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El accidente en la A35

E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
320 Seiten
Spanisch
Editorial Impedimenta SLerschienen am13.11.20231. Auflage
Vuelve el lacónico y «simenoniano» inspector Georges Gorski de «La desaparición de Adèle Bedeau» en una novela dotada de un humor negro sutil y sofisticado.

Un suceso inesperado empaña la rutina de Saint-Louis: un influyente abogado de la ciudad ha muerto en un accidente en la A-35. El inspector Gorski, encargado de la investigación, habrá de vérselas no solo con su homónimo estrasburgués, sino también con un joven aficionado dispuesto a hacerle la competencia: Raymond Barthelme, hijo adolescente del difunto. Mientras tanto, su vida privada se tambalea y el inspector busca, a su pesar, respuestas y refugio en los bares de Saint-Louis, donde lo espera el reparto completo de «La desaparición de Adèle Bedeau». Pero sus demonios acechan en todos los rincones, y en este caso de la A-35 cada nueva pista esconde una trampa...

Una novela de intriga à la française, con una enorme carga psicológica y agudísimos brochazos de humor.

CRÍTICA

«Hábilmente escrito y pulcramente ejecutado... elegante y estéticamente agradable. Apasionante e inteligente.» -Philip Pullman, The Guardian

«A la vez una novela policíaca con clase y una elegante meditación sobre la agencia y la existencia. Si Roland Barthes hubiera escrito una novela policíaca, sería ésta.» -Philip Womack, Literary Review

«Un thriller psicológico absorbente que te mantendrá en vilo hasta la última página.» -The Guardian

«Una exploración escalofriante y reflexiva de la psique humana.» -The Times

«Un thriller brillante y retorcido que te mantendrá al borde del asiento.'» -The Daily Mail

«Una novela de personajes hábilmente dibujados... Con sus ecos nostálgicos de la novela negra del pasado y su prosa elegante, proporciona una variedad de placeres tranquilos y satisfactorios.»-Barry Forshaw, Financial Times


Graeme Macrae Burnet nació en Kilmarnock, Escocia, en 1967. Ha escrito tres novelas: «La desaparicion de Adèle Bedeau» (2014, ahora en Impedimenta), «Un plan sangriento» (2015, finalista del Premio Booker, y ganadora del Saltire Fiction Book of the Year y del VRIJ Nederland Thriller of the Year), en Impedimenta en 2019 y «The Accident on the A35» (2017). Fue nombrado autor del año por el Sunday Herald Culture Awards en 2017. Actualmente, Graeme Mcrae Burnet vive en Glasgow.
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Verfügbare Formate
TaschenbuchKartoniert, Paperback
EUR28,50
E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
EUR14,99

Produkt

KlappentextVuelve el lacónico y «simenoniano» inspector Georges Gorski de «La desaparición de Adèle Bedeau» en una novela dotada de un humor negro sutil y sofisticado.

Un suceso inesperado empaña la rutina de Saint-Louis: un influyente abogado de la ciudad ha muerto en un accidente en la A-35. El inspector Gorski, encargado de la investigación, habrá de vérselas no solo con su homónimo estrasburgués, sino también con un joven aficionado dispuesto a hacerle la competencia: Raymond Barthelme, hijo adolescente del difunto. Mientras tanto, su vida privada se tambalea y el inspector busca, a su pesar, respuestas y refugio en los bares de Saint-Louis, donde lo espera el reparto completo de «La desaparición de Adèle Bedeau». Pero sus demonios acechan en todos los rincones, y en este caso de la A-35 cada nueva pista esconde una trampa...

Una novela de intriga à la française, con una enorme carga psicológica y agudísimos brochazos de humor.

