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El juego de la vida

E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
424 Seiten
Spanisch
Siruelaerschienen am02.03.20221. Auflage
VUELVE A JALNA Una de las sagas familiares más queridas de la historia de la literatura. Un clásico que sigue conquistando a cada nueva generación de lectores. Traducida a cincuenta idiomas y con más de once millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. «Corran a redescubrir la maravillosa escritura de Mazo de la Roche, ilimitada y salvaje como los paisajes de su Canadá natal». Andrea Marcolongo, La Stampa «Celebrada por sus compatriotas Alice Munro y Margaret Atwood, Mazo de la Roche fue una pionera que revolucionó la novela canadiense». José María Guelbenzu, Babelia «Las novelas de la saga de los Whiteoak son adictivas, de las que se agradece su extensión y que no se sueltan sin fastidio o por la necesidad de atender a otros asuntos más prosaicos. Si además de ser adictiva las fecunda el talento de una excelente escritora, no hace falta decir que son una lectura perfecta para engancharse a ellas».  José María Guelbenzu, Babelia Ha pasado un año desde que dejamos la turbulenta mansión de Jalna. Ahora encontramos de nuevo a la familia reunida en torno a la mesa, frente a un apetitoso suflé de queso y una botella de ron añejo. Solo falta la abuela Adeline, quien últimamente pasa la mayor parte del tiempo en la cama, en el mismo lecho que fue testigo de concepciones, nacimientos y adioses y que ahora parece esperar una nueva despedida. Una preocupación impera sobre las demás: ¿a quién irá a parar la herencia? Con el fin de tenerlos a todos en un puño, la siempre astuta abuela ha declarado que el patrimonio irá destinado a una única persona. ¿Terminará, acaso, en manos de Renny, por el cual todas las mujeres, incluida su abuela, pierden la cabeza? ¿O será Nicholas el afortunado, el mayor de los hijos? ¿O el adorable pequeño Wakefield? Mientras tanto, el joven Finch cultiva en secreto su pasión por las artes; Renny no logra olvidarse de la fascinante Alayne, que ha regresado a Nueva York; Eden ha desaparecido sin dejar rastro; Phesant ha tenido un hijo con Piers y lo ha llamado Maurice, como su padre... Y así, entre celos, pasiones y sospechas, el juego de la vida continúa para todos en Jalna.El juego de la vida es la segunda entrega de los Whiteoak, una de las sagas familiares más queridas y exitosas de la historia de la literatura, un clásico indiscutible de las letras canadienses del siglo XX.

Mazo de la Roche (Newmarket, 1879-Toronto, 1961) fue una escritora canadiense mundialmente famosa por su saga de los Whiteoak, dieciséis volúmenes que narran la vida de una familia de terratenientes de Ontario entre 1854 y 1954. La serie vendió más de once millones de ejemplares, se tradujo a decenas de idiomas y fue llevada al cine y a la televisión. Con la publicación de Jalna (1927), su autora se convirtió en la primera mujer en recibir el sustancioso premio otorgado por la revista estadounidense The Atlantic Monthly, que la consagraría en adelante como una verdadera celebridad literaria.
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR35,58
E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
EUR11,99

