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Cumbres Borrascosas

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
392 Seiten
Spanisch
Siruelaerschienen am20.09.20101. Auflage
«Cuando se habla de literatura inmortal [...], el lector no puede dejar de pensar en Cumbres borrascosas, porque nunca esa expresión se ha hecho tan exacta y tan radiante como cuando uno abre sus páginas.»Alejandro Gándara Lockwood, el nuevo inquilino de la Granja de los Tordos, situada en los inhóspitos páramos de Yorkshire, se ve forzado a buscar refugio una noche en Cumbres Borrascosas, el hogar de su casero. Aquí descubre los hechos que tuvieron lugar unos años antes: la intensa pasión entre el joven expósito Heathcliff y Catherine Earnshaw, y su traición hacia él. Dado que la amargura y la venganza de Heathcliff revierten en la siguiente generación, a sus inocentes herederos no les queda más remedio que luchar por escapar del legado del pasado...mehr
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Klappentext«Cuando se habla de literatura inmortal [...], el lector no puede dejar de pensar en Cumbres borrascosas, porque nunca esa expresión se ha hecho tan exacta y tan radiante como cuando uno abre sus páginas.»Alejandro Gándara Lockwood, el nuevo inquilino de la Granja de los Tordos, situada en los inhóspitos páramos de Yorkshire, se ve forzado a buscar refugio una noche en Cumbres Borrascosas, el hogar de su casero. Aquí descubre los hechos que tuvieron lugar unos años antes: la intensa pasión entre el joven expósito Heathcliff y Catherine Earnshaw, y su traición hacia él. Dado que la amargura y la venganza de Heathcliff revierten en la siguiente generación, a sus inocentes herederos no les queda más remedio que luchar por escapar del legado del pasado...
Details
Weitere ISBN/GTIN9788498414929
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2010
Erscheinungsdatum20.09.2010
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.2
Seiten392 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1184 Kbytes
Artikel-Nr.2883914
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe

Prólogo
Somos Heathcliff y todo lo demás

Cumbres Borrascosas es una novela sobre la que suelen correr rumores: es un folletón, es un melodrama decimonónico, es la enfermedad del amor romántico⦠Y sobre la que cuelgan las etiquetas correspondientes, sin mayores reparos. Es posiblemente una consecuencia derivada más de las versiones cinematográficas -en las que ha sido regla exaltar la pasión entre Catherine y Heathcliff llevándola más allá de la vida, y borrando la urdimbre y los contornos en los que esa pasión se sitúa- que de una lectura estrictamente literaria.

Ciertamente la trama, el encadenamiento de la acción, gira sobre esa relación y es ella la que da pie a todo lo demás. Pero no hay que confundir la trama con el argumento o tema, porque éste es muy superior y mucho más amplio que los sucesos que afectan a los dos protagonistas enamorados. De hecho, no estamos ante una visión psicológica del asunto, sino ante una visión panorámica, una cosmovisión en la que el amor es una fuerza más en un mundo regido por fuerzas desatadas, sin origen y sin control, que se despliegan a la vez sobre la naturaleza, la sociedad y los individuos. Y hasta el punto de que afirmar que Cumbres Borrascosas es una novela de amor resulta un pobre esquematismo.

Sólo con el juego de narradores que se trae este relato bastaría para indicar la complejidad de sus pretensiones. El principal es un narrador identificado en la figura de un forastero (urbano) que se deja caer por los páramos con la intención de encontrar un poco de sosiego y que va a darse de bruces con un Heathcliff ya amargado y resentido, sin otra perspectiva que la de envenenar las vidas de los que están cerca. Del recién llegado acabamos sabiendo que en realidad es el espejo inverso del protagonista: un ser medroso, incapaz de enfrentarse al compromiso y al que ha puesto en fuga la simple posibilidad de comenzar una relación con una señorita con la que se ha cruzado unas cuantas veces. Tan blando personaje habrá de contarnos una historia de pasión y locura, en la que el tejido de afectos, rencores y puntos de vista sobre los acontecimientos es una maraña en la que además abundan las zonas de sombra.

Se diría, sin temor a equivocarse mucho, que es un narrador del todo inadecuado, tanto por sus escasos conocimientos de los entresijos del alma humana, no digamos del alma retorcida de los sufrientes, como por sus escasos conocimientos de lo que parece dispuesto a contar. Entonces, ¿qué hace ahí? ¿No es más que un recurso a falta de otros mejores, una ocurrencia bastante convencional, por otro lado?

Pero al principio, aunque lo sospeche, el lector no sabe nada de esto, desconoce el grado de miseria y de epifanía al que podrá llegar una galería de personajes que va tomando forma -y deformándose- a medida que la información -y la contrainformación- avance. En cambio, cuando el relato se encuentre en mitad de la tormenta, azotado furiosamente por los antagonismos, caerá en la cuenta de que ese narrador blando e incompetente cumple una función gloriosa: la de observar con ojos deslumbrados y sin prejuicios morales (al menos esa clase de prejuicios que rondan los páramos y la vida rural de la época y del sitio) una devastación humana absoluta al tiempo que un canto a esa misma existencia, en la que el dolor y el amor, el éxtasis y la putrefacción, la pureza y el resentimiento se mezclan como las manifestaciones de un meteoro. Bien, es lo que se llama un narrador especular, un espejo que es fiel reflejo de lo que ponen delante de él, y donde su pulida falta de relieves permite que nos hagamos una idea confiable de la materia que se proyecta (tanto más pulido y fiel cuanto más arduo y enrevesado es lo que muestra).

