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E-BookEPUBDRM AdobeE-Book
190 Seiten
Spanisch
Linkguaerschienen am31.08.2010
La presente versión de Noli Me Tangere fue corregida por Vicente Blasco Ibáñez. Por ello difiere en ciertos pasajes de la edición original. Rizal escribió esta novela sobre la sociedad filipina del siglo XIX en medio de su actividad política, y pretendió denunciar los desmanes del gobierno español y sus instituciones religiosas. Lo hizo a través de este relato, en el que comparecen las clases sociales imperantes, el amor y la reflexión histórica. Este es el texto más célebre de José Rizal. La novela creó tanta controversia que solo algunos días después de su primer regreso a Filipinas (1887), el gobernador general Emilio Terrero le informó que su novela era subversiva. Sin embargo, algunos ejemplares de Noli me tangere circularon de contrabando. Luego, cuando Rizal volvió a las Filipinas después de terminar sus estudios médicos, lo deportaron a Dapitan, en la isla de Mindanao. Más adelante lo encarcelaron por «incitar a la rebelión» a través de sus escritos. En 1896, a la edad de treinta y cinco años, murió ante un pelotón de fusilamiento. Citamos, a continuación, el primer párrafo de esta versión en la que ya se aprecian las diferencias de estilísticas introducidas por Blasco Ibáñez: A fines de octubre, don Santiago de los Santos, conocido vulgarmente con el nombre de Capitán Tiago, daba una cena, que era el tema de todas las conversaciones en Binondo, en los demás arrabales y hasta dentro de la ciudad. Capitán Tiago pasaba entonces por el hombre más rumboso, y sabía todo el mundo que su casa, como su país, no cerraba las puertas a nadie, como no fuese a las innovaciones provechosas y a las ideas nuevas y atrevidas. Con la rapidez del relámpago corrió la noticia en el mundo de los parásitos que Dios crió en su infinita bondad y tan cariñosamente multiplica en Manila. Dábase esta cena en una casa de la calle de Anloague. Era un edificio bastante grande, construido al estilo del país y situado a orillas del río Pasig, llamado por algunos ría de Binondo, y que desempeña, como todos los ríos de Manila, el múltiple papel de baño, alcantarilla, lavadero, pesquería, medio de transporte y comunicación y hasta proporciona agua potable si lo tiene por conveniente el chino aguador. Es de notar que esta poderosa arteria del arrabal, en donde abunda más el tráfico, apenas cuenta con un viejo puente de madera, en una distancia de más de un kilómetro. Fragmento de la obra

José Protacio Rizal Mercado y Alonso Realonda (19 de junio de 1861, Calamba-30 de diciembre de 1896, Manila), fue patriota, médico y hombre de letras inspirador del nacionalismo de su país. Rizal era hijo de un próspero propietario de plantaciones azucareras de origen chino. Su madre, Teodora Alonso, fue una de las mujeres más cultas de su época. La formación de José Rizal transcurrió en el Ateneo de Manila, la Universidad de Santo Tomás de Manila y la de Madrid, donde estudió medicina. Más tarde estudió en París y Heidelberg. Noli me Tangere, su primera novela, fue publicada en 1886, seguida de El Filibusterismo, en 1891. Por entonces editó en Barcelona el periódico La Solidaridad en el que postuló sus tesis políticas Pese a las advertencias de sus amigos, Rizal decidió regresar a su país en 1892. Allí encabezó un movimiento de cambio no violento de la sociedad que fue llamado 'La Liga Filipina'. Deportado a una isla al sur de Filipinas, fue acusado de sedición en 1896 y ejecutado en público en Manila.
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KlappentextLa presente versión de Noli Me Tangere fue corregida por Vicente Blasco Ibáñez. Por ello difiere en ciertos pasajes de la edición original. Rizal escribió esta novela sobre la sociedad filipina del siglo XIX en medio de su actividad política, y pretendió denunciar los desmanes del gobierno español y sus instituciones religiosas. Lo hizo a través de este relato, en el que comparecen las clases sociales imperantes, el amor y la reflexión histórica. Este es el texto más célebre de José Rizal. La novela creó tanta controversia que solo algunos días después de su primer regreso a Filipinas (1887), el gobernador general Emilio Terrero le informó que su novela era subversiva. Sin embargo, algunos ejemplares de Noli me tangere circularon de contrabando. Luego, cuando Rizal volvió a las Filipinas después de terminar sus estudios médicos, lo deportaron a Dapitan, en la isla de Mindanao. Más adelante lo encarcelaron por «incitar a la rebelión» a través de sus escritos. En 1896, a la edad de treinta y cinco años, murió ante un pelotón de fusilamiento. Citamos, a continuación, el primer párrafo de esta versión en la que ya se aprecian las diferencias de estilísticas introducidas por Blasco Ibáñez: A fines de octubre, don Santiago de los Santos, conocido vulgarmente con el nombre de Capitán Tiago, daba una cena, que era el tema de todas las conversaciones en Binondo, en los demás arrabales y hasta dentro de la ciudad. Capitán Tiago pasaba entonces por el hombre más rumboso, y sabía todo el mundo que su casa, como su país, no cerraba las puertas a nadie, como no fuese a las innovaciones provechosas y a las ideas nuevas y atrevidas. Con la rapidez del relámpago corrió la noticia en el mundo de los parásitos que Dios crió en su infinita bondad y tan cariñosamente multiplica en Manila. Dábase esta cena en una casa de la calle de Anloague. Era un edificio bastante grande, construido al estilo del país y situado a orillas del río Pasig, llamado por algunos ría de Binondo, y que desempeña, como todos los ríos de Manila, el múltiple papel de baño, alcantarilla, lavadero, pesquería, medio de transporte y comunicación y hasta proporciona agua potable si lo tiene por conveniente el chino aguador. Es de notar que esta poderosa arteria del arrabal, en donde abunda más el tráfico, apenas cuenta con un viejo puente de madera, en una distancia de más de un kilómetro. Fragmento de la obra

