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La doble vida de M. Laurent

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
256 Seiten
Spanisch
Siruelaerschienen am28.02.20181. Auflage
«Un melancólico retrato de Palermo, un homenaje a los clásicos mediterráneos del género negro y una autopsia de los males de la sociedad. El culto, cínico y divertido La Marca es una eficaz mezcla entre Philip Marlowe y Woody Allen».JUAN C. GALINDO, El País «La Verdad es siempre revolucionaria, según dicen; incluida la verdad meteorológica». Y así, por una casualidad, y a causa de un cadáver tendido sobre la acera recién lavada por la lluvia de un Palermo otoñal, Lorenzo La Marca se ve empujado a investigar un caso de homicidio en el milieu anticuario de la capital siciliana. Pero ya sabemos que él tiene su propio tempo: deambula por los sinuosos callejones de la ciudad árabe y por las avenidas arboladas de Mondello, pone un disco de Chet Baker, vuelve a ver una película de Bergman, toma un aperitivo en su terraza contemplando el atardecer sobre el mar de tejados y cúpulas... Y únicamente entonces, como la evanescente y compleja arquitectura de un solo de trompeta, la trama va perfilándose en el aire. Melodías, largometrajes, citas literarias... modernas mitologías y viejos anhelos con los que ese biólogo de profesión, detective por casualidad y dandi por naturaleza que es La Marca homenajea a los clásicos del género negro de la mejor de las maneras: viviéndolos como una novela.

Santo Piazzese (Palermo, 1948), biólogo y escritor, ha publicado, entre otras, las novelas Asesinato en el Jardín Botánico, La doble vida de M. Laurent y Il soffio della valanga, que fueron reunidas en el volumen Trilogia di Palermo, traducido con gran éxito a varios idiomas. En 2011, recibió el Premio Lama e Trama a toda su carrera.
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR29,00
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR9,99

Produkt

Klappentext«Un melancólico retrato de Palermo, un homenaje a los clásicos mediterráneos del género negro y una autopsia de los males de la sociedad. El culto, cínico y divertido La Marca es una eficaz mezcla entre Philip Marlowe y Woody Allen».JUAN C. GALINDO, El País «La Verdad es siempre revolucionaria, según dicen; incluida la verdad meteorológica». Y así, por una casualidad, y a causa de un cadáver tendido sobre la acera recién lavada por la lluvia de un Palermo otoñal, Lorenzo La Marca se ve empujado a investigar un caso de homicidio en el milieu anticuario de la capital siciliana. Pero ya sabemos que él tiene su propio tempo: deambula por los sinuosos callejones de la ciudad árabe y por las avenidas arboladas de Mondello, pone un disco de Chet Baker, vuelve a ver una película de Bergman, toma un aperitivo en su terraza contemplando el atardecer sobre el mar de tejados y cúpulas... Y únicamente entonces, como la evanescente y compleja arquitectura de un solo de trompeta, la trama va perfilándose en el aire. Melodías, largometrajes, citas literarias... modernas mitologías y viejos anhelos con los que ese biólogo de profesión, detective por casualidad y dandi por naturaleza que es La Marca homenajea a los clásicos del género negro de la mejor de las maneras: viviéndolos como una novela.

Santo Piazzese (Palermo, 1948), biólogo y escritor, ha publicado, entre otras, las novelas Asesinato en el Jardín Botánico, La doble vida de M. Laurent y Il soffio della valanga, que fueron reunidas en el volumen Trilogia di Palermo, traducido con gran éxito a varios idiomas. En 2011, recibió el Premio Lama e Trama a toda su carrera.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788417308490
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2018
Erscheinungsdatum28.02.2018
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.400
Seiten256 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1332 Kbytes
Artikel-Nr.3375941
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe

I
September song, aunque era octubre
-Te llevo yo, me viene de paso -le había dicho a Spotorno.

Y no me venía de paso en absoluto.

Las frases de apariencia más inocua son las que ocultan en su interior las bombas de relojería más traicioneras.

Pero será mejor que, antes de continuar con la historia del muerto asesinado, de la ugrofinesa, de la Viuda Alegre y todo lo demás, cuente por qué me encontraba en casa del señor comisario. La Verdad es siempre revolucionaria, según dicen; incluida la verdad meteorológica.

La cuestión es que había rayos y truenos y lluvia y un pedrisco rabioso que pegaba contra los cristales, y que, puntual como una némesis borrascosa, estaba también el consabido apagón de marca ENEL1, que en Palermo se sabe cuándo empieza...

