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Einband grossSolsticio siniestro
ISBN/GTIN
E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
288 Seiten
Spanisch
Editorial Impedimenta SLerschienen am20.11.20231. Auflage
Esta colección cuenta con grandes nombres de la literatura, pero rescata también a maestros del género menos reconocidos. El resultado es una deliciosa oda a lo escalofriante y a lo extraño.

Llega el invierno, las noches son más largas. Hay quienes se reúnen bajo el muérdago con sus familiares y amigos; otros abogan por la abolición del espíritu navideño bajo el lema «Prohibir la Navidad o Morir». Entre las páginas de esta colección de relatos acechan fantasmas y casas encantadas, pero también problemas cotidianos mucho más reconocibles y no menos aterradores. Y todos ellos tienen una cosa en común: el frío. Ese frío que nos recorre la columna al abrir la ventana una tarde de invierno, ya sea porque ahí fuera sopla una brisa helada o porque... ¿Quién sabe qué se esconde en esa oscuridad?

CRÍTICA

«Estos cuentos extraños son la lectura navideña perfecta, llena de visitantes inquietantes y espíritus amantes de la fiesta.» -Christopher Hart, The Times

«Es una verdadera delicia leer la obra de los maestros de lo extraño del pasado.» -Oddly Weird Fiction
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Verfügbare Formate
BuchGebunden
EUR28,50
E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
EUR14,99

Produkt

KlappentextEsta colección cuenta con grandes nombres de la literatura, pero rescata también a maestros del género menos reconocidos. El resultado es una deliciosa oda a lo escalofriante y a lo extraño.

Llega el invierno, las noches son más largas. Hay quienes se reúnen bajo el muérdago con sus familiares y amigos; otros abogan por la abolición del espíritu navideño bajo el lema «Prohibir la Navidad o Morir». Entre las páginas de esta colección de relatos acechan fantasmas y casas encantadas, pero también problemas cotidianos mucho más reconocibles y no menos aterradores. Y todos ellos tienen una cosa en común: el frío. Ese frío que nos recorre la columna al abrir la ventana una tarde de invierno, ya sea porque ahí fuera sopla una brisa helada o porque... ¿Quién sabe qué se esconde en esa oscuridad?

CRÍTICA

«Estos cuentos extraños son la lectura navideña perfecta, llena de visitantes inquietantes y espíritus amantes de la fiesta.» -Christopher Hart, The Times

«Es una verdadera delicia leer la obra de los maestros de lo extraño del pasado.» -Oddly Weird Fiction
Details
Weitere ISBN/GTIN9788419581266
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
FormatE101
Erscheinungsjahr2023
Erscheinungsdatum20.11.2023
Auflage1. Auflage
Seiten288 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse2590 Kbytes
Artikel-Nr.13075126
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe



Ocurrió dos veces durante el tiempo que yo estuve en la casa. Pero dicen que no volverá a suceder, desde que la señorita Erristoun (que ahora es la señora Arthur) y el señor Calder-Maxwell descubrieron entre los dos el secreto de la habitación encantada y se deshicieron del fantasma; pues sin duda era un fantasma, aunque en ese momento el señor Maxwell le diera otro nombre, supongo que en latín. Todo lo que recuerdo ahora es que esa palabra me trajo a la mente algo relacionado con la cría de gallinas. Soy el ama de llaves de Mertoun Towers, como lo fue mi tía antes que yo, y su tía antes que ella; y, antes que ninguna, mi bisabuela, que era prima lejana del propietario de la hacienda y se había casado con el capellán, pero que se quedó sin un penique a la muerte de su marido, de modo que aceptó agradecida ese puesto que, desde entonces, desempeña una de sus descendientes. Eso nos confiere un cierto prestigio entre los sirvientes, ya que estamos, por así decirlo, emparentadas con la familia. Además, sir Archibald y la señora siempre han reconocido ese vínculo y nos han concedido más libertad de la que se permite habitualmente a los subalternos.

Mertoun ha sido mi hogar desde que tenía dieciocho años. A esa edad me ocurrió algo de lo cual, como no guarda ninguna relación con la presente historia, solo necesito decir que me quitó para siempre la intención de contraer matrimonio. De modo que vine a la casa para entrenarme bajo el ojo vigilante de mi tía, siempre atenta a los deberes de ese puesto, en el que, en el futuro, yo la sucedería.