CRÍTICA

«Hábilmente escrito y pulcramente ejecutado... elegante y estéticamente agradable. Apasionante e inteligente.» -Philip Pullman, The Guardian

«A la vez una novela policíaca con clase y una elegante meditación sobre la agencia y la existencia. Si Roland Barthes hubiera escrito una novela policíaca, sería ésta.» -Philip Womack, Literary Review

«Un thriller psicológico absorbente que te mantendrá en vilo hasta la última página.» -The Guardian

«Una exploración escalofriante y reflexiva de la psique humana.» -The Times

«Un thriller brillante y retorcido que te mantendrá al borde del asiento.'» -The Daily Mail

«Una novela de personajes hábilmente dibujados... Con sus ecos nostálgicos de la novela negra del pasado y su prosa elegante, proporciona una variedad de placeres tranquilos y satisfactorios.»-Barry Forshaw, Financial Times


Graeme Macrae Burnet nació en Kilmarnock, Escocia, en 1967. Ha escrito tres novelas: «La desaparicion de Adèle Bedeau» (2014, ahora en Impedimenta), «Un plan sangriento» (2015, finalista del Premio Booker, y ganadora del Saltire Fiction Book of the Year y del VRIJ Nederland Thriller of the Year), en Impedimenta en 2019 y «The Accident on the A35» (2017). Fue nombrado autor del año por el Sunday Herald Culture Awards en 2017. Actualmente, Graeme Mcrae Burnet vive en Glasgow.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788419581242
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
FormatE101
Erscheinungsjahr2023
Erscheinungsdatum13.11.2023
Auflage1. Auflage
Seiten320 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1938 Kbytes
Artikel-Nr.12814614
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


1

No parecía que el accidente en la A35 tuviera nada de particular. Ocurrió en un tramo perfectamente seguro de la autovía que discurre entre Estrasburgo y Saint-Louis. Una berlina Mercedes verde oscuro que circulaba en dirección sur abandonó su carril, se precipitó por una pendiente y fue a estrellarse contra un árbol en la linde de un bosquecillo. El vehículo no se divisaba a simple vista desde la carretera, de modo que, aunque un conductor se percató de su presencia hacia las 22:45, resultó imposible determinar con exactitud la hora del accidente. Sea como fuere, cuando se descubrió el coche, su único ocupante estaba muerto.

El inspector Georges Gorski de la policía de Saint-Louis estaba plantado en la cuneta cubierta de hierba. Era noviembre. Una leve llovizna vidriaba la superficie de asfalto. No había marcas de frenada. La explicación más probable era que el conductor se hubiera quedado dormido al volante. Hasta en los casos de infarto era habitual que el conductor lograse pisar el freno o hiciera algún intento de recuperar el control del coche. A pesar de esto, Gorski prefirió mantener la mente abierta a otras posibilidades. Jules Ribéry, su predecesor, siempre le había insistido en que siguiera sus instintos. «Los casos se resuelven con esto, no con esto», acostumbraba a decirle señalándose primero el abultadísimo vientre y, a continuación, la frente. Pero a Gorski no acababa de convencerle aquel enfoque. Alentaba al investigador a rechazar aquellas pruebas que no corroborasen la hipótesis inicial. Por el contrario, él era de la opinión de que todas y cada una de las posibles evidencias debían tomarse en consideración por igual. La metodología de Ribéry respondía más bien a la necesidad de asegurarse de que, llegado el mediodía, pudiese estar ya cómodamente arrellanado en uno de los bares de Saint-Louis. Aun así, la primera impresión que le causó a Gorski la escena que tenía delante fue que, en este caso, no habría lugar para demasiadas teorías alternativas.

Cuando llegó, la zona ya había sido acordonada. Un fotógrafo estaba sacando instantáneas del vehículo destrozado. El flash iluminaba de manera intermitente los árboles circundantes. Una ambulancia y varios coches de policía con las luces de emergencia encendidas ocupaban el carril de circulación en sentido sur de la autovía. Una pareja de gendarmes aburridos dirigía el escaso tráfico.

