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Matanoches

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
560 Seiten
Spanisch
NOCTURNAerschienen am15.04.2024
Hace quince años, algo sumió Manhattan en la oscuridad y cambió para siempre la ciudad que nunca duerme. En la superficie, los supervivientes se han adaptado aferrándose a los vestigios de sus vidas cosmopolitas. En los subterráneos..., bueno, uno nunca baja ahí a menos que desee morir. O a menos que sea Rei Reynolds. Durante el día, Rei asiste a un instituto de élite en Nueva York. Por la noche usa sus habilidades especiales para cazar las letales criaturas que acechan en los túneles del metro de Manhattan y en las calles salpicadas de sangre. Las mismas que hace años asesinaron a sus padres. El Torneo es la meta en la carrera de Rei: el ganador se unirá a las fuerzas de élite que patrullan la ciudad. Ganar debería ser pan comido, pero hay un problema: entre sus principales rivales está Kieran Cross, el exasperante ex de Rei, con el que comparte una amarga historia. Y a medida que avanza el Torneo y aumentan tanto los desafíos como las traiciones, todo lo que Rei creía se pone en tela de juicio.

Coco Ma nació en Canadá y se ha pasado toda la vida formándose como concertista de piano. También es una apasionada de la literatura fantástica y escribió su primera con 15 años. Tras graduarse en la Escuela Juilliard y en la Escuela de Música de Yale, ahora continúa sus estudios universitarios en la Universidad de Yale. Matanoches (Nocturna, 2024) es el inicio de una bilogía ambientada en un Nueva York lleno de monstruos, magia y desafíos letales.
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Verfügbare Formate
BuchKartoniert, Paperback
EUR28,58
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR8,99

Produkt

KlappentextHace quince años, algo sumió Manhattan en la oscuridad y cambió para siempre la ciudad que nunca duerme. En la superficie, los supervivientes se han adaptado aferrándose a los vestigios de sus vidas cosmopolitas. En los subterráneos..., bueno, uno nunca baja ahí a menos que desee morir. O a menos que sea Rei Reynolds. Durante el día, Rei asiste a un instituto de élite en Nueva York. Por la noche usa sus habilidades especiales para cazar las letales criaturas que acechan en los túneles del metro de Manhattan y en las calles salpicadas de sangre. Las mismas que hace años asesinaron a sus padres. El Torneo es la meta en la carrera de Rei: el ganador se unirá a las fuerzas de élite que patrullan la ciudad. Ganar debería ser pan comido, pero hay un problema: entre sus principales rivales está Kieran Cross, el exasperante ex de Rei, con el que comparte una amarga historia. Y a medida que avanza el Torneo y aumentan tanto los desafíos como las traiciones, todo lo que Rei creía se pone en tela de juicio.

Coco Ma nació en Canadá y se ha pasado toda la vida formándose como concertista de piano. También es una apasionada de la literatura fantástica y escribió su primera con 15 años. Tras graduarse en la Escuela Juilliard y en la Escuela de Música de Yale, ahora continúa sus estudios universitarios en la Universidad de Yale. Matanoches (Nocturna, 2024) es el inicio de una bilogía ambientada en un Nueva York lleno de monstruos, magia y desafíos letales.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788419680600
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2024
Erscheinungsdatum15.04.2024
Seiten560 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse4069 Kbytes
Artikel-Nr.17483257
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


CAPÍTULO UNO

Últimamente, el único rato que tengo para matar monstruos es después de clase.

También es el único rato en el que puedo hacerlo sin que nadie se dé cuenta. Y así es como he acabado aquí, despatarrada en medio de las vías del metro, desangrándome en la oscuridad sin esperanza de obtener refuerzos.

Todavía veo por el rabillo del ojo los restos de la tarta de frutas que me he traído para hacer caer en la trampa al mortícola, el precioso glaseado blanco y las fresas con gelatina esparcidos a lo largo de los raíles mugrientos como una calavera aplastada.

Intento permanecer inmóvil por completo mientras el mortícola me olfatea. Apesta a aguas residuales, azufre y orina. El ruido de su trabajosa respiración se intensifica cada vez más hasta que me roza la oreja con unos labios húmedos y jadeantes. Tengo que hacer acopio de hasta mi último resquicio de control para no encogerme de miedo ante esas interminables hileras de dientes.

Desde que éramos pequeños, no han parado de grabarnos a fuego en el cerebro las reglas relacionadas con los mortícolas.

