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Cuentos de amor de locura y de muerte

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
170 Seiten
Spanisch
Linkguaerschienen am31.08.2010
Tres temas parecerían organizar este volumen de relatos que ahora el lector tiene en sus manos, estos son: Cuentos de amor de locura y de muerte.Sin embargo, la ausencia de comas en el título, una voluntad expresa del autor, que no pocos editores han pasado de largo, sugiere otra organización, o más bien, otra des-organización, en la que se amalgaman amor, locura y muerte. Bien podrá haber incomodado esta indisciplina sintáctica a ciertos editores, haber escandalizado a algún que otro defensor del cumplimiento a pie juntillas de las normativas gramaticales, o seguir poniendo en aprieto a más de un profesor de español. La transgresión de fronteras aparentemente fijas aparece aquí, en el título, como clave esencial para todo un volumen que pone en contacto, contagia, contamina. Amor de locura, amor de muerte, locura de muerte, muerte de amor... Alquimia narrativa que cabalga sin pausas, proliferando en pos de tensiones, intensidades y dudas. Porque este libro, quizá el más conocido de su autor y para muchos su mejor volumen de cuentos, convoca relatos oídos y fantasmas olvidados, ansiedades escondidas y temores reprimidos. Los convoca y los transfigura en una prosa vigorosa. Pero, además, en ese 'de amor de locura y de muerte' resuena una cadencia que pareciera desdeñar las pausas entre uno y otro elemento, y apresurarse hacia un final, que es, en el caso del título, el comienzo del volumen. Entramos a Cuentos de amor de locura y de muerte tropezando, algo desorientados, aferrándonos al calificativo de 'cuentos' que el título proporciona como tabla segura. Los cuentos de Horacio Quiroga no son, sin embargo, hijos de la premura. Es sabido que el autor trabajaba largo tiempo en ellos, despojándolos de capas a su parecer innecesarias, de adjetivaciones fortuitas y enunciaciones superfluas.

