Hugendubel.info - Die B2B Online-Buchhandlung 

Merkliste
Die Merkliste ist leer.
Bitte warten - die Druckansicht der Seite wird vorbereitet.
Der Druckdialog öffnet sich, sobald die Seite vollständig geladen wurde.
Sollte die Druckvorschau unvollständig sein, bitte schliessen und "Erneut drucken" wählen.

Más allá del equinoccio de primavera

E-BookEPUBePub WasserzeichenE-Book
336 Seiten
Spanisch
Editorial Impedimenta SLerschienen am31.10.2018
Keitaro, un típico antihéroe sosekiano, acaba de licenciarse y está desesperado, inmerso en la búsqueda de un primer empleo que no parece llegar. Sin embargo, ahora que su formación académica ha terminado, se presenta ante él una etapa fundamental para su educación emocional. Mientras busca un hueco en el que encajar dentro de la sociedad, se va encontrando con distintas personas que, a través de sus propios relatos personales, le van a aportar grandes enseñanzas vitales. Entre ellos, el aventurero Morimoto, que le regala un peculiar bastón tallado, y su amigo Sunaga, que le narra una conmovedora historia repleta de promesas olvidadas, en la que participan sus tíos Taguchi y Matsumoto, dos hombres totalmente opuestos, y su prima Chiyoko, una joven que parece ser la causa de todas sus desgracias. Poseedora de la oscura melancolía de 'Kokoro', pero con la frescura de 'Sanshiro' o 'Botchan', 'Más allá del equinoccio de primavera' es una novela delicada y sutil que entreteje un increíble tapiz emocional de personajes y que eleva a Soseki por encima de cualquier otro autor de su época.

Natsume S?seki, seudónimo literario de Natsume Kinnosuke, nació en 1867 cerca de Edo (la actual Tokio). Descendiente de una familia de samuráis venida a menos, fue el menor de seis hermanos.
mehr

Produkt

KlappentextKeitaro, un típico antihéroe sosekiano, acaba de licenciarse y está desesperado, inmerso en la búsqueda de un primer empleo que no parece llegar. Sin embargo, ahora que su formación académica ha terminado, se presenta ante él una etapa fundamental para su educación emocional. Mientras busca un hueco en el que encajar dentro de la sociedad, se va encontrando con distintas personas que, a través de sus propios relatos personales, le van a aportar grandes enseñanzas vitales. Entre ellos, el aventurero Morimoto, que le regala un peculiar bastón tallado, y su amigo Sunaga, que le narra una conmovedora historia repleta de promesas olvidadas, en la que participan sus tíos Taguchi y Matsumoto, dos hombres totalmente opuestos, y su prima Chiyoko, una joven que parece ser la causa de todas sus desgracias. Poseedora de la oscura melancolía de 'Kokoro', pero con la frescura de 'Sanshiro' o 'Botchan', 'Más allá del equinoccio de primavera' es una novela delicada y sutil que entreteje un increíble tapiz emocional de personajes y que eleva a Soseki por encima de cualquier otro autor de su época.

Natsume S?seki, seudónimo literario de Natsume Kinnosuke, nació en 1867 cerca de Edo (la actual Tokio). Descendiente de una familia de samuráis venida a menos, fue el menor de seis hermanos.
Details
Weitere ISBN/GTIN9788417115975
ProduktartE-Book
EinbandartE-Book
FormatEPUB
Format HinweisePub Wasserzeichen
FormatE101
Erscheinungsjahr2018
Erscheinungsdatum31.10.2018
Reihen-Nr.186
Seiten336 Seiten
SpracheSpanisch
Dateigrösse3252 Kbytes
Artikel-Nr.14357545
Rubriken
Genre9201

Inhalt/Kritik

Leseprobe


DESPUÉS DEL BAÑO

1

DESPUÉS DE VARIOS DÍAS, Keitaro ya se había cansado de emplear todas sus energías en la búsqueda de un trabajo sin lograr un resultado mínimamente prometedor. Si solo se tratara de ir de acá para allá, se daba cuenta, no habría supuesto un problema para él, dada su fuerte constitución, pero las cosas no marchaban como él había esperado y empezaba a sentirse paralizado al comprobar cómo se le escapaban de las manos. Notaba que la cabeza le empezaba a fallar.

Una noche, a la hora de cenar, abrió medio enfadado varias botellas de cerveza que en realidad no tenía ganas de beber, e hizo todo lo posible por procurarse cierta alegría. Sin embargo, por mucha cerveza que bebiera no tenía forma de ocultar lo forzado de su empeño, y al final se resignó a llamar a la criada para que retirase las cosas de la cena.

