Hugendubel.info - Die B2B Online-Buchhandlung 

Merkliste
Die Merkliste ist leer.
Bitte warten - die Druckansicht der Seite wird vorbereitet.
Der Druckdialog öffnet sich, sobald die Seite vollständig geladen wurde.
Sollte die Druckvorschau unvollständig sein, bitte schliessen und "Erneut drucken" wählen.

Nueve vidas

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
274 Seiten
Spanisch
Siruelaerschienen am21.02.20241. Auflage
«Tras la asombrosa Ocho asesinatos perfectos, Swanson vuelve a dar en el clavo con este genial homenaje a la novela negra de la vieja escuela».Booklist Nueve desconocidos reciben por correo una lista de nombres entre los que figura el suyo. Solo eso, solo una lista en una hoja de papel. Ninguno de los nueve conoce o ha conocido a los demás, así que no le prestan la menor atención, atribuyéndolo a una broma, a un error o a una simple coincidencia. Hasta que empiezan a ocurrirles cosas: primero, un anciano muere ahogado en una playa de la pequeña localidad de Kennewick, Maine; después, un padre recibe un disparo en la espalda mientras corre por su tranquilo vecindario en los suburbios de Massachusetts... Enseguida empieza a perfilarse un patrón aterrador. ¿Qué tienen en común estas nueve personas? Aparentemente, nada. Sus profesiones van desde enfermero de oncología hasta aspirante a actor, y se encuentran diseminadas por todo el país. ¿Por qué están amenazadas entonces? ¿Y por quién? La agente del FBI Jessica Winslow, que aparece también en la lista, está decidida a averiguarlo. Mientras tanto, nadie puede dejar de preguntarse cuál será el próximo nombre en ser tachado.

Peter Swanson (Concord, Estados Unidos, 1968) se licenció en el Trinity College, en la Universidad de Massachusetts y en el Emerson College. Es autor de siete novelas -traducidas a más de una treintena de idiomas- y sus relatos, poemas y artículos han aparecido en medios como The Atlantic Monthly, The Strand Magazine o The Guardian.
mehr

Produkt

Klappentext«Tras la asombrosa Ocho asesinatos perfectos, Swanson vuelve a dar en el clavo con este genial homenaje a la novela negra de la vieja escuela».Booklist Nueve desconocidos reciben por correo una lista de nombres entre los que figura el suyo. Solo eso, solo una lista en una hoja de papel. Ninguno de los nueve conoce o ha conocido a los demás, así que no le prestan la menor atención, atribuyéndolo a una broma, a un error o a una simple coincidencia. Hasta que empiezan a ocurrirles cosas: primero, un anciano muere ahogado en una playa de la pequeña localidad de Kennewick, Maine; después, un padre recibe un disparo en la espalda mientras corre por su tranquilo vecindario en los suburbios de Massachusetts... Enseguida empieza a perfilarse un patrón aterrador. ¿Qué tienen en común estas nueve personas? Aparentemente, nada. Sus profesiones van desde enfermero de oncología hasta aspirante a actor, y se encuentran diseminadas por todo el país. ¿Por qué están amenazadas entonces? ¿Y por quién? La agente del FBI Jessica Winslow, que aparece también en la lista, está decidida a averiguarlo. Mientras tanto, nadie puede dejar de preguntarse cuál será el próximo nombre en ser tachado.

Peter Swanson (Concord, Estados Unidos, 1968) se licenció en el Trinity College, en la Universidad de Massachusetts y en el Emerson College. Es autor de siete novelas -traducidas a más de una treintena de idiomas- y sus relatos, poemas y artículos han aparecido en medios como The Atlantic Monthly, The Strand Magazine o The Guardian.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788410183032
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2024
Erscheinungsdatum21.02.2024
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.531
Seiten274 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1155 Kbytes
Artikel-Nr.13945694
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


1

Viernes, 16 de septiembre, 08:45

El detective Sam Hamilton se encontraba a un par de metros del cadáver tratando de memorizar hasta el último detalle de la escena del crimen. La víctima estaba tendida boca abajo, con una pierna ligeramente levantada como si durmiera. Tenía la cara hundida en la arena mojada y lo único que se veía de la cabeza era el pelo gris y la nuca bronceada.

-¿Seguro que es Frank Hopkins?

De pie junto a Hamilton estaba Lisa Banks, una agente de policía de Kennewick.

-Eso piensa Jim, y yo también. Es su ropa, ¿no? Creo que no hace falta verle la cara.

Frank Hopkins era el dueño del Windward Resort, heredó el negocio de sus padres y era un habitual de su propio bar. En Kennewick lo conocía todo el mundo.