Produkt

KlappentextVUELVE A JALNA Una de las sagas familiares más queridas de la historia de la literatura. Un clásico que sigue conquistando a cada nueva generación de lectores. Traducida a cincuenta idiomas y con más de once millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. «Corran a redescubrir la maravillosa escritura de Mazo de la Roche, ilimitada y salvaje como los paisajes de su Canadá natal». Andrea Marcolongo, La Stampa «Celebrada por sus compatriotas Alice Munro y Margaret Atwood, Mazo de la Roche fue una pionera que revolucionó la novela canadiense». José María Guelbenzu, Babelia «Las novelas de la saga de los Whiteoak son adictivas, de las que se agradece su extensión y que no se sueltan sin fastidio o por la necesidad de atender a otros asuntos más prosaicos. Si además de ser adictiva las fecunda el talento de una excelente escritora, no hace falta decir que son una lectura perfecta para engancharse a ellas».  José María Guelbenzu, Babelia Ha pasado un año desde que dejamos la turbulenta mansión de Jalna. Ahora encontramos de nuevo a la familia reunida en torno a la mesa, frente a un apetitoso suflé de queso y una botella de ron añejo. Solo falta la abuela Adeline, quien últimamente pasa la mayor parte del tiempo en la cama, en el mismo lecho que fue testigo de concepciones, nacimientos y adioses y que ahora parece esperar una nueva despedida. Una preocupación impera sobre las demás: ¿a quién irá a parar la herencia? Con el fin de tenerlos a todos en un puño, la siempre astuta abuela ha declarado que el patrimonio irá destinado a una única persona. ¿Terminará, acaso, en manos de Renny, por el cual todas las mujeres, incluida su abuela, pierden la cabeza? ¿O será Nicholas el afortunado, el mayor de los hijos? ¿O el adorable pequeño Wakefield? Mientras tanto, el joven Finch cultiva en secreto su pasión por las artes; Renny no logra olvidarse de la fascinante Alayne, que ha regresado a Nueva York; Eden ha desaparecido sin dejar rastro; Phesant ha tenido un hijo con Piers y lo ha llamado Maurice, como su padre... Y así, entre celos, pasiones y sospechas, el juego de la vida continúa para todos en Jalna.El juego de la vida es la segunda entrega de los Whiteoak, una de las sagas familiares más queridas y exitosas de la historia de la literatura, un clásico indiscutible de las letras canadienses del siglo XX.

Mazo de la Roche (Newmarket, 1879-Toronto, 1961) fue una escritora canadiense mundialmente famosa por su saga de los Whiteoak, dieciséis volúmenes que narran la vida de una familia de terratenientes de Ontario entre 1854 y 1954. La serie vendió más de once millones de ejemplares, se tradujo a decenas de idiomas y fue llevada al cine y a la televisión. Con la publicación de Jalna (1927), su autora se convirtió en la primera mujer en recibir el sustancioso premio otorgado por la revista estadounidense The Atlantic Monthly, que la consagraría en adelante como una verdadera celebridad literaria.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788419207036
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2022
Erscheinungsdatum02.03.2022
Auflage1. Auflage
Reihen-Nr.489
Seiten424 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse2085 Kbytes
Artikel-Nr.8974604
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


II
La familia
Había un plato especial para la cena de esa noche. Finch tuvo conciencia de ello antes de que le acariciara la nariz siquiera, por la expresión ingenua y festiva que iluminaba las caras alrededor de la mesa. Sin duda, la tía Augusta lo habría pedido porque sabría que Renny estaría hambriento después del largo día en la granja y los agotadores esfuerzos en el espectáculo de saltos. En teoría, Finch cenaba de caliente en el colegio, pero prefería dosificar la paga pagándose una comida ligera, y así le quedaba una cantidad no desestimable para cigarrillos, chocolatinas y otros lujos. Por eso tenía siempre tanta hambre por la noche, ya que no llegaba a casa a tiempo para la merienda. La cantidad de comida que engullía el chico en su huesuda persona sin que le medraran las carnes era motivo de maravilla y hasta de preocupación para su tía.

El plato especial era el suflé de queso. A la señora Wragge se le daba la mar de bien el suflé de queso. Finch no pudo apartar los ojos de la fuente en cuanto se sentó a la mesa, entre su hermano Piers y el pequeño Wakefield. No quedaba mucho y ya hacía tiempo que lo habían sacado del horno, o sea, que habría perdido ese cosquilleo tan grato al paladar que tenía siempre al principio, pero se moría de ganas de que le dejaran rebañar la fuente de plata, raspar el queso que se había agarrado al fondo.

Renny, después de servirle una gruesa loncha de rosbif frío, clavó en él su mirada penetrante, señaló el suflé con un gesto de la cabeza y preguntó:

-¿Quieres rebañar la fuente?

Finch se puso rojo y asintió entre dientes.

Con todo, Renny miró a lady Buckley al otro lado de la mesa.

-¿Un poco más de suflé, tía Augusta?

-No, gracias, querido. La verdad es que no tenía que haber comido tanto. El queso no se digiere muy bien por la noche, aunque preparado de esta manera no sienta tan mal, y pensé que tú, después del...

El señor de Jalna la escuchó con deferencia, sin apartar los ojos de ella, luego se dirigió a su tío Nicholas.

