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El hombre de las marionetas

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
240 Seiten
Spanisch
Siruelaerschienen am15.11.20171. Auflage
«La vida es una aventura, un milagro, un misterio. Pero al mismo tiempo tiene un fondo sombrío: se necesitan miles de millones de años para crear un ser humano, y tan solo segundos para verlo desaparecer».JOSTEIN GAARDER Sexagenario, excéntrico y apasionado estudioso del indoeuropeo en el Departamento de Lingüística de la Universidad de Oslo, Jakop lleva una vida solitaria. Sin hijos ni parientes cercanos, únicamente mantiene relación con su exmujer y con su amigo Pelle. Pero el llevar una vida social tan reducida no parece importarle lo más mínimo, ya que una peculiar actividad ocupa por completo sus jornadas y, por extensión, la totalidad de su existencia: asiste a los funerales de personas a las que no conoce, se mezcla con los deudos y rememora para ellos las más entrañables anécdotas de su ficticia relación con el difunto, pequeñas historias que, indefectiblemente, conmueven en lo más hondo a los presentes. Hasta que un día, en uno de los sepelios, Jakop conoce a Agnes... Con su inigualable habilidad para abordar con aparente ligereza lo más profundo y trascendental, el autor de El mundo de Sofía nos ofrece una inolvidable novela en cuyo centro residen, en realidad, el hombre y sus eternas preguntas sobre el sentido del universo.

Jostein Gaarder (Oslo, 1952) fue profesor de Filosofía y de Historia de las Ideas en un instituto de Bergen durante diez años. En 1986 empezó a publicar libros, y en 1990 recibió el Premio de la Crítica y el Premio literario del Ministerio de Cultura noruegos por su novela El misterio del solitario (Siruela, 1995). Pero fue El mundo de Sofía (Siruela, 1994) la obra que se convirtió en un auténtico best-seller mundial e hizo de su autor una celebridad internacional. Gaarder creó la Fundación Sofía, cuyo premio anual dotó económicamente a la mejor labor innovadora a favor del medioambiente y el desarrollo.
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR27,18
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR9,99

Produkt

Klappentext«La vida es una aventura, un milagro, un misterio. Pero al mismo tiempo tiene un fondo sombrío: se necesitan miles de millones de años para crear un ser humano, y tan solo segundos para verlo desaparecer».JOSTEIN GAARDER Sexagenario, excéntrico y apasionado estudioso del indoeuropeo en el Departamento de Lingüística de la Universidad de Oslo, Jakop lleva una vida solitaria. Sin hijos ni parientes cercanos, únicamente mantiene relación con su exmujer y con su amigo Pelle. Pero el llevar una vida social tan reducida no parece importarle lo más mínimo, ya que una peculiar actividad ocupa por completo sus jornadas y, por extensión, la totalidad de su existencia: asiste a los funerales de personas a las que no conoce, se mezcla con los deudos y rememora para ellos las más entrañables anécdotas de su ficticia relación con el difunto, pequeñas historias que, indefectiblemente, conmueven en lo más hondo a los presentes. Hasta que un día, en uno de los sepelios, Jakop conoce a Agnes... Con su inigualable habilidad para abordar con aparente ligereza lo más profundo y trascendental, el autor de El mundo de Sofía nos ofrece una inolvidable novela en cuyo centro residen, en realidad, el hombre y sus eternas preguntas sobre el sentido del universo.

Jostein Gaarder (Oslo, 1952) fue profesor de Filosofía y de Historia de las Ideas en un instituto de Bergen durante diez años. En 1986 empezó a publicar libros, y en 1990 recibió el Premio de la Crítica y el Premio literario del Ministerio de Cultura noruegos por su novela El misterio del solitario (Siruela, 1995). Pero fue El mundo de Sofía (Siruela, 1994) la obra que se convirtió en un auténtico best-seller mundial e hizo de su autor una celebridad internacional. Gaarder creó la Fundación Sofía, cuyo premio anual dotó económicamente a la mejor labor innovadora a favor del medioambiente y el desarrollo.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788417151843
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2017
Erscheinungsdatum15.11.2017
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.384
Seiten240 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1509 Kbytes
Artikel-Nr.3348278
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe

Andrine
Un día de primavera, a finales de la década de los ochenta, tenía que hacer una pequeña visita, de la que avisé con muy poca antelación, a una tía mía en la ciudad de Åsgårdstrand. Hacía solo unos meses que me había separado y vuelto a la vida de soltero. Ya te conté que estuve casado unos años.

Durante nuestros años de convivencia nos habíamos apañado con un solo coche, y la idea era poder seguir compartiéndolo hasta que uno de los dos se comprara otro. Lo de mi viaje imprevisto fue un martes, uno de los días en los que a Reidun le tocaba el coche.

Bueno, así se llamaba mi mujer.