Por supuesto, yo ya sabía que había una historia relacionada con la habitación tapizada de azul. Todo el mundo sabía que el propietario había dado órdenes estrictas de que los sirvientes no mencionaran aquel asunto, y desaconsejaba cualquier alusión por parte de la familia y de los huéspedes. Pero existe una extraña fascinación por todo lo relacionado con lo sobrenatural y, con órdenes o sin ellas, tanto nobles como plebeyos tratan de satisfacer su curiosidad. Así que no faltaban las conversaciones furtivas sobre el tema, tanto en el salón principal como en la estancia de los sirvientes y, en cuanto un invitado llegaba a la casa, visitaba la Habitación Azul y hacía todo tipo de preguntas sobre el fantasma. Lo extraño del caso era que nadie sabía cómo se suponía que era aquel fantasma, ni siquiera si existía de verdad. Intenté que mi tía me diera algunos detalles sobre la leyenda, pero ella siempre me recordaba las órdenes de sir Archibald y añadía que la historia probablemente comenzó como la fantasía supersticiosa de gente muy ignorante que vivió hacía mucho tiempo, a raíz de que una tal lady Barbara Mertoun falleciera en esa habitación.

Le recordé que debían de haber fallecido más personas, tarde o temprano, en casi todas las habitaciones de la casa, y nadie pensaba que estuvieran embrujadas, ni se insinuaba que no fuera seguro dormir allí.

Ella me respondió que el mismo sir Archibald había usado la Habitación Azul, y que uno o dos caballeros más habían pasado la noche en ella por una apuesta y no habían visto ni oído nada inusual. Por su parte, añadió, no soportaba que la gente perdiera el tiempo pensando en semejantes locuras, cuando lo que tendrían que hacer era ocuparse de sus propios asuntos.

Por alguna razón, su pretendida incredulidad no me pareció sincera, pero, aunque no me quedé satisfecha, dejé de hacer preguntas. Con todo, aun sin mencionar el tema, cada vez pensaba más en ello y, a menudo, cuando mis obligaciones me llevaban a la Habitación Azul, me preguntaba por qué nadie la usaba nunca, si de verdad no había ocurrido nada allí y el lugar no encerraba ningún misterio. Ni siquiera había un colchón en aquella cama delicadamente tallada, que solo estaba cubierta por una sábana para protegerla del polvo. Y luego me introducía sigilosamente en la galería de retratos para ver el gran cuadro de lady Barbara, que había muerto en la flor de la juventud sin que nadie supiera la causa: una mañana, la encontraron rígida y fría, tumbada en aquella preciosa cama de dosel azul tapizado.

Debía de ser una mujer hermosa, de grandes ojos negros y un espléndido cabello castaño rojizo, aunque dudo que su belleza estuviera limitada a su apariencia externa, porque había pertenecido al grupo más vistoso de la Corte, que no era muy respetable en aquellos tiempos, si la mitad de los rumores que corren son ciertos. De hecho, una dama recatada no habría permitido que la retrataran con un vestido como aquel, que le dejaba los hombros al descubierto, y tan ligero que podía verse lo que había por debajo de la tela. También debió de ser algo extraña, porque se dice que su suegro, al que llamaban «el perverso» lord Mertoun, no quiso que la enterraran junto al resto de la familia. Aunque quizá eso fuera por rencor: estaba enojado porque ella no había tenido hijos, y su marido, que era un hombre enfermizo, había muerto de tisis un mes después sin dejar un heredero directo. De modo que el título se extinguió con el viejo lord y las propiedades pasaron a la rama protestante del linaje, cuyo cabeza de familia es el actual sir Archibald Mertoun. Sea como fuere, lady Barbara está enterrada sola en el cementerio, cerca del pórtico; bajo una gran tumba de mármol, cierto, pero completamente sola, mientras el ataúd de su marido ocupa su lugar junto a los de sus hermanos, que fallecieron antes que él, entre sus ascendientes y descendientes, en una gran cripta bajo el presbiterio de la iglesia.

