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Historia de la mujer caníbal

E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
320 Seiten
Spanisch
Editorial Impedimenta SLerschienen am15.01.20241. Auflage
Una pequeña joya ambientada en la Sudáfrica post-apartheid. Una novela sobre la supervivencia y la soledad, donde Maryse Condé condensa la sabiduría, la belleza y la rabia de toda una vida.

El marido de Rosélie acaba de ser asesinado. Sola en Ciudad del Cabo, se siente una extranjera en tierra hostil, un punto negro en el rostro de un país cuyas heridas siguen cicatrizando. Quisiera volver a casa, pero ¿cuál es su casa? Nacida en Guadalupe, educada en Francia, el color de su piel la ha perseguido por cuatro continentes: no hay lugar en el mundo que le haya dado tregua. Además, el misterio de la muerte de Stephen abre una caja de Pandora de habladurías, rumores y sospechas. Por primera vez, Rosélie duda: ¿quién fue realmente su marido? Ella, que fue pintora, ya no puede pintar. Ella, una médium capaz de devolverle el sueño a todos sus pacientes, no logra conciliar el suyo. En este relato de supervivencia, Maryse Condé desentierra una vida de desarraigo y lucha, y en tinta negra sobre páginas blancas consigue demostrar una vez más que en la vida, por mucho que a veces lo parezca, nada es blanco ni negro.

CRÍTICA

«La última novela de Maryse Condé, la duodécima, es un retrato psicológico de gran realismo, a veces insoportable, del dolor de una mujer tras el asesinato sin resolver de su pareja durante 20 años.» -Elizabeth Schimdt, The New York Times

«Los intentos de reconstruir las identidades 'negras' impregnan una narración que explora sus contradicciones y escollos, revelando siempre sutilmente su impacto en el destino de los individuos.» -Emmanuelle Tremblay, Spirale Magazine

«Una deliciosa ironía de libro.» -Pop Matters

«Una novela elegíaca impregnada de lirismo azul, ingenio mordaz y comentarios punzantes sobre la semiótica del color de la piel, los trágicos legados de la diáspora africana y los equívocos que encierran las relaciones multiculturales. Como un jardín nocturno, el relato de Condé es misterioso, evocador e inquietante.» -Donna Seaman, Booklist
CRÍTICA «La última novela de Maryse Condé, la duodécima, es un retrato psicológico de gran realismo, a veces insoportable, del dolor de una mujer tras el asesinato sin resolver de su pareja durante 20 años.» -Elizabeth Schimdt, The New York Times «Los intentos de reconstruir las identidades 'negras' impregnan una narración que explora sus contradicciones y escollos, revelando siempre sutilmente su impacto en el destino de los individuos.» -Emmanuelle Tremblay, Spirale Magazine «Una deliciosa ironía de libro.» -Pop Matters «Una novela elegíaca impregnada de lirismo azul, ingenio mordaz y comentarios punzantes sobre la semiótica del color de la piel, los trágicos legados de la diáspora africana y los equívocos que encierran las relaciones multiculturales. Como un jardín nocturno, el relato de Condé es misterioso, evocador e inquietante.» -Donna Seaman, Booklist

Maryse Condé nació en 1937 en la isla antillana de Guadalupe. Estudió en París y ha residido largos años en África. Ha enseñado Literatura Caribeña y Francesa en Columbia. Formó parte del Comité por la Memoria de la Esclavitud en Francia. Entre sus obras, destacan sus memorias Corazón que ríe, corazón que llora (1999; Impedimenta, 2019), su continuación, La vida sin maquillaje (2012; Impedimenta, 2020), así como las novelas Yo, Tituba, la bruja negra de Salem (1986; Impedimenta, 2022), La Deseada (1997; Impedimenta, 2021) y El evangelio del Nuevo Mundo (Impedimenta, 2023). En 2018 fue galardonada con el Premio Nobel Alternativo de Literatura.
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Verfügbare Formate
BuchKartoniert, Paperback
EUR28,50
E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
EUR14,99

Produkt

KlappentextUna pequeña joya ambientada en la Sudáfrica post-apartheid. Una novela sobre la supervivencia y la soledad, donde Maryse Condé condensa la sabiduría, la belleza y la rabia de toda una vida.