Horacio Silvestre Quiroga Forteza (Salto, 31 de diciembre de 1878-Buenos Aires, 19 de febrero de 1937). Uruguay. Era hijo del vicecónsul argentino en Salto quien descendía del caudillo riojano Facundo Quiroga. Desde pequeño vivió acontecimientos trágicos: a los tres meses de edad, su padre murió de un disparo accidental de su propia escopeta en su presencia. En 1891 su madre se volvió a casar -esta vez con Ascencio Barcos-, y Quiroga estableció profundos vínculos afectivos con éste. Sin embargo, tras cinco años de matrimonio, Barcos, que sufría una parálisis provocada por un derrame cerebral, se suicidó. Más tarde Quiroga terminó en Montevideo la enseñanza secundaria. Adquirió formación técnica, en el Instituto Politécnico de Montevideo, y general en el Colegio Nacional. En 1898 se enamoró de María Esther Jurkovski, que inspiraría dos obras suyas: Las sacrificadas y Una estación de amor. Por esos tiempos Quiroga comenzó a colaborar en el semanario Gil Blas y estableció amistad con el escritor argentino Leopoldo Lugones, que fue una de sus principales influencias. Hacia 1900 Quiroga se fue a París tras recibir la herencia de su padre. Al volver, fundó el 'Consistorio del Gay Saber', un laboratorio literario donde se ensayaron nuevas formas de expresión.   Tras la aparición de su primer libro (Los arrecifes de coral) murieron dos de sus hermanos víctimas del tifus. Ese mismo año su amigo Federico Ferrando, que había recibido fuertes críticas del periodista Germán Papini, decidió retar a duelo a aquél. Quiroga se ofreció para preparar el revólver que iba a ser utilizado en el duelo y mientras revisaba el arma se le escapó un disparo que mató a Federico. Abatido, Quiroga cruzó el Río de la Plata en 1902 y fue a vivir con María, otra de sus hermanas. En 1903, acompañó como fotógrafo a Lugones en una expedición para investigar unas ruinas de las misiones jesuíticas. La visión de la jungla marcaría su vida, seis meses después compró unos campos de algodón en el Chaco. El proyecto fracasó. Y, sin embargo, en 1906 decidió volver otra vez a la selva y comprar otra finca. Por entonces Quiroga se enamoró de una alumna suya -la adolescente Ana María Cires-; y le dedicó su primera novela, titulada Historia de un amor turbio, se casó con ella y la llevó a vivir a la selva. En 1911 Ana María dio a luz asistida por Quiroga a su primera hija, Eglé Quiroga, en su casa de la selva. Sin embargo, ella no se adaptaba a aquella vida y le pidió Quiroga que regresaran a Buenos Aires. Ante la negativa de éste, Ana María se envenenó en 1915. Durante 1917, Quiroga vivió con sus hijos en un sótano de la avenida Canning, alternando su trabajo como diplomático y la escritura de relatos publicados en revistas. La mayoría de estos fueron recogidos en libros, el primero de los cuales fue Cuentos de amor de locura y de muerte (sic, título sin coma), que tuvo gran éxito de público y de crítica. Al año siguiente apareció Cuentos de la selva, colección de relatos infantiles protagonizados por animales y ambientados en la selva. Quiroga dedicó este libro a sus hijos, que lo acompañaron durante ese período de pobreza.
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KlappentextTres temas parecerían organizar este volumen de relatos que ahora el lector tiene en sus manos, estos son: Cuentos de amor de locura y de muerte.Sin embargo, la ausencia de comas en el título, una voluntad expresa del autor, que no pocos editores han pasado de largo, sugiere otra organización, o más bien, otra des-organización, en la que se amalgaman amor, locura y muerte. Bien podrá haber incomodado esta indisciplina sintáctica a ciertos editores, haber escandalizado a algún que otro defensor del cumplimiento a pie juntillas de las normativas gramaticales, o seguir poniendo en aprieto a más de un profesor de español. La transgresión de fronteras aparentemente fijas aparece aquí, en el título, como clave esencial para todo un volumen que pone en contacto, contagia, contamina. Amor de locura, amor de muerte, locura de muerte, muerte de amor... Alquimia narrativa que cabalga sin pausas, proliferando en pos de tensiones, intensidades y dudas. Porque este libro, quizá el más conocido de su autor y para muchos su mejor volumen de cuentos, convoca relatos oídos y fantasmas olvidados, ansiedades escondidas y temores reprimidos. Los convoca y los transfigura en una prosa vigorosa. Pero, además, en ese 'de amor de locura y de muerte' resuena una cadencia que pareciera desdeñar las pausas entre uno y otro elemento, y apresurarse hacia un final, que es, en el caso del título, el comienzo del volumen. Entramos a Cuentos de amor de locura y de muerte tropezando, algo desorientados, aferrándonos al calificativo de 'cuentos' que el título proporciona como tabla segura. Los cuentos de Horacio Quiroga no son, sin embargo, hijos de la premura. Es sabido que el autor trabajaba largo tiempo en ellos, despojándolos de capas a su parecer innecesarias, de adjetivaciones fortuitas y enunciaciones superfluas.

