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Big Sur y las naranjas de El Bosco

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Spanisch
EDHASAerschienen am17.07.2024
Después de recorrer todo Estados Unidos y tras varios traslados por California, Henry Miller recaló en Big Sur en 1946, por aquel entonces poco más que unas cabañas medio ruinosas al borde de un acantilado, poblado por artistas, vagabundos y toda suerte de personajes estrafalarios que dotaban a la zona de un ambiente social muy particular que prefiguraba ya el movimiento beat y hippie. Todo este ambiente resultaría una fuente de meditación e inspiración para Miller. 'Big Sur y las naranjas de El Bosco' es un mosaico de episodios, retratos, informaciones y detalles de su vida cotidiana, unidos por el hilo conductor de la insaciable vitalidad, humor e interés por cualquier cpsa, todo ello tan característico de este escritor.

HENRY MILLER ( 26-12-1891 / 07-06-1980 ) Henry Miller es uno de los autores que, quizá sin proponérselo, más ha hecho por el triunfo de la libertad de expresión en la literatura y por la distinción entre los juicios morales y los juicios estéticos. Tras su paso por el City College de Nueva York y después de aceptar los empleos más diversos, en 1930 se estableció en París, donde se dedicó de lleno a la creación literaria y llevó una vida independiente y anticonvencional que lo convirtió en el ejemplo más conocido de bohemia moderna y en un modelo para la beat generation (Burroughs, Kerouac, Ginsberg...) y para autores como Bukowski o Norman Mailer. Entre su obra narrativa, donde confluyen los elementos autobiográficos, la especulación filosófica, la ternura y la obscenidad, destacan Trópico de Cáncer (1934), Trópico de Capricornio (1939), la trilogía formada por Sexus (1949), Plexus (1953) y Nexus (1960), y, entre otras, Primavera negra, Big Sur y las naranjas de El Bosco, El coloso de Marusi, Días tranquilos en Clichy y Nueva York. Ida y vuelta. Sumo interés tiene también el extenso espistolario que mantuvo con su buen amigo Lawrence Durrell, editado por Ian S. MacNiven.
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Produkt

KlappentextDespués de recorrer todo Estados Unidos y tras varios traslados por California, Henry Miller recaló en Big Sur en 1946, por aquel entonces poco más que unas cabañas medio ruinosas al borde de un acantilado, poblado por artistas, vagabundos y toda suerte de personajes estrafalarios que dotaban a la zona de un ambiente social muy particular que prefiguraba ya el movimiento beat y hippie. Todo este ambiente resultaría una fuente de meditación e inspiración para Miller. 'Big Sur y las naranjas de El Bosco' es un mosaico de episodios, retratos, informaciones y detalles de su vida cotidiana, unidos por el hilo conductor de la insaciable vitalidad, humor e interés por cualquier cpsa, todo ello tan característico de este escritor.

HENRY MILLER ( 26-12-1891 / 07-06-1980 ) Henry Miller es uno de los autores que, quizá sin proponérselo, más ha hecho por el triunfo de la libertad de expresión en la literatura y por la distinción entre los juicios morales y los juicios estéticos. Tras su paso por el City College de Nueva York y después de aceptar los empleos más diversos, en 1930 se estableció en París, donde se dedicó de lleno a la creación literaria y llevó una vida independiente y anticonvencional que lo convirtió en el ejemplo más conocido de bohemia moderna y en un modelo para la beat generation (Burroughs, Kerouac, Ginsberg...) y para autores como Bukowski o Norman Mailer. Entre su obra narrativa, donde confluyen los elementos autobiográficos, la especulación filosófica, la ternura y la obscenidad, destacan Trópico de Cáncer (1934), Trópico de Capricornio (1939), la trilogía formada por Sexus (1949), Plexus (1953) y Nexus (1960), y, entre otras, Primavera negra, Big Sur y las naranjas de El Bosco, El coloso de Marusi, Días tranquilos en Clichy y Nueva York. Ida y vuelta. Sumo interés tiene también el extenso espistolario que mantuvo con su buen amigo Lawrence Durrell, editado por Ian S. MacNiven.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788435049634
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2024
Erscheinungsdatum17.07.2024
SpracheSpanisch
Dateigrösse1509 Kbytes
Artikel-Nr.17192463
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


Primera parte

LAS NARANJAS DE

EL JARDÍN DE LAS DELICIAS

 

La pequeña comunidad de un solo miembro, iniciada por el fabuloso «forastero» Jaime de Angulo, se ha multiplicado hasta doce familias. Tal como van las cosas en esta parte del mundo, la montaña (Partington Ridge) se acerca ya al punto de saturación. La gran diferencia entre el Big Sur que conocí hace once años y el de hoy es la llegada de tantos nuevos niños. Aquí las madres parecen ser tan fecundas como la tierra. La pequeña escuela rural, situada no lejos del Parque Nacional, ya casi ha alcanzado toda su capacidad. Es la clase de escuela que, para gran desgracia de nuestros niños, está desapareciendo rápidamente de la escena americana.