José Protacio Rizal Mercado y Alonso Realonda (19 de junio de 1861, Calamba-30 de diciembre de 1896, Manila), fue patriota, médico y hombre de letras inspirador del nacionalismo de su país. Rizal era hijo de un próspero propietario de plantaciones azucareras de origen chino. Su madre, Teodora Alonso, fue una de las mujeres más cultas de su época. La formación de José Rizal transcurrió en el Ateneo de Manila, la Universidad de Santo Tomás de Manila y la de Madrid, donde estudió medicina. Más tarde estudió en París y Heidelberg. Noli me Tangere, su primera novela, fue publicada en 1886, seguida de El Filibusterismo, en 1891. Por entonces editó en Barcelona el periódico La Solidaridad en el que postuló sus tesis políticas Pese a las advertencias de sus amigos, Rizal decidió regresar a su país en 1892. Allí encabezó un movimiento de cambio no violento de la sociedad que fue llamado 'La Liga Filipina'. Deportado a una isla al sur de Filipinas, fue acusado de sedición en 1896 y ejecutado en público en Manila.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788498978841
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisDRM Adobe
FormatE101
Verlag
Erscheinungsjahr2010
Erscheinungsdatum31.08.2010
Reihen-Nr.247
Seiten190 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1505 Kbytes
Artikel-Nr.2999222
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe

IV. Hereje y filibustero

Al salir Ibarra a la calle, el viento de la noche, que por el mes de octubre suele ser ya bastante fresco en Manila, pareció despejar su frente, atormentada por mil ideas tristes.

Pasaban por su lado coches como relámpagos, calesas de alquiler a paso de carreta, arrastradas por caballos enanos y famélicos, transeúntes de diferentes nacionalidades que daban a la vía pública un aspecto abigarrado y original. Ibarra se detuvo un instante emocionado para contemplar aquella multitud multicolora, que gesticulaba y reía. Le parecía nuevo el espectáculo después de siete años de ausencia. Y en medio de su tristeza y de su honda preocupación experimentó una sensación de infinita dulzura al encontrarse de nuevo en el país natal. ¡Qué diferencia entre las multitudes grises, uniformes y sombrías de las ciudades europeas, preocupadas siempre por la incertidumbre del mañana, ataviadas con telas oscuras, corriendo siempre detrás del miserable mendrugo, por miedo de llegar tarde, y aquel vistoso desfile de mujeres morenas y ardientes ojos negros, con la espléndida cabellera tendida sobre la espalda como un manto sedeño y de gentes de color, en cuyas almas sencillas existía siempre, a pesar del fraile egoísta y el soldado cruel, la sana alegría de los pueblos primitivos, a quienes la naturaleza ha dotado de una riqueza inagotable que les ahorra innumerables congojas y cuidados!

Pasaban por su lado las mujeres indias con paso cadencioso arrastrando las chinelas de seda y terciopelo bordadas de oro y luciendo vistosas faldas de colores de largas colas, con las cuales barrían el suelo, o sujetas a la cintura para caminar más libremente. ¡También ellas tenían su belleza! Y al pasar le envolvían en una ráfaga voluptuosa y ardiente. A través de las camisas de piña transparentes veía las carnes morenas y aterciopeladas y los fecundos pechos. No había nada postizo, ni engaño ni compostura.