El marido de Rosélie acaba de ser asesinado. Sola en Ciudad del Cabo, se siente una extranjera en tierra hostil, un punto negro en el rostro de un país cuyas heridas siguen cicatrizando. Quisiera volver a casa, pero ¿cuál es su casa? Nacida en Guadalupe, educada en Francia, el color de su piel la ha perseguido por cuatro continentes: no hay lugar en el mundo que le haya dado tregua. Además, el misterio de la muerte de Stephen abre una caja de Pandora de habladurías, rumores y sospechas. Por primera vez, Rosélie duda: ¿quién fue realmente su marido? Ella, que fue pintora, ya no puede pintar. Ella, una médium capaz de devolverle el sueño a todos sus pacientes, no logra conciliar el suyo. En este relato de supervivencia, Maryse Condé desentierra una vida de desarraigo y lucha, y en tinta negra sobre páginas blancas consigue demostrar una vez más que en la vida, por mucho que a veces lo parezca, nada es blanco ni negro.

CRÍTICA

«La última novela de Maryse Condé, la duodécima, es un retrato psicológico de gran realismo, a veces insoportable, del dolor de una mujer tras el asesinato sin resolver de su pareja durante 20 años.» -Elizabeth Schimdt, The New York Times

«Los intentos de reconstruir las identidades 'negras' impregnan una narración que explora sus contradicciones y escollos, revelando siempre sutilmente su impacto en el destino de los individuos.» -Emmanuelle Tremblay, Spirale Magazine

«Una deliciosa ironía de libro.» -Pop Matters

«Una novela elegíaca impregnada de lirismo azul, ingenio mordaz y comentarios punzantes sobre la semiótica del color de la piel, los trágicos legados de la diáspora africana y los equívocos que encierran las relaciones multiculturales. Como un jardín nocturno, el relato de Condé es misterioso, evocador e inquietante.» -Donna Seaman, Booklist
CRÍTICA «La última novela de Maryse Condé, la duodécima, es un retrato psicológico de gran realismo, a veces insoportable, del dolor de una mujer tras el asesinato sin resolver de su pareja durante 20 años.» -Elizabeth Schimdt, The New York Times «Los intentos de reconstruir las identidades 'negras' impregnan una narración que explora sus contradicciones y escollos, revelando siempre sutilmente su impacto en el destino de los individuos.» -Emmanuelle Tremblay, Spirale Magazine «Una deliciosa ironía de libro.» -Pop Matters «Una novela elegíaca impregnada de lirismo azul, ingenio mordaz y comentarios punzantes sobre la semiótica del color de la piel, los trágicos legados de la diáspora africana y los equívocos que encierran las relaciones multiculturales. Como un jardín nocturno, el relato de Condé es misterioso, evocador e inquietante.» -Donna Seaman, Booklist

Maryse Condé nació en 1937 en la isla antillana de Guadalupe. Estudió en París y ha residido largos años en África. Ha enseñado Literatura Caribeña y Francesa en Columbia. Formó parte del Comité por la Memoria de la Esclavitud en Francia. Entre sus obras, destacan sus memorias Corazón que ríe, corazón que llora (1999; Impedimenta, 2019), su continuación, La vida sin maquillaje (2012; Impedimenta, 2020), así como las novelas Yo, Tituba, la bruja negra de Salem (1986; Impedimenta, 2022), La Deseada (1997; Impedimenta, 2021) y El evangelio del Nuevo Mundo (Impedimenta, 2023). En 2018 fue galardonada con el Premio Nobel Alternativo de Literatura.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788419581440
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
FormatE101
Erscheinungsjahr2024
Erscheinungsdatum15.01.2024
Auflage1. Auflage
Seiten320 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse1635 Kbytes
Artikel-Nr.13443967
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


2

Rosélie solo salía de casa a última hora de la tarde. Desde que Stephen no estaba, iba religiosamente, como los católicos a Lourdes, al hotel Mont Nelson, que había sido el sitio preferido de Stephen para tomar el té. Se trataba de un suntuoso edificio con columnatas y constituía uno de los últimos vestigios de ese Imperio Británico que, cual coloso con pies de barro, se había derrumbado por completo, reducido a un puñado de polvo que ilustraba a la perfección la parábola «Grandeza y Decadencia».

Britannia, rule the waves!,[10] se exclamaba, aun así, desde la India hasta África.