-¿Quieres repetir, tío Nick?

Nicholas se limpió el lacio bigote gris con una servilleta enorme y respondió con voz atronadora:

-Ni un bocado más de nada. Pero sí tomaría otro té, Augusta, si te queda algo.

-Tío Ernest, ¿quieres más del queso este?

Ernest declinó la oferta con una mano delicada y blanca.

-Querido muchacho, ¡ni hablar! No debería ni haberlo probado. Ojalá no cenáramos tanto de caliente. Me entra la tentación, y lo pago luego.

-¿Piers?

Piers ya había repetido, pero miró de reojo a Finch como si quisiera ponerle la cara todavía más larga y dijo:

-No me importaría darle otro tiento.

-¡Para mí también! -exclamó Wakefield-. Quiero un poco más.

-Te lo prohíbo -dijo tía Augusta, y se sirvió la tercera taza de té-. No tienes edad para comer un preparado de queso a estas horas.

-Ni tú -terció su hermano Nicholas- para meterte entre pecho y espalda una tetera entera a estas horas.

A lady Buckley se le agudizó el aire de dignidad ofendida que tenía siempre. Y la voz también tomó tintes más agudos.

-Sería de desear, Nicholas, que no te pusieras grosero. Ya sé que te cuesta, pero deberías pensar que no das ejemplo delante de los chicos.

Su hermano Ernest, con afán de evitar una riña, comentó:

-Tú estás muy bien de los nervios, Augusta, y estoy seguro de que puedes beber té sin tasa. A mí solo me preocupa hacer bien la digestión, porque yo los nervios...

Augusta lo interrumpió sin miramientos:

-¿Dónde se ha visto que el té le haga daño a nadie? Lo peligroso es el café. Los Whiteoak bebían cantidades ingentes de té, y los Court también.

-Y de ron -añadió Nicholas-. ¿Qué te parece, Renny, si abrimos una botella de un licor del bueno para celebrar el poderío de nuestros jamelgos?

-¡Bien pensado! -asintió Renny, y untó mostaza en el rosbif.

Mientras tanto, Piers se había servido más suflé y luego le pasó la fuente a Finch, que la sostuvo entre las huesudas manos y empezó a rasparla con un cucharón de plata.

Wakefield lo veía hacer con el deje condescendiente del que ha paladeado el manjar en toda su esponjosidad, aún humeante.

-Queda un poco pegado ahí, al lado del asa -dijo, y contribuyó a la causa señalando el bocado con un dedo.

Finch solo se interrumpió en su raspar para darle a su hermano un golpe diestro con el cucharón en los nudillos.

Wake puso el grito en el cielo con un «¡Ay!», y lady Buckley lo echó del comedor.

Renny miró con cara de pocos amigos al otro lado de la mesa.

-Haz el favor de no echarlo, tía. Cómo no iba a gritar, si le han pegado. Si hay que echar a alguien, sería en todo caso a Finch.

-A Wakefield no le ha hecho daño -dijo Augusta toda digna-. Basta con que Finch lo mire, y ya se pone a gritar.

-Pues que mire a otro entonces. -Y Renny se concentró en el rosbif, como si quisiera recuperar los instantes perdidos en su deglución y dar por zanjado el asunto.

Nicholas se arrimó a su sobrino.

-¿Entonces, qué, Renny, abrimos una botella?

Ernest lo atajó con un golpecito nervioso de su mano blanca en el brazo de su hermano.

-Acuérdate, Nick, de que Renny compite mañana en el salto en alto. Le hará falta tener la cabeza despejada.

Renny soltó una risotada.

-¡Por los clavos de Cristo, esa sí que es buena! Tía Augusta, ¿tú has oído? El tío Ernie tiene miedo de que una copita de licor me saque los colores, ¡y fíjate si no tengo ya la cara roja! -Se levantó decidido de la mesa.

-¿No puede ir Rags? -preguntó Nicholas.

-Pues claro. Y así birla una botella para él... Dame la llave de la bodega, haz el favor, tía. -Fue hasta donde estaba Augusta y se le quedó mirando el flequillo a lo reina Alexandra y la nariz, bastante larga y moteada. Ella cogió un manojo de llaves de un bolsito que llevaba atado con una cadena a la cintura.