La primera: Cuando empiezan a sonar las campanas del toque de queda, es hora de que todo el mundo vuelva a casa.

La segunda: No comas dulces bajo tierra.

Y por último: Nunca te dejes atrapar.

Así de simple. Tres reglas de supervivencia que cualquier párvulo podría recitarte. Tres reglas que yo podría haber seguido. Tal vez hoy sea el día en el que por fin aprenda la lección.

Aprieto aún con más fuerza la pistola que tengo en el puño mientras espero mi oportunidad. Solo me queda una bala de nitro-novae. No puedo desperdiciarla.

No puedo ni imaginarme lo furiosa que se pondrá Maura si sobrevivo para contarle esta historia. La voz de mi hermana mayor me retumba en la cabeza: «Por la Dama de la Libertad, ¿cómo es posible que siempre andes metida en estos líos, mèi mei?».

Todo ha empezado esta tarde. Embuto mi libro de texto de Anatomía inhumana IV en la taquilla y, por el contrario, saco mi monopatín y mi pistola. Justo cuando suena el timbre, me guardo el arma en el bolsillo interior del pecho de la americana y los alumnos inundan los pasillos del Prep del Distrito Financiero.

Consigo llegar a los ascensores antes de que se llenen, aunque por los pelos. Se me taponan los oídos mientras descendemos.

21... 20... 19...

En la planta baja, las puertas de oro bruñido se abren con un ¡ping! al vestíbulo del instituto, donde hay un fornido guardia de seguridad sentado tras el mostrador. «Que tengas un anochecer seguro», nos va deseando a todos mientras salimos a la carrera.

Montada en la tabla, serpenteo entre el tráfico de la hora punta de Rector Street, zigzagueo con imprudencia entre taxis de color amarillo chillón y autobuses atestados de gente. Las ventanillas de los vehículos reflejan el cielo encapotado, de un gris pálido con volutas de nubes y esmog. Hordas de ciclistas obstruyen los huecos que quedan entre los carriles, unos espacios que apenas igualan la anchura de los manillares. Con el metro cerrado, la guerra perpetua por las plazas de aparcamiento y el atasco constante, la mayoría de la gente preferiría la muerte por espejo retrovisor sin dudarlo.

Llego hasta la tienda de una pieza. La dueña de la panadería del barrio merodea junto a la entrada, supervisando con la mirada cansada y sombría a un equipo de construcción que le está instalando ante el escaparate una nueva verja de acero bordeada de pinchos. La anterior yace tirada a un lado, tan abollada y agujereada con marcas de dientes que serviría más para que la expusieran en el MoMA que para defender con éxito un escaparate. Me agacho para poder entrar en la tienda y aspiro el maravilloso aroma de las tartas y las pastas recién horneadas. Si fuera menos irresistible, quizá no hubieran tenido que sustituir la verja del escaparate.

-Creía que no llegabas -me dice la señora del mostrador al entregarme por encima de este una caja blanca y grande atada con una cinta. Soy la única clienta que queda-. Estábamos a punto de quemarla.

Ni siquiera me da tiempo a responder antes de que un ¡TAN! ¡TAN! ¡TAAAN! disonante reviente el aire.

Algo cambia. Como un escalofrío helado y repentino que recorre las calles, todo el mundo se pone en movimiento. La cajera me pone en la mano un cruasán sobrante y me acompaña hasta la acera, donde el equipo de construcción aprieta con rapidez el último tornillo, mete sus bártulos en una furgoneta gris y se marcha haciendo chirriar las ruedas. A mi alrededor, la ciudad se atrinchera, las puertas se cierran con llave, las persianas se bajan, las ventanas se oscurecen.

Yo también tendría que volver corriendo a mi residencia. A un lugar seguro.

Pero tengo un asunto pendiente.

Cojo velocidad con el monopatín y vuelvo a Rector Street con la caja entre los brazos. Al doblar la esquina, estoy a punto de darme de bruces contra un par de vigilantes. Uno de ellos me grita:

-¡Quieta ahí!

De mala gana, derrapo y me detengo.

Llevan un uniforme idéntico, verde oscuro. El más alto de los dos empuja una carretilla con ruedas y el otro blande una pala ante mi cara. Una bocanada del olor abrumadoramente penetrante a granos de café que emana de la carretilla me obliga a fruncir la nariz.

-¿Dónde crees que vas? -pregunta en tono exigente el de la pala-. ¿No oyes las campanas?

Abro los ojos como platos, como si acabara de percatarme de los tañidos de advertencia que retumban por todo Manhattan.