La criada lo miró a la cara nada más verlo.

-¡Señor Tagawa! -exclamó-. ¡Válgame el cielo, señor Tagawa!

Keitaro se acarició el rostro.

-Estoy rojo, ¿verdad? -dijo él para responder de algún modo a su sorpresa-. No debería exponerme a la luz eléctrica con la cara de este color. Iré a acostarme. Ya que estás aquí, ve a prepararme la cama.

Salió enseguida al pasillo para evitar cualquier otro comentario de la criada. Después del baño, se acostó inmediatamente y murmuró para sí que se tomaría varios días de descanso.

Se despertó dos veces en plena noche. La primera por culpa de la sed, la segunda por culpa de un sueño. Cuando abrió los ojos por tercera vez ya clareaba a su alrededor. Se dio cuenta de que todo empezaba a funcionar, pero volvió a cerrar los párpados sin dejar de repetirse que debía descansar. Aún no había pasado mucho tiempo cuando escuchó con total claridad cómo daba la hora un reloj. Por mucho que lo intentó, fue incapaz de volver a conciliar el sueño. No tuvo más remedio que ponerse a fumar sin levantarse siquiera de la cama, y así se quedó hasta que la ceniza del cigarrillo cayó sobre la almohada blanca. A pesar de todo, estaba firmemente decidido a no moverse, pero la intensa luz que se colaba por la ventana orientada al este terminó por provocarle un ligero dolor de cabeza. No le quedó otra que abandonar su propósito. Se levantó, salió a la calle con un palillo entre los labios y una toalla en la mano y se dirigió a los baños públicos.

El reloj marcaba las diez pasadas. En la zona de las duchas estaban ya dispuestos los cubos y las banquetas para lavarse. Solo había una persona en la gran bañera, absorta en la contemplación de la luz que penetraba en la sala a través del cristal. Se trataba de Morimoto, un huésped de la misma casa donde él se alojaba. Le dio los buenos días. Morimoto respondió a su saludo.

-¿Se presenta a estas horas en el baño con un palillo en la boca? Eso explica por qué no vi ayer la luz encendida en su habitación.

-La luz de mi cuarto estaba encendida al caer la tarde -puntualizó Keitaro-. A diferencia de usted, yo llevo una vida ordenada y apenas salgo por la noche.

-Es cierto, tiene usted una conducta ejemplar. Lo envidio.

Keitaro se sintió avergonzado al escuchar sus palabras. Morimoto seguía sumergido en la bañera, sin moverse, con el agua a la altura del diafragma. Parecía disfrutar del calor a pesar de su gesto serio. Contempló el mostacho humedecido por el agua y ligeramente caído de aquel hombre despreocupado.

-Olvidémonos de mí -dijo Keitaro-. ¿No piensa acudir a su trabajo en la estación?

-Hoy es festivo -contestó Morimoto mientras se daba la vuelta para apoyar los codos en el borde de la bañera y, con aire perezoso, descansar el peso de la cabeza en sus manos, como si sufriese de jaqueca.

-¿De qué festivo habla? -preguntó sorprendido Keitaro.

-Un festivo sin ningún motivo concreto. Me he tomado el día libre.

En ese momento, Keitaro creyó haber encontrado en él a un semejante y, sin pensárselo dos veces, repitió sus palabras:

-Se ha tomado el día libre.

-Eso es. El día libre -dijo él sin cambiar de postura.

2

HASTA QUE KEITARO no estuvo sentado frente a un cubo de madera y el encargado del baño no hubo empezado a frotarle la espalda, Morimoto no se decidió a salir del agua. Tenía el cuerpo enrojecido y parecía desprender vapor, con una expresión de bienestar en el rostro. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y se admiró del cuerpo musculoso de Keitaro.

-¡Vaya! Se lo ve a usted en forma -dijo.

-Últimamente no me encuentro tan bien, no se crea.

-Pues, si usted no se encuentra bien, ¿cómo estoy yo entonces?

Morimoto se dio unos golpecitos en la tripa. Tenía el estómago hundido, como si se le hubiese adherido a la espalda.

-Mi condición física empeora día a día por culpa del trabajo -dijo-, pero debo reconocer que he descuidado mucho mi salud.

Soltó una risotada y Keitaro se esforzó por seguirle el juego.

-Hoy tengo tiempo libre. Puedo escuchar alguna de esas historias suyas, hace tiempo que no me cuenta ninguna.

Morimoto pareció animarse.

-¡Cómo no! Hablemos.

