicó en un tono la mar de tranquilizador.

El capitán era un marino de los de toda la vida. Sus cinco ingredientes favoritos para la pizza eran todos cosas que salían del mar (lo que convertía ese plato en una especie de bufé de pescado servido sobre pan) y siempre era capaz de señalar al norte, incluso si estaba en tierra firme en el interior de una ferretería. Lo único que lo desorientaba era mi falta de orientación. Llevaba veinticinco años saliendo a navegar en el Hildur desde Húsavík, ya fuese acarreando viajeros en excursiones de avistado de ballenas o en cruceros de placer.

Tras aquel azaroso verano, la cabina del barco se convirtió en mi residencia veraniega. Cada año llegaba a Húsavík a principios de mayo y nos disponíamos a traer y llevar pasajeros que se morían de ganas de ver ballenas y frailecillos bajo unos 250 metros cuadrados de velas bien tensadas. Cada día contábamos las mismas historias y los mismos chistes y veíamos el mismo horizonte. Hacíamos eso de primavera a otoño, hasta que las ballenas abandonaban la bahía y se dispersaban desde Islandia hacia todos los rincones del globo.

Era la primera vez que yo tenía contacto con el mar, pero también fue la primera vez que constaté que Islandia es una...

mehr