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Kitty Peck y los asesinos del Music Hall

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
310 Seiten
Spanisch
Siruelaerschienen am09.04.20141. Auflage
«Ocasionalmente un nuevo escritor irrumpe en la escena con una fuerza explosiva... Tenemos un gran talento en nuestras manos.» Crime Review Londres, 1880: la temida Lady Ginger reina en el distrito portuario de Limehouse. Controla con implacable eficiencia su territorio, al que todos conocen como El Paraíso, curioso nombre para describir las calles más sórdidas y peligrosas de los bajos fondos londinenses. Sin embargo, Lady Ginger ve peligrar una de sus más lucrativas fuentes de ingresos: alguien está haciendo desaparecer las joyas más preciadas de sus music halls, a sus bailarinas, y ese alguien debe ser hallado y obligado a pagar por ello. Kitty Peck, la joven, audaz e inteligente ayudante de costurera de los cabarés, se ve obligada a convertirse en cebo para encontrar a los asesinos del Music Hall.

Kate Griffin nació en Londres y ha estudiado Literatura Inglesa y Periodismo. Ha trabajado como asistente de un anticuario y como periodista en prensa local durante más de una década. Su familia materna es originaria del mismo Limehouse escenario de las aventuras de Kitty Peck, se inspiró en las historias de la vida en el puerto que le contaba su abuela. Actualmente vive en Saint Albans, al norte de Londres, y colabora con la Sociedad para la Protección de los Edificios Antiguos, una de las instituciones patrimoniales más prestigiosas de Inglaterra.
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR28,58
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR3,99

Produkt

Klappentext«Ocasionalmente un nuevo escritor irrumpe en la escena con una fuerza explosiva... Tenemos un gran talento en nuestras manos.» Crime Review Londres, 1880: la temida Lady Ginger reina en el distrito portuario de Limehouse. Controla con implacable eficiencia su territorio, al que todos conocen como El Paraíso, curioso nombre para describir las calles más sórdidas y peligrosas de los bajos fondos londinenses. Sin embargo, Lady Ginger ve peligrar una de sus más lucrativas fuentes de ingresos: alguien está haciendo desaparecer las joyas más preciadas de sus music halls, a sus bailarinas, y ese alguien debe ser hallado y obligado a pagar por ello. Kitty Peck, la joven, audaz e inteligente ayudante de costurera de los cabarés, se ve obligada a convertirse en cebo para encontrar a los asesinos del Music Hall.

Kate Griffin nació en Londres y ha estudiado Literatura Inglesa y Periodismo. Ha trabajado como asistente de un anticuario y como periodista en prensa local durante más de una década. Su familia materna es originaria del mismo Limehouse escenario de las aventuras de Kitty Peck, se inspiró en las historias de la vida en el puerto que le contaba su abuela. Actualmente vive en Saint Albans, al norte de Londres, y colabora con la Sociedad para la Protección de los Edificios Antiguos, una de las instituciones patrimoniales más prestigiosas de Inglaterra.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788416120550
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2014
Erscheinungsdatum09.04.2014
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.276
Seiten310 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1292 Kbytes
Artikel-Nr.2993999
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe

Capítulo uno

Lady Ginger tenía los dedos negros. Desde las descascarilladas puntas de las largas y curvadas uñas hasta la piel arrugada, apenas visible, bajo el tintineante batiburrillo de anillos, tenía las manos manchadas como las de un carbonero.

Y no es que se ensuciara los dedos con algo tan doméstico como un cubo de carbón, que quede claro. Oh, no: Lady Ginger era demasiado regia para eso.

Volvió a llevarse la pipa a los labios y la chupó ruidosamente mientras me observaba con los ojos entreabiertos.

La habitación era oscura y el olor a la caja de maquillajes especiales que la señora Conway utilizaba en The Gaudy impregnaba el aire.

A decir verdad, siempre que limpio el tocador de la señora Conway después de una función siento un poco de náuseas. Esa colonia «de la suerte» que se pone apesta como una zorra en un confesionario. Es lo que dice Lucca, y él es de Italia, que es de donde vienen los romanos, así que seguro que no se equivoca.

En fin, que me quedé allí, manoseando los puños deshilachados de mi mejor vestido mientras esperaba a que Lady Ginger dijera algo.

Un instante después, inspiró hondo, se quitó la pipa de la boca, cerró los ojos y se reclinó sobre el montón de cojines bordados que hacían las veces de mobiliario. Las pulseras de sus delgados brazos amarillos tintinearon cuando se arrellanó en el nido de seda.