Así que era una noche oscura y tormentosa, ¿qué puedo hacer? Oscura como boca de lobo y tormentosa sin remedio. Y yo estaba desconcertado.

Era un desconcierto existencial, propio de un otoño de verdad, no de esas metáforas otoñales de la vida que nos afligen el año entero por culpa de las estrofas de los más depravados cantautores posmarxistas-neoprévertianos. Estábamos en octubre, y desde la llegada de la Segunda República el otoño me reserva un octubre desconcertado. Son de esos días que parece que tienes un Bronx dentro de la cabeza, pensamientos que deben tratarse con cautela, prestando atención a las esquinas y a los rincones oscuros antes de arribar al refugio de un daiquiri helado en su punto justo. Hasta mi muy privado hi-fi mental se había adecuado al caso, porque desde principios de octubre me atrapaba a traición de vez en cuando y me trasmitía September song en sus más variadas versiones amateurs. Y la contradicción es solo aparente, ¿o no era también eso un índice de desconcierto?

Tal era el motivo de que me encontrara en casa de Spotorno. ¿De qué sirven los amigos, si no? Y ni siquiera era la primera vez en aquel mes; mis visitas a casa de Vittorio, por lo general tan infrecuentes como los papas polacos, eran ya tan numerosas como los seminaristas de Cracovia.

Traducido a términos operativos, y dada la falta de luz, fueron seis pisos a pie hasta la puerta que -podéis apostar- a él le gustaría que tuviera un cristal esmerilado y una inscripción en letras un poco descascarilladas: «Philip Marlow... Investigador». Que en «localés» sería «Doctor Vittorio Spotorno... Comisario», porque Vittorio, madero tecnológico y de atmósferas, considera que su casa es una especie de sucursal de la oficina de Villa Bonanno, en la Brigada Móvil.

Fue una auténtica cena a la luz de las velas, ya que la luz iba y venía con la frecuencia del faro del muelle norte, circunstancia que ponía de los nervios a Amalia, perdida la esperanza de hacerme oír de un tirón su nuevo CD con los conciertos para guitarra y mandolina de Vivaldi por Narciso Yepes como solista. Hacía rato que habíamos acabado de cenar y Vittorio arrancaba ya con sus habituales maniobras.

-Deberías ser sincero al menos contigo mismo. El tiempo es lo de menos. Lo que pasa es que tienes que empezar el curso en la universidad y te fastidia un montón porque eres un gandul de primera.

-Ya sabes lo que ocurre, Vittò; con el antiguo ministro, la universidad estaba al borde del precipicio; por suerte, con el nuevo está a punto de dar un paso adelante decisivo. Y no me gustaría interferir...

-Si por lo menos hubieras ido a la mili, ahora...

-Ahora estaría aún más agilipollado que tú. Vittò, no es necesario que te provoques el síndrome de Abel. ¿Te acuerdas de cómo acabó aquello?

Por lo normal, necesita un par de vasos de Slivovitz antes de empezar a explicarme lo que yo debería hacer con mi vida. En esta ocasión le había bastado con el primero. Un alzhéimer precoz, probablemente. Aunque quizá, una vez al menos, había acertado. Era la historia de siempre. Yo tenía todo el guion escrito en la cabeza. El punto dos del orden del día correspondía al argumento del matrimonio. El mío. El que no existe. Pero esta vez fui yo a por él.

-Imagínate lo bueno que habría sido que me hubiera casado a su tiempo, Vittò. Piensa en cuántas meriendas dominicales en la hierba nos hemos perdido, todos apasionadamente juntos, como una única y gran familia, con nuestros niños berebernormandos formando un precioso grupo salvaje al lado de nuestros perros de pura raza aria, y nosotros organizando intercambios de pareja con nuestras consortes, emancipadas gracias a la lectura del Cosmopolitan. Amalia no podría creérselo. ¿Ya te ha dicho que de noche sueña conmigo?

-Son pesadillas, Lorè, pesadillas.

El teléfono salvó a Vittorio de mis sarcasmos, en constante e inevitable ascenso siempre que él empieza esa conversación. Al primer timbrazo miré automáticamente el reloj. Era casi medianoche. Amalia, que hojeaba un número de Rakam2, no hizo intención de responder. Aparte de la estocada de las pesadillas, no había levantado la cabeza durante el intercambio dialéctico entre su legítimo y yo. Tampoco para ella era una novedad.

A esa hora, el teléfono solo quería decir una cosa. El señor comisario se levantó de la mesa haciendo una mueca y se arrastró hasta el aparato.

-Spotorno.

Vittorio responde siempre en calidad de madero, incluso desde su casa.

