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Puck de la colina de Pook

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
256 Seiten
Spanisch
Siruelaerschienen am03.07.20121. Auflage
Dan y Una, dos hermanos que viven en el condado inglés de Sussex, acaban de representar por tercera vez El sueño de una noche de verano. Es la víspera del solsticio y en la ladera de la colina de Pook, uno de los lugares de la Vieja Inglaterra con más historia, sucede algo mágico: uno de los personajes de la obra de Shakespeare cobra vida. Es Puck, el travieso duende que tiene el poder de hacer que la gente olvide y recuerde. Gracias a Puck, los dos niños conocerán a hombres de otras épocas: normandos, sajones, romanos, pictos y vikingos, que les contarán su historia, la Historia, eso que no debemos olvidar.

Joseph Rudyard Kipling (Bombay, 1865-Londres, 1936), autor de relatos y cuentos infantiles, novelista y poeta, se le recordará, sobre todo, por sus obras infantiles. Entre ellas, destacan El libro de la Selva (1894), el relato corto El hombre que pudo ser rey (1888), la novela de espionaje Kim (1901), y Puck de la colina de Pook (1906), algunos de ellos, llevados al cine. Después de rechazar el premio nacional de poesía Poet Laureat en 1895, la Order of Merit y el título de Sir de la Order of the British Empire, Kipling aceptó el Premio Nobel de Literatura de 1907 convirtiéndose en el ganador más joven hasta la fecha de este premio, y en el primer escritor británico en recibir este galardón.
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR29,00
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR8,99

Produkt

KlappentextDan y Una, dos hermanos que viven en el condado inglés de Sussex, acaban de representar por tercera vez El sueño de una noche de verano. Es la víspera del solsticio y en la ladera de la colina de Pook, uno de los lugares de la Vieja Inglaterra con más historia, sucede algo mágico: uno de los personajes de la obra de Shakespeare cobra vida. Es Puck, el travieso duende que tiene el poder de hacer que la gente olvide y recuerde. Gracias a Puck, los dos niños conocerán a hombres de otras épocas: normandos, sajones, romanos, pictos y vikingos, que les contarán su historia, la Historia, eso que no debemos olvidar.

Joseph Rudyard Kipling (Bombay, 1865-Londres, 1936), autor de relatos y cuentos infantiles, novelista y poeta, se le recordará, sobre todo, por sus obras infantiles. Entre ellas, destacan El libro de la Selva (1894), el relato corto El hombre que pudo ser rey (1888), la novela de espionaje Kim (1901), y Puck de la colina de Pook (1906), algunos de ellos, llevados al cine. Después de rechazar el premio nacional de poesía Poet Laureat en 1895, la Order of Merit y el título de Sir de la Order of the British Empire, Kipling aceptó el Premio Nobel de Literatura de 1907 convirtiéndose en el ganador más joven hasta la fecha de este premio, y en el primer escritor británico en recibir este galardón.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788498418873
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2012
Erscheinungsdatum03.07.2012
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.235
Seiten256 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1112 Kbytes
Artikel-Nr.3164243
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe

LA ESPADA DE WELAND

Los niños estaban en el teatro, representando ante tres vacas todo lo que podían recordar de El sueño de una noche de verano. Su padre les había hecho un pequeño resumen de la obra de Shakespeare y habían ensayado con él y con su madre hasta que lo supieron recitar de memoria. Empezaban cuando Nick Bottom, el tejedor, sale de entre los arbustos con una cabeza de burro sobre los hombros y encuentra dormida a Titania, Reina de las Hadas. Entonces saltaban a la escena en donde Bottom pide a tres haditas que le rasquen la cabeza y le traigan miel, y terminaban donde se queda dormido en brazos de Titania. Dan hacía de Puck y de Nick Bottom, así como de las tres hadas. Para interpretar el papel de Puck vestía un gorro de trapo puntiagudo, y una cabeza de burro de papel que les había tocado en un paquete sorpresa de Navidad -que se desgarraba si no tenías cuidado- para hacer de Bottom. Una era Titania, con una corona de columbines y una ramita de dedalera a modo de varita mágica.