A principios de siglo los aristócratas acudían en tropel al Mont Nelson para escapar a los inviernos y las nieblas de Inglaterra, pues el clima del Cabo tiene fama de saludable y vivificante. En la actualidad era una atracción turística más. Hordas de curiosos calzados con zapatillas Nike y vestidos con camisetas deportivas salían de los Holiday Inn donde se alojaban -viajes organizados con todo incluido, ¡una ganga!-, invadían sus jardines y adoptaban poses ridículas para fotografiarse en la alameda de robles centenarios o frente a los invernaderos de orquídeas de Tailandia. A pesar de todo, el lugar desprendía tal encanto y majestad que Stephen, aunque normalmente renegaba de su herencia inglesa, recuperaba el acento de su infancia para dirigirse a los camareros indios. Con sus barbas formidables, ataviados con uniformes rojos y fajados con cummerbunds, levitaban por el recinto como elegantes fantasmas. A Rosélie, sin embargo, no le impresionaban demasiado las difuntas glorias coloniales. El Mont Nelson le gustaba por una razón bien distinta: los indeseables en zapatillas Nike y camisetas deportivas no se aventuraban a pisar el parqué encerado de los salones interiores, y el personal había sido amaestrado en el arte de la discreción -o la hipocresía, según se mire- e iba y venía con los ojos fijos en la línea del horizonte. De manera que ellos dos, por unas horas, se libraban de las miradas inquisitivas que los perseguían hicieran lo que hicieran y estuvieran donde estuvieran. Se sumergían en el anonimato como en el descanso eterno. Tomaban asiento en el salón Churchill, frente a una pianista diáfana con tocado de bailarina que interpretaba «Smoke gets in your eyes». Mientras la escuchaban, se llenaban los platos de scones y muffins, y Stephen añadía al suyo sándwiches de pepino y yema de huevo. Bebían litros y litros de té Darjeeling. Cuando el jardín comenzaba a sumirse en la negrura, emprendían el regreso con calma. Pasaban por el Big Bazaar de la calle Kloof, donde lo toqueteaban todo sin llegar nunca a comprar nada y enfurecían más si cabe a la dueña, que era afrikáner.

Rosélie creía ver a Stephen entre las pesadas cortinas de chintz granate. Otras veces se le aparecía acodado al piano, tarareando con su vocecilla siempre afinada y agradable. Los camareros indios estaban bien enterados de la tragedia que acababa de vivir, pues salió en portada de todos los periódicos, ¡incluso de los muy serios, como el Manchester and Guardian, más especializado en política que en sucesos! Aunque jamás se acercaron a Rosélie para darle el pésame, algo en su reserva transmitía compasión.

Una tarde, mientras se servía una taza de té, se acercó a saludarla un hombre blanco. Alto, algo tripudo, con una bonita melena negra, ojos grises y mejillas bronceadas. En respuesta a su educada petición, Rosélie le indicó por gestos que podía sentarse a su mesa.

-Me llamo Manuel Desprez, aunque todo el mundo me llama Manolo, por mi afición a tocar la guitarra. ¿No me reconoce? Stephen y yo fuimos compañeros en la universidad. Nos llevábamos muy bien. Me habló tanto de usted que tengo la impresión de conocerla de toda la vida. Además, estuve en varias recepciones en vuestra casa.

En El Cabo, al igual que en N´Dossou y Nueva York, Stephen organizaba cenas o veladas de lo más animadas que nunca terminaban antes del amanecer. Rosélie dejó de asistir cuando un australiano especialista en Keats la confundió con la criada.

Stephen se encogió de hombros:

-¡No seas exagerada! David es tan distraído que no reconocería ni a su propia madre.

Pero Rosélie se mantuvo en sus trece y desde entonces se encerraba en su taller cada vez que había fiesta en la casa. Acudían numerosos estudiantes a aquellas cenas. Stephen decía que invitarlos era una especie de recompensa, pues se trataba de los mejores; y, al mismo tiempo, una manera eficaz de derribar las barreras entre profesores y alumnos o, lo que es lo mismo, entre blancos y negros. Cuando maestros y discípulos se han bebido juntos hasta el agua de los floreros, ya nunca pueden olvidarlo. Rosélie se tropezaba con aquellos jóvenes torpes y visiblemente incómodos al salir del aseo, y enseguida volvía a esfumarse para no violentarlos todavía más.

Manuel Desprez seguía hablando:

-He pasado un año sabático en Francia. Me he enterado de lo ocurrido al volver, a principios de esta misma semana. Tenía previsto pasar a visitarla.

Rosélie se puso a la defensiva. Sin duda, Manuel se disponía a pronunciar otra sarta de banalidades lamentando lo absurdo de la tragedia y condenando la ineptitud de la policía local. Pues, a pesar de las incesantes visitas del inspector Lewis Sithole y de las notas que tomaba compulsivamente en sus libretas, a los asesinos de Stephen parecía habérselos tragado la tierra. En cambio, en lugar de soltar el previsible sermón, el hombre formuló una pregunta directa, casi brutal:

-¿No piensa volver a casa?

¿A casa? Ojalá supiera cuál es mi casa.

