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A cada uno su propia muerte

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
304 Seiten
Spanisch
Siruelaerschienen am07.06.20131. Auflage
Es verano en Trieste y el comisario Proteo Laurenti esperaba disfrutar de una temporada tranquila. Pero tras el extraño accidente de un yate de lujo, el comisario tendrá que vérselas de nuevo en la investigación con un antiguo contrincante: el mismo Bruno de Kopfersberg, sospechoso de haber asesinado a su mujer Elisa tiempo atrás, algo que sin embargo nunca pudo probarse. Bajo un calor asfixiante, Laurenti deberá enfrentarse al crimen organizado, al tráfico ilegal de personas, al blanqueo de dinero y al asesinato. Pero también en su propia vida le asaltan los desafíos: su mujer insiste en cambiarse de casa, su suegra cumple 80 años y su hija se presenta a la elección de Miss Trieste... Una perfecta novela policiaca sobre esta ciudad, antiguo puerto de la monarquía austro-húngara en el Adriático, protagonizada por un detective más que simpático, rica en detalles y que atrapa al lector desde las primeras líneas.

Veit Heinichen (Villingen-Schwenningen, Alemania, 1957) ha trabajado como librero y colaborado con diversas editoriales. En 1994 fue cofundador de la prestigiosa editorial Berlin Verlag, de la que fue director hasta 1999. En 1980 visitó por primera vez Trieste, donde reside actualmente. Su famosa serie policiaca protagonizada por Proteo Laurenti ha recibido numerosos premios internacionales y la cadena alemana ARD la ha llevado a la pequeña pantalla.
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR28,50
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR9,99

Produkt

KlappentextEs verano en Trieste y el comisario Proteo Laurenti esperaba disfrutar de una temporada tranquila. Pero tras el extraño accidente de un yate de lujo, el comisario tendrá que vérselas de nuevo en la investigación con un antiguo contrincante: el mismo Bruno de Kopfersberg, sospechoso de haber asesinado a su mujer Elisa tiempo atrás, algo que sin embargo nunca pudo probarse. Bajo un calor asfixiante, Laurenti deberá enfrentarse al crimen organizado, al tráfico ilegal de personas, al blanqueo de dinero y al asesinato. Pero también en su propia vida le asaltan los desafíos: su mujer insiste en cambiarse de casa, su suegra cumple 80 años y su hija se presenta a la elección de Miss Trieste... Una perfecta novela policiaca sobre esta ciudad, antiguo puerto de la monarquía austro-húngara en el Adriático, protagonizada por un detective más que simpático, rica en detalles y que atrapa al lector desde las primeras líneas.

Veit Heinichen (Villingen-Schwenningen, Alemania, 1957) ha trabajado como librero y colaborado con diversas editoriales. En 1994 fue cofundador de la prestigiosa editorial Berlin Verlag, de la que fue director hasta 1999. En 1980 visitó por primera vez Trieste, donde reside actualmente. Su famosa serie policiaca protagonizada por Proteo Laurenti ha recibido numerosos premios internacionales y la cadena alemana ARD la ha llevado a la pequeña pantalla.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788415803867
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2013
Erscheinungsdatum07.06.2013
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.77
Seiten304 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1111 Kbytes
Artikel-Nr.3164141
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


Trieste, 12 de septiembre de 1977

Ese día Elisa de Kopfersberg no quiso acompañarle. La mera idea de tener que pasar un solo minuto con su marido en la lancha motora se le hacía extremadamente incómoda. Prefería sentarse a la sombra e intentar concentrarse en su libro, mientras él iba a anclarla, con los labios apretados y la mirada fija, en una zona apartada frente al acantilado. Sabía, en todo caso, que en cualquier momento él rompería su silencio y empezaría, primero en voz baja y luego cada vez más alto, a hacerle reproches.

Elisa prefería reunirse los domingos con sus amigas en la Lanterna, la playa más antigua del Adriático, acondicionada en tiempos de María Teresa, y que incluso hoy mantiene la tradición de separar a hombres y mujeres en dos zonas. Como aún no tenía seis años, su hijo podía acompañarla a la zona de mujeres. En la Lanterna se sentía segura y comprendida por sus amigas. Sospechaba que su marido mantenía una relación con otra mujer, por mucho que él se hiciera el desentendido. Éste pasaba por problemas económicos y esperaba que ella se volviera a hacer cargo de sus deudas. Esta vez, sin embargo, Elisa fue inflexible. Ahora no había razón alguna para apoyarle. Cuando ella le echó en cara su relación él lo negó todo. «Y aunque así fuera», le gritó, «no debería sorprenderte. No me ayudas nada y mis problemas te interesan una mierda». Una vez le pegó, otra le llevó flores y un anillo de brillantes. Intentó lograr sus propósitos con zalamerías, que a ella le repugnaron y que eludió encerrándose con su hijo, que lloraba, en su habitación.