No supe qué hacer. Miré al hombre que hacía guardia delante de la puerta, pero él no se movió. Se limitó simplemente a seguir mirando fijamente la jaula de pájaros que colgaba junto a la ventana de postigos cerrados.

Di un par de pasos adelante y me aclaré la garganta. Si la anciana se había quedado dormida, quizá podría despertarla.

Nada.

Ahora que estaba un poco más cerca pude ver con claridad sus labios negruzcos: las finas arrugas que rodeaban la diminuta boca también eran negras. Parecía que se hubiera tragado una araña y que estuviera intentando vomitarla.

El opio es terrible. Mamá siempre decía que era el humo que salía de las fosas nasales del demonio y que podía estrangularte con más facilidad que la horca. Aunque Joe nunca le hizo caso.

Tosí sonoramente, y ni aun así la anciana señora se movió. Empezaba a pensar que quizá estaba muerta cuando de pronto habló la cotorra:

-Hermosa muchacha, hermosa muchacha...

Los ojos de Lady Ginger se abrieron de repente y me sonrió de oreja a oreja con esa boca húmeda y oscura. Por lo que pude ver, no tenía un solo diente.

-Pocas veces te equivocas, Jacobin. Cierto, es una preciosidad.

Me quedé perpleja.

La voz de Lady Ginger era cien años más joven que el resto de ella: aguda y aflautada como la de una niña. Y también refinada... muy educada. Hasta entonces yo jamás la había tenido tan cerca como para poder oírla. Cuando baja de visita a los muelles en compañía de sus marineros persas, siempre hay demasiados empujones y gritos para poder oír lo que les dice, y, de todos modos, desde que Joey se fue siempre me he mantenido a distancia. Cuando Lady Ginger viene al Gaudy -cosa que no ocurre a menudo, todo sea dicho-, dispone de su palco especial con cortinas junto al escenario, con su propia escalera y su propia puerta que comunica directamente con el callejón lateral, de ahí que nunca la veamos llegar ni marcharse, ni tampoco veamos nunca quién la acompaña. En el Paraíso lo mejor es no hacer demasiadas preguntas.

-¿Así que tú eres Kitty Peck?

Lady Ginger se removió sobre su montón de cojines y se incorporó hasta quedar sentada. El holgado vestido que llevaba saturó su cuerpo enjuto cuando recolocó las piernas y las cruzó.

Iba descalza y vi que llevaba anillos hasta en los nudosos dedos de los pies.

Cogió su larga pipa y una vez más empezó a chupar sin apartar en ningún momento la mirada de mí.

Luego habló con esa peculiar vocecilla.

-Tuve trato con tu hermano Joseph, ¿no es así? Rubio como tú, y sin duda apuesto. Me pregunto qué habrá sido de él.

No respondí. Las dos sabíamos lo que había sido de Joey, aunque su cuerpo jamás hubiera aparecido en la orilla.

-¿Se te ha comido la lengua el gato, Kitty Peck? -Entrecerró los ojos y sonrió. Luego cogió una caja de material de escritura de ébano que tenía junto al montón de cojines, y oí el repiqueteo y el tintineo de las pulseras cuando la levantó hasta ponérsela en el regazo. Abrió la tapa de modo que yo no pudiera ver lo que contenía y empezó a hurgar dentro.

-Bueno, mentiría si dijera que te culpo por no querer hablar de él. Un mal asunto, eso es lo que fue.

Sentí que el estómago me daba un vuelco y tuve que poner todo mi empeño para no decir algo que sin duda lamentaría.

-Hace dos años que Joey... se marchó, y le echo de menos todos los días.

-¿Es eso cierto? ¿De modo que echas de menos a un asesino? Qué hermana más leal, Kitty Peck.

¿Asesino?

Joey había trabajado a las órdenes de la Señora, cierto -y todos en el Paraíso sabían lo que eso significaba-, pero no era un asesino. Ni siquiera era capaz de sacrificar a un agonizante pajarillo rescatado de las fauces de un gato. Eso me lo habría dejado a mí.

Abrí la boca, pero nada salió de ella.

Lady Ginger amplió aún más su sonrisa y sus ojos brillaron en la suave luz de las velas.

Por fin pude verla más claramente. Jamás había estado tan cerca de una mujer que tenía aterrorizado a medio Londres, y allí de pie, delante de ella, entendí, conmocionada, que era una farsante.