El azar quiso que yo naciera en Guadalupe. Pero nadie en mi familia me echa de menos. He vivido bastante tiempo en Francia. Un hombre me arrastró hasta un país de África para después abandonarme. Luego, otro hombre me llevó a los Estados Unidos y de vuelta a África para volver a abandonarme. Y ahora la historia se repite con Stephen en El Cabo. Ah, casi me olvido, también viví algún tiempo en Japón. Parece que me lo invento o estoy de broma, ¿verdad? No, no tengo pensado volver a casa. Mi país es Stephen. Me quedaré aquí con él.

A pesar de la insistencia de los hermanastros de Stephen -su madre había fallecido unos meses antes-, Rosélie se había negado a trasladar sus restos al mausoleo familiar de Verberie. El difunto aborrecía Europa y estaba claro que habría preferido quedarse en el país que libremente había elegido.

Manuel volvió a la carga:

-Sudáfrica es un país durísimo.

La tierra entera es durísima. El peligro campa igual por las aceras de Manhattan que por las de Chelsea. Prueba de ello son las funestas Torres Gemelas, símbolo del capitalismo americano. Casi tres mil personas asesinadas en una sola mañana. Hay quien viola ancianas al este de París. Me cuentan que incluso mi pequeña Guadalupe se está poniendo al día en cuestión de violencia.

-No me refiero solamente a la violencia.

¿A qué entonces? ¿Al racismo? De acuerdo, hablemos del racismo. Podría escribir miles de páginas sobre el tema. El racismo, además de ser más mortal que el sida, es mucho más común y se contagia más rápido que la gripe en invierno.

Siempre he soñado con escribir un libro sobre el racismo. El racismo explicado a los sordos y a los que no quieren oír.

Manuel, incómodo, cambió de tema:

-Es usted pintora, ¿no?

Rosélie tartamudeó que sí. Las preguntas de ese tipo siempre le hacían sentirse ridícula. Como si tuviera que pasearse en bikini, exhibiendo su celulitis, por el escenario del certamen de Miss Guadalupe. Manuel llamó por señas a un camarero, pidió un single malt y explicó:

-Mi hermana tiene una galería de pintura en París, en la Rue du Bac. Si puedo ayudarle en algo, no dude en decírmelo.

Sonaba sincero. ¡Las barbaridades que debía de haber escuchado en la universidad! Con su lengua viperina, Doris, la secretaria mestiza del departamento, repetía sin cesar:

-Resulta que no estaban casados, ¿lo sabíais?

Era yo la que se negaba. Él me lo pedía cada cierto tiempo, pero no creo que lo deseara de verdad. Parecía más bien un corredor de seguros de coche intentando venderme una póliza a todo riesgo:

-¡Así estarías cubierta si pasara algo!

Desde luego, de haberle hecho caso, ahora viviría tranquila y no tendría que hacer malabares para llegar a fin de mes.

Doris proseguía, cada vez más excitada:

-Y, claro, al no estar casados, ella no tiene derecho a ninguna pensión. Además, como no sabe hacer nada, aparte de pintar esos cuadros horrendos que nadie en su sano juicio querría tener en casa, pues se ha comprado una bola de cristal y va por ahí diciendo que es médium.

Debatiéndose entre el ataque de risa y la conmiseración, el corro de profesores exclamaba:

-¡Pero qué me dices! ¡Menudo disparate!

Los más generosos proponían organizar una colecta solidaria. La idea no era del agrado de todos: dar dinero o un cheque puede resultar bastante humillante. Corrían el riesgo de ofenderla.

Antes de Stephen, casi nadie se había tomado en serio las ambiciones de Rosélie. Élie montaba en cólera cuando la veía perder el tiempo garabateando sandeces en lugar de estudiar Matemáticas o Ciencias para aprobar el bachillerato. Si no llegaba a abogada, se conformaría con verla convertida en...

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Maryse Condé nació en 1937 en la isla antillana de Guadalupe. Estudió en París y ha residido largos años en África. Ha enseñado Literatura Caribeña y Francesa en Columbia. Formó parte del Comité por la Memoria de la Esclavitud en Francia. Entre sus obras, destacan sus memorias Corazón que ríe, corazón que llora (1999; Impedimenta, 2019), su continuación, La vida sin maquillaje (2012; Impedimenta, 2020), así como las novelas Yo, Tituba, la bruja negra de Salem (1986; Impedimenta, 2022), La Deseada (1997; Impedimenta, 2021) y El evangelio del Nuevo Mundo (Impedimenta, 2023). En 2018 fue galardonada con el Premio Nobel Alternativo de Literatura.

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