Pero ahora había cedido de nuevo. A Spartaco, su hijo, lo envió con las amigas a la Lanterna. Tal como le había rogado su marido, debían estar los dos solos para hablar abiertamente de una vez por todas.

Las bengalas rojas dejaban su rastro de humo en el cielo azul metálico del mediodía. Éste permaneció durante un buen rato en el cielo, como las estelas de condensación de los aviones. Los guardacostas asustaron con sus bramidos a los bañistas, que estaban disfrutando del calor a lo largo del acantilado del golfo de Trieste. Sus coches ribeteaban los treinta kilómetros de la carretera de la costa a Duino, que pasaba por Barcola y Miramare y serpenteaba siguiendo el perfil de las rocas calcáreas de Santa Croce y Aurisina.

Era un día de finales de verano con más de treinta y cinco grados a la sombra, una brisa de fuerza dos y un mar algo movido. La visibilidad era buena. Hacía días que el viento había barrido todas las nubes. La cúpula de la catedral de Pirano parecía flotar en el horizonte sobre una franja luminosa frente a la península de Istria. Al oeste, las islitas de la laguna de Grado cabalgaban sobre las aguas cristalinas. Los periódicos hablaban de un verano que iba a marcar época.

El tiempo parecía haberse detenido hasta que de repente los altavoces de las playas empezaron a rechinar y una voz distorsionada avisó a los bañistas que debían abandonar el agua inmediatamente. Las banderas negras significaban peligro. Se había avistado un tiburón.

El verano había transcurrido en calma y, al contrario que en años anteriores, el Piccolo, el diario de la ciudad y de la región, llevaba meses sin informar de la presencia de tiburones. Durante esta época del año éstos no solían extraviarse en las aguas calientes del golfo, ya que preferían las más frías.

El asunto le venía de perlas al Piccolo durante los meses estivales. Según el diario, los tiburones, que también podían ser atunes o delfines, se habían visto sobre todo a más de cuarenta millas al sur, antes de Istria, en Quarnero, la costa croata frente a Fiume, Abbazzia y Pola, donde el mar es más profundo y frío. Antes de que uno de ellos llegara hasta el norte, lo más probable era que quedara atrapado en las redes de arrastre de los pesqueros, donde encontraba la muerte de forma atroz, o que fuera interceptado por los nerviosos pescadores, que acababan de ver arruinados sus aparejos y su pesca. Pero si realmente un verdadero tiburón llevaba el miedo a la costa norte del Adriático, entonces sí que todo el mecanismo se ponía en marcha. Los guardacostas, cuyas tripulaciones se apostaban en la proa escrutando la superficie marina en busca de la aleta sospechosa, se hacían a la mar. Sin embargo, la mayoría de las veces el Piccolo tenía que echar mano de las fotos de archivo. La cacería sólo tenía éxito en contadas ocasiones. Trieste era prácticamente una zona libre de tiburones.

También ese domingo de septiembre de 1977 los barcos de la Capitanía salieron a patrullar. Sin embargo, en lugar de iniciar la caza, su misión consistía en avisar rápidamente a los bañistas a lo largo de toda la costa. Con los de la ciudad todo era más sencillo, ya que bastaba con informar a los arrendatarios de las playas.

Más difícil era la situación al oeste del golfo. Allí los triestinos descendían las altas y resplandecientes rocas calcáreas del pelado acantilado de la Costa dei Barbari para disfrutar de la tarde lejos de todo barullo. Hasta bien entrados los años cincuenta, antes de que se iniciara la pesca industrializada, los bancos de atunes encontraban el camino hasta los pequeños puertos, donde los pescadores los atrapaban desde simples barcas. Sus mujeres, todas vestidas de negro, llevaban la pesca en cestas sobre las cabezas a los pueblos situados por encima del mar en el Carso. El ascenso de los más de doscientos metros de altura duraba más de media hora por caminos empinados que serpenteaban entre viñedos en terraza. Más adelante, los pescadores dieron paso a los patrones de los barcos de recreo y los bañistas utilizaron las barracas donde se guardaban los aparejos de pesca.