No sabemos lo que puede llegar a pasar dentro de diez años más. Si se descubre por esta zona uranio o algún otro metal decisivo para los belicistas, Big Sur habrá quedado reducido a una leyenda.

Hoy Big Sur ya no es un rincón perdido. El número de visitantes y turistas aumenta de año en año. Ya sólo la Guía de Big Sur de Emil White atrae a enjambres de turistas hasta nuestra puerta. Lo que se inauguró con modestia virginal amenaza con acabar como un filón. Los primeros colonos van muriendo. Si se dividen sus enormes fincas en propiedades pequeñas, Big Sur puede convertirse rápidamente en un suburbio (de Monterrey), con servicio de autobuses, quioscos de barbacoas, estaciones de servicio, cadenas de almacenes y toda la odiosa faramalla que vuelve horrendas las zonas residenciales.

Se trata de una visión tétrica. Podría ser que nos libráramos de los habituales horrores que acompañan las oleadas de progreso. Tal vez llegue el milenio, ¡antes de que nos veamos invadidos!

Me gusta recordar mis primeros días en Partington Ridge, cuando no había electricidad ni cubas de butano ni refrigeración... y el correo sólo llegaba tres veces a la semana. En aquellos días e incluso después, cuando regresé al Ridge, logré ir tirando sin un coche. Desde luego, tenía un carrito (como aquellos con los que juegan los niños), que Emil White me había fabricado. Tirando de él, como un viejo macho cabrío, transportaba pacientemente el correo y los comestibles montaña arriba, una pendiente bastante empinada de unos dos kilómetros y medio. Al llegar a la curva cerca del camino de entrada de los Roosevelt, me quitaba toda la ropa, menos un taparrabos. ¿Quién iba a impedírmelo?

En aquellos días, la mayoría de los visitantes eran jóvenes que estaban a punto de incorporarse a filas o acababan de reintegrarse a la vida civil. (Siguen haciendo lo mismo hoy, aunque la guerra acabó en 1945.) La mayoría de aquellos muchachos eran -o aspiraban a ser- artistas. Algunos se quedaban y subsistían de la forma más estrafalaria; algunos volvían más adelante para intentarlo en serio. Todos ellos estaban embargados por el deseo de escapar de los horrores del presente y dispuestos a vivir como ratas, a condición de que los dejaran en paz. ¡Qué panda más extraña eran, ahora que lo pienso! Judson Crews, de Wako (Texas), uno de los primeros en aparecer, recordaba -por su frondosa barba y forma de hablar- a un profeta moderno. Vivía casi exclusivamente de mantequilla de cacahuete y hojas de mostaza silvestre y no fumaba ni bebía. Norman Mini, que ya había tenido una carrera poco habitual, comenzando, como en el caso de Poe, con su expulsión de West Point, se quedó (junto con su mujer y su hijo) lo suficiente para acabar una primera novela: la mejor primera novela que he leído nunca y aún inédita. Norman era «diferente», en el sentido de que, pese a ser pobre como una rata, no renunciaba a tener una bodega, que albergaba algunos de los mejores vinos (nacionales y extranjeros) imaginables. Otro era Walker Winslow, que entonces estaba escribiendo If a Man Be Mad, que llegó a figurar en la lista de libros más vendidos. Walker escribía a toda velocidad y, al parecer, sin interrupción, en una casucha diminuta junto a la carretera, que Emil White había construido para albergar la constante oleada de rezagados que no cesaban de presentársele y quedarse un día, una semana, un mes o un año.

En total, casi un centenar de pintores, escritores, bailarines, escultores y músicos han llegado y se han marchado desde que yo llegué por primera vez. Al menos una docena tenían verdadero talento y pueden dejar su marca en el mundo. El que era un genio indiscutible y el más espectacular de todos ellos, exceptuado Varda, que pertenece a un período anterior, era Gerhart Muench, de Dresde. Gerhart pertenece a una categoría única. Como pianista es sensacional, por no decir incomparable. También es compositor y, además, un erudito de pies a cabeza. Si no hubiera hecho otra cosa para nosotros que interpretar a Scriabin -e hizo muchísimas cosas más, todas ellas, por desgracia, sin resultado-, los de Big Sur deberíamos estar en deuda eterna con él.

Hablando de artistas, lo curioso es que pocos de los de esa especie duran demasiado aquí. ¿Falta algo? ¿O hay demasiado? ¿Demasiado sol, demasiada niebla, demasiada paz y satisfacción?

Casi todas las colonias de artistas deben su comienzo al anhelo de un artista maduro que sintió la necesidad de romper con su círculo. El lugar elegido solía ser uno ideal, en particular para el descubridor, que había pasado los mejores años de su vida en agujeros y buhardillas sórdidos. Los aspirantes a artistas, para los que el lugar y la atmósfera revisten la mayor importancia, siempre se las arreglan para convertir esos refugios destinados al retiro en colonias bulliciosas y festivas. Está por ver si ocurrirá lo mismo con Big Sur. Por fortuna, hay ciertos factores disuasorios.