-Sí, yo también creo que es él.

Había cuatro agentes más de la Policía local cerca de la escena, pero solo se había acercado al cuerpo Jim Robichaud, que fue el primero en llegar. Habían dado aviso a la Estatal de Maine y los de la Científica estaban de camino.

-¿Qué tiene ahí? -preguntó Lisa.

Sam miró lo que le señalaba. Frank llevaba en la mano izquierda una hoja arrugada de papel blanco, un sobre quizá.

-Esto me preguntaba yo también -dijo Sam.

-¿Lo miramos?

-Mejor no. No nos serviría de nada y podría ser una prueba.

-¿Una prueba de qué? ¿Crees que lo han matado?

-Diría que le hundieron la cabeza en la arena.

-¿No opinas que se desplomó de un infarto y la marea se encargó del resto? Sé que no eres de por aquí, pero habrás estado en esta playa, ¿verdad? Si te acercas a la línea del agua, la arena te arrastra los pies.

-Claro, tienes razón. Simplemente da la sensación de que aquí ha ocurrido algo más.

En cuanto lo dijo, Sam tuvo que preguntarse si no estaría imaginando un crimen donde no lo había. Frank Hopkins no era joven. Ni estaría saludable, a juzgar por el tiempo que pasaba bebiendo en su propio bar. La explicación más probable para lo sucedido era que salió a dar un paseo y el corazón se le paró sin más. Sam sabía que tenía la inclinación a ver delitos que no existían y puede que lo estuviera haciendo de nuevo.

Con un gesto de indiferencia, Lisa se giró hacia Micmac Road. Le pareció oír un coche y, en efecto, así era: tres todoterrenos de color azul metalizado se acercaban por la carretera. En dirección contraria venía también una furgoneta de las noticias locales.

-Ya están aquí -dijo con sonsonete, y Sam se rio porque estaba imitando a la niña de Poltergeist. Echó a andar con determinación hacia los agentes.

Sam no supo qué habían encontrado en la mano de Frank hasta mucho después, ya de vuelta en comisaría: un sobre desgarrado que estaba dirigido al propio Frank. También encontraron un pedazo de papel; si bien estaba empapado, seguía siendo legible y cabía suponer que era el contenido del sobre. En la hoja había una lista de nueve nombres, el de Frank entre ellos. Llevaron la carta a las oficinas de la Estatal sin tardar, pero le enseñaron a Sam una fotografía y leyó los nombres dos veces seguidas. No le sonaba ninguno. También vio una fotografía del anverso del sobre. Ni sello ni matasellos, nada más que una etiqueta con la dirección. Era desconcertante, un misterio en toda regla. Aunque ya lo era sin el sobre. Según el informe preliminar del forense, nada oficial, unos hematomas en la nuca de Frank Hopkins sugerían que le habían hundido la cara en el agua hasta que se ahogó. ¿Quién querría matar a Frank Hopkins en su paseo matutino? ¿Un atracador? ¿Una amante despechada? Las dos opciones resultaban bastante inverosímiles.

Hacía ya quince años que Sam era detective de policía en Kennewick y conocía bien a Hopkins. Fue uno de los primeros residentes con los que tuvo contacto allá por 1999 cuando se mudó a Maine desde Houma, en Luisiana. La entrevista para conseguir el puesto fue en un soleado fin de semana de octubre. Solo cinco semanas después, cuando llegó a Kennewick a principios de diciembre, lo encontró sepultado bajo una mugrienta capa de nieve helada. Sus nuevos colegas le dijeron que era algo pronto para que el sur de Maine pareciera Siberia, pero acababa de emboscarlos un madrugador sistema del noreste seguido de una larga ola de frío. Hubo muchas bromas del tipo «bienvenido al paraíso» y «espero que hayas traído los calzoncillos largos», pero en secreto Sam estaba encantado de que Nueva Inglaterra lo recibiera con aquella belleza nevada. Había pasado sus primeros treinta y cinco años de vida en Luisiana o en Jamaica, de donde era su familia, y en ninguno de esos lugares se sintió en casa. Por algo inexplicable, siempre quiso vivir en otro sitio. Y creyó dar con él en los edificios desvencijados de Kennewick, en su cielo plomizo.

Su primer acto oficial como único detective de policía de Kennewick fue una visita al Windward Resort para investigar un presunto robo. Lo recibió Frank Hopkins, un hombre con el acento de Maine tan marcado que al oído poco acostumbrado de Sam le pareció impostado. Habían vaciado la caja del bar del Windward; no habría más de un par de cientos de dólares, le dijo Frank, que sospechaba del friegaplatos Ben Gagnon, a quien acababa de despedir. Ben era un chico del pueblo y lo había echado por coger demasiadas bajas.