Pasaban también los hombres con la camisa blanca y brillante como un espejo y los faldones por fuera. Y los chinos, de ojos oblicuos y aspecto femenil, temerosos y astutos, ofrecían singular contraste con los españoles, ataviados con blancos trajes a la inglesa, altaneros o insolentes, como señores de un país conquistado.

Entre tanto rostro moreno aparecían de cuando en cuando un rojo semblante y unos mostachos rubios. Eran los verdaderos amos, los alemanes e ingleses, que lo escudriñaban y lo acaparaban todo, y mientras los españoles pasaban el tiempo en procesiones y fiestas, ellos se hacían dueños de inmensos tesoros.

De pronto notó Ibarra que la multitud se detenía, como si todos los transeúntes obedeciesen a un resorte. Las elegantes victorias de charol reluciente, donde iban muellemente reclinadas, llenas de plumas y cintajos las mujeres de los castilas,3 y las desvencijadas calesas llenas de indios, se detuvieron también. Se escuchó un rumor reverente. Las mujeres se pusieron de rodillas y los hombres se quitaron el sombrero, inclinándose con respeto. Ibarra no comprendió al pronto a qué obedecía aquello. Jamás había visto en Europa cosa semejante. Solo la aparición de un Dios podía dar motivo a tales pruebas de respeto...

Un lujoso carruaje tirado por cuatro caballos blancos asomó entonces por el extremo de la calle. Mujeres y hombres inclinaron la cabeza y murmuraron una especie de plegaria. Hasta las damas y caballeros adoptaron una actitud humilde y reverente.

El carruaje de los cuatro caballos blancos cruzó por delante de Ibarra, que permanecía con el sombrero puesto, sin darse cuenta todavía de lo que pasaba. Entonces vio reclinado en el fondo un fraile apoplético, de blancos hábitos.

¡Era el señor obispo! Se descubrió apresuradamente e hincó en el suelo una rodilla. ¡No había más remedio que seguir la costumbre, so pena de despertar la cólera de la multitud fanatizada o hipócrita!...

La tristeza hizo presa de nuevo en su alma. A pesar de que habían transcurrido siete años, encontraba a su pueblo lo mismo que al partir. Y se sumió en hondas reflexiones.

Con ese andar desigual que da a conocer al distraído o al desocupado, dirigiose el joven hacia la plaza de Binondo. ¡Todo estaba igual! Las mismas calles con las mismas casas de paredes blanqueadas o pintadas al fresco, imitando mal el granito; la misma torre de la iglesia ostentando su reloj con la traslúcida carátula; las mismas tiendas de chinos con sus cortinas sucias y su olor nauseabundo; los mismos puestos alumbrados por huepes4 donde viejas indias vendían comestibles y frutas...

Reinaba en aquellos lugares extraordinaria algarabía. Los vendedores de refrescos gritaban con voz gutural: ¡Sorbeteee!, y bandadas de chicuelos, semejantes a figurillas de terra cotta, lanzaban insultos y denuestos con sus vocecillas chillonas, y hasta se atrevían a pegar con cimbreantes bejucos y largas cañas a los chinos cargadores, de cuerpo atlético y sudoroso, que a veces perdían la paciencia y comenzaban a gesticular desaforadamente, causando la hilaridad de todos.

Mientras admiraba este espectáculo, una mano se posó suavemente sobre el hombro del joven; volvió la cabeza y se encontró con el viejo teniente que lo contemplaba sonriendo.

-¡Joven, tenga usted cuidado! ¡Aprenda usted de su padre! ¡En este país es un delito decir lo que uno piensa!

-¡Me parece que usted ha estimado mucho a mi padre -dijo Ibarra mirándolo con cariño-. ¿Me podría usted decir cuál ha sido su suerte?

-¿Acaso no lo sabe usted? -preguntó el militar sorprendido.

-Le he interrogado a don Santiago y no ha querido contarme nada hasta mañana. Entéreme usted de lo que sepa; yo se lo ruego. Deseo salir cuanto antes de esta cruel incertidumbre.

-Más o menos tarde lo ha de saber usted todo; por lo tanto no tengo por qué guardar reserva. Dispóngase usted, pues, a oír una historia muy triste. En las circunstancias dolorosas de la vida es cuando se dan a conocer los grandes corazones y las almas bien templadas. Me parece que usted posee las dos cosas y que sabrá hacer frente a la desdicha. ¡Su padre de usted murió en la cárcel!

El joven retrocedió un paso. Sintió que se le nublaba la vista y se le oprimía el corazón. Las casas pintadas de blanco, los puestos de frutas, la abigarrada multitud, todo se borró y desvaneció por un instante. Se quedó ciego y sordo y comenzó a temblar y a castañetear los dientes, como si de repente lo envolviese una ráfaga de hielo.