Estoy convencido de que el artista inmaduro raras veces prospera en un ambiente idílico. Lo que parece necesitar, aunque yo soy el menos indicado para defenderlo, es más experiencia de primera mano de la vida: dicho de otro modo, más experiencia amarga; en una palabra, más lucha, más privación, más angustia, más desilusión. No siempre puede abrigar la esperanza de encontrar aquí, en Big Sur, esos acicates o estimulantes. Aquí, a no ser que se mantenga en guardia, a no ser que esté dispuesto a luchar con fantasmas, además de con realidades duras, es propenso a adormilarse mental y espiritualmente. Si se establece aquí una colonia de artistas, le ocurrirá lo mismo que a todas las demás. Los artistas nunca prosperan en colonias; las hormigas, sí. Lo que el artista en ciernes necesita es el privilegio de bregar con sus problemas en soledad... y de vez en cuando un bocado de carne roja.

El principal problema para el hombre que procura vivir retirado es el visitante ocioso. Nunca se puede dilucidar si es una maldición o una bendición. Con toda la experiencia que todos estos años me han brindado, sigo sin saber cómo protegerme -o si debo hacerlo- de la intrusión injustificada de esa especie entrometida y curiosa de homo fatuoso dotado de la molesta facultad de presentarse en el momento más importuno. De nada sirve buscar un escondite más recóndito. El admirador que quiere conocerte, que está decidido a conocerte, aunque sólo sea para estrecharte la mano, no vacilará en escalar el Himalaya.

Hace mucho que he observado que en los Estados Unidos vives expuesto a toda clase de visitas. Se espera que vivas así o, si no, te expones a que te consideren un cascarrabias. Sólo en Europa viven los escritores detrás de muros de jardín y puertas cerradas a cal y canto.

Además de todos los problemas que debe afrontar, el artista debe reñir una lucha perpetua para liberarse. Quiero decir: encontrar una escapatoria de la absurda rutina que amenaza diariamente con aniquilar todo incentivo. Más aún que los otros mortales, necesita un ambiente armonioso. Un escritor o un pintor puede trabajar prácticamente en cualquier sitio. El problema es que dondequiera que la vida sea barata, dondequiera que la naturaleza sea atractiva, resulta casi imposible encontrar un medio para lograr el mínimo necesario con el que mantener el cuerpo y el alma. Un hombre de talento debe ganarse la vida aparte o hacer su obra creativa aparte. ¡Difícil disyuntiva!

Si tiene la suerte de encontrar un lugar ideal o una comunidad ideal, de ello no se sigue que su obra vaya a recibir en él el aliento que tanto necesita. Al contrario, probablemente descubra que nadie está interesado en lo que está haciendo. Generalmente, lo mirarán como a alguien extraño o diferente. Y lo será, naturalmente, pues lo que lo hace palpitar es ese misterioso elemento «x», del que sus semejantes parecen prescindir tan perfectamente. Seguro que comerá, hablará y se vestirá de forma excéntrica para sus vecinos, lo que resulta totalmente suficiente para marcarlo como objeto de ridículo, desprecio y aislamiento. Si, al tomar un empleo humilde, demuestra que vale tanto como cualquiera, la situación puede mejorar un poco, pero no por mucho tiempo. Demostrar que «vale tanto como cualquiera» significa poco o nada para quien es un artista. Su «diferencia» es lo que lo hizo artista y, si se presenta la oportunidad, hará de su semejante alguien diferente también. Tarde o temprano, de un modo o de otro, está destinado a caer mal a sus vecinos. A diferencia del hombre común y corriente, será capaz de mandarlo todo a tomar viento, cuando sienta un deseo irresistible de hacerlo. Además, si de verdad es un artista, se verá obligado a hacer sacrificios que las personas mundanas consideran absurdos e innecesarios. Al seguir su luz interior, elegirá inevitablemente la pobreza como compañera de viaje y, si tiene madera de gran artista, puede que...
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Autor

HENRY MILLER ( 26-12-1891 / 07-06-1980 )
Henry Miller es uno de los autores que, quizá sin proponérselo, más ha hecho por el triunfo de la libertad de expresión en la literatura y por la distinción entre los juicios morales y los juicios estéticos. Tras su paso por el City College de Nueva York y después de aceptar los empleos más diversos, en 1930 se estableció en París, donde se dedicó de lleno a la creación literaria y llevó una vida independiente y anticonvencional que lo convirtió en el ejemplo más conocido de bohemia moderna y en un modelo para la beat generation (Burroughs, Kerouac, Ginsberg...) y para autores como Bukowski o Norman Mailer.

Entre su obra narrativa, donde confluyen los elementos autobiográficos, la especulación filosófica, la ternura y la obscenidad, destacan Trópico de Cáncer (1934), Trópico de Capricornio (1939), la trilogía formada por Sexus (1949), Plexus (1953) y Nexus (1960), y, entre otras, Primavera negra, Big Sur y las naranjas de El Bosco, El coloso de Marusi, Días tranquilos en Clichy y Nueva York. Ida y vuelta. Sumo interés tiene también el extenso espistolario que mantuvo con su buen amigo Lawrence Durrell, editado por Ian S. MacNiven.