Gorski aplastó el cigarrillo con el pie sobre los guijarros del arcén y empezó a bajar por el terraplén. Lo hizo no tanto porque creyese que su inspección del escenario fuera a revelarle alguna pista sobre la causa del accidente, sino más bien porque era lo que se esperaba de él. Los que estaban reunidos alrededor del vehículo aguardaban su veredicto. No se podía proceder al levantamiento del cadáver hasta que el oficial al mando diera el visto bueno. De haber tenido lugar tan solo unos pocos kilómetros más al norte, el accidente habría caído bajo la jurisdicción de la comisaría de Mulhouse, pero no había sido así. Gorski sabía que todos los que se encontraban en la linde del bosquecillo tenían los ojos clavados en él mientras bajaba patinando por la cuesta. La lluvia de última hora de la tarde había convertido la pendiente de hierba en una superficie resbaladiza para la que no estaban preparados sus mocasines de suela de cuero. Con el fin de no perder el equilibrio, tuvo que bajar el último tramo a la carrera y se estampó contra un joven gendarme que sostenía una linterna en la mano. Se escucharon unas risitas ahogadas.

Gorski rodeó el vehículo lentamente. El fotógrafo cesó su actividad y se hizo a un lado para facilitarle la inspección. La víctima había salido despedida hacia delante y atravesado el parabrisas con la cabeza y los hombros. Los brazos permanecían pegados a los costados, lo que sugería que no había intentado protegerse del impacto. La cabeza reposaba sobre el capó arrugado como un acordeón. El hombre tenía una tupida barba canosa, pero Gorski no pudo sacar nada más en claro de su aspecto, puesto que la cara, o al menos la parte que quedaba a la vista, estaba completamente aplastada. La llovizna había apelmazado el cabello contra los restos de la frente. Gorski prosiguió con su paseo alrededor del Mercedes. La pintura del lado del conductor estaba severamente arañada, lo que apuntaba a la posibilidad de que el coche hubiese bajado la pendiente tumbado de costado antes de recuperar de nuevo el equilibrio. Gorski se detuvo y pasó los dedos por la abollada carrocería como si esperara que esta fuera a comunicarle algo. No lo hizo. Y si en ese momento sacó su cuaderno del bolsillo interior de la chaqueta y garabateó en él unas someras notas, solo fue para satisfacer a quienes lo observaban. La Unidad de Atestados de Tráfico determinaría la causa del accidente a su debido tiempo. Gorski y todos los demás podían dejar aparcada su intuición.

El impacto había abierto de cuajo la puerta del conductor. De un tirón, Gorski la separó del todo e introdujo la mano dentro del abrigo de la víctima. Informó al sargento al mando del escenario del siniestro de que había concluido su inspección e inició el ascenso del terraplén para regresar a su coche. Una vez dentro, se encendió otro cigarrillo y abrió la cartera que había rescatado del cuerpo. El nombre del fallecido era Bertrand Barthelme, con domicilio en el número 14 de Rue des Bois, en Saint-Louis.

La propiedad formaba parte de un puñado de casas solariegas situadas en las afueras al norte del pueblo. Saint-Louis es un lugar anodino que se halla ubicado en el Dreiländereck, el punto donde convergen Alemania, Suiza y el este de Francia. Los veinte mil habitantes que componen la población del municipio pueden clasificarse en tres categorías: los que no tienen aspiraciones de vivir en un lugar menos deprimente; los que carecen de medios para marcharse; y aquellos a los que, por razones que solo ellos conocen, les gusta vivir allí. A pesar de tratarse de un pueblo modesto, hay todavía unas pocas familias que, de una manera u otra, han conseguido reunir lo que en esa zona se toma por una auténtica fortuna. Sus propiedades nunca salen a la venta. Pasan de una generación a otra del mismo modo que sucede entre los pobres con los muebles o las alianzas de boda.