Horacio Silvestre Quiroga Forteza (Salto, 31 de diciembre de 1878-Buenos Aires, 19 de febrero de 1937). Uruguay. Era hijo del vicecónsul argentino en Salto quien descendía del caudillo riojano Facundo Quiroga. Desde pequeño vivió acontecimientos trágicos: a los tres meses de edad, su padre murió de un disparo accidental de su propia escopeta en su presencia. En 1891 su madre se volvió a casar -esta vez con Ascencio Barcos-, y Quiroga estableció profundos vínculos afectivos con éste. Sin embargo, tras cinco años de matrimonio, Barcos, que sufría una parálisis provocada por un derrame cerebral, se suicidó. Más tarde Quiroga terminó en Montevideo la enseñanza secundaria. Adquirió formación técnica, en el Instituto Politécnico de Montevideo, y general en el Colegio Nacional. En 1898 se enamoró de María Esther Jurkovski, que inspiraría dos obras suyas: Las sacrificadas y Una estación de amor. Por esos tiempos Quiroga comenzó a colaborar en el semanario Gil Blas y estableció amistad con el escritor argentino Leopoldo Lugones, que fue una de sus principales influencias. Hacia 1900 Quiroga se fue a París tras recibir la herencia de su padre. Al volver, fundó el 'Consistorio del Gay Saber', un laboratorio literario donde se ensayaron nuevas formas de expresión.   Tras la aparición de su primer libro (Los arrecifes de coral) murieron dos de sus hermanos víctimas del tifus. Ese mismo año su amigo Federico Ferrando, que había recibido fuertes críticas del periodista Germán Papini, decidió retar a duelo a aquél. Quiroga se ofreció para preparar el revólver que iba a ser utilizado en el duelo y mientras revisaba el arma se le escapó un disparo que mató a Federico. Abatido, Quiroga cruzó el Río de la Plata en 1902 y fue a vivir con María, otra de sus hermanas. En 1903, acompañó como fotógrafo a Lugones en una expedición para investigar unas ruinas de las misiones jesuíticas. La visión de la jungla marcaría su vida, seis meses después compró unos campos de algodón en el Chaco. El proyecto fracasó. Y, sin embargo, en 1906 decidió volver otra vez a la selva y comprar otra finca. Por entonces Quiroga se enamoró de una alumna suya -la adolescente Ana María Cires-; y le dedicó su primera novela, titulada Historia de un amor turbio, se casó con ella y la llevó a vivir a la selva. En 1911 Ana María dio a luz asistida por Quiroga a su primera hija, Eglé Quiroga, en su casa de la selva. Sin embargo, ella no se adaptaba a aquella vida y le pidió Quiroga que regresaran a Buenos Aires. Ante la negativa de éste, Ana María se envenenó en 1915. Durante 1917, Quiroga vivió con sus hijos en un sótano de la avenida Canning, alternando su trabajo como diplomático y la escritura de relatos publicados en revistas. La mayoría de estos fueron recogidos en libros, el primero de los cuales fue Cuentos de amor de locura y de muerte (sic, título sin coma), que tuvo gran éxito de público y de crítica. Al año siguiente apareció Cuentos de la selva, colección de relatos infantiles protagonizados por animales y ambientados en la selva. Quiroga dedicó este libro a sus hijos, que lo acompañaron durante ese período de pobreza.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788498970319
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2010
Erscheinungsdatum31.08.2010
Reihen-Nr.242
Seiten170 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1223 Kbytes
Artikel-Nr.3216161
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe

Prólogo

Tres temas -amor, locura, muerte- parecerían organizar este volumen de relatos que ahora el lector tiene en sus manos. Sin embargo, la ausencia de comas en el título, una voluntad expresa del autor, que no pocos editores han pasado de largo, sugiere otra organización, o más bien, otra des-organización, en la que se amalgaman amor, locura y muerte.1 Bien podrá haber incomodado esta indisciplina sintáctica a ciertos editores, haber escandalizado a algún que otro defensor del cumplimiento a pie juntillas de las normativas gramaticales, o seguir poniendo en aprieto a más de un profesor de español. La transgresión de fronteras aparentemente fijas aparece aquí, en el título, como clave esencial para todo un volumen que pone en contacto, contagia, contamina. Amor de locura, amor de muerte, locura de muerte, muerte de amor... Alquimia narrativa que cabalga sin pausas, proliferando en pos de tensiones, intensidades y dudas. Porque este libro, quizá el más conocido de su autor y para muchos su mejor volumen de cuentos, convoca relatos oídos y fantasmas olvidados, ansiedades escondidas y temores reprimidos. Los convoca y los transfigura en una prosa vigorosa. Pero, además, en ese «de amor de locura y de muerte» resuena una cadencia que pareciera desdeñar las pausas entre uno y otro elemento, y apresurarse hacia un final, que es, en el caso del título, el comienzo del volumen. Entramos al libro tropezando, algo desorientados, aferrándonos al calificativo de «cuentos» que el título proporciona como tabla segura. Los cuentos de Horacio Quiroga no son, sin embargo, hijos de la premura. Es sabido que el autor trabajaba largo tiempo en ellos, despojándolos de capas a su parecer innecesarias, de adjetivaciones fortuitas y enunciaciones superfluas. Es en esta técnica que podríamos llamar de purgación -dejando de lado las connotaciones religiosas, claro está- donde radica la sensación, que el lector experimentará con frecuencia al adentrarse en estos relatos, de estar ante el núcleo concentrado y cerrado de una historia inquietante. Sensación que contrasta con la acusación de «desaliño verbal» o ausencia del «menor escrúpulo verbal», uno de los reproches más fuertes de parte de la posterior generación de escritores, reunidos alrededor de las revistas Proa y Martín Fierro, en Buenos Aires.

En «Ante el tribunal» un texto sui generis aparecido en la revista El hogar en 1931 Quiroga se presenta a sí mismo ante un tribunal literario que juzgará si su obra debe o no pasar a la historia. Su defensa se dirige precisamente al vituperio a que se vio sometida su obra, y lo hace recordándoles a los jóvenes iconoclastas -en una fórmula que Borges, uno de sus más duros detractores,2 retomaría luego-3 que toda generación tiene la obligación, el sino inevitable, de separarse violentamente de sus predecesores para ser atacada más tarde por sus sucesores. Ante el tribunal literario alega Quiroga: «batallé contra otro pasado y otros yerros con saña igual a la que se ejerce hoy conmigo. Durante años he luchado por conquistar, en la medida de mis fuerzas, cuanto hoy se me niega». Habrían de pasar algunos años hasta que, a partir de la segunda mitad del siglo XX, a raíz de la «generación del 45» en Uruguay y el grupo de Contorno en Argentina, Horacio Quiroga fuera reconocido4 no sólo como excelente cuentista sino como figura fundadora del cuento latinoamericano y de la teoría sobre éste. Con él se inaugura la reflexión acerca del cuentista como profesional; reflexión que será enriquecida posteriormente por autores como Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes y Augusto Monterroso, entre otros. A despecho de la innegable amalgama amor-locura-muerte, esta última constituye el hilo rojo que atraviesa todo el volumen. Nada asombroso si tomamos en cuenta la contundente presencia de la muerte en la vida del autor: su padre muere a poco de haber nacido Horacio Quiroga, su padrastro se suicida siendo él un adolescente; más tarde, en 1901 mueren dos de sus hermanos; en 1902 el joven Quiroga mata por accidente a su mejor amigo; en 1912 su joven esposa se suicida; y, por último, el autor uruguayo termina con su vida en 1937 en Buenos Aires.