Dado que el sujeto/narrador en cuestión carece de información de primera mano sobre lo que quiere contarnos y dado que tampoco parece muy capaz de conseguirla a base de propia iniciativa (segunda incompetencia), observamos cómo no le queda más remedio que servirse de alguien que sepa. Y así se nos presenta la señora Dean, que es la que de verdad domina los oscuros materiales de los páramos, a veces como testigo directo y otras como depositaria de las confesiones de los implicados. En algún momento, y comprobada la competencia de cada cual, el lector ha de preguntarse por qué no lo cuenta todo y directamente la señora Dean, qué necesidad hay de que las cosas tengan que ser filtradas por el narrador flojo. Parte de la respuesta ha sido dada más arriba (deslumbramiento y ausencia de prejuicio). La otra parte tiene que ver con lo que la novela aspira a contar, y ello no es una determinada peripecia amorosa, cargada de episodios singulares (aunque lo singular del amor es lo comunes que son todos sus episodios), sino a qué otros asuntos remite esa fuerza poderosa, de qué modo es constitutiva del mundo o, mejor, de qué modo el mundo la constituye. Y para eso no bastan los episodios ni la peripecia, ni los protagonistas, ni su amor, ni su desenlace. Para eso hay que comenzar en la perplejidad, sumergirse en la confusión y desafiar al caos. El único que está dotado para ello es precisamente ese narrador que considerábamos blando, para el que la existencia humana es un laberinto y para quien el universo es un escaparate de amenazas. Como Parménides, si queremos entender, es necesario viajar a la oscuridad del Hades: pero viajar desde la luz mortal, y sin tener miedo. Y lo curioso de nuestro narrador principal (especular) es que no tiene miedo a meterse ahí, o lo tiene y aún así persiste. Blando, pero al fin y al cabo valiente. Quiere enterarse: ¿qué le queda, si no? ¿Qué nos queda si ni siquiera nos enteramos de qué está hecho nuestro miedo?

Él ordena la historia, la confabula, dispone la claridad y las sombrasâ¦, mientras la señora Dean le entrega los suministros para que eso sea posible. Un narrador especular y otro secundario, aunque fundamental⦠A medida que progresamos en el texto la sospecha o la incomodidad es creciente acerca de un asunto, a saber: si Lockwood, ese forastero empeñado en conocer, está ofreciendo las palabras de la señora Dean o las suyas. ¿Hasta dónde debemos creerle? ¿Hasta dónde se escucha a la señora Dean y hasta dónde a Lockwood en cada una de las afirmaciones y cada uno de los secretos? El lector vivirá esa tensión subrepticia con el mismo estado de ánimo en que soportará las otras tensiones entre lo verdadero y lo falso, lo cierto y lo incierto, el amor y sus invenciones, fatalidades y mentiras consentidasâ¦, entre el amor y todo lo demás.

Y es que la pasión está mirada desde muy arriba, desde una especie de ojo cósmico que en vez de engrandecerla la disminuye al mezclarla con las otras fuerzas de la existencia. Sigue ahí, desde luego, jactanciosa como una dueña de almas, pero zarandeada por otras pasiones y por otras violencias. Tanto es así que, en el comienzo de la narración, lo que nos encontramos son ya las consecuencias de ese amor -que al parecer fue tan grande- convertido en miseria y rencor: Heathcliff se halla en pleno despliegue de su venganza, destilando su mal, su impotencia y su tétrico desdén sobre las segundas generaciones de los páramos, que reproducen a las primeras con una simetría que pregona por adelantado la tragedia. Es decir, en el arranque no se habla de amor, sino de resentimiento, un resentimiento tan fuerte como el amor que lo precedió, pero con una extraordinaria capacidad de expansión. Y de hecho, en este segundo movimiento de la novela, que ocupa tanto como el de la relación entre Catherine y Heathcliff, uno puede preguntarse justificadamente si toda la historia no girará en realidad sobre la potencia destructiva del corazón humano más que sobre los afectos y su desbordamiento romántico. Desde luego, en el relato pesan por igual.

Pero ya hemos dicho que la psicología y lo estrictamente humano están convenientemente diluidos, o al menos relativizados, en un conjunto mayor en el que hay otras cosas que destacan. Es el caso de la naturaleza fisica que da título a la novela, cuya presencia e intervenciones son de tal magnitud y significado que da lugar a lo que se conoce como correlato objetivo, es decir, junto al de los personajes con alma hay un relato que debe ser leído paralelamente y que corresponde a un protagonista objetivo (de objeto), que también está contando lo suyo. Los páramos no son un paisaje ni un escenario aunque también lo sean: son, sobre todo, personajes del drama que aportan su particular carácter y sus conflictos. Se trata de una naturaleza semoviente, cambiante, en busca siempre de forma, cuyo rostro se modifica a cada paso y donde los protagonistas con alma, los seres vivos, tan pronto como se introducen, se pierden. Es el territorio en el que lo humano se anega, en contacto con una dimensión que le supera de principio a fin y donde late la amenaza de su desaparición. El mundo humano, sus conflictos, pasiones e intereses quedan reducidos a la mezquindad de sus verdaderas proporciones cuando entran en pugna con las auténticas fuerzas del todo. El ejercicio literario de la autora es aquí muy consciente, arrancando la semántica de la psicología y del espíritu mortal del campo de descripción de los objetos naturales, que tienen sus propias leyes y, por tanto, su lenguaje.

Otra fuerza que cruza el relato, sin un aparente protagonismo, pero con una eficiencia fuera de duda, es ese espacio exterior al ambiente centrípeto y angustiado en el que viven los personajes de estas cumbres, y en el que puede sentirse la presencia lejana, aunque intensa, de la ciudad, de las nuevas urbes que...

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