-Lo despedí ayer -le dijo Frank-, pero Barbara, la mujer de la limpieza, lo ha visto esta mañana y el chico le dijo que había venido a por el finiquito. Verá, eso no es cierto. Enviamos por correo todos los cheques. Luego Barbara, otra Barbara, la que atiende la barra, dijo que habían desaparecido todos los billetes de la caja.

-¿El cajón estaba cerrado?

-Sí..., bueno. Aunque la llave está colgada bajo la barra, así que no haría falta ser un genio para cometer este delito. Escuche, soy amigo de la madre de Ben y, a decir verdad, no sé si quiero presentar denuncia. Lo que no quiero es que piense que se salió con la suya una vez porque podría intentarlo más. ¿Entiende lo que le digo?

-Sí -dijo Sam-. ¿Sabe dónde podría estar Ben?

-Andará por el Cooley´s, el bar que hay en la otra punta de la playa. Estará poniéndome a caldo mientras despilfarra mi dinero.

Sam se hizo con una buena descripción de Ben Gagnon, acudió al Cooley´s y llevó al chico a comisaría para interrogarlo; lo confesó todo entre sollozos. Frank no presentó denuncia y Ben devolvió el dinero. Había sido el primer caso de Sam en Kennewick y por eso lo recordaría. Desde entonces, además, iba al Windward a tomar un whisky con soda los viernes por la noche. Y a lo largo de todos esos años acudía también de vez en cuando al Cooley´s a tomar una cerveza, a pesar de ser el único sitio de su nueva ciudad donde fueron racistas con él (o precisamente por eso): pasó en su primer invierno en Kennewick y fue un promotor inmobiliario de Wells, el pueblo de al lado, que iba pasado de copas.

-¿No te han dicho que te has equivocado de color para venir a Maine?

-¿Cómo te llamas, hijo? -respondió Sam deslizando algo de su acento jamaicano en la pregunta.

-No estoy obligado a responder.

-Desde luego que no. No se me olvidará tu cara y un día de estos te detendré, seguro que por ir borracho y con ganas de jarana. Cuando eso suceda, te alegrará saber que sí olvidé lo que acabas de decir.

El hombre puso cara de no entenderlo. La misma que puso un par de años después cuando se emborrachó (esa vez en el hotel Kennewick Harbor) y Sam lo detuvo por tratar de tocarle el pecho a la universitaria que trabajaba al otro lado de la barra de teca. Fiel a su palabra, el detective Sam Hamilton se comportó como si nunca se hubiera cruzado con el promotor Harvey Beach. Esa fue la única vez que le dijeron algo racista en Maine. De hecho, casi todo el mundo había sido agradable, a pesar de la fama de antipáticos que tienen los de Nueva Inglaterra. Eso incluía a Frank Hopkins, el sempiterno propietario del Windward que acababa de morir asesinado en su paseo de cada mañana.

Sam hizo memoria, se jugaría lo que fuera a que Frank estaba casado cuando lo conoció. Una mujer de pelo moreno que trabajaba en la oficina de correos. ¿No se llamaba Sheila? Se marchó de la ciudad para mudarse a Florida y no invitó a Frank a acompañarla. De eso hacía ya años y él se había convertido en un solterón de estrictas costumbres: el paseo por la playa todas las mañanas sin fallar una, a no ser que hiciera demasiado viento, media jornada de trabajo en la ingente tarea de mantener el Windward Resort abierto y con beneficios, y una larga velada en el salón del Windward bebiendo con parsimonia una Bud Light tras otra. Por lo que Sam sabía, en ese horario no había espacio para relaciones amorosas. Lo que era más, tampoco lo había para enemistades. Frank era un jefe desenfadado y de trato fácil con todo el mundo. Por eso, lo que le había sucedido en la playa no encajaba; a falta de una palabra mejor, era «equivocado». De no ser por la carta, habría pensado que a Frank lo asesinaron por accidente, por un atraco que salió mal o, quién sabe, a manos de alguien que solo quería experimentar lo que se siente al hundirle la cara a un hombre en la arena hasta que muera. Pero ¿qué era esa carta? ¿Qué significaba aquella lista?

Sam buscó los demás nombres en internet para ver si alguno había aparecido en algún caso de asesinato, pero no había...

mehr

Autor

Peter Swanson (Concord, Estados Unidos, 1968) se licenció en el Trinity College, en la Universidad de Massachusetts y en el Emerson College. Es autor de siete novelas -traducidas a más de una treintena de idiomas- y sus relatos, poemas y artículos han aparecido en medios como The Atlantic Monthly, The Strand Magazine o The Guardian.