El teatro se encontraba en una pradera conocida como el Gran Declive. Un arroyuelo, que surtía de agua a un molino situado a dos o tres prados de distancia, torcía por una de sus esquinas y, en medio de la curva, aparecía un gran anillo de hadas, de hierba más oscura, que hacía las veces de escenario. En las orillas del arroyuelo crecían frondosos sauces, avellanos y rosas silvestres, que resultaban muy adecuados para esperar el turno de entrada en escena; un adulto que lo había visto dijo que ni Shakespeare hubiera podido imaginar un escenario más indicado para representar su obra. No se les permitía, por supuesto, actuar en la misma noche del solsticio de verano, pero se acercaron allí la víspera, después de la hora del té, cuando las sombras comenzaban a crecer. Llevaban consigo la cena: huevos duros, galletas Bath Oliver y un sobre con sal. Las tres vacas habían sido ordeñadas y pacían tranquilamente emitiendo un rumor de hierba arrancada que se oía pradera abajo. Y el sonido del molino en marcha recordaba a unos pies descalzos corriendo sobre un duro suelo. Un cuclillo, posado en el poste del portón, entonaba su quebrada melodía de junio, cu-cu, mientras que un atareado martín pescador se acercaba volando desde el canal del molino hasta el arroyo que discurría por el extremo opuesto de la pradera. Todo lo demás era una quietud espesa que desprendía un olor a reina de los prados y a hierba seca.

La obra marchaba a la perfección. Dan se acordó de todos sus papeles -Puck, Bottom y las tres hadas-, y Una no olvidó ni una sola palabra de Titania, incluida la parte más complicada en la que cuenta a las hadas cómo alimentar a Bottom con «albaricoques, higos verdes y zarzamoras», ni los versos acabados en plural. Quedaron tan satisfechos que repitieron la obra tres veces, de cabo a rabo, antes de sentarse en el ralo centro del anillo de hadas para comer huevos y las galletas Bath Oliver. Fue entonces cuando oyeron un silbido procedente de los alisos de la orilla y se llevaron un susto.

La maleza se abrió. En el mismísimo sitio donde Dan había representado a Puck, vieron un hombrecillo de tez morena, anchas espaldas, orejas puntiagudas, nariz respingona, ojos azules rasgados y una sonrisa que recorría su rostro pecoso. Inclinó la frente como si estuviese observando a Quince, Snout, Bottom y todos los demás, ensayando Píramo y Tisbe, y con una voz cavernosa que recordaba a la de las tres vacas cuando piden ser ordeñadas, comenzó:

Qué gente de baja calaña tenemos por aquí pavoneándose, tan cerca de la cuna de la reina de las hadas...

Se interrumpió, ahuecó la mano detrás de la oreja y, con un guiño perverso en los ojos, prosiguió:

¡Una comedia en marcha! Pues asistiré como espectador; como actor, también, si la ocasión se presta.

Los niños miraron boquiabiertos. El hombrecillo, que no le llegaría a Dan ni a la altura de los hombros, entró silenciosamente en el anillo.

-He perdido la práctica -dijo-, pero así es como debe interpretarse mi papel.

Los niños no dejaban de mirarle perplejos: desde su gorra azul marino como una flor de columbina, hasta sus pies descalzos y peludos. Finalmente se echó a reír.

-Por favor, no me miréis así. Yo no tengo la culpa de nada. ¿Qué esperabais? -dijo.

-No esperábamos a nadie -contestó Dan lentamente-. Esta pradera es nuestra.

-¿Ah, sí? -dijo el visitante mientras se sentaba-. ¿Entonces qué diablos os llevó a interpretar El sueño de una noche de verano tres veces, en vísperas del solsticio, en medio del anillo y en las faldas, justo en las faldas, de una de las colinas más antiguas de la Vieja Inglaterra? La colina de Pook, la colina de Puck, ¡la colina de Puck, la colina de Pook! Salta a la vista como la nariz que despunta en mi rostro.

Señaló la desnuda loma de la colina de Pook, solo cubierta de helechos, que ascendía desde el extremo más opuesto del arroyo del molino hasta los tupidos bosques. Más allá de ese bosque, el terreno se elevaba progresivamente hasta alcanzar unos quinientos pies, hasta llegar por fin a la pelada cumbre de la Colina de la Almenara, desde donde se divisan las llanuras de Pevensey, el Canal y la mitad de las desnudas Colinas del Sur.

-¡Por el Roble, el Fresno y el Espinoâ¦! -exclamó, todavía riendo-. ¡Si esto hubiera ocurrido hace cien años, tendríais aquí a toda la Gente de las Colinas como un enjambre de abejas en junio!

-No sabíamos que estaba mal lo que hacíamos -dijo Dan.