Acaso sea la ubicuidad de la muerte en la biografía de Quiroga una de las razones que explican por qué «los cuentos negros», según la denominación de John A. Crow en su ya clásico ensayo de 1939, dominan, en cantidad y peso narrativo. En ellos el horror aparece ya en las primeras líneas como un presagio hacia cuyo cumplimiento se desenvuelve veloz todo el relato. Puede que el más contundente de estos «cuentos tremendos sin tremendismos» -como acertadamente los denominara Juan Carlos Onetti- sea «La gallina degollada». El sosiego de las primeras palabras («Todo el día, sentados en el patio en un banco») se oscurece antes de cerrar la frase con la acotación «estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini Ferraz». La violencia implícita en el degüello del título emerge como contraposición a dicha tranquilidad para ir atrapando in crescendo a cada uno de los personajes que aparecen en el texto hasta llegar a un final atroz, cuya sobria descripción, apenas bosquejada, acrecienta la crueldad del acto. El ritmo acelerado de este cuento contrasta con la parálisis paulatina -del protagonista y del texto- en «La miel silvestre», lo mismo que «A la deriva» (su primer cuento sobre la región de Misiones) donde se relata la muerte lenta de un hombre tras ser mordido por una víbora. «La insolación», por su parte, cambia de perspectiva y pone en el centro la mirada de unos perros que vaticinan y relatan la muerte de su dueño, mientras que en «El solitario» una joya de brillo seductor y meticulosa elaboración pasa de ser el objeto del deseo de una esposa avara a servir como arma mortal para su muerte.

Tanto por el tremendismo de las historias, por el manejo de elementos fantásticos, por la densidad de los detalles y las descripciones, así como por el marcado psicologismo, en todos estos cuentos la herencia de Poe, pero también de Maupassant, Kipling y Chéjov, es innegable. También lo es la capacidad de Quiroga para apropiarse de ciertas atmósferas, de ciertos giros inscribiendo las historias en un contexto latinoamericano dado tanto en su dimensión urbana como en el ámbito rural. Con matices y giros diferentes la muerte es un componente ubicuo en ambos espacios, incluso en relatos como «El primer cigarro» o «La meningitis y su sombra» donde apenas se le nombra. En aquel como motor que desencadena el relato, en éste como amenaza que lo justifica. Personalmente considero este último relato, «La meningitis y su sombra», como uno de los más complejos y más logrados de todo el volumen. Un joven ingeniero recibe -y cede ante- un encargo de un conocido lejano que le pide sirva de consuelo a su joven hermana, María Elvira Funes, gravemente enferma y víctima de delirios febriles acompañados de una «ansiedad angustiosa, imposible de calmar». Lo insólito de este cuadro con que se abre el relato es el hecho de que el protagonista apenas conoce a dicha joven, mientras ella, en una «sencilla obsesión a cuarenta y un grados» clama desesperada por la pasión del desconocido. Con estos ingredientes se plantea la intriga que el protagonista y narrador en primera persona irá desarrollando a modo de acotaciones, comentarios y reproducciones de las notas enviadas por los Funes. Relato y acción avanzan juntos paso a paso, y este paralelismo le aporta al cuento una presencialidad contundente que sirve de gancho para la lectura, y que viene a ser disputada en las últimas líneas en que la intensidad de todo el cuento parece más un producto de la escritura que ésta un producto de la intensidad. Por otra parte, el texto va creando una ficción dentro de la ficción, en la que el narrador hace las veces de amante al tiempo que María Elvira, la enferma, actúa -en consonancia con el delirio de la fiebre- como enamorada correspondida. Es en el recurso a la metaficción y la resultante endeble frontera divisoria entre diferentes planos de ficción donde se localiza la tensión que sustenta todo el relato. A pesar de los esfuerzos de la familia Funes por el contagio entre estos planos, pronto el protagonista se encontrará deseando que se inviertan el carácter imaginario de la pasión con el carácter real de la enfermedad. El límite amenaza con quebrarse cuando María Elvira, en pleno desvarío, susurra «Y cuando sane y no tenga más delirio ... ¿me querrás todavía?». El protagonista ahora enamorado, pero también el lector ya imbuido en el dilema de estos planos superpuestos, se preguntará hasta el final si dicha frase fue enunciada desde la cordura o desde el delirio.

