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La otra piel

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
416 Seiten
Spanisch
Siruelaerschienen am15.10.20141. Auflage
La Unidad de Delitos Graves y Crimen Organizado está muy ocupada investigando los crecientes y brutales ataques contra los productores de cannabis vietnamitas a manos de una nueva banda rival. Mientras tanto, el detective Aector McAvoy, un poco al margen, sigue su instinto y está ocupado con el aparente suicidio de Simon Appleyard, un joven homosexual habitual de las fiestas sexuales con su mejor amiga, la extravagante Suzie Devlin. McAvoy cree que Suzie puede ser el próximo objetivo de un asesino, y que sus peculiares tatuajes son la pista. Sin embargo empiezan a aparecer más cadáveres  y todos están conectados de una manera u otra con las webs de encuentros sexuales y los clubs nocturnos de la zona. El detective Aector McAvoy comienza a sospechar que el asesinato de Simon es solo la punta del iceberg. McAvoy pondrá a prueba su temple y su honestidad cuando la investigación lo lleve a acercarse peligrosamente a la élite política local, gente poderosa que mataría por mantener ocultos sus secretos y con las conexiones suficientes como para arruinar su carrera.

David Mark nació en Carlisle, Reino Unido, en 1977 y ha trabajado durante más de quince años como periodista, siete de ellos en la sección de sucesos del diario The Yorkshire Post en su redacción de Hull, en East Yorkshire. El oscuro invierno, su primera novela, será traducida próximamente a varios idiomas, y en 2013 será publicada Original Skin, continuación de esta serie del sargento McAvoy. Actualmente vive en Lincolnshire, cerca de Hull.
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR32,78
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR9,99

Produkt

KlappentextLa Unidad de Delitos Graves y Crimen Organizado está muy ocupada investigando los crecientes y brutales ataques contra los productores de cannabis vietnamitas a manos de una nueva banda rival. Mientras tanto, el detective Aector McAvoy, un poco al margen, sigue su instinto y está ocupado con el aparente suicidio de Simon Appleyard, un joven homosexual habitual de las fiestas sexuales con su mejor amiga, la extravagante Suzie Devlin. McAvoy cree que Suzie puede ser el próximo objetivo de un asesino, y que sus peculiares tatuajes son la pista. Sin embargo empiezan a aparecer más cadáveres  y todos están conectados de una manera u otra con las webs de encuentros sexuales y los clubs nocturnos de la zona. El detective Aector McAvoy comienza a sospechar que el asesinato de Simon es solo la punta del iceberg. McAvoy pondrá a prueba su temple y su honestidad cuando la investigación lo lleve a acercarse peligrosamente a la élite política local, gente poderosa que mataría por mantener ocultos sus secretos y con las conexiones suficientes como para arruinar su carrera.

David Mark nació en Carlisle, Reino Unido, en 1977 y ha trabajado durante más de quince años como periodista, siete de ellos en la sección de sucesos del diario The Yorkshire Post en su redacción de Hull, en East Yorkshire. El oscuro invierno, su primera novela, será traducida próximamente a varios idiomas, y en 2013 será publicada Original Skin, continuación de esta serie del sargento McAvoy. Actualmente vive en Lincolnshire, cerca de Hull.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788416208623
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2014
Erscheinungsdatum15.10.2014
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.290
Seiten416 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1386 Kbytes
Artikel-Nr.3133075
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe

 

Capítulo 1

-Cuando me fui a la cama a medianoche no estaban aquí. Y esta mañana, cuando me he levantado a las seis, me los encuentro campando a sus anchas. -El hombre señala con el brazo, desesperado-. Entonces ¿cuándo han aparecido?

La agente Helen Tremberg se encoge de hombros.

-Entre las doce y las seis, supongo.

-Pero ¡no han hecho ningún ruido! ¡Y ahora escuche! Menudo guirigay. ¿Cómo es posible que no hayan despertado a nadie?

Tremberg no puede alegar gran cosa.

-Quizá sean ninjas.

El hombre le lanza una mirada. Tendrá unos treinta y tantos años y, por su ropa, presumiblemente trabaja en una oficina. Tiene el pelo entrecano y unas gafas más que pasadas de moda. En su actitud hay algo que sugiere que se trata de alguien que tiene un plan de pensiones de bajo riesgo y cierta tendencia a examinar el contenido de los pañuelos después de sonarse la nariz. Se lo imagina perfectamente con dos copas de vino encima empezando todas sus frases con un «Yo no es que sea racista, pero...».

El hombre vio el campamento gitano desde la ventana de su cuarto de baño mientras se lavaba los dientes. Lo que vio, según sus palabras, fue «simplemente un pandemónium» y llamó al 999, el número de emergencias. No fue la primera persona en salir a la calle cubierta de hojas secas que da al campo de fútbol, pero sí la única que había decidido decirle a Tremberg a la cara lo que pensaba de la situación.

Media hora antes, Tremberg se moría de ganas de empezar el día. Llevaba haciendo trabajo de oficina desde que se había reincorporado a su puesto, incapacitada para participar en las operaciones más o menos interesantes hasta que concluyera su terapia con el psicólogo del cuerpo y su doctor le firmase lo que parecía una serie interminable de formularios certificando que la puñalada que había recibido en la mano no le había causado un daño irreversible. Esa noche, si todo iba bien, le permitirían sumarse a la parte más entretenida de la profesión y vería cómo su jefa, Trish Pharaoh, esposaba a un miembro de una banda de estupefacientes y cerraba una operación antidroga. Tremberg quiere implicarse. Lo necesita. Tiene que mostrar buena disposición y probar que no es una rajada. Quiere demostrarle a cualquiera que tenga dudas que ya ha superado el incidente que casi le cuesta que un asesino en serie le rebane el cuello, y lo ha hecho siguiendo la fórmula de la vieja escuela, eliminando el recuerdo de su sistema a base de vodka y una buena llorera.

-¿Cuándo se marcharán? -le pregunta el hombre-. ¿Qué pensáis hacer al respecto? Este es un buen barrio. Pagamos nuestros impuestos. No tengo nada contra ellos, pero este no es el lugar. ¡Hay otros lugares para ellos! ¿Qué vais a hacer?

Tremberg no responde nada. No tiene respuesta a su pregunta. No quiere hablar con este hombre. Quiere ponerse a trabajar. No tiene ganas de apoyarse contra la portería de un campo de fútbol que se encuentra en la intersección de los acomodados pueblos de Anlaby y Willerby. Se siente como un portero que observara cómo se desarrolla el partido en el extremo opuesto del campo.

-Debería haberme quedado en el coche -dice para sí, mirando más allá de donde está el hombre, donde están aparcadas las caravanas, no demasiado apartadas del centro del campo de rugby adyacente. Toma nota del pandemónium.

Seis caravanas, cuatro vehículos todoterreno, un Mercedes y tres remolques para caballos, por lo menos dos generadores y, por lo que puede ver, también un baño portátil. Todo está dispuesto dibujando un amplio semicírculo alrededor de tres sofás floreados y una tumbona, donde un número cada vez mayor de mujeres y niños gitanos se están sentando a beber té, mientras hablan con los agentes uniformados y les gritan de cuando en cuando a los colegiales y a los motoristas aburridos que se han apeado de sus vehículos para presenciar la conmoción a través de la verja del parque.

Como la mayor parte de los habitantes de East Yorkshire, Tremberg se ha visto afectada por el atasco. Ha dejado el coche unas calles más atrás, atrapado en el embotellamiento que se monta dos veces al mes debido a una infraestructura de transportes local que aguanta sin romperse menos que un KitKat.

Aburrida y sin nada que hacer aparte de mirar el cielo oscuro y plomizo a través del parabrisas polvoriento de su Citroën, Tremberg había encendido la radio esperando encontrar algo relajante. Después de pasarse dos minutos escuchando California Dreamin y preguntándose distraídamente por qué parecía que esa era la única canción que ponían en Radio Humberside, fue interrumpida por el boletín del tráfico. Había una docena de caballos sueltos en Anlaby Road y unos gitanos causando escándalo en las pistas deportivas junto a los diques. No le quedaba otra opción que salir del coche y ver si podía echar una mano.

-¿Van a disparar a los caballos?

Tremberg centra su atención en el hombre.

-¿Disculpe?

-¡La policía! Que si van a disparar a los caballos.

-Por mi parte, no -afirma Tremberg, a punto de perder la paciencia-. La Unidad de Control de Animales está de camino. A ellos también les ha pillado el atasco. Estamos haciendo todo lo que podemos. Podría hacerle una llave de cabeza a uno de esos cabrones si usted lo sujetara por las piernas...

Ken Cullen, un inspector delgado, con barba y uniforme, que por el momento se encuentra intentando poner orden en la situación, detecta el tono peligroso en las palabras de la policía y se apresura a acercarse.

-Lo siento, señor, estamos haciendo todo lo posible. Si pudiera regresar a su casa por ahora y dejar que nos ocupemos de esto...

Tremberg se aparta mientras alguien más preparado para aguantar a soplapollas despacha al entrometido. Cuando se vuelve hacia ella, el inspector la mira con una sonrisa radiante.

-Apuesto a que desearías no haberte detenido para ayudar, ¿eh?

-No tengo nada mejor que hacer, Ken. Estaba parada en el atasco como cualquier otro gilipollas. Pensé que podría echar una mano, pero creo que esto no es lo mío.

-Pues no sé, Helen. ¡Creo que tienes madera para controlar a las masas!

Tremberg comparte unas risas con su antiguo sargento uniformado, recientemente ascendido a inspector, que se ha mudado, como ella, al otro lado del río, procedente de Grimsby.

-Me alegré cuando oí que habías vuelto al tajo -lo dice ya serio-. ¿Va todo mejor ahora?

Tremberg le hace el signo de la victoria.

-No he perdido ni un ápice de mi destreza -le contesta, sonriente.

Cullen le da un repaso rápido. Observa el fino impermeable que lleva sobre un sobrio traje a rayas y una blusa blanca. Tiene la melena corta y cuidada, pero prescinde de joyas y maquillaje. Por las noches de juerga y fiestas de despedida pasadas en el pub, el inspector sabe que Tremberg suele acicalarse y que, cuando se sube la falda, tiene unas piernas extraordinarias, pero estando de servicio prefiere ser asexual. Muchas otras agentes han adoptado su postura, tratando de evitar que vayan diciendo que han usado su feminidad para obtener favores, pero con ello han provocado que se rumoree que son lesbianas. Con frecuencia, Tremberg desearía poseer la actitud despreocupada de Trish Pharaoh, que va por la vida como si fuera diciendo «que te jodan», se viste como le da la gana y le importa un pimiento que la gente piense si le van las pollas o los coños.

Durante un rato la pareja se queja de que el ayuntamiento ha cerrado al tráfico las calles residenciales, dejando sin alternativa a los que se desplazan a diario al trabajo cuando las arterias principales están embotelladas. Ambos están de acuerdo en que la autoridad local se compone de un montón de bobos bienintencionados y de capullos, y que, sin duda, el nuevo presidente de la Autoridad Policial joderá la cosa aún más.

Con esa forma de quejarse tan inglesa, pronto la emprenden contra el cielo, tan gris, y contra la gasolina, tan cara, hasta que una agente joven se aproxima. Parece estresada y despeinada por el viento, y lleva un chubasquero amarillo sucio de barro.

-Los tenemos a todos menos a uno, señor -anuncia, en un tono de voz que sugiere que se ha esforzado por evitar utilizar un término más vulgar-. El sargento Parker y Dan han conseguido reunirlos. Están en el aparcamiento de Beech Tree. No pueden salir de ahí. Un tipo con un Land Rover les ha cortado el paso. Los dueños están intentando atarlos ahora. Es un caos, señor. Al pobre Mickey se le han rajado los pantalones al tratar de agarrar a uno por el pelo. Por la crin. Como se llame. La mitad de Anlaby está cubierta de mierda de caballo. Y los putos críos gitanos tampoco ayudan, silbando todo el rato como si esto fuera una maldita peli del Oeste...

Tremberg tiene que apartar la cara al imaginarse a los bobbies tratando desesperadamente de rodear a los animales huidos, dando palmas y voces para evitar que los jacos se coman los bordes del césped de alguien importante.

-¿Y el último? -pregunta Cullen, poniéndose su abultado casco.

-Es un maldito cabrón. Uno de los gitanos ha dicho que es un semental que ha olido a una hembra en celo. Hasta ahora ha abollado una docena de coches. Parece que la tiene tomada con los Audis.

-¿Y la Unidad de Control de Animales?

La agente suelta un bufido y por un momento ella también se vuelve...
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Autor

David Mark nació en Carlisle, Reino Unido, en 1977 y ha trabajado durante más de quince años como periodista, siete de ellos en la sección de sucesos del diario The Yorkshire Post en su redacción de Hull, en East Yorkshire. El oscuro invierno, su primera novela, será traducida próximamente a varios idiomas, y en 2013 será publicada Original Skin, continuación de esta serie del sargento McAvoy. Actualmente vive en Lincolnshire, cerca de Hull.