Hugendubel.info - Die B2B Online-Buchhandlung 

Merkliste
Die Merkliste ist leer.
Bitte warten - die Druckansicht der Seite wird vorbereitet.
Der Druckdialog öffnet sich, sobald die Seite vollständig geladen wurde.
Sollte die Druckvorschau unvollständig sein, bitte schliessen und "Erneut drucken" wählen.

Una extraña en la playa

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
364 Seiten
Spanisch
Siruelaerschienen am07.07.20211. Auflage
«Marie Hermanson se sirve de elementos de la mitología escandinava y los entreteje magistralmente con la estructura narrativa del thriller. El resultado: una saga de nuestros tiempos».  Expressen De niña, Ulrika pasó unos idílicos veranos en Tangevik -una pequeña ciudad costera de Suecia- junto a su amiga Anne-Marie, la hija de los vecinos. Hasta aquella noche de San Juan en la que la hermana adoptiva de esta, una niña extraña y silenciosa, desapareció en la playa, cambiando sus vidas para siempre. Veinticuatro años después, Ulrika regresa a Tangevik para recorrer junto a sus dos hijos los escenarios de su infancia. Todo está tal y como lo recordaba, hasta el más mínimo detalle, como si mirara por una ventana directamente al pasado. Dejándose llevar por la nostalgia, Ulrika visita de nuevo la mágica playa de su niñez: bajo sus pies crujen las conchas azuladas, el mar está en calma, todo es añoranza y placidez. Hasta que, sin previo aviso, en una oquedad entre las rocas, los niños hacen un macabro descubrimiento... Una extraña en la playa, auténtico fenómeno de ventas de la literatura de suspense nórdica, es un intenso y desasosegante thriller que nos sumerge desde la primera página en un cautivador misterio envuelto por la poderosa aura de la mitología escandinava.

Marie Hermanson nació en Gotemburgo, Suecia, en 1956. Estudió Periodismo, Literatura y Sociología en la Universidad de Gotem­burgo. Tras licenciarse, trabajó como periodista en varios periódicos nacionales. En 1986, publicó su primer libro, una colección de relatos cortos inspirados en los cuentos populares y mitos. Desde entonces ha publicado nueve novelas, donde explora el encierro y la claustrofobia cotidiana con una lógica impresionante, pero deja siempre la puerta abierta a lo absurdo y fantástico. Fenómeno único de la literatura de suspense nórdica; sus bestsellers han sido traducidos a 12 idiomas y han vendido más de un millón de ejemplares.
mehr
Verfügbare Formate
BuchKartoniert, Paperback
EUR28,58
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR9,99

Produkt

Klappentext«Marie Hermanson se sirve de elementos de la mitología escandinava y los entreteje magistralmente con la estructura narrativa del thriller. El resultado: una saga de nuestros tiempos».  Expressen De niña, Ulrika pasó unos idílicos veranos en Tangevik -una pequeña ciudad costera de Suecia- junto a su amiga Anne-Marie, la hija de los vecinos. Hasta aquella noche de San Juan en la que la hermana adoptiva de esta, una niña extraña y silenciosa, desapareció en la playa, cambiando sus vidas para siempre. Veinticuatro años después, Ulrika regresa a Tangevik para recorrer junto a sus dos hijos los escenarios de su infancia. Todo está tal y como lo recordaba, hasta el más mínimo detalle, como si mirara por una ventana directamente al pasado. Dejándose llevar por la nostalgia, Ulrika visita de nuevo la mágica playa de su niñez: bajo sus pies crujen las conchas azuladas, el mar está en calma, todo es añoranza y placidez. Hasta que, sin previo aviso, en una oquedad entre las rocas, los niños hacen un macabro descubrimiento... Una extraña en la playa, auténtico fenómeno de ventas de la literatura de suspense nórdica, es un intenso y desasosegante thriller que nos sumerge desde la primera página en un cautivador misterio envuelto por la poderosa aura de la mitología escandinava.

Marie Hermanson nació en Gotemburgo, Suecia, en 1956. Estudió Periodismo, Literatura y Sociología en la Universidad de Gotem­burgo. Tras licenciarse, trabajó como periodista en varios periódicos nacionales. En 1986, publicó su primer libro, una colección de relatos cortos inspirados en los cuentos populares y mitos. Desde entonces ha publicado nueve novelas, donde explora el encierro y la claustrofobia cotidiana con una lógica impresionante, pero deja siempre la puerta abierta a lo absurdo y fantástico. Fenómeno único de la literatura de suspense nórdica; sus bestsellers han sido traducidos a 12 idiomas y han vendido más de un millón de ejemplares.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788418859212
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2021
Erscheinungsdatum07.07.2021
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.479
Seiten364 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1486 Kbytes
Artikel-Nr.5838913
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


Ulrika
No había valla. La parcela seguía estando abierta y era accesible, como siempre. Sin embargo, me detuve antes de entrar. Me quedé inmóvil, dudando.