Yo pensaba en ella con frecuencia, y me preguntaba cómo y por qué murió. Pero entonces sucedió aquello, y el misterio se complicó aún más.

Recuerdo que esa Navidad hubo una reunión familiar. Era la primera Navidad que se celebraba en Mertoun desde hacía muchos años. Habíamos estado muy ocupados preparando las habitaciones para los diferentes invitados, porque en Nochevieja había un baile al que acudiría gente de todas las tierras vecinas y con motivo del cual lady Mertoun celebraría una gran fiesta. Esa noche, al menos, la casa estaría llena por completo.

Yo estaba en el cuarto de la ropa, ayudando a ordenar las sábanas y las fundas de las almohadas para las diferentes camas, cuando la señora entró con una carta abierta en la mano.

Empezó a hablar con mi tía en voz baja, explicándole algo que parecía indignarla porque, cuando yo volví de entregar un montón de ropa de cama a la criada principal, la oí decir:

-Es tremendamente irritante que nos descomponga el reparto en el último momento. ¿Por qué no podía dejar a esa muchacha en casa y traerse a otra sirvienta, a la que podríamos haber metido sin problemas en cualquier sitio?

Deduje que una de las visitantes, lady Grayburn, había escrito para decir que traía consigo a una acompañante y que, como había dejado en casa a su criada, que estaba enferma, quería que la joven tuviera un dormitorio contiguo al que ella ocupaba, y así tenerla a mano para cualquier cosa que pudiera necesitar. La solicitud era bastante trivial en sí misma, pero daba la casualidad de que no había ningún cuarto disponible. Todos los dormitorios del primer pasillo estaban ocupados a excepción de la Habitación Azul, que, por desgracia, quedaba al lado del aposento preparado para lady Grayburn.

Mi tía hizo varias sugerencias, pero ninguna parecía viable y, finalmente, la señora estalló:

-Pues no hay forma de evitarlo. Tendrás que instalar a la señorita Wood en la Habitación Azul. Solo será una noche, y ella no sabe nada de esa estúpida historia.

-¡Ay, señora! -exclamó mi tía. Por su tono, comprendí que no había dicho la verdad cuando afirmó que no creía en el fantasma.

-No queda más remedio -respondió la señora-. Además, no creo que haya ningún problema con la habitación. Sir Archibald durmió allí y no tuvo queja.

-Pero se trata de una mujer, una mujer joven -insistió mi tía-. Yo no correría ese riesgo, señora; déjeme alojar allí a alguno de los caballeros, y a la señorita Wood en la primera habitación del pasillo oeste.

-¿Y de qué le serviría a Lady Grayburn tenerla allí? -respondió su señoría-. No seas boba, mi buena Marris. Quítale el seguro a la puerta que comunica las dos habitaciones; la señorita Wood puede dejarla abierta si se siente nerviosa, pero no diré una sola palabra sobre esa estúpida superstición, y me enfadaré mucho si alguien la menciona.

Habló como si eso zanjara la cuestión, pero mi tía no estaba dispuesta a darse por vencida.

-¿Y el señor? -murmuró- ¿Qué dirá cuando sepa que hay una dama alojada en esa habitación?

-Sir Archibald no interfiere en los asuntos domésticos. Prepara de inmediato la Habitación Azul para la señorita Wood. Yo asumo la responsabilidad de lo que ocurra..., si es que ocurre algo.

Dicho esto, la señora se fue sin admitir réplica. Preparamos la Habitación Azul, encendimos la chimenea y, cuando le di el último repaso para asegurarme de que todo estaba listo para recibir a la visitante, no pude evitar pensar en lo hermosa y cómoda que parecía la estancia. Las velas brillaban sobre el tocador y la repisa de la chimenea, en cuyo interior los leños resplandecían con suavidad. Comprobé que no se nos había pasado nada por alto, y ya estaba cerrando la puerta cuando mis ojos se posaron en la cama. Estaba arrugada, como si alguien se hubiera acostado en ella, y me molestó que las criadas hubieran sido tan descuidadas, sobre todo con ese elegante edredón nuevo. Me dirigí hasta allí, nivelé las plumas y alisé la colcha, justo cuando los...

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