Gorski apagó el motor y se encendió un cigarrillo. La casa quedaba oculta por una cortina de sicomoros. Esta era una de esas calles donde el avistamiento de un coche desconocido estacionado junto a la acera a altas horas de la noche suscita una llamada a la policía. Gorski podría haber delegado en un joven agente la desagradable tarea de informar a la familia, pero no quiso que pareciese que no estaba capacitado para la faena. Aparte de eso, había otro motivo mucho más insidioso y que a Gorski le costaba admitir. Había venido en persona debido a la dirección del domicilio del fallecido. ¿Habría experimentado los mismos recelos a la hora de enviar a un agente de menor rango si el hogar hubiese estado situado en uno de los peores barrios del pueblo? Desde luego que no. La verdad era que Gorski creía que el mero hecho de vivir en Rue des Bois otorgaba a sus moradores el derecho de ser atendidos por el agente de policía de más rango del pueblo. Era lo que ellos esperaban, y si Gorski no llevaba a cabo la tarea en persona, su omisión se convertiría en pasto de los chismorreos.

Pensó en posponer la visita hasta la mañana siguiente -era casi medianoche-, pero no le pareció que lo intempestivo de la hora fuese una excusa válida. A Gorski no le habría importado molestar a una de las familias de los destartalados bloques de apartamentos de Place de la Gare a la hora que fuera. Además, cabía la posibilidad de que en ese lapso la familia Barthelme se enterara de la noticia por otra fuente.

Gorski remontó el paseo de entrada con la gravilla crujiendo bajo los pies. Como le pasaba siempre que visitaba una de aquellas casas, se sintió como un allanador. De salirle alguien al paso, estaba seguro de que se apresuraría a soltar alguna torpe disculpa antes de mostrar la identificación que autorizaba su intrusión. Recordó el pánico que cundía en su casa cuando era niño cada vez que recibían una visita inesperada. Al sonar el timbre, sus padres se miraban alarmados. Su madre echaba un vistazo rápido al salón y se apresuraba a colocar en su sitio los cojines y a estirar los tapetes de los sillones antes de acudir a abrir la puerta. Su padre se ponía la chaqueta y se plantaba muy tieso en medio de la sala, como si le avergonzara que alguien pudiera sorprenderlo relajándose en su propia casa. Gorski se acordó de una tarde en concreto. Tendría él siete u ocho años cuando un par de jóvenes mormones que acababan de instalarse en el pueblo llamaron a la puerta del apartamento donde vivían, encima de la casa de empeños de su padre. Gorski los oyó exponer el motivo de su visita en un francés chapurreado. Su madre los invitó a pasar al pequeño salón. Albert Gorski aguardaba de pie detrás de su butaca como si fuera a entrar el alcalde en persona. Gorski estaba sentado al pie de la ventana, hojeando un libro ilustrado. A sus ojos infantiles los dos americanos eran idénticos; altos y rubios, con el pelo rapado y ataviados con sendos trajes ajustados de color azul marino. Aguardaron en el umbral hasta que madame Gorski les indicó que tomaran asiento a la mesa del comedor. Ellos no parecían nada azorados. Madame Gorski les ofreció un café que no rechazaron. Mientras ella se atareaba en la pequeña cocina americana, los dos jóvenes se presentaron a monsieur Gorski, quien se limitó a hacer un gesto con la cabeza antes de volver a sentarse en su butaca. Los dos hombres comentaron...

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Autor

Graeme Macrae Burnet nació en Kilmarnock, Escocia, en 1967. Ha escrito tres novelas: «La desaparicion de Adèle Bedeau» (2014, ahora en Impedimenta), «Un plan sangriento» (2015, finalista del Premio Booker, y ganadora del Saltire Fiction Book of the Year y del VRIJ Nederland Thriller of the Year), en Impedimenta en 2019 y «The Accident on the A35» (2017). Fue nombrado autor del año por el Sunday Herald Culture Awards en 2017. Actualmente, Graeme Mcrae Burnet vive en Glasgow.

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