No era del todo cierto que fuera de libre acceso, noté una especie de barrera. Sentí la misma inseguridad que antaño, cuando vivía allí de pequeña; el mismo anhelo por formar parte de ese lugar, la misma incertidumbre de no poder hacerlo en realidad.

Todo estaba igual. La parcela rocosa con sus robles produjo en mí el mismo efecto que la primera vez que la visité de niña. Escarpada, salvaje, descuidada. El trapecio, la escalera de cuerda, el columpio y la liana habían desaparecido, como era de esperar, al igual que el barco pirata, pero el halo de aventura permanecía intacto.

No sabía quién era actualmente el propietario de la casa. Tal vez aún fuera de la familia Gattman.

Fui subiendo lentamente los peldaños de troncos de la escalera en dirección a la casa marrón. Era finales de septiembre y no creía que por esas fechas hubiera nadie por allí. No había ningún coche aparcado, lo que lo confirmaba. Fui bordeando la casa y subí al porche. El mar tenía ese intenso tono azul que solo muestra en primavera y en otoño. Como si lo que flotaba allí abajo fuera densa tinta azul.

Me puse de puntillas y miré por la ventana.

Por un momento, me pareció tener un sueño absurdo. ¡Estaba observando mi propia casa! Los sofás con su tapicería de anchas rayas azules y blancas, y el cuadro del barco encima. La mesa redonda de comedor, extensible, con sus curiosas bisagras, y las sillas de patas torneadas y respaldos ovalados. La lámpara de techo modernista colgando de las cadenas encima de la mesa. El baúl marinero. La mecedora blanca con su cobertor oriental y el pequeño cojín con borlas. La estantería que llegaba hasta el techo y que se extendía por toda la habitación, llena de pequeños y diversos objetos.

Todo era sumamente parecido a mi propio cuarto de estar. Cuando cedió la sorpresa vi las diferencias, pero aun así el parecido era notable. Si alguien me pidiera que le describiera esa habitación de la casa de los Gattman no podría hacerlo. La cocina la recuerdo muy bien, y la buhardilla de Anne-Marie, como es natural, pero esa habitación solo la recordaba de una manera difusa, sumida en una penumbra amarillenta tras los estores bajados.

Mi cuarto de estar había ido tomando forma con el tiempo. En ningún momento hubiera pensado en una decoración determinada, pero es posible que guardara en mi mente esa habitación con todos sus detalles, e inconscientemente hubiera ido amueblando mi propia casa de un modo similar. Y yo que pensaba que se me había ocurrido todo a mí y estaba orgullosa de haber mezclado lo viejo y lo nuevo, de no tener un estilo especial que pudiera encasillarme. Me enorgullecía en especial la idea de la estantería de pared hasta el techo.

Oí detrás de mí los pasos de los niños correteando por el porche.

-Venid a ver esto -dije alzándolos uno a uno para que miraran-. No pongáis las manos en la ventana. ¿Veis?

Asintieron sin interés y se fueron corriendo. No sé si se habrían dado cuenta de la similitud con su propia casa. Tal vez los niños no se fijan en esas cosas.

Seguí mirando a través del cristal de la ventana. Parecía que allí dentro no hubiera cambiado nada en los últimos veinticuatro años. Era como volver al pasado.

Fui hasta la puerta del porche y me asomé a la cocina. Los armarios seguían pintados de azul, pero no del mismo azul que yo recordaba. Los habían pintado de otro tono. Las macetas de geranios rojos habían desaparecido. Lo demás seguía igual.

Las voces de los niños iban subiendo de volumen y de pronto me preocupé por si estropeaban algo. Salí del porche y rodeé la casa. Jonatan había ido a buscar la caña de pescar que había dejado junto a uno de los robles.

-Íbamos a pescar -dijo con impaciencia.

-De acuerdo -concedí-. Vamos a pescar. Conozco un buen sitio.

Pensaba en Musselstranden, en los bacalaos enormes que Jens solía pescar allí y en las raras y espléndidas ocasiones en que una trucha asalmonada daba coletazos en el anzuelo. Quería que Jonatan viviera una experiencia así.

Bajamos hasta el camino y avanzamos unos cien metros mientras pensaba dónde teníamos que desviarnos. En otros tiempos se atravesaba un prado, pero apenas quedaban prados ya. Nadie quería heno; no había vacas ni caballos pastando: el paisaje estaba irreconocible. Las zonas que no se habían edificado estaban cubiertas de maleza o de matorrales de escaramujo. A simple vista parecía un espacio pequeño y sombrío, como la habitación atestada de muebles de un anciano. Las amplias zonas de juego para los niños habían desaparecido.

Finalmente di con el desvío y nos adentramos en la maleza. Tuvimos que detenernos una y otra vez para desenredar el anzuelo de Jonatan, que se iba enganchando en las ramas. Lo solté del sedal y Jonatan lo puso en una caja junto con los otros anzuelos.

Encontré el murete de piedras que quedaba a un lado. Seguí buscando la parte derruida por donde antes se podía entrar. Había varias. De hecho, casi todo el muro se había derrumbado. Trepamos por algún lugar, al azar, y allí se acababa el bosque, y llegamos a una zona abierta entre montañas cubiertas de brezo.