-Ay, madre mía, lo siento mucho. Es que me he dejado el libro de texto en la taquilla...

-Tendrás que esperarte a mañana para recuperarlo. No puedes andar dando vueltas por ahí cuando está a punto de empezar el toque de queda.

-Tienen razón, pero es que necesito ese libro, tengo el examen final la semana que viene...

-Un momento.

Ambos entornan los ojos y miran justo hacia donde llevo escondida la pistola, a la altura del pecho.

Se me acelera el corazón. Creía que la había escondido bien, pero...

-¿Vas a un instituto de la Prep League?

Me invade una oleada de alivio. Debían de estar mirando el escudo que llevamos bordado en el bolsillo de la americana. Señalo con el pulgar una puerta de la misma calle.

-Sí, al Prep del Distrito Financiero. Justo ahí.

-¿Te estás formando para entrar en el Sindicato?

Me yergo.

-Sí, señor.

El vigilante asiente, un gesto de aprobación y, también, de cierta envidia.

-Sigue así. Bien sabe Dios que necesitamos que seáis cuantos más mejor en el cuerpo.

-Espero que te veamos competir en el Torneo, ¿eh? -bromea el de la pala al mismo tiempo que le da un codazo divertido a su compañero.

-Pues ahora que lo dice... -comienzo.

Un gemido atormentado brota de la rejilla de la alcantarilla que tienen detrás. Los vigilantes se dan la vuelta al instante, con las porras desenvainadas, y palidecen. A pesar del escalofrío que me recorre la columna vertebral, me limito a poner los ojos en blanco y aprovecho la oportunidad para escabullirme.

Salvo por los vigilantes, las aceras están completamente desiertas. Desprovistas de vida. No se oye el estruendo del tráfico subiendo por Battery Place. Ya no hay coches reptando por Greenwich Street. Los semáforos pasan del verde al amarillo y al rojo sin dirigir nada ni a nadie, pero ellos tampoco tardarán en apagarse.

Rector Station no es más que una reliquia. Las farolas, la barandilla verde oscuro, incluso los carteles de la estación son meros vestigios de un pasado que solo conocen las personas que siguen recordando esta ciudad como lo que una vez fue, las personas como yo. Y quienes luchan por recuperarla. Por poner fin a las noches dominadas por el terror y a las calles manchadas de escarlata.

Como el Sindicato.

Una agresiva barricada salpicada de grafitis me recibe en lo alto de la escalera. Paso por debajo de ella sin vacilar y me encamino hacia la puerta de acero que separa el subsuelo de la civilización.

¡PELIGRO! ¡MUERTE SEGURA!

¡PROHIBIDO EL PASO!

Aun sin esas letras negras y gruesas gritándote en la cara, nadie en su sano juicio intentaría franquearla. Sin ánimo de ofender, si un mortícola no es capaz de atravesarlas, tú tampoco.

Abro el teclado y marco una serie de doce dígitos. Se enciende una luz roja y parpadeante. Frunzo el ceño y lo intento otra vez.

No hay suerte.

Desde arriba, me llegan el traqueteo de las ruedas sobre el hormigón y las voces de los dos mismos vigilantes. Vuelvo a marcar el código, pero sigue sin funcionar.

-Tienes que estar de coña -siseo.

Se acercan cada vez más. Si me pillan...

Desesperada, marco un código totalmente distinto. «Venga, venga, por favor, funciona...».

El teclado emite una luz verde y la puerta se abre. Me precipito hacia delante. En cuanto las hojas de acero se cierran a mi espalda, me desplomo junto a ellas, respirando con dificultad. Algo aporrea el otro lado de la puerta. Oigo que el vigilante hunde la pala en la carretilla y empieza a arrojar escaleras abajo paletadas del repelente de mortícolas que menos me gusta, como si llenara una tumba.

Me obligo a ponerme en pie. Las luces del techo chisporrotean y proyectan un blanco enfermizo sobre los azulejos esmaltados. CENTRO CIUDAD. FERRY SUR....
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Coco Ma nació en Canadá y se ha pasado toda la vida formándose como concertista de piano. También es una apasionada de la literatura fantástica y escribió su primera con 15 años. Tras graduarse en la Escuela Juilliard y en la Escuela de Música de Yale, ahora continúa sus estudios universitarios en la Universidad de Yale. Matanoches (Nocturna, 2024) es el inicio de una bilogía ambientada en un Nueva York lleno de monstruos, magia y desafíos letales.