Sin embargo, solo fueron sus palabras las que desprendieron algo de energía. Por su forma de mover el cuerpo, más que lentitud, se notaba en él una cierta indolencia, como si el agua caliente de la bañera hubiera terminado por cocer sus músculos.

Mientras Keitaro se enjabonaba la cabeza y se frotaba las endurecidas plantas de los pies, Morimoto continuó sentado en el suelo, sin cambiar de posición ni dar muestras de tener intención de lavarse. Al final se metió de nuevo en la bañera, como si alguien hubiera arrojado su cuerpo delgado al agua, y, cuando Keitaro terminó, salió para ir a secarse.

-Qué bien y qué limpio se siente uno cuando se da un buen baño de agua por la mañana, aunque solo sea de vez en cuando, ¿verdad?

-Sí -respondió Keitaro a su pregunta-, y más en su caso, supongo, porque no se lava con jabón. Quiero decir, no parece que el baño tenga un propósito práctico para usted, solo el puro placer.

-No tiene nada de particular. Me da pereza lavarme. Eso es todo. Me gusta bañarme así, distraídamente. Por el contrario, se lo ve a usted mucho más esforzado y entregado que yo. No se ha dejado ni un centímetro de piel sin frotar, de la cabeza a los pies. Y por si fuera poco usa palillos de dientes. Admiro toda esa minuciosidad.

Salieron juntos de los baños públicos y Morimoto le dijo que debía ir al centro a comprar papel para escribir. Keitaro pensó en acompañarlo, pero, nada más doblar la esquina hacia el este, la calle se transformó en un barrizal. La lluvia de la noche anterior lo había empapado todo y los caballos, los coches y los transeúntes que habían pasado por allí desde las primeras horas del día habían terminado por convertir la tierra mojada en un verdadero lodazal. Los dos atravesaron la calle con una mezcla de desagrado y desdén. El sol ya estaba en lo alto del cielo, pero del suelo aún emergía el vaho de la mañana, dibujando pequeñas ondulaciones en el horizonte.

-Me habría gustado que viera esta misma calle al amanecer -dijo Morimoto-, pero se ha levantado usted tarde. El sol brillaba, aunque había una densa capa de niebla. Los pasajeros del tranvía parecían figuras de un teatro de sombras sobre un shoji. El sol estaba justo al otro lado y proyectaba sus siluetas grises dándoles un aspecto casi monstruoso. Una visión extraña.

Morimoto entró en una papelería y salió al cabo de un rato con el quimono hinchado a la altura del pecho, repleto de papeles y sobres que acababa de comprar. Keitaro lo esperaba fuera. No tardó en reorientar sus pies en la misma dirección por la que habían venido. Regresaron juntos a la casa de huéspedes. Subieron las escaleras con pasos pesados y Keitaro abrió la puerta de su habitación.

-Entre, por favor -invitó a Morimoto.

-Es casi mediodía -respondió él.

A pesar de su aparente resistencia, entró en la habitación sin demasiada vacilación, con una actitud despreocupada.

-La vista desde aquí siempre me ha parecido excelente -dijo mientras descorría el shoji de la ventana y colgaba su toalla en el exterior.

3

DESDE HACÍA CIERTO TIEMPO, Keitaro sentía curiosidad por aquel hombre que iba a pie hasta la estación de Shinbashi cada mañana y que apenas caía enfermo a pesar de una evidente delgadez. Debía de tener más de treinta años, a pesar de lo cual aún vivía en una casa de huéspedes. Trabajaba en la estación, pero Keitaro no conocía la naturaleza de la labor que desempeñaba allí y para él seguía siendo un completo misterio. A veces iba a Shinbashi a despedir a alguien, pero no era capaz de relacionar la estación con Morimoto. Tampoco había aparecido nunca por sorpresa y le costaba incluso recordar su existencia. Si empezaron a saludarse en determinado momento fue solo porque llevaban mucho tiempo alojados en la misma casa de huéspedes.

La curiosidad de Keitaro respecto a Morimoto no se debía tanto a su vida actual como a su pasado. En una ocasión le explicó que había sido un marido devoto, padre de un niño que había muerto al poco de nacer. Keitaro recordaba bien sus palabras de entonces: «Puedo decir que la muerte de mi hijo me salvó a mí. Tenía mucho miedo de la maldición del sanjin»,[2] le había dicho. Keitaro...

mehr

Autor

Natsume Soseki, seudónimo literario de Natsume Kinnosuke, nació en 1867 cerca de Edo (la actual Tokio). Descendiente de una familia de samuráis venida a menos, fue el menor de seis hermanos.