Me di cuenta de que nos habíamos desviado demasiado en dirección oeste pero, ahora que tenía una visión más amplia, sabía dónde estaba con exactitud. Las montañas eran las mismas, no había cambiado nada. Soplaba un viento fresco.

Reviví la maravillosa sensación de caminar por la montaña con botas de goma; calcular la distancia antes de un salto; la sensación de aterrizar exactamente igual que habías pensado; comprobar que el suelo se pega a la montaña y es lo suficientemente fuerte como para soportar tu peso, a la vez que suave para que el pie pueda percibir la estructura de la base. Ojos que exploran el entorno. Mentes que piensan sin cesar en el mejor modo de arreglárselas, que eligen y deciden todo el tiempo. El cuerpo que obedece a la perfección, trepa, salta, se inclina, se estira.

Supongo que para mis hijos serían cosas obvias. Ellos juegan todos los días en la montaña. Iban muy por delante de mí, y yo veía las siluetas de sus gorras rojas a lo lejos cuando a veces se detenían en una colina y miraban hacia donde estaba yo para que pudiera indicarles el camino con un movimiento del brazo.

No hace mucho era yo la que tenía que esperarlos. La que descendía sola una loma empinada y luego volvía para cogerlos en brazos, uno tras otro, evitándoles la parte difícil.

El paisaje está formado por glaciares. Las montañas aparecen cortadas por valles angostos y desfiladeros que unas veces son superficiales y otras profundos precipicios, lo que resulta difícil de determinar si no llegas justo hasta su borde. La vegetación del desfiladero, que hasta hace un instante parecían frágiles robles de medio metro de altura, resulta ser copas de altos árboles cuyas raíces están a diez o veinte metros de profundidad, por lo que en el último segundo evitas el enorme salto que habías planeado dar. Contienen tipos de naturaleza completamente distintos, que son un pequeño mundo en sí misma. En su mayor parte crecen allí robles de poco tamaño, pero también pueden encerrar un minúsculo pantano con matorrales de juncos, pinos y prados de algodón. Otras grietas dan cabida a todo un mundo minimalista de Bruno Liljefors, con abetos oscuros, un paisaje prehistórico de helechos o una masa compacta de enebros enzarzados. Cada uno de esos mundos parece que hubiera caído directamente del cielo para después, hundido en la montaña, desarrollar su originalidad y refinarla en completo aislamiento.

Por uno de esos desfiladeros se llega a Musselstranden, y es la única manera posible de llegar si se va por tierra. Levanté la vista por encima de las montañas para contemplar sus cumbres de variada vegetación y comprobé que seguíamos estando demasiado al oeste. Entonces me acordé de otro de esos mundos que hay entre las grietas. Un mundo de suave hierba verde y de pinos. Una vez, Anne-Marie y yo enterramos allí un tesoro. Se trataba de una lata de té en el que habíamos metido cosas. Sentí de repente un enorme interés por ver aquel tesoro. Me di prisa en alcanzar a los niños y les comuniqué lo que acababa de planear.

-Vamos a buscar un tesoro -les dije.

Parecían un poco recelosos, pero me ayudaron a buscar.

-Tiene que haber pinos -precisé-. Pinos y hierba verde. Y un cerezo.

-¿Y cómo son los pinos? -preguntó Max.

En realidad, yo no tenía ni idea de dónde estaba ese desfiladero. Todo lo que recordaba eran pinos, hierba verde y un cerezo silvestre. Enseguida me di cuenta de que era imposible. Interrumpí la búsqueda del tesoro y continuamos en dirección este hacia Musselstranden. No podía equivocarme. Solo había que seguir la línea de la costa para encontrarla, pero no demasiado cerca del mar, porque los acantilados descienden casi en vertical hacia el agua y yo tenía que vigilar bien a los chicos.

Así que llegamos al desvío que buscábamos y bajamos la montaña deslizándonos en cuclillas hasta caer en una alfombra crujiente de hojas secas del año anterior. Un lecho de arroyo seco. Robles, serbales y saúcos. Vetustos alisos con cortezas agrietadas y grisáceos líquenes. Enredaderas de madreselva, retorcidas con tal fuerza alrededor de los troncos que producían marcas profundas en las cortezas.

Max dio un aullido porque Jonatan le acababa de dar un golpe...

mehr

Autor

Marie Hermanson nació en Gotemburgo, Suecia, en 1956. Estudió Periodismo, Literatura y Sociología en la Universidad de Gotem­burgo. Tras licenciarse, trabajó como periodista en varios periódicos nacionales. En 1986, publicó su primer libro, una colección de relatos cortos inspirados en los cuentos populares y mitos. Desde entonces ha publicado nueve novelas, donde explora el encierro y la claustrofobia cotidiana con una lógica impresionante, pero deja siempre la puerta abierta a lo absurdo y fantástico. Fenómeno único de la literatura de suspense nórdica; sus bestsellers han sido traducidos a 12 idiomas y han vendido más de un millón de ejemplares.