Wakefield se puso a dar botes en la silla.

-Yo quiero ir, por favor, ¡déjame que te acompañe, Renny! Me encanta la bodega y casi nunca bajo. ¿Me das el capricho de ir a la bodega?

Renny, llave en mano, se dirigió a Nicholas.

-¿Tú qué sugieres, tío Nick?

Retumbó la voz de Nicholas:

-Un par de cuartos de chianti.

-Venga, hombre, tomemos algo más contundente.

-¿Qué tienes?

-Aparte del barril de cerveza y el vino del nuestro, solo quedan unas botellas de ron jamaicano y algo de pacharán... y whisky, claro.

Nicholas se sonrió con sorna.

-¡Y a eso lo llamas tú una bodega!

-A ver -respondió su sobrino de mala gana-, siempre se le ha llamado la bodega. No vamos a dejar de llamarlo así, aunque no haya mucho dentro. ¿Tía?

-Me parecía que quedaba media botella de vermú francés -dijo Ernest.

-Eso lo tengo yo en mi cuarto -replicó Nicholas, en tono cortante-. Pues a mí me vale con un poco de ron con agua y un chorrito de zumo de limón, Renny.

-¿Tía?

-Una copita de oporto del nuestro, querido. Y yo creo que Finch debería tomar una también, con lo que tiene que estudiar.

El pobre Finch no esperó a la risita irónica que siguió a aquel comentario en su defensa para hundir más todavía el desgarbado cuerpo en la silla y ponerse rojo de vergüenza en su propio menosprecio. Eso sí, no pudo evitar sentir una oleada de afecto por Augusta según lo hacía. Saltaba a la vista que ella no la tenía tomada con él.

Renny encaminó los pasos en dirección al pasillo y, al pasar junto a la silla de Wakefield, agarró del brazo al niño, que lo estaba esperando, y lo llevó con él como si fuera un paquete.

Bajaron los escalones hasta el sótano, donde los misteriosos olores que tan caros le eran a Wake les asaltaron la pituitaria. Estaba la enorme cocina con sus múltiples aromas, la carbonera, la despensa de la fruta, la bodega, el almacén y tres cuartos diminutos para la servidumbre, de los cuales solo uno estaba ahora ocupado. Allí vivían los Wragge su extraña vida subterránea de riñas, sospecha mutua y esporádicas pasiones, como aquella vez que los pilló Wake.

En cuanto Rags oyó pasos, se presentó a la puerta de la cocina con la colilla prendida a la boca, en contraste con su carita pálida.

-¿Sí, señor Whiteoak? -quiso saber-. ¿Me buscaba, señor?

-Sí, coja una vela, Rags. He bajado a por una botella.

Eso le iluminó la cara al londinense con un brillo cómplice.

-Y bien que hace usted, señor -dijo, dejó caer la colilla al suelo de ladrillo, volvió grupas hasta la cocina y reapareció con una vela en un magullado candelero de latón.

Vieron con el rabillo del ojo a la señora Wragge, que se levantaba con aire de deferencia de la mesa a la que estaba comiendo; si la cara de su marido parecía la luna en cuarto decreciente, la suya era como el sol cuando amanece.

Fueron los tres en fila india; Rags abría paso por un pasadizo estrecho que acababa en una gruesa puerta cerrada con un candado. Ahí metió Renny la llave, y la puerta se abrió, no si ofrecer resistencia y arrastrar el canto por el suelo. El frío penetrante se mezclaba con los aromas de la cerveza y los licores. A la luz de la vela, se veía que era una bodega...

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Mazo de la Roche (Newmarket, 1879-Toronto, 1961) fue una escritora canadiense mundialmente famosa por su saga de los Whiteoak, dieciséis volúmenes que narran la vida de una familia de terratenientes de Ontario entre 1854 y 1954. La serie vendió más de once millones de ejemplares, se tradujo a decenas de idiomas y fue llevada al cine y a la televisión. Con la publicación de Jalna (1927), su autora se convirtió en la primera mujer en recibir el sustancioso premio otorgado por la revista estadounidense The Atlantic Monthly, que la consagraría en adelante como una verdadera celebridad literaria.