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El maravilloso regreso de Jacob Cerf

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
376 Seiten
Spanisch
Siruelaerschienen am01.10.20141. Auflage
«Esta original e imaginativa novela, escrita con una hermosísima prosa, es un libro ingenioso y conmovedor. Realismo mágico pasado por el oscuro filtro de una mirada europea.» Mail on Sunday En el París del siglo XVIII, Jacob Cerf es un joven judío que se gana la vida vendiendo cuchillos, saleros y cajitas de rapé. Pese a un desastroso matrimonio en su juventud, está decidido a mejorar su vida sea como sea. Más de doscientos años después, Jacob descubre asombrado que se ha reencarnado en una mosca en un barrio residencial de Long Island, en los Estados Unidos del siglo XXI. Sin embargo, hasta el insecto más insignificante puede influir en el devenir del mundo y, gracias a su llegada, las vidas de un responsable voluntario del cuerpo de bomberos y de una joven judía ortodoxa que abriga una ambición secreta nunca volverán a ser las mismas. A través de la lente incomparable de la conciencia de Jacob, Rebecca Miller explora el cambio en todas sus facetas: personal, espiritual, literal. La influencia del pasado sobre el presente, el poder de los sueños y esperanzas secretos, el choque entre el destino y el libre albedrío...: el mundo de Miller -que es también el nuestro, transformado por su aguda mirada y su penetrante y sorprendente ingenio- cobra vida de forma brillante en las páginas de esta novela.  «Una obra enormemente imaginativa que resulta divertida y tierna.» The Sunday Telegraph

Rebecca Miller (Roxbury, Connecticut, 1962) es una prestigiosa y afamada escritora, actriz, guionista y directora de cine. Su libro de relatos Velocidad personal, cuya adaptación ella misma llevó a la gran pantalla, le valió el Gran Premio del Jurado del Festival de Sundance, su primera novela Las vidas privadas de Pippa Lee, también fue llevada al cine por la autora. Su filmografía incluye además Angela y La balada de Jack y Rose.
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR34,18
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR9,99

Produkt

Klappentext«Esta original e imaginativa novela, escrita con una hermosísima prosa, es un libro ingenioso y conmovedor. Realismo mágico pasado por el oscuro filtro de una mirada europea.» Mail on Sunday En el París del siglo XVIII, Jacob Cerf es un joven judío que se gana la vida vendiendo cuchillos, saleros y cajitas de rapé. Pese a un desastroso matrimonio en su juventud, está decidido a mejorar su vida sea como sea. Más de doscientos años después, Jacob descubre asombrado que se ha reencarnado en una mosca en un barrio residencial de Long Island, en los Estados Unidos del siglo XXI. Sin embargo, hasta el insecto más insignificante puede influir en el devenir del mundo y, gracias a su llegada, las vidas de un responsable voluntario del cuerpo de bomberos y de una joven judía ortodoxa que abriga una ambición secreta nunca volverán a ser las mismas. A través de la lente incomparable de la conciencia de Jacob, Rebecca Miller explora el cambio en todas sus facetas: personal, espiritual, literal. La influencia del pasado sobre el presente, el poder de los sueños y esperanzas secretos, el choque entre el destino y el libre albedrío...: el mundo de Miller -que es también el nuestro, transformado por su aguda mirada y su penetrante y sorprendente ingenio- cobra vida de forma brillante en las páginas de esta novela.  «Una obra enormemente imaginativa que resulta divertida y tierna.» The Sunday Telegraph

Rebecca Miller (Roxbury, Connecticut, 1962) es una prestigiosa y afamada escritora, actriz, guionista y directora de cine. Su libro de relatos Velocidad personal, cuya adaptación ella misma llevó a la gran pantalla, le valió el Gran Premio del Jurado del Festival de Sundance, su primera novela Las vidas privadas de Pippa Lee, también fue llevada al cine por la autora. Su filmografía incluye además Angela y La balada de Jack y Rose.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788416208760
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2014
Erscheinungsdatum01.10.2014
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.287
Seiten376 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1577 Kbytes
Artikel-Nr.3135366
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe

3

Al oír entrar en casa a su marido, Deirdre Senzatimore se movió bajo el denso edredón, abrió un ojo y miró a la rendija entre las cortinas. Azul eléctrico. Casi era de día. «Hay tantos incendios de noche», pensó mientras volvía a quedarse dormida, «¿por qué?...». En su mente adormecida, su hijo sordo de cinco años, Stevie, estaba encendiendo una pequeña hoguera en el dormitorio de Deirdre y, a medida que iba creciendo, el calor se volvía insoportable. «¿De dónde has sacado esas cerillas?», le preguntaba ella, incapaz de levantar la cabeza de la almohada. Pero el niño rubio se reía, encendía una cerilla tras otra y las tiraba al suelo como si echara migas a unas palomas. Justo en ese momento entraba Leslie vestido con todo su equipo de bombero. Llevaba una gruesa manguera de lona en una mano y rociaba a Stevie con un buen chorro de agua. Deirdre le gritaba que parara, pero él seguía apuntando al pequeño con el chorro, como si fuera el niño el que estuviera ardiendo. El agua dejaba de salir, como controlada por un grifo que hubiera en algún sitio, y Deirdre corría hacia su hijo empapado y descubría que Stevie estaba cubierto de relucientes piedras translúcidas. Cogía una y la sostenía con el pulgar y el índice. Era un diamante.