-¿Dónde?... ¿Se sabe quién es?... No, no es preciso; ya voy.

Amalia levantó la barbilla con un gesto más acusador que interrogante, quizá para equilibrar el aire de perifrástica activa que tenía el rostro de su consorte.

-Hay un herido de bala en el Papireto -dijo Vittorio.

No era necesario añadir más. Se dirigió al perchero de la entrada donde, antes de sentarse a la mesa, según pasaba, había colgado la chaqueta y la corbata. Esta última estaba aflojada, pero conservaba el nudo de la mañana.

-Tenía la corazonada.

Amalia bufó. Solo un poco, como buena mujer de madero, pero bufó. Vittorio hizo intención de buscar las llaves del coche y fue entonces cuando se produjo el incidente.

-Te llevo yo -dije-, me viene de paso.

Vittorio escrutó mi cara un par de segundos. Imaginé que iba a reprocharme unas recientes y no bien vistas incursiones mías en su territorio de caza.

-Si lo prefieres, me quedo en tu casa y trato de seducir a tu mujer, que, para que lo sepas, no ha parado en toda la noche de hacerme piececitos por debajo de la mesa.

Sin esperar a que respondiera, me dirigí a la puerta. Él se encogió de hombros y me siguió. Amalia vino detrás.

-¿Y luego cómo vuelves? -Pregunta retórica y voz quejosa, en contradicción con la mirada beligerante.

-Lo acompañará uno de sus lacayos -repliqué.

Amalia contemplaba los restos del enésimo fin de semana reducido a un cúmulo de cenizas humeantes. Era un sábado de finales de octubre que ahora invadía un domingo que no prometía nada bueno. Como el resto del milenio. El Nuevo avanzaba implacable, sin hacer prisioneros.

Entretanto había vuelto la luz, pero de todas formas bajamos por las escaleras para no quedarnos atrapados en el ascensor. Vittorio me precedió en silencio durante los seis pisos que nos separaban del portal. La casa de los Spotorno es un pequeño bloque situado al fondo de la avenida de Strasburgo, casi en la frontera con el ZEN3, prácticamente en el quinto pino.

Yo no tenía sueño, ni tampoco ganas de regresar a la base. Después de la larga travesía del west end, en la directriz Strasburgo-Restivo, doblé por Via Brigata Verona, enfilé los consabidos nudos corredizos viarios y salí a Via Libertà. Había el mismo tráfico denso e histérico que en pleno día, porque habíamos pillado la hora de salida de los cines. Eso sin contar con que, desde hacía unas semanas, la autoridad estaba cumpliendo la primera parte de una antigua promesa de carriles de bicicletas. Quiero decir que, de momento, nos habían suministrado los carriles. Estilo Camel Trophy. Además de unos trincherones propios de la Gran Guerra que seccionaban la piel y la carcasa de la Antigua Palermo con un retículo tupido e irracional. Las grandes obras para el metano-que-nos-da-la-mano, a la espera de transformarnos en otros tantos Mucio Escévola4.

En los Quattro Canti giré por Corso Vittorio, en dirección a la catedral. Había dejado de llover desde que salimos y, aprovechando la tregua, parecía que toda la población de la felicísima ciudad de Palermo afluía al Cassaro Alto. Se me había olvidado que el sábado por la tarde entraba en vigor la isla peatonal. De todos modos, introduje la proa de mi Golf blanco y me abrí paso entre el gentío, centímetro a centímetro, negándome a tocar la bocina cada cinco segundos como pretendía Vittorio. No parecía que nadie se asombrara. Vittorio despotricó.

-Habría hecho mejor pidiendo un coche patrulla.

-Al fin y al cabo, el muerto está muerto, Vittò, no se te va a escapar.

-Los tiempos son fundamentales para el éxito de la investigación.

-¡No me hagas reír! ¿Pero vosotros cuándo habéis cazado a alguien, con tiempos o sin ellos?

En Piazza Bologna la multitud era tal que nos tocó estar parados por lo menos dos minutos. Desde lo alto del pedestal, Carlos V parecía más ceñudo de lo habitual, el brazo tendido hacia delante y la mano con la palma hacia abajo. Existen en la ciudad dos escuelas de pensamiento sobre el significado que cabe atribuir a la postura....

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Autor

Santo Piazzese (Palermo, 1948), biólogo y escritor, ha publicado, entre otras, las novelas Asesinato en el Jardín Botánico, La doble vida de M. Laurent y Il soffio della valanga, que fueron reunidas en el volumen Trilogia di Palermo, traducido con gran éxito a varios idiomas. En 2011, recibió el Premio Lama e Trama a toda su carrera.