Aunque a mí me tocaba los lunes, miércoles y viernes, albergaba la esperanza de que mi obligación de ir a Åsgårdstrand se impusiera sobre su posible necesidad del coche aquel día en cuestión, pero Reidun tenía que ir a la peluquería y a la tintorería, y, además, tal vez se pasara por casa de una amiga que vivía a solo unas manzanas.

No era la primera vez que nos peleábamos por el coche. Por desgracia, la semana tiene un número de días impar, de modo que uno de ellos, el domingo, ninguno de los dos podíamos alegar la prioridad de su uso. Luego, echando la vista atrás, me he preguntado por qué no lo adjudicamos simplemente un domingo a Reidun y el siguiente a mí y así sucesivamente. También podría haberlo tenido uno hasta las 15:00 horas y el otro a partir de las 15:00, aunque, si hubiera sido un acuerdo en firme, deberíamos haber introducido una especie de sistema por turnos para que el reparto fuera completamente justo (por ejemplo, alternando entre disponer del coche la primera o la segunda parte del domingo); de lo contrario, el acuerdo habría podido quebrar en cualquier momento y ocasionar una nueva ronda de altercados.

Quizá debido a aquella falta de sistema en cuanto al séptimo día de la semana, el día de descanso, los dos estábamos a la espera de que el otro anunciara que había adquirido el coche número dos, para que así la otra parte pudiera quedarse con el viejo Toyota Corolla. En cualquier caso, no poseía tanto valor como para que tuviéramos que comprar uno la parte del otro; yo, al menos, nunca habría pedido a Reidun que me diera un billete de mil si al final ella se quedaba con el viejo cacharro, porque yo me habría comprado un flamante coche que ella no podría ni soñar con tomar prestado.

En la casa donde vivíamos juntos, y en la que Reidun seguía viviendo, había una plaza de aparcamiento que venía con el piso, pero, donde yo tenía entonces mi pequeño refugio, no había más que parquímetros públicos. Teníamos cada uno nuestra llave del coche, pero solo una plaza de aparcamiento, que se encontraba a cuatro paradas de metro de donde yo me había mudado hacía poco. Eso era antes de que me fuera a vivir a la calle Gaupefaret, donde sigo viviendo, al pie de la colina de Holmenkollen.

Aquellos domingos eran nuestro principal caballo de batalla. No teníamos hijos, y, después de que yo me mudara, el único objeto real de conflicto era nuestro viejo Corolla, último resto de los bienes comunes, con asociaciones sensibles a los días en que los dos íbamos en él, con ella o yo al volante. Ese coche oxidado casi hasta la médula era un triste recuerdo de una vida en común, de un matrimonio. Esa parte de la existencia ya había desflorecido.

Como ya mencioné, tanto antes como después del matrimonio he tenido pareja. De cara al exterior solo lo llamábamos «acompañante a la ópera», «escolta a restaurantes» o «compañero de paseos», una serie de muletillas verbales comunes. No obstante, mi única pareja de verdad ha sido mi mujer. Duró unos años. Duró hasta que Reidun primero me diera la espalda, en sentido literal, es decir, en la cama de matrimonio, y luego, después de demasiados meses bajo el mismo techo, dejáramos por fin de compartir la vivienda. La única manera de solucionarlo fue que yo me mudara de la que en un principio fue mi casa.

Gran parte del motivo del divorcio tuvo que ver con Pelle. Reidun no podía ver ni en pintura al señor Skrindo. Opinaba además que su voz era asquerosa, una ofensa directa, porque se lo decía directamente. Pero, si ella no podía verme con Pelle, ni siquiera soportar que estuviéramos charlando en el cuarto de estar cuando no estaba en casa, más valía que se fuera a vivir sola. Se lo dije. Aunque, como ya sabes, fui yo quien al final tuvo que hacer el equipaje y marcharse.

 

Le pregunté con mucha delicadeza si podía llevarme el coche a Åsgårdstrand aquella tarde, pero me encontré con una resistencia tan férrea por su parte que enseguida me di por vencido y le dije que cogería un taxi.

Cuando llegó el taxi, un Mercedes rojo, me fijé en lo compacto del vehículo, lo que supondría una ventaja en un viaje relativamente tan largo y también tan gravoso en un coche particular. No pensé en su ostentoso color hasta que abrí la puerta y me senté en el asiento de atrás. Entonces me percaté de que el color rojo hacía juego con la taxista: Andrine Siggerud era una mujer encantadora de treinta y muchos, tal vez un par de años más que yo, de ojos marrones y largo y ondulado pelo castaño.