Lo más complicado era avisar a los tripulantes de los veleros y de las lanchas motoras, que anclaban sus embarcaciones preferentemente en esta parte del golfo y pasaban la tarde bajo su apacible balanceo con los toldos extendidos. Aunque era bastante improbable que alguien se encontrara con el tiburón, un guardacostas se dirigió a la Costa dei Barbari para alertar a los bañistas. Entretanto, en las playas de la ciudad y en Grignano ya no quedaba nadie en el agua. Las escalerillas del antiguo complejo Ausonia se habían retirado hacía tiempo y los bañistas, después de que les hubiera sobresaltado mientras disfrutaban de los placeres de una tarde de domingo, escrutaban agitados y nerviosos el mar con la intención de ver la aleta del tiburón cortando las olas o quizá alguna sombra de la bestia. Al menos querían ver recompensada tanta emoción, aunque el tiburón no les hizo ese favor. Al final, las playas, los paseos marítimos y los malecones se fueron vaciando poco a poco. Hacia las siete de la tarde sólo los valientes, los despreocupados, los atolondrados y unos pocos turistas se atrevieron a remojarse de nuevo, con el fin de darse el último baño refrescante antes de que el sol se hundiera en la laguna de Grado convertido en una bola de fuego rojo. En todo caso, ninguno de ellos se alejó mucho.

El Tergeste 6 cruzó la parte oriental del golfo a casi un cuarto de milla de distancia de la ciudad. Allí el tiburón se había visto tres veces seguidas. Se trataba del barco más nuevo de la Capitanía, un Akhir 21 Sport, con dos turbinas MAN y más de mil doscientos caballos de potencia. A ambos lados del casco se leía Guardia Costiera en grandes letras de color rojo vinoso, letras remarcadas con una línea ancha también de color rojo vinoso visible a gran distancia, que en la proa del barco caía en vertical hasta por debajo de la línea de flotación. En cubierta había apostados tres hombres. Dos de ellos sostenían unos arpones en las manos, el tercero un fusil.

Cuando la popa del barco se hundió de repente en el mar, la proa se alzó, las máquinas llenaron con un aullido atronador todo el espacio hasta la costa y las hélices levantaron una enorme nube de espuma blanca. Los bañistas que ya habían recogido sus pertenencias y estaban a punto de volver a casa permanecieron en el malecón. Dejaron sus cosas en el suelo e hicieron pantalla con la mano frente a los ojos para no ser cegados por un sol ya bajo, que se reflejaba en la superficie del agua. El barco aceleró con gran potencia, mientras que la proa se alzaba cada vez más. Los tres hombres se agarraban con fuerza a la borda, al mismo tiempo que cogían con la mano libre los ganchos de los portacarabinas a los arneses que llevaban cruzados en el torso y les sujetaban al barco. Así evitaban verse despedidos de la cubierta por las fuertes sacudidas de las olas.

Desde Grignano se vio llegar poco después al Tergeste II, un Hatteras que surcaba las aguas creando grandes olas a proa. Era un barco más antiguo y desde luego más pequeño que su hermano, de quince metros de eslora y más rápido. Lo habían requisado en un caso de contrabando. Por su parte, el Tergeste II era más fácil de gobernar. A la luz de la noche podía distinguirse a proa la silueta de dos hombres. Parecía que ambos barcos se dirigían al mismo punto lejano en el centro del golfo y que, visto desde el malecón, formaba la punta de un triángulo, cuyos lados trazaban los rastros de la espuma en el mar. Los hombres miraban hacia el lado interior del triángulo y sujetaban las armas por la culata. Los barcos se convirtieron en unos puntos en la lejanía y también el ruido de las máquinas se fue atenuando poco a poco. Habían dejado la ciudad atrás y encendieron las luces de posición. El sol se hundió en sus tres terceras partes en el mar y las sombras alargadas sobre el...

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Autor

Veit Heinichen (Villingen-Schwenningen, Alemania, 1957) ha trabajado como librero y colaborado con diversas editoriales. En 1994 fue cofundador de la prestigiosa editorial Berlin Verlag, de la que fue director hasta 1999. En 1980 visitó por primera vez Trieste, donde reside actualmente. Su famosa serie policiaca protagonizada por Proteo Laurenti ha recibido numerosos premios internacionales y la cadena alemana ARD la ha llevado a la pequeña pantalla.