Como recuerda Andrés Neuman en el ensayo preliminar a la edición de 2004 (Editorial Menoscuarto), Quiroga calificó este cuento bajo la rúbrica de «historias a puño limpio», en contraposición a los «cuentos de efecto», por un lado, y a los «cuentos de monte» por el otro. Los cuentos de efecto serían aquellos cuya eficacia está en una especie de trampa que suele aparecer en las últimas líneas, un recurso que Quiroga hereda de uno de sus escritores más admirados, Edgar Allan Poe. Frente al efectismo de estos, aquellos que resultan de una pelea a puño limpio con la historia, prescinden de los mecanismos de sorpresa y suelen resultar mucho más complejos narrativamente que los anteriores. Si bien las dos primeras calificaciones establecen una diferenciación basada en la construcción del relato, la última, «cuentos del monte», alude más bien a la...

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Autor

Horacio Silvestre Quiroga Forteza (Salto, 31 de diciembre de 1878-Buenos Aires, 19 de febrero de 1937). Uruguay.Era hijo del vicecónsul argentino en Salto quien descendía del caudillo riojano Facundo Quiroga. Desde pequeño vivió acontecimientos trágicos: a los tres meses de edad, su padre murió de un disparo accidental de su propia escopeta en su presencia.En 1891 su madre se volvió a casar -esta vez con Ascencio Barcos-, y Quiroga estableció profundos vínculos afectivos con éste. Sin embargo, tras cinco años de matrimonio, Barcos, que sufría una parálisis provocada por un derrame cerebral, se suicidó.Más tarde Quiroga terminó en Montevideo la enseñanza secundaria. Adquirió formación técnica, en el Instituto Politécnico de Montevideo, y general en el Colegio Nacional. En 1898 se enamoró de María Esther Jurkovski, que inspiraría dos obras suyas: Las sacrificadas y Una estación de amor. Por esos tiempos Quiroga comenzó a colaborar en el semanario Gil Blas y estableció amistad con el escritor argentino Leopoldo Lugones, que fue una de sus principales influencias.Hacia 1900 Quiroga se fue a París tras recibir la herencia de su padre. Al volver, fundó el "Consistorio del Gay Saber", un laboratorio literario donde se ensayaron nuevas formas de expresión. Tras la aparición de su primer libro (Los arrecifes de coral) murieron dos de sus hermanos víctimas del tifus. Ese mismo año su amigo Federico Ferrando, que había recibido fuertes críticas del periodista Germán Papini, decidió retar a duelo a aquél. Quiroga se ofreció para preparar el revólver que iba a ser utilizado en el duelo y mientras revisaba el arma se le escapó un disparo que mató a Federico.Abatido, Quiroga cruzó el Río de la Plata en 1902 y fue a vivir con María, otra de sus hermanas. En 1903, acompañó como fotógrafo a Lugones en una expedición para investigar unas ruinas de las misiones jesuíticas. La visión de la jungla marcaría su vida, seis meses después compró unos campos de algodón en el Chaco. El proyecto fracasó. Y, sin embargo, en 1906 decidió volver otra vez a la selva y comprar otra finca.Por entonces Quiroga se enamoró de una alumna suya -la adolescente Ana María Cires-; y le dedicó su primera novela, titulada Historia de un amor turbio, se casó con ella y la llevó a vivir a la selva. En 1911 Ana María dio a luz asistida por Quiroga a su primera hija, Eglé Quiroga, en su casa de la selva. Sin embargo, ella no se adaptaba a aquella vida y le pidió Quiroga que regresaran a Buenos Aires. Ante la negativa de éste, Ana María se envenenó en 1915.Durante 1917, Quiroga vivió con sus hijos en un sótano de la avenida Canning, alternando su trabajo como diplomático y la escritura de relatos publicados en revistas. La mayoría de estos fueron recogidos en libros, el primero de los cuales fue Cuentos de amor de locura y de muerte (sic, título sin coma), que tuvo gran éxito de público y de crítica. Al año siguiente apareció Cuentos de la selva, colección de relatos infantiles protagonizados por animales y ambientados en la selva. Quiroga dedicó este libro a sus hijos, que lo acompañaron durante ese período de pobreza.