El viejo teniente le echó un brazo al cuello y le dijo con cariñoso acento:

-¡Tranquilícese usted! ¡Tranquilícese usted! No debía de habérselo dicho así, de pronto, sin preparación...

El joven se pasó una mano por la frente, cubierta de frío sudor. Comenzó de nuevo a ver claro y a ser dueño de sí mismo. Entonces exclamó:

-¿En la cárcel? ¿Quién murió en la cárcel? ¿Mi padre? ¿Sabe usted quién era mi padre? ¡Cuéntemelo usted todo! ¡Por Dios, cuéntemelo usted todo!...

-¡Cálmese usted! No puede usted figurarse cuánto siento haberle dado este disgusto. ¡Ya le contaré! ¡Ya le contaré!

Anduvieron algún tiempo en silencio. Ibarra llevaba con frecuencia el pañuelo a los ojos para limpiarse las lágrimas. El anciano parecía reflexionar y pedir inspiración a la blanca perilla que acariciaba con su manaza de soldado.

-Como usted sabe muy bien -comenzó diciendo-, su padre era el más rico de la provincia, y aunque era amado y respetado por muchos, otros, en cambio, le odiaban o envidiaban. Los españoles que venimos a Filipinas no somos desgraciadamente lo que debíamos. Los cambios continuos, la desmoralización de las altas esferas, el favoritismo, lo barato y lo corto del viaje tienen la culpa de todo; aquí viene lo más perdido de la Península, y si llega uno bueno pronto lo corrompe el país. Pues bien; su padre de usted tenía entre los curas y los españoles muchísimos enemigos. ¡Pocas veces se perdona al hijo del país ser honrado e inteligente!

Aquí hizo una breve pausa.

-Meses después de su salida de usted comenzaron los disgustos con el padre Dámaso, sin que yo pueda explicarme el verdadero motivo. Fray Dámaso le acusaba de no confesarse; antes tampoco se confesaba, y sin embargo eran muy amigos, como usted recordará aún. Además, don Rafael era un hombre muy honrado y más justo que muchos que se confiesan y comulgan. Tenía para sí una moral muy rígida, y solía decirme cuando me hablaba de estos disgustos: «Señor Guevara, ¿cree usted que Dios perdona un crimen, un asesinato, con solo contárselo a un sacerdote y dar muestras de arrepentimiento?... Yo tengo otra idea del Ser Supremo -decía- para mí ni se corrige un mal con otro mal, ni se obtiene el perdón con vanos lloriqueos, ni con limosnas a la Iglesia». Y me ponía este ejemplo: «Si yo he asesinado a un padre de familia, si he hecho de una mujer una viuda infeliz y de unos alegres niños huérfanos desvalidos, ¿habré satisfecho a la eterna justicia dejándome ahorcar y dando limosnas a los curas, que son los que menos las necesitan? ¡No! Mi conciencia me dice que si estoy verdaderamente arrepentido debo sustituir en lo posible a la persona a quien he asesinado, consagrándome por toda la vida al bien de la familia cuya desgracia causé en un momento de arrebato, y aún así, ¿quién sustituye el amor del esposo y del padre?...». Así razonaba su padre de usted, y con esa moral severa obraba siempre, y se puede decir que jamás ha ofendido a nadie. Pero volvamos a sus disgustos con el cura. Estos cada vez tomaban peor carácter. El padre Dámaso le aludía desde el púlpito, y si no le...

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Autor

José Protacio Rizal Mercado y Alonso Realonda (19 de junio de 1861, Calamba-30 de diciembre de 1896, Manila), fue patriota, médico y hombre de letras inspirador del nacionalismo de su país.
Rizal era hijo de un próspero propietario de plantaciones azucareras de origen chino. Su madre, Teodora Alonso, fue una de las mujeres más cultas de su época.
La formación de José Rizal transcurrió en el Ateneo de Manila, la Universidad de Santo Tomás de Manila y la de Madrid, donde estudió medicina.
Más tarde estudió en París y Heidelberg.
Noli me Tangere, su primera novela, fue publicada en 1886, seguida de El Filibusterismo, en 1891. Por entonces editó en Barcelona el periódico La Solidaridad en el que postuló sus tesis políticas
Pese a las advertencias de sus amigos, Rizal decidió regresar a su país en 1892. Allí encabezó un movimiento de cambio no violento de la sociedad que fue llamado "La Liga Filipina". Deportado a una isla al sur de Filipinas, fue acusado de sedición en 1896 y ejecutado en público en Manila.