Deirdre, que ahora sintió a su marido en la habitación y se despertó, se giró dentro de su fino camisón de algodón, retorciendo el tejido al volverse para mirarle, y a continuación dejó caer otra vez la cabeza sobre la almohada. Desnudo y con el pelo mojado tras haberse bañado, Leslie se metió bajo el edredón, atrayendo a su mujer hacia su pecho, rodeándola con sus grandes brazos, sintiendo su suave vientre, sus grandes pechos, toda esa carne fuerte plegada de alguna forma bajo el fino tejido. Le apartó la pesada cabellera del cuello y le puso la cara contra la nuca. Tenía la piel templada, casi caliente.

-¿Qué tal te ha ido? -susurró Deirdre.

-Un incendio en un sótano -contestó él-. La instalación eléctrica.

En cuestión de segundos, los dos se sumieron en un profundo sueño.

Leslie había visto por primera vez a Deirdre en el supermercado Stop & Shop de Patchogue, cuando ambos se acercaban a los treinta. Ella empujaba un gran carro lleno de comida y su hijo iba andando a su lado. Bud era un niño de seis años muy delgado y con unos enormes ojos marrones. Iba cantando para sí en voz baja mientras caminaba con un dedo enganchado en una varilla del carro de metal. Cuando Leslie se cruzó con él, Bud levantó la vista y esbozó una amarga media sonrisa. Leslie levantó las cejas, pero no dijo nada; ya no se podía hablar con niños a los que no se conocía. Entonces alzó la mirada y vio a la madre. Deirdre medía más de un metro ochenta y tenía la cara huesuda, el pelo castaño y brillante y un busto prominente que resaltaba bajo una prenda ceñida. Hasta sus manos eran grandes. Mientras examinaba la enorme variedad de latas de judías con tomate, tenía una forma distraída y pensativa de moverse que sugería una profundidad interior, una especie de tristeza secreta que conmovió a Leslie. No llevaba anillo de casada.

En el aparcamiento volvió a fijarse en ella, en su abundante pelo brillante, mientras ella y el niño de la media sonrisa metían las bolsas de la compra hábilmente y en silencio en el maletero de un abollado coche de cinco puertas que el destino quiso que estuviera aparcado a dos coches de la camioneta de Leslie. La forma diestra y autosuficiente en que se movían madre e hijo le llevó a preguntarse si tendrían a alguien que los ayudara cuando llegaran a su destino. Una vez que el niño estuvo en el asiento trasero con el cinturón abrochado, Deirdre se quedó parada, vacilante, con una mano apoyada en el carro vacío y mirando a su alrededor.

-Ya te lo llevo yo -gritó Leslie.

Deirdre le miró con los ojos entrecerrados, confundida.

-¿Cómo?

-Te llevo el carro a su sitio.

-Ah. Gracias.

Leslie se acercó, avergonzado por la mirada de aquella mujer. Le pareció que estaba tardando una eternidad en llegar hasta ella. Se acordó de una explicación muy mala que le había dado un profesor de lo que era el infinito: cuando, al cruzar una habitación, primero tienes que llegar hasta la mitad, después hasta la mitad de esa mitad, después hasta la mitad de esa mitad, de modo que atraviesas una serie infinita de mitades sin llegar jamás a tu destino. Pero, recordaba haber pensado Leslie, uno sí que llega siempre al otro lado de una habitación. Cuando por fin llegó hasta Deirdre, le cogió el carro y lo empujó ligeramente hacia un lado para que nada se interpusiera entre ellos.

-Uno quiere ser buena persona y devolverlos a su sitio, pero es un rollo, ¿verdad? -dijo haciendo un gesto vago con su enorme brazo. Ella sonrió. Leslie le tendió la mano enérgicamente, como si la estirara para coger un vaso a punto de caerse-. Les Senzatimore.

-Menudo trabalenguas de nombre -contestó ella riéndose y estrechándole la mano. La suya era áspera y fuerte, pero aun así se veía diminuta dentro de la manaza de él-. Yo me llamo Deirdre.

-Encantado -dijo Leslie.

Dentro del coche, Bud se giró en el asiento, buscando a su madre.

-Tengo que irme a trabajar -anunció ella vacilando durante un instante y, como advirtió Leslie, lanzándole una mirada al dedo, en el que no llevaba anillo de casado-. Gracias otra vez.