-¡Mal! -el hombrecillo se estremeció de risa-. ¡Pues claro que no está mal! Acabáis de conseguir algo por lo que los reyes, los caballeros y los estudiosos de los viejos tiempos habrían dado sus coronas, sus espuelas y sus libros. ¡Ni con ayuda del mismísimo Merlín lo hubierais hecho mejor! Habéis roto el hechizo que pesaba sobre las colinas, las habéis abierto. Y esto no ocurría desde hace más de mil años.

-Nosotros... nosotros no teníamos intención de hacerlo -dijo Una.

-¡Pues claro que no! Por eso lo habéis hecho. Por desgracia ahora las colinas están deshabitadas, toda la gente se ha marchado. Yo soy el único que queda. Soy Puck, el más viejo de los Seres Antiguos de Inglaterra, a vuestra entera disposición, si es que queréis tener trato conmigo, claro está. Si es que no, solo tenéis que decirlo y me esfumaré.

Echó un vistazo a los niños, y los niños le miraron a él durante medio minuto largo. Dejó de guiñar los ojos. Había en ellos algo tierno, y en sus labios comenzaba a esbozarse una sonrisa.

Una extendió su mano.

-No te vayas -le dijo-. Nos caes bien.

-Toma una Bath Oliver -dijo Dan, y le acercó el paquete aplastado junto con los huevos.

-¡Por el Roble, el Fresno y el Espino! -exclamó Puck quitándose la gorra azul-. También a mí me caéis bien. Échale bastante sal a la galleta, Dan, y me la comeré a medias contigo. Así verás qué tipo de persona soy. Algunos de los nuestros -prosiguió con la boca llena- no podían soportar ni la sal, ni las herraduras colocadas sobre las puertas, ni la baya del fresno silvestre, ni las corrientes de agua, ni el hierro frío, ni el tañido de las campanas de las iglesias. ¡Pero yo soy Puck!

Se sacudió cuidadosamente las migas de su jubón y les estrechó la mano.

-Dan y yo siempre nos hemos dicho -tartamudeó Unaque, si alguna vez nos pasara esto, sabríamos exactamente qué hacer. Pero ahora, de alguna manera, todo es distinto.

-Se refiere a si nos encontráramos con un duende -explicó Dan-. Yo nunca he creído en ellos, al menos desde que cumplí seis años.

-Yo sí -dijo Una-. Bueno, creía a medias, hasta que aprendimos Adiós recompensas. ¿Conoces Adiós recompensas y hechizos?

-¿Te refieres a esto? -echó su gran cabeza hacia atrás y comenzó en el segundo verso:

Las buenas comadres bien pueden decir,

ahora que las mujeres de mala vida

tienen en las vaquerías tan buena vida

y aunque no barren menos sus hogares

(¡Tú también, Una!:)

que otras chicas,

que sin embargo últimamente

encuentran seis peniques en su zapato.

El eco resonó por toda la pradera.

-Pues claro que lo conozco -dijo.

-Y luego está el verso sobre los anillos -dijo Dan-. Cuando era pequeño siempre me hacía sentir mal.

-¿Te refieres a «Dejad memoria de aquellos anillos y danzas»? -retumbó la voz de Puck como si fuese un órgano de iglesia.

De aquellos que aún existen,

que en los tiempos de la Reina María arraigaron

en gran número de praderíos herbosos.

Pero desde el reinado de Elisabeth,

y más tarde cuando James llegó,

jamás se han vuelto a ver en los páramos,

como en otros tiempos ocurría.

-Ha pasado ya un tiempo desde la última vez que lo escuché, pero de nada sirve ponerlo ahora en entredicho: es cierto. La Gente de las Colinas se ha ido. Les he visto llegar a la Vieja Inglaterra y les he visto irse. Gigantes, trolls, kelpies,...

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Autor

Joseph Rudyard Kipling (Bombay, 1865-Londres, 1936), autor de relatos y cuentos infantiles, novelista y poeta, se le recordará, sobre todo, por sus obras infantiles. Entre ellas, destacan El libro de la Selva (1894), el relato corto El hombre que pudo ser rey (1888), la novela de espionaje Kim (1901), y Puck de la colina de Pook (1906), algunos de ellos, llevados al cine. Después de rechazar el premio nacional de poesía Poet Laureat en 1895, la Order of Merit y el título de Sir de la Order of the British Empire, Kipling aceptó el Premio Nobel de Literatura de 1907 convirtiéndose en el ganador más joven hasta la fecha de este premio, y en el primer escritor británico en recibir este galardón.