Hasta entonces había creído que era china. Sin embargo, esa trenza, esas uñas, la ropa, las joyas. no eran más que un disfraz. Lady Ginger era tan inglesa como yo.

-En cualquier caso, la lealtad es una cualidad que valoro -prosiguió, sacando de las profundidades de la caja de escritura una funda de cuero verde no más grande que una caja de cerillas. Levantó la tapa de piel de zapa con una de sus largas uñas negras y agitó tres diminutos dados rojos en la palma de su mano-. ¿Sabes lo que son, señorita Peck?

Negué con la cabeza.

-Son el futuro. -Alzó la palma abierta de su mano para que pudiera ver los dados más claramente. En cuanto los vi entendí que no eran como los dados que usaban los hombres para jugar entre bambalinas en The Gaudy. En vez de los puntos habituales, las caras de los dados estaban cubiertas de dibujos dorados.

Lady Ginger cerró los dedos y agitó el puño. Oí el tintineo de los dados al entrechocar contra sus anillos.

Acto seguido escupió tres veces sobre el suelo de tarima, junto a los cojines, y soltó los dados en el triángulo formado por los goterones de saliva negra.

Clavó durante un instante la vista en el suelo y empezó a reírse entre dientes.

-Ven, acércate, Kitty Peck, y dime lo que ves.

Obviamente, la Señora no es una mujer a la que deba hacerse enfadar. Aunque ardía en deseos de salir de esa hedionda habitación, bajar corriendo la escalera de caracol y alejarme tanto como me fuera posible del Palacio de Lady Ginger, no quería encolerizarla, de modo que me agaché y miré los dados: los tres mostraban la misma imagen.

Cuando hice el gesto de ir a coger el que tenía más cerca, ella se abalanzó sobre mí, rápida como el destello de una candileja, agarrándome la muñeca con una de sus uñas enroscadas.

-Nadie toca los dados salvo yo. Aun así, dejaré que los leas. ¿Qué ves?

Me froté la muñeca y me aclaré la garganta.

-Nada, Señora. Al menos, no veo ningún número.

Miré con renovada atención la dorada silueta giratoria que aparecía repetida en la cara superior de los tres cubos rojos y entendí entonces que la imagen contenía una cabeza y algo que parecían alas.

-¿Podría ser un dragón? -me aventuré a decir.

Lady Ginger recogió los dados y volvió a meterlos en la funda verde. Luego me miró muy fijo.

-Prometes, señorita Peck. Son muy pocos los que pueden leer el I Ching por mera intuición. Parece que he elegido bien. Y los dados así lo han confirmado..., aunque tres dragones advierten de la existencia de un elemento de riesgo.

Cogió la pipa y volvió a chupar ruidosamente hasta que el pequeño cuenco labrado que tenía en la punta empezó a resplandecer y un fino penacho de humo repugnantemente dulce se elevó en el aire. Durante todo ese rato, no dejó de mirarme y me acordé de cuando el señor Fitzpatrick examina a una nueva muchacha para el coro del Gaudy.

De hecho, resultó que no iba muy desencaminada.

-¿Cuántos años tienes, Kitty Peck?

-Diecisiete, casi dieciocho.

-¿Y para hacer qué exactamente te pago en The Gaudy?

-Trabajo entre bambalinas, Señora. Limpio, ayudo con el vestuario y atiendo a los actores, sobre todo a la señora Conway, entre actos.

Al oír eso, a Lady Ginger pareció atragantársele la pipa, aunque enseguida entendí que se reía.

-La vieja Lally sigue dando guerra, ¿eh? Tengo que comentarlo con Fitzpatrick. Es hora de retirarla. No pienso pagar por carne vieja, y ya nadie va a hacerlo tampoco.

Me removí, incómoda. Todos sabíamos que la señora Conway y el señor Fitzpatrick tenían un trato especial y desde luego yo no tenía el menor deseo de ser motivo de ningún problema en ese sentido.

-La señora...
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Kate Griffin nació en Londres y ha estudiado Literatura Inglesa y Periodismo. Ha trabajado como asistente de un anticuario y como periodista en prensa local durante más de una década. Su familia materna es originaria del mismo Limehouse escenario de las aventuras de Kitty Peck, se inspiró en las historias de la vida en el puerto que le contaba su abuela. Actualmente vive en Saint Albans, al norte de Londres, y colabora con la Sociedad para la Protección de los Edificios Antiguos, una de las instituciones patrimoniales más prestigiosas de Inglaterra.
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Palomas, Alejandro
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