Al poco tiempo nos encontrábamos inmersos en una divertida conversación, que fue adquiriendo poco a poco un carácter más filosófico. Mientras hablábamos, ella me miraba cada dos por tres en el espejo, y así yo también podía seguir la expresión de su cara. Su dialecto revelaba claramente que se había criado en el sur de Noruega, en Mandal, me diría después. Se había divorciado hacía algunos años y ahora vivía en Tonsenhagen, en Oslo, con una hija adolescente.

 

Puede crearse una atmósfera casi íntima entre dos personas que van juntas en un coche. Una situación así puede desembocar en una profunda complicidad en mucho menos tiempo que en casi cualquier otra circunstancia. El intenso contacto que se produce mientras el coche pasa volando por nuevos paisajes puede tener un efecto muy estimulante para conversaciones que en otra situación jamás habrían tenido lugar.

La que me llevaba y yo, el pasajero, nos dimos cuenta rápidamente de que teníamos una red de malla fina de referencias comunes, aunque yo, con mi grado académico y experiencia docente, y ella, con la del taxi, nos encontráramos bastante alejados en nuestros quehaceres diarios. Tanto más temas de conversación y tanto más para contarnos.

Se me ocurrió de repente que unos meses atrás había hecho algún que otro viaje de aquel tipo con Reidun, y que habíamos mantenido intensas conversaciones mientras cruzábamos los valles; de todas formas, eso fue antes de que Pelle apareciera.

Las últimas veces que fuimos juntos en el viejo Toyota ninguno de los dos decía nada, cada uno estaba inmerso en un elocuente silencio, quizá ambos estuviéramos pensando en Pelle, y creo que fue justo durante un viaje de esa clase cuando por fin nos dimos cuenta de que algo había terminado, por no decir que todo había terminado.

 

No hace falta que entre en detalles sobre la visita a mi tía. Solo duró una hora. En cualquier caso, ella no tenía fuerzas para más. Así pues, Andrine decidió esperarme en Åsgårdstrand, al menos para poder cobrar el viaje de vuelta a Oslo. Se había traído un libro gordo, una novela con cubierta amarilla que estaba en el asiento delantero derecho, pero yo no conocía ni el autor ni el título, por lo que deduje que era un libro traducido.

Antes de volver a Oslo, almorzamos juntos en un agradable café en aquella idílica ciudad costera donde Edvard Munch pasó unos cuantos veranos y pintó Las chicas en el puente. Nos dimos un largo paseo por las estrechas calles entre las casas de madera. Un olor agridulce subía de los arriates («olor de abril» -comentó uno de los dos-). Al final bajamos al mar y contemplamos uno de los diques, donde había dos cisnes balanceándose en la dársena. Dos almas, se me escapó, o tal vez fuera ella quien lo dijo. Uno de los dos soltó las palabras; el otro asintió con la cabeza.

Cuando volvimos al coche, resultó natural que me sentara delante, al lado de Andrine. Si me hubiera sentado atrás, creo que ella se habría sentido ofendida. Aquel fue nuestro día. Ya eran casi las seis, pronto llegaría el mes de mayo, y la tarde era como una noche de verano.

 

Andrine arrancó el motor y, antes de guardar el libro amarillo en la guantera, empecé a hablarle del parentesco entre algunas palabras de origen indoeuropeo. Era un tema en el que Pelle y yo habíamos estado indagando unos días antes. Como Reidun se había ido, Pelle tenía de nuevo la puerta abierta.

Gul («amarillo»), dije, señalando el libro. La miré. ¿Sabes de dónde viene esta palabra tan corriente?

Andrine estaba muy concentrada en la conducción en ese momento, impaciente por adelantar a un tractor que iba por el medio de la calzada, y asintió con la cabeza.

La forma básica germánica es *gula-, que además es la raíz del inglés yellow, y del alemán gelb, y por supuesto también para el gull en noruego, gold en inglés y Gold en alemán.

¿De verdad?

La encantadora taxista apartó la vista de la carretera por un instante y me miró de reojo.

Gul y yellow. Jamás se me había ocurrido.

Estas semejanzas entre palabras van mucho más allá de lo que se cree, dije. Pueden tener miles de años. A esas antiquísimas palabras las llamamos «palabras heredadas».

¿Palabras heredadas?

Sí, porque son heredadas de una raíz o una forma...

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Autor

Jostein Gaarder (Oslo, 1952) fue profesor de Filosofía y de Historia de las Ideas en un instituto de Bergen durante diez años. En 1986 empezó a publicar libros, y en 1990 recibió el Premio de la Crítica y el Premio literario del Ministerio de Cultura noruegos por su novela El misterio del solitario (Siruela, 1995). Pero fue El mundo de Sofía (Siruela, 1994) la obra que se convirtió en un auténtico best-seller mundial e hizo de su autor una celebridad internacional. Gaarder creó la Fundación Sofía, cuyo premio anual dotó económicamente a la mejor labor innovadora a favor del medioambiente y el desarrollo.