Leslie sintió el impulso de saltarse los preliminares, sentarse en el asiento del conductor del penoso cochecito de Deirdre e irse con ellos. Ninguno de los dos se movió. La tensión sexual se arremolinó en la pausa que se produjo a continuación, como el agua del mar al llenar una hendidura en la arena.

-¿Mamá? -llamó Bud con curiosidad.

-Ya voy, cariño -contestó Deirdre suavemente dando un paso.

-¿Dónde trabajas? -preguntó Leslie. No quería perderla, pero no podía invitarla a salir, todavía no.

-Eh..., ¿te suena una tienda de decoración que se llama Trumbull Interiors? En Main Street.

-Sí, la conozco. De hecho..., estaba pensando en pasarme por allí.

Leslie trazó compulsivamente una cruz en el paladar con la lengua como penitencia por su mentirijilla.

-¿Ah, sí? -dijo Deirdre mirándole con escepticismo, con un asomo de sonrisa en la cara. Ya tenía algunas arruguitas alrededor de los ojos de color ámbar. El sufrimiento que había tras aquella mirada amarga le intimidó ligeramente. Sentía que aquella mujer podía ver a través de él y mucho más allá. No tenía claro que quisiera aceptar el reto, pero aun así siguió adelante.

-Tengo que hacer algo con mi casa -le confió visualizando su piso de alquiler, amueblado al tuntún y sin el más mínimo rastro de cariño. Tan solo unas cuantas sillas de contrachapado, un sofá de piel sintética marrón, un equipo de música, una televisión: el lugar perfecto para odiarse a uno mismo. De pronto le asaltó una punzada de dolor por la muerte de su padre, algo que llevaba años sin sentir, y se le llenaron los ojos de lágrimas. Se los frotó como si le estuviera deslumbrando la luz, cogió las gafas de sol que llevaba colgadas del bolsillo de la camiseta y se las puso. Ahora Deirdre estaba teñida en sepia, hermosa tras aquel filtro. Los pómulos marcados y la boca generosa, la nariz prominente, los ojos sabios, todo parecía parte de un fotograma de una película.

-Bueno, Trumbull es caro, pero está bien si quieres cortinas o..., no sé, asesoramiento sobre colores y todo eso -dijo Deirdre dirigiendo la vista a sus grandes sandalias. Llevaba las uñas de los pies pintadas de rojo coral-. Yo no compraría muebles allí.

-Si voy, ¿tú podrías ayudarme? -preguntó Leslie.

-Sí, claro. Pregunta por mí. Deirdre Jenkins.

Cuando se acostó con ella, tres semanas después de aquel día, le entusiasmó su fuerza. En la cama lucharon como titanes, con sus cuerpos envueltos en las sombras que proyectaban las nuevas cortinas, quizá algo demasiado femeninas, que Deirdre había escogido para Leslie en su plan de redecoración. Le encantaron los turgentes muslos de Deirdre, sus firmes brazos, la ancha y poderosa armazón de su pelvis. Por encima de todo, a Leslie le daba miedo llevar una vida insignificante. Su padre había sido un hombrecillo pusilánime; Leslie viviría una vida honrada y valiente, a la luz del día, con aquella robusta mujer que era como un animal. Su piel siempre estaba caliente.

Mientras Leslie dormía con Deirdre, yo, su ángel invisible, me mantuve agarrado a mi balanceante hoja delante de la casa de los Senzatimore, con el pasado de Leslie recorriéndome el cuerpo como una fiebre, y le oí respirar. También oía la respiración de Deirdre, el zumbido del calor que irradiaba su habitación, el siseo de una pierna o un brazo al rozar las sábanas. Hice un gran esfuerzo por ver también lo que estaba soñando Leslie, pero lo único que pude distinguir fue la silueta de un barco muy largo.

Al bajar las escaleras, Deirdre vio a sus dos gatos -uno blanco y otro atigrado- dibujando ágiles ochos en el piso de abajo, moviéndose de un lado para otro como tiburones esperando impacientes su comida. Mientras cogía brillantes trozos de carne en salsa gelatinosa de una lata con una cuchara se dio cuenta de que lo que le incomodaba de los gatos era que sus patas no hacían ruido. Vistos desde arriba, parecía que planeaban sobre el suelo. Eran sigilosos,...
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Autor

Rebecca Miller (Roxbury, Connecticut, 1962) es una prestigiosa y afamada escritora, actriz, guionista y directora de cine. Su libro de relatos Velocidad personal, cuya adaptación ella misma llevó a la gran pantalla, le valió el Gran Premio del Jurado del Festival de Sundance, su primera novela Las vidas privadas de Pippa Lee, también fue llevada al cine por la autora. Su filmografía incluye además